Domingo.
La mañana de la final, el grupo de vacaciones organizadas Cebolletas va a visitar la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
Al desembarcar en la plaza que se extiende ante la iglesia más famosa del mundo, todos se quedan hechizados por la majestuosidad y belleza del escenario.
En el atrio de la basílica se alzan dos hileras de columnas que parecen alargarse como brazos de piedra para acoger a los fieles que se acercan.
—Es hermosísimo… —comenta Eva.
—En total hay doscientas ochenta y cuatro columnas, dispuestas en cuatro filas en cada lado —explica Nico—, pero venid a ver…
El número 10 guía al grupo con los ojos fijos en el suelo y se detiene cuando encuentra una piedra circular, rodeada por una argolla de mármol.
—Mirad ahora las cuatro hileras de columnas desde aquí —sugiere Nico.
—¡Vaya, parece que haya una sola fila! —exclama Tomi.
—¡Es verdad, qué pasada! —confirma Fidu.
—Es un efecto de la perspectiva —explica el número 10—. Un efecto óptico que solo se puede ver desde este punto de la plaza.
Luego los Cebolletas visitan el interior de la basílica y también ahí se quedan boquiabiertos ante lo imponente de la estructura: el altar aparece al fondo de una especie de autopista que se abre entre los bancos, y los techos están tan altos como las nubes.
—¡Madre mía! —comenta Dani mirando a su alrededor—. En comparación, la catedral de la Almudena es tan pequeña como la iglesia de nuestra parroquia.
—En efecto —confirma Nico—. La Basílica de San Pedro tiene ciento ochenta y siete metros de largo, es decir, que puede contener dos campos de fútbol grandes, uno detrás del otro. Además, la cúpula tiene ciento diecinueve metros de alto. ¿Os apetece subir?
Después de admirar las esculturas más bellas de la iglesia, empezando por la famosísima Piedad de Miguel Ángel, los Cebolletas toman el ascensor y suben hasta la cima de la cúpula, otro de los símbolos de la Ciudad Eterna, y disfrutan desde lo alto de una fascinante visión panorámica de Roma.
—Un auténtico espectáculo —comenta Sara, sacando una fotografía.
—Estupendo —dice Fidu.
—¿Cómo te puede parecer estupendo si tienes los ojos cerrados? —le pregunta João.
—Tengo vértigo —explica el portero—, pero supongo que será todo estupendo…
Al salir de la iglesia, Gaston Champignon comenta lleno de admiración:
—Una iglesia realmente superbe. Por otra parte, como dice el proverbio, no se puede ir a Roma sin ver al Papa…
—¡Qué proverbio más raro! —salta Fidu.
—¿No lo has oído nunca? «Ir a Roma y no ver al Papa» significa no acabar algo, dejarlo en el mejor momento —explica Nico—. Por ejemplo, llegar a la final del torneo y luego perder…
—¡Entonces, seguro que vemos al Papa! —exclama Fidu—. ¡Hoy nos vamos a comer a los Lupacchiotti di Roma!
—No creo que sea tan fácil… —comenta Tomi—. ¿Los viste jugar ayer contra los TaorMini di Catania? Físicamente dan miedo, son más grandes que nosotros y tienen a tres fenómenos: Federico, el número 3, que defiende y sube al ataque como una flecha; el rubito número 8, que recuerda a Raúl; y Brando, el 10, que mete los goles como Totti…
—Por algo habrán ganado cinco partidos de cinco… —añade Becan.
—¡Sí, pero todavía no se las han visto con un portero como yo! —responde el número 1 con orgullo.
—¡Bien dicho, Fidu! —dice Champignon—. Y, sea como sea, aunque perdamos habremos quedado los segundos entre veinte equipos, además de haber ganado nuestra liga. Así que ya podemos decir que los Cebolletas han ido a Roma y han visto al Papa.
El Papa de verdad lo ven a mediodía, cuando se asoma a su ventana para bendecir a los fieles que se han congregado en la Plaza de San Pedro. En cuanto la gente reconoce la silueta blanca de Benedicto XVI, estalla una ovación de alegría, aplausos y voces.
Los Cebolletas también agitan los brazos como posesos para saludarlo.
—¡Arriba el Papa! —aúlla Fidu.
—¡Que no es un futbolista! —le recrimina Sara después de atizarle un codazo en la barriga.
Y al fin hemos llegado a la gran final del torneo.
Dani asoma la nariz por la puerta del vestuario y comenta:
—Me siento como un gladiador a punto de entrar en el Coliseo para luchar contra los leones. Y como si todos estuvieran a favor de los leones…
El graderío está cubierto por una enorme mancha amarilla y roja, los colores de los Lupacchiotti di Roma.
—Acuérdate de que no era raro que los gladiadores acabaran con los leones —dice Nico mientras se ata las botas.
—¿Cómo hacían los espectadores cuando querían perdonar la vida a un gladiador? —pregunta Fidu.
—Levantar el pulgar hacia arriba —contesta Nico.
—¡Entonces, arriba ese pulgar, colegas! —exclama el portero—. ¡Y vivan los Cebolletas!
—¡Vivan los Cebolletas! —repiten sus compañeros, que le «chocan la cebolla» a Fidu y saltan al terreno de juego corriendo, mientras los coros y los tambores de sus hinchas tratan de hacerse oír entre el estruendo del público romano.
—¡Mirad, ahí está Totti! —exclama Lara.
El campeón entra en el campo y choca la mano de los chicos de ambos equipos.
—Os prometo que seré un espectador imparcial —dice Francesco.
—Sabemos que no es verdad, pero no importa… —contesta sonriendo Tomi.
—Tienes razón —confiesa el campeón—. Cuando veo colores que me recuerdan a los de mi querida Roma no puedo evitar que mi corazón se incline un poco de su lado… Pero te he traído un regalo. Es un verdadero brazalete de capitán: lo he llevado puesto en varios partidos de primera división. ¿Lo quieres?
Tomi, emocionado, alarga el brazo izquierdo, y Totti le ata el brazalete de capitán. Luego se dirige a Federico, el capitán de los Lupacchiotti, y le dice guiñándole el ojo:
—Y ahora tomémonos una merecida revancha contra los madrileños, que nos han metido más de una paliza…
Francesco hace el saque inicial simbólico y la final comienza.
Los Cebolletas juegan con Fidu en la portería, Sara y Becan en posiciones de defensa, el capitán, Tomi, en el centro del campo, Ígor y Pavel por las bandas y el larguirucho Dani de delantero centro.
Sé que después de haber leído cuál es la alineación que ha decidido Champignon estás preguntándote por qué el entrenador deja en el banquillo a tres titulares como Lara, Nico y João durante el partido más importante.
Porque si se saca a jugar a un reserva en una final, cogerá confianza y se sentirá a la altura de sus compañeros más hábiles. Y, con la confianza y la fe en sus propias posibilidades, crecerá como persona y jugará cada vez mejor. Los suplentes no sirven solamente para poner paños calientes y permitir que descansen los titulares.
Es una de las lecciones de Gaston Champignon: en los Cebolletas todos son titulares, y juegan tarde o temprano. Y nadie se queja.
De hecho, la alineación del primer tiempo lucha con grandeza contra los duros Lupacchiotti romanos, y es Dani, con sus pies inmensos de jugador de baloncesto, el que marca el primer gol. Precioso.
Recibe un pase raso de Tomi y finge ir a disparar de primeras, pero con un toquecito regatea al número 5 y luego suelta un cañonazo que entra rozando el larguero.
Nico se pone en pie de un salto en el banquillo y da un abrazo a João.
«¿Dónde habrá aprendido a meter goles así?», se pregunta atónita Sara.
Gaston Champignon sabe que, si hubiera entrado cinco minutos antes del final, Dani probablemente no habría intentado una jugada parecida. Pero ha empezado de delantero centro titular en la final más importante del año, se ha envalentonado y se ha sentido capaz de hacer lo mismo que hace Tomi… Por ese motivo el cocinero-entrenador, satisfecho con su decisión a la hora de pensar en la alineación inicial de los Cebolletas, se atusa el bigote por el lado derecho.
Los jugadores del Lupacchiotti llevan la pelota al centro del campo, ligeramente sorprendidos. Es la primera vez en todo el torneo en que están por detrás en el marcador.
Los innumerables hinchas romanos cantan, agitan las banderas y tocan sus bocinas para apoyar a los chicos rojigualdas.
—¡Parece un auténtico gladiador! —sonríe Augusto en el banquillo.
Los Cebolletas se defienden con uñas y dientes y lanzan peligrosos contraataques. La idea de poner a Becan en la defensa es buena, porque el número 7 sube a menudo al ataque y sorprende a los rivales descolocados. Como ahora…
Becan y Pavel se enfrentan a un solo adversario. El Lupacchiotto se encara con el extremo derecho, quien pasa la pelota de inmediato al gemelo. Pavel chuta al vuelo, ¡y el balón se estrella contra el poste!
El portero agarra la pelota y hace un saque larguísimo. Con un cabezazo hacia atrás, Brando prolonga el vuelo del balón hasta el área, Federico se abalanza a por él estirando la pierna, se adelanta a Sara y empuja el esférico al fondo de la red, 1-1.
El primer tiempo, maravilloso, concluye así, entre aplausos.
Gaston Champignon felicita a sus chavales:
—¿Habéis comprobado que podemos derrotar a los leones del Coliseo?
Tomi le «choca la cebolla» a Dani.
—Un gran gol.
—¡Gracias, capitán! —responde con orgullo Dani.
En la segunda parte, Lara sustituye a Becan; Nico se coloca en el centro del campo en lugar de Tomi, que sube al ataque, y João reemplaza a Ígor por la banda izquierda.
El segundo tiempo también es equilibrado y emocionante.
¡En diez minutos los Cebolletas elaboran tres jugadas de gol!
Nico estrella el balón contra el travesaño de saque de falta, Tomi se lanza dos veces en plancha para cabecear dos pases milimétricos de João, pero el Lupacchiotto número 1, ágil como el Gato, despeja con el puño los dos balones.
El equipo de casa, asediado en su área, parece a punto de caer. Pero en ese momento inicia a contrapié la jugada que le valdrá el gol de la ventaja. Una vez más, el capitán Federico echa a correr como un bólido por la banda izquierda: llega hasta el banderín y pasa el balón. Brando salta más que Sara y manda la pelota al fondo de la red: ¡2-1!
—Nooo… —se lamenta Armando, decepcionado.
Los Cebolletas no merecen ir por detrás en el marcador.
João, furibundo, echa a correr de nuevo por la banda izquierda. Por tercera vez, Tomi se tira en plancha. Pero en esta ocasión decide pasar por debajo de la pelota y golpearla con la suela de las botas, doblando las piernas hacia dentro. El portero, sorprendido, se lanza demasiado tarde y ve el balón entrar en su meta: ¡2-2!
—¡El tiro del escorpión! —grita alborozado Dani en el banquillo.
Mientras regresa corriendo al centro del campo, Tomi se mete el pulgar en la boca, como hace Totti siempre que celebra un gol, porque se ha dado cuenta de que Francesco se ha puesto en pie para aplaudirlo.
Los últimos minutos son electrizantes. La gente sigue el final del partido de pie.
—A lo mejor me he equivocado al hacer tan pronto las tres sustituciones —le confiesa Champignon a Augusto, mientras se acaricia el bigote por el extremo izquierdo.
Y es que los Cebolletas están agotados y ya no pueden entrar más refrescos del banquillo. Los Lupacchiotti, que físicamente están mejor dotados, presionan cada vez más.
¿Ves con qué facilidad el número 8, el pequeño Raúl, se ha deshecho de Nico? Fidu, al que tapan la vista todos sus compañeros, que han reculado hasta el área, ve salir el derechazo del rubio en el último momento. Demasiado tarde: 3-2.
El estruendo que surge del graderío para festejar el nuevo gol de los Lupacchiotti di Roma es ensordecedor. Pero los gladiadores de los Cebolletas no se rendirán hasta que oigan el pitido final.
Saque de esquina. Puede ser la última oportunidad. Hasta Fidu sube al ataque.