Lunes.
El cabezón de Fidu va asomando lentamente de debajo de la almohada. El teléfono está sonando.
—¿Diga? —responde con voz de zombi el portero, que se queda escuchando y luego exclama, con los ojos como platos—: ¡Pero si son las siete! ¡Estamos en plena madrugada! ¡El gallo todavía está cantando!
—¿Quién era? —pregunta con curiosidad Nico.
—Champignon —contesta Fidu—. Dice que nos encontremos abajo en un cuarto de hora para dar una vuelta por la ciudad.
Nico salta de la cama con la agilidad de un saltamontes.
—¡Excelente idea! ¡Cuanto antes salgamos, más veremos! Roma tiene un montón de maravillas que enseñar. Hoy no tenemos partido, es nuestro día de descanso. Tenemos que aprovecharlo.
Desconsolado, Fidu se arrastra hasta la ducha.
Un cuarto de hora más tarde, los Cebolletas están reunidos en el vestíbulo del Hotel de los Foros, pero no hay rastro de Champignon ni de ningún adulto.
—Siempre se están quejando de que llegamos tarde —comenta Lara— y luego resulta que son ellos los que se hacen esperar…
Cinco minutos después, el capitán se decide a telefonear a la habitación de Champignon.
Vuelve a colgar y mira a sus compañeros con cara de asombro.
—El míster dice que no nos ha llamado…
—Sospecho que mi primo Benja ya ha aprendido a imitar la voz de nuestro míster —comenta Dani rascándose la cabeza.
En ese momento sale del ascensor el pequeño número 10 del Turchino Napoli, que exclama con acento francés:
—Superbe! ¡Mis queridos Cebolletas!
Fidu, con los brazos en jarras, lo mira como a un gato que se acabara de zampar su merengue a la rosa…
—¿No os habréis enfadado por mi broma? —pregunta Benja, preocupado por las miradas que le lanzan los Cebolletas—. A los futbolistas no les conviene dormir demasiado, especialmente a los porteros, porque si no luego se duermen entre los palos… A propósito, he visto que habéis ganado el primer partido, ¡felicidades! Nosotros también. Creo que en nuestro encuentro, que será el último, se decidirá quién pasa a la siguiente ronda. Hoy descansáis, ¿verdad? Nosotros, en cambio, jugamos contra los Foligno Boys. Me voy a desayunar. Bonjour, mes amis!
Benja finge acariciarse el bigote y se aleja.
Tomi no puede contener una risita.
—Vaya elemento está hecho tu primo…
—Y ya veréis las bromas que nos gastará en el campo —comenta Dani.
—Pero ha tenido una buena idea: el desayuno —concluye Fidu—. Ya que no se puede dormir, al menos comamos…
Después del desayuno, Nico, con su cucharón de guía en la mano, se pone al frente del grupo de vacaciones organizadas Cebolletas. Ha marcado sobre el mapa de Roma el recorrido que van a hacer y se ha apuntado en un cuadernillo la información que debe dar sobre cada monumento.
La primera etapa acaba en un monumento circular con una gran cúpula: el Panteón, uno de los símbolos de la ciudad.
—¿No es magnífico? —pregunta Nico admirado—. Es la mayor cúpula de hormigón que se ha construido jamás: cuarenta y tres metros de diámetro. Si la hubiéramos hecho con cemento del nuestro, se habría derrumbado enseguida. En cambio, los romanos usaron piedras muy ligeras y trucos especiales, gracias a lo cual el Panteón sigue en pie desde hace dos mil años. Es la prueba de que los romanos eran unos arquitectos de primera. Lo mandó construir el emperador Adriano.
—¿El que juega en el Roma? —pregunta Armando.
Los Cebolletas se echan a reír.
—No, el Adriano de verdad, que fue emperador de Roma en torno al año 100 después de Cristo —replica el número 10.
—¿Y qué hacían en el Panteón? —pregunta Pavel.
—Oraban a todos los dioses de Roma. Panteón proviene de dos palabras griegas que significan «todo» y «Dios». ¿Veis el agujero que hay en medio de la cúpula? Es un círculo de nueve metros por el que entra un haz de luz. Para los romanos era una especie de ascensor que usaban los dioses para bajar entre los hombres. El Panteón se convirtió luego en una iglesia cristiana y un mausoleo: aquí están sepultados dos reyes de Italia y el pintor Rafael.
Desde el Panteón, Nico conduce al grupo a una plaza cercana y pregunta a sus amigos:
—¿No os parece que ya habéis visto este hermoso edificio?
—Sí, me parece que sí… —contesta Sara, que se esfuerza por recordar de qué se trata.
—Os doy una pista —dice Augusto—. Seguramente lo habréis visto por televisión estos días. Está siempre detrás de un señor que habla a un micrófono…
—¡El telediario! —exclama Sara—. Es el Parlamento italiano, donde se reúnen los políticos para hacer las leyes.
—¡Bravo, Sara! —aprueba Nico—. En este edificio, que se llama Palazzo Madama, se reúne una parte del Parlamento: el Senado. La otra parte, la Cámara de los Diputados, lo hace en el Palazzo Montecitorio, que veremos dentro de un rato. Pero antes quiero enseñaros una de las plazas más fascinantes de Roma. Vamos…
A los pocos minutos la comitiva llega a la deslumbrante plaza Navona, que tiene una forma curiosa, larga y estrecha, y está decorada por tres fuentes espléndidas. Algunos pintores se afanan con sus lienzos, y un par de chicas están sentadas a sendas mesitas, dispuestas a leer el futuro en la mano de los turistas. La plaza, atestada de gente y colores, destila alegría.
—No os lo creeréis —cuenta Nico—, pero esta plaza sigue el mismo trazado que antes ocupó un antiguo estadio, donde en su tiempo se disputaban carreras y torneos ecuestres. De hecho, el nombre Navona se deriva del término griego agon, que quería decir «torneo público». Luego esta plaza albergó durante siglos el mercado más grande de Roma.
—Las fuentes son preciosas —comenta Eva—. ¿Sabes algo de las estatuas?
—Claro —responde el número 10—. La primera es la fuente de los Cuatro Ríos, construida por Bernini en 1651. Veámosla más de cerca.
Nico explica que los ríos representados son el Nilo, el Ganges, el Danubio y el Río de la Plata, uno por cada uno de los continentes que se conocían entonces. Luego les habla de la fuente del Moro, que contiene la estatua de un delfín, y de la fuente de Neptuno, en la que el Dios de los mares lucha contra un pulpo gigante.
—Y, ya que hablamos de estatuas, ¿sabéis que en esta plaza estuvo un tiempo el famoso Pasquino?
—¿Y quién es Pasquino? —pregunta Fidu—. ¿El inventor de los huevos de Pascua?
—¡Yo lo sé! —exclama la señora Sofía, levantando la mano—. Hace muchos años, los romanos que querían quejarse de sus gobernantes, pero tenían miedo de acabar en la cárcel, pegaban a la estatua de Pasquino denuncias y sátiras en verso, en las que se burlaban de sus dirigentes y que luego todos podían leer.
—Exactamente —confirma Nico—. Esas pequeñas cartas anónimas dieron el nombre a nuestros «pasquines».
—Es como si un árbitro nos anulara un gol reglamentario y dejáramos colgada a la puerta de su vestuario una hojita con una hermosa dedicatoria, ¿no? —inquiere Dani.
—Más o menos… —responde el número 10 riendo entre dientes.
Después de pasar por delante del Palazzo Montecitorio, sede de la Cámara de los Diputados, los Cebolletas llegan a la Fontana de Trevi, uno de los rincones más famosos de Roma. La fuente está llena a rebosar de turistas haciendo fotos y, sobre todo, repitiendo el mismo rito: lanzar una moneda a la pila que hay a los pies de la estatua de Neptuno, que conduce una carroza arrastrada por caballos de mar. La fuente se llama así porque está en el cruce de tres caminos: «tres vías» o trevi.
—¿Es verdad que si uno lanza una moneda a la Fontana de Trevi puede estar seguro de que volverá a Roma? —pregunta Tomi.
—Es lo que dice la leyenda —explica Nico—. Pero hay que arrojarla de espaldas a la fuente y por encima de los hombros.
El capitán rebusca en sus bolsillos, encuentra dos monedas, da una a Eva, toma a la bailarina de la mano y la acerca a la fuente. Se dan la vuelta y cuentan juntos:
—¡Uno, dos y tres!
Y lanzan las monedas de espaldas al agua.
—Vale, así estamos seguros de que volverás de China y nos reencontraremos en Roma —dice Tomi, sonriendo a Eva.
También Fidu rebusca en sus bolsillos.
—A mí, más que una moneda, me gustaría tener un imán. Lo echo al agua atado a un cordel y me hago rico…
—Lo siento —rebate Nico—. ¡El imán no atrae las nuevas monedas de euro! En cambio, las antiguas pesetas sí. Y las liras. Había un tipo que las pescaba por la noche, lo llamaban D’Artagnan. Al final lo arrestaron. Ahora el dinero de la Fontana de Trevi se recoge y se usa con fines caritativos.
—Como si no hubiera dicho nada —se rinde Fidu, al tiempo que se acaricia la barriga—. ¿No tenéis algo de hambre?
—Aguanta, Fidu —le anima el número 10—. Te enseño la escalinata más famosa de Roma y luego podrás darte un atracón.
Con el cucharón en la mano y siguiendo el recorrido dibujado sobre el mapa, Nico guía al grupo hasta el Palazzo del Quirinale, donde vive el presidente de la República, y desde ahí van a la plaza de España, con su famosa escalinata de la Trinità dei Monti, lugar de encuentro de jóvenes llegados de todos los rincones del mundo, que se dan cita ahí para conocerse.
—Es un escenario verdaderamente fascinante —exclama la señora Sofía—. Por algo a lo largo de esta escalinata se organizan desfiles de moda en verano.
—Sí, con unas modelos de vértigo… —suspira Armando.
—¿Por qué? ¿Acaso crees que nosotras no estaríamos a su altura? —salta la señora Sofía—. ¡Lucía, Daniela, Ana, Eva, Sara y Lara, seguidme!
La mujer de Gaston Champignon, que va tocada con un gran sombrero con flores y luce unas grandes gafas de sol, sube la escalinata de Trinità dei Monti y comienza a bajar los escalones con gran elegancia, pirueteando sobre sí misma como hacen las modelos, seguida por las madres de los Cebolletas, Eva y las gemelas.
Los chicos y los turistas sentados en la escalinata aplauden divertidos ese desfile improvisado.
—Superbe! —grita Gaston Champignon batiendo palmas.
Armando tiene que reconocer que son mucho mejores que las modelos profesionales.
El largo paseo ha dejado hambriento a todo el grupo de vacaciones organizadas Cebolletas, no solo a Fidu… Todos disfrutan de la comida.
Tino, que está hojeando un diario romano, se queda de repente inmóvil con un trozo de bocadillo en la boca. Se lo traga de golpe y exclama:
—¡Mirad, chicos!
El titular de un artículo dice: «APARECEN HUESOS DE UN DEDO HUMANO EN EL COLISEO».
—¡Increíble! —salta Fidu—. ¡Podría ser el dedo de un antiguo gladiador! O de un antiguo cristiano devorado por un león, que se cepilló al pobre tipo y luego escupió algunos huesecillos.
—¡Nada de eso: es el dedo índice de Socorro, animal! —aclara Tino—. Ayer, mientras luchabas con él en el Coliseo, le arrancaste el dedo sin darte cuenta y se quedó ahí.
—¿Qué más dice el artículo? —pregunta Tomi.
—Que van a llevar los huesos a la Universidad de Roma para estudiarlos —contesta Tino.
—Iré a la universidad con Socorro —propone Augusto—. Cuando examinen a nuestra mascota descubrirán enseguida si se trata del dedo que hemos perdido.