Sábado.
Las gemelas se presentan en el comedor a desayunar con gafas de sol, una bolsa en bandolera, camiseta blanca, minifalda de flores y sandalias de cuero.
—Van vestidas para ir de compras —bromea Tomi.
—Arrollarán las tiendas como hacen con los delanteros… —comenta Fidu, que está extendiendo mantequilla sobre su cuarta tostada.
—Eva y nosotras nos vamos con la señora Sofía a visitar Campo de’ Fiori y otros mercados al aire libre —anuncia Sara.
—¿Tendréis bastante con el Cebojet para transportar todas vuestras compras? —pregunta Armando.
—Qué gracioso… —comenta Lara—. Solo vamos a buscar algunos regalitos para los amigos.
—No olvidéis que esta tarde jugamos la semifinal —avisa Tomi.
—Tranquilo, capitán —responde Sara—. Volvemos a primera hora de la tarde, así tendremos tiempo para descansar.
El programa de hoy prevé la mañana libre.
Nico ha intentado convencer a sus compañeros de que no pueden viajar a Roma y no visitar los Museos Vaticanos.
—¡Hay que ver por lo menos la Capilla Sixtina! Estoy seguro de que os quedaréis de piedra —ha insistido el número 10—. Los frescos de Miguel Ángel son un auténtico espectáculo. Seguro que conocéis el de la Creación de Adán: tengo un póster en mi cuarto, ¿os acordáis? Dios alarga un brazo y transmite así la vida a Adán. ¡Una obra maestra! ¡Y ahora podemos ver el original! Como con Totti, ¡podemos pasar del póster al jugador real!
Solo Becan y Pavel han aceptado la propuesta de Nico y, con el grupo de los padres, se han ido a visitar las espléndidas obras de los Museos Vaticanos.
Los demás jugadores de los Cebolletas, guiados por Gaston y Augusto, se concederán un paseo relajado por los jardines de Villa Borghese, el parque más famoso de la capital. Los chicos suben a sus habitaciones a prepararse.
Tomi entra en la suya y ve a Tino inclinado sobre una hoja de papel, así que va corriendo a avisar a Fidu y a Dani:
—¡Chicos, he descubierto al misterioso Pasquino!
Los tres Cebolletas entran en la habitación de Tomi y sorprenden al pequeño periodista, que se levanta de golpe, aferra su hoja al vuelo y la oculta a la espalda.
—¡Así que tú eres el gracioso que nos toma el pelo cuando cometemos errores en los partidos! —exclama Fidu.
—Se nos tenía que haber ocurrido —comenta Dani—. Al fin y al cabo, se pasa el año haciéndolo en el MatuTino.
—Os equivocáis… ¡No soy Pasquino! —se defiende Tino.
—Enséñanos entonces lo que estabas escribiendo… —propone Tomi.
—¡No, es algo privado! —rebate el aspirante a periodista.
—Veámoslo enseguida —decide el capitán, que con una mirada pone en movimiento a Fidu.
El portero inmoviliza a Tino, y Tomi le arranca la hoja de la mano.
La lee por encima a toda prisa y luego exclama con cara de asombro:
—¡Pero si es una entrevista a Totti! Has escrito todo lo que nos dijo el otro día…
—Dime la verdad —le apremia Dani—, ¿a que quieres entregar este artículo a un periódico?
—¡Claro que sí! —salta Tino—. ¡Tengo una gran exclusiva y merezco ver mi firma estampada en un periódico!
—¡Pero le diste tu palabra a Francesco de que no se lo ibas a contar a nadie! ¡Incluso te pusiste la mano en el corazón! —rebate Fidu.
—¡Ya lo sé, pero es una gran ocasión para mí! Quiero ser periodista —explica Tino—. ¿Vosotros renunciaríais a jugar en un estadio de primera división?
—¡Por supuesto! —responde Tomi—. De hecho, yo renuncié a jugar el derbi en el Bernabéu porque mis amigos de los Cebolletas me necesitaban.
—Tú, en cambio, traicionas a tus amigos —continúa Dani—. Totti nos ha dejado entrar en Trigoria y nos ha regalado una vaselina y tú vas a airear un secreto que podría crearle problemas con su club y sus hinchas. Felicidades… ¡No dejaremos que nos vuelvas a entrevistar para tu MatuTino!
Tomi hace una bola con la hoja, la tira al cesto y sale de la habitación seguido por Fidu y Dani.
Tino levanta los hombros y dice:
—No entiendo nada…
Recupera su hoja, la desdobla, coge la tarjeta de visita de Ubaldo y el teléfono y se mira al espejo. Pero ya no está tan seguro de que la imagen que ve reflejada esté de acuerdo con él.
Mientras los Cebolletas pasean por las alamedas de Villa Borghese, suena el móvil de Champignon.
—Ojalá sean los de la universidad donde se ha perdido Socorro —dice Augusto, cruzando los dedos.
Pero no es así, por desgracia. Del esqueleto todavía no hay ni rastro.
—Era la organización del torneo —explica el cocinero-entrenador—. Han adelantado nuestro partido a las tres de la tarde. Lo mejor será que volvamos enseguida al hotel. Yo avisaré a las gemelas. Tú, Augusto, llama a los padres de Nico.
Gaston Champignon telefonea a su mujer, Sofía, y le pide que se ponga Sara, quien lo escucha, se despide y luego explica con una sonrisa:
—Era ese pesado de Benja, que ha tratado de gastarnos una nueva broma.
—¿El chico que imitó la voz de mi marido en el autobús? —pregunta la señora Sofía.
—Exacto —contesta Sara—. Como ve, sabe imitarlo a la perfección. Quiere que volvamos inmediatamente al hotel porque, en lugar de jugar esta tarde a las seis. Quiere hacernos creer que han adelantado nuestro partido a las tres. Pero esta vez no vamos a picar… ¡No nos aguarán el paseo!
—¡Bien dicho, Sara! —aprueba la señora Sofía—. Es más, ¿sabes lo que voy a hacer? Voy a apagar mi móvil un par de horas, así nos aseguramos de que nadie nos moleste…
Las tres chicas sonríen y siguen a la mujer de Champignon entre los puestos coloridos de la plaza de Campo de’ Fiori.
A las dos, delante del Cebojet, listo para salir hacia el lugar del encuentro, Gaston Champignon consulta su reloj y se acaricia el bigote por el extremo izquierdo, como cuando está preocupado:
—¿Qué habrá pasado con mi mujer y las chicas? No entiendo por qué Sofía lleva el móvil apagado. Con lo puntual que es ella, además…
—Se habrá quedado sin batería —aventura Augusto—. Y se habrán encontrado con mucho tráfico. En Roma es tan caótico como en Madrid.
—Sea como sea, aquí no podemos hacer nada —concluye el cocinero-entrenador—. Vayámonos y que las gemelas vengan luego en taxi. Yo seguiré llamando a Sofía…
Cuando entran en el terreno de juego todavía no tienen noticias de Sara y Lara.
Tomi está muy nervioso.
—Lo sabía. Cuando Eva y las gemelas se ponen a hacer compras, se les va de la cabeza el reloj y el mundo entero.
Gaston Champignon intenta disimular su inquietud, para no preocupar a los chicos, y anuncia la alineación:
—Fidu en la portería. En defensa jugarán Pavel e Ígor, Nico de mediocampista, Becan y João por las bandas y Tomi en la delantera. Dani está listo para sustituir a quien lo necesite.
El saque inicial corresponde a los Germogli di Cagliari, que visten una camiseta rojiazul.
El número 8 cede el balón al 11, el Capitán Trueno, un chaval de pelos negros y tiesos como alfileres, que dispara directamente a puerta. Un derechazo aterrador, que rebota contra el larguero de Fidu como un martillazo.
El portero esconde la cabeza entre los hombros con una mueca de preocupación.
—Pues sí que empezamos bien…
El problema para los Cebolletas es que los gemelos son delanteros y dejan demasiado espacio al Capitán Trueno, algo que Sara y Lara no habrían hecho.
Fidu se desgañita:
—¡Más cerca! ¡Marcadlo más de cerca!
El número 4, un chiquillo tan pequeño que lleva los calzones casi pegados a las medias, envía pases de una precisión milimétrica a su delantero. Y el Capitán Trueno aprovecha la enésima cesión.