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Sábado.

¿Notas algo especial en el lateral del Cebojet?

Fíjate bien…

¡Pues claro! ¡El emblema del campeón!

Un escudo blanco con un oso y un madroño en medio, como el que simboliza la ciudad de Madrid. Sara y Lara, las artistas del equipo, lo han pintado en el autobús después del triunfo de los Cebolletas en la gran final del campeonato. El próximo año, el equipo jugará con un escudo parecido en sus camisetas. Y a lo mejor lucirá otro, además…

Y es que, después de ganar el campeonato de Madrid, los Cebolletas apalabraron un viaje a Italia, donde les han invitado a participar en un torneo de equipos locales. En total intervendrán veinte equipos que han ganado las ligas de sus respectivas ciudades. Una pequeña Liga de Campeones para equipos de siete jugadores.

Por eso, el Cebojet, conducido por Augusto, vuela por la autopista con su carga de Cebolletas y alegría…

Además de los jugadores, que se han instalado como siempre al fondo del autobús, también viajan a Roma casi todos los padres de estos, la señora Sofía, el esqueleto Socorro, el periodista Tino, listo para sacar fotos y recoger apuntes para la edición especial del MatuTino, y Eva, que va sentada al lado del capitán, por supuesto.

—¿No te parece que Augusto corre demasiado? —pregunta Tomi, mirando Port Bou a lo lejos.

—A lo mejor te lo parece porque vamos bajando —responde la bailarina.

—O a lo mejor es solo miedo de que el viaje acabe demasiado pronto, porque cuando volvamos de Roma tendrás que irte a China… —rebate el capitán.

Eva le dedica una sonrisa de lo más dulce.

Después de dejar atrás Port Bou, Augusto pone el intermitente y entra en una zona de servicio. Es hora de comer.

Mientras los padres preparan las mesitas de camping y sacan del autobús las cestas y las neveras portátiles con los bocadillos, la fruta y los postres preparados por Gaston Champignon, el cocinero-entrenador reúne a sus pupilos, que visten el chándal blanco oficial del equipo.

—Es un viaje largo —les explica—, así que lo mejor será descontraer un poco los músculos de las piernas con algunos estiramientos. No olvidemos que mañana disputaremos ya el primer partido.

Tomi inclina el pecho, aferra su tobillo derecho con ambas manos y aguanta unos segundos en esa postura, sin doblar la rodilla, y luego hace lo mismo con la pierna izquierda.

Los Cebolletas, distribuidos delante de él, lo imitan y repiten todos los ejercicios.

—¡Ya vale! —exclama Gaston Champignon—. Ahora poneos en fila delante de mí.

El entrenador lanza un balón y todos se lo devuelven al vuelo antes de ponerse a la cola de la fila. Un pequeño entrenamiento acelerado, útil para descontraer piernas y pies.

—Ahora id a lavaros las manos y sentémonos a las mesas —ordena Gaston Champignon.

—¡Ya iba siendo hora! ¡A mí los estiramientos siempre me dan hambre! —exclama Fidu acariciándose la barriga.

—Me gustaría saber si hay algo que no te dé hambre… —comenta Sara.

Cuando el autobús deja el área de servicio y vuelve a la autopista para el último tramo del viaje, el más largo, Gaston Champignon toma el micrófono y hace una pregunta inesperada, que va a quedar flotando en el aire durante todas las vacaciones romanas. Una pregunta que estalla en el Cebojet como el cohete de unos fuegos artificiales y deja a todos los chavales pensativos:

—Cebolletas, la temporada próxima, ¿queréis disputar un campeonato contra equipos de once jugadores?

Los chicos se quedan atónitos. Nadie sabe qué responder.

—Hemos disputado dos campeonatos con equipos de siete jugadores y hemos aprendido un montón —continúa Champignon—. Jugar partidos de once contra once sería una experiencia nueva y las experiencias nuevas siempre enseñan algo.

—Pero cuando jugamos siete estamos seguros de que somos buenos o, más bien, los mejores —replica Fidu—. ¿Quién nos dice que ocurriría lo mismo si fuéramos once? A lo mejor no volvemos a ganar un partido.

—¿Ya te has olvidado de nuestro lema? —le regaña Nico—. ¡El que se divierte siempre gana! Da igual que seamos siete u once, porque seguiremos juntos y nos divertiremos pase lo que pase.

Gaston Champignon se atusa el bigote por el extremo derecho: la respuesta de su número 10 le ha gustado mucho.

—No os habéis dado cuenta de un pequeño detalle —interviene Sara—. Somos diez y, aunque no soy un genio en matemáticas, me parece que con diez jugadores no se puede formar un equipo de once…

—Ese no es un problema demasiado grave —rebate Tomi—. Jugadores hay por todas partes. Por ejemplo, Aquiles estaría encantado de entrar en el equipo, y estoy seguro de que también Julio dejaría el Real Madrid para jugar con nosotros en un equipo de once.

—A lo mejor alguna jugadora del Rosa Shocking se vendría con nosotros —aventura Lara.

—Un momento, que quiero dar mi opinión —anuncia João—. Prefiero los partidos con siete jugadores. En los campos grandes los extremos corren como liebres y, cuando consiguen tirar a puerta, si es que lo consiguen, llevan la lengua colgando… El campito de la parroquia es mucho mejor. ¡Con dos pasos me planto ante la portería y marco gol! Yo, cuanto más tiro a puerta, más me divierto.

—¡Pero no te puedes pasar la vida jugando al fútbol en la parroquia! —rebate Becan—. El fútbol de verdad se juega en campo grande. ¡En el Bernabéu o en el Camp Nou nunca han jugado siete contra siete! Tarde o temprano tendremos que probar. Yo también soy extremo, pero un lateral no puede limitarse a driblar y tirar a puerta, también debe tener fuerza y resistencia.

Gaston Champignon recupera el micrófono.

—Un momento, chicos. No tenéis que decidir ahora. Hagamos lo siguiente: os dejo toda la semana para que lo penséis. Discutid, hablad y reflexionad bien. Durante el viaje de vuelta pasaré por el pasillo con una olla, como hicimos al aceptar a Pedro en el equipo, y todos iréis metiendo dentro una papeleta con vuestro voto. Se decidirá por mayoría si nuestro próximo campeonato lo disputaremos con un equipo de siete o de once jugadores, ¿de acuerdo? Pues, ahora, ¡música, damas y caballeros!

El cocinero-entrenador sube el volumen de la radio y le «choca la cebolla» a Augusto, que va tocado con la gorra de chófer blanca y el escudo con la cebollita amarilla encima.

Durante el último tramo del trayecto no se habla de otra cosa en la parte trasera del Cebojet. Los Cebolletas discuten apasionadamente sobre las ventajas y desventajas del fútbol entre siete y entre once. Todos sueltan la suya y las voces se solapan. Nadie se ha dado cuenta de que el autobús ha entrado en la ciudad de destino hasta que Nico, con la nariz pegada a la ventana, pone unos ojos como platos ante la silueta del Coliseo y anuncia:

—¡Eh, chicos, estamos en Roma!

El hotel donde se alojan los Cebolletas se encuentra en la zona de los Foros Imperiales, una de las más interesantes desde el punto de vista arqueológico.

Se llama hotel Pasillo de los Foros, un nombre que no entusiasma en absoluto a Fidu, que, al entrar con su bolsa al hombro, comenta:

—Habría preferido dormir en el hotel «La Muralla» o «La Barrera», a los porteros no nos gustan los pasillos…

Nico, en cambio, está encantado con las vistas que tiene su habitación. Observa las ruinas que se divisan desde la ventana y exclama:

—¡Parece que nos asomemos a la Roma antigua! ¿No es maravilloso?

Fidu, que comparte la habitación con el número 10, mira y no ve nada especialmente emocionante.

—Yo preferiría estar delante de una pastelería, el viaje me ha dejado hambriento…

Eva, Sara y Lara ocupan una de las dos habitaciones de tres camas. En la otra se instalan Tomi, João y Tino. Becan, Dani, Pavel e Ígor comparten una habitación con dos literas.

Los Cebolletas deshacen su equipaje, ordenan sus cosas y descansan un poco. Tienen una cita un poco antes de las diez de la noche, para que Augusto los conduzca al sorteo del torneo.

Poco después de las siete y media suena el teléfono en la habitación de las chicas. Responde Sara, que cuelga enseguida y explica a su gemela:

—Era Dani. Ha dicho que el sorteo se ha aplazado hasta mañana y que Champignon ha decidido organizar ahora un entrenamiento en la piscina del hotel. Tenemos que bajar enseguida con un traje de baño y un albornoz.

—¡Estupendo! —exclama Eva—. ¡Yo también me entrenaré en el agua con vosotros!

Diez minutos después, las tres chicas bajan al vestíbulo del hotel y se encuentran a los demás componentes de los Cebolletas vestidos con su elegante chándal de los partidos a domicilio.

—¿Así es como pensáis ir al sorteo? —pregunta Nico riendo.

—Os recuerdo que no es un torneo de waterpolo… —comenta Tomi con una sonrisa irónica.

Sara, a la que tanta guasa no divierte en absoluto, señala con el dedo a Dani:

—¡Ha sido él quien nos ha dicho que bajáramos con el bañador y el albornoz puestos!

Dani Espárrago extiende los brazos.

—Un momento, ya sé qué ha pasado… Ha sido mi primo Benja.

El comodín de los Cebolletas echa un vistazo a su alrededor, señala una columna con la mano y ordena:

—¡Ven aquí enseguida!

De detrás de la columna aparece un chiquillo con un casco de rizos negros y una sonrisa astuta.

—Os presento a mi primo Benja —explica Dani—, el número 10 de los Turchino Napoli, que participa en el torneo. Además de tener un buen regate, su gran especialidad es imitar voces…

—Y, como habéis visto —exclama Benja—, ¡la de mi primo la imito a la perfección!

Los Cebolletas sueltan una carcajada. Eva y las gemelas, que, con su albornoz, gorro y sandalias de baño, son el blanco de las miradas de los clientes del hotel, no parecen tan divertidas…

El sorteo del torneo tiene lugar a la hora prevista, es decir, las diez.

Después de dar la bienvenida a todos los equipos, reunidos en el salón de un elegante edificio del centro de la ciudad, el presidente de la organización explica la fórmula del torneo: