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Jueves.

Al sentarse a desayunar, Dani encuentra una hojita debajo de su taza. La lee y anuncia:

—Chicos, también a mí me han enviado un pasquín.

—¿Qué te han escrito? —pregunta Lara con curiosidad.

Dani se rasca la cabeza, un poco avergonzado, y luego lee: «Si lo que quieres es jugar con tu muñón, vuelve al baloncesto, tu gran armazón, ¡porque en el fútbol eres un melón!».

Los Cebolletas sueltan el trapo.

—Este Pasquino es realmente divertido… —se carcajea Fidu.

—Pues a mí no me hace ninguna gracia —comenta Dani—. Si hice la falta aquella fue por culpa del sol.

—De todas formas —observa Tomi—, eso demuestra que Pasquino es uno de nosotros, porque nos conoce bien y sabe que antes Dani jugaba al baloncesto.

En el comedor, cada uno de los Cebolletas se queda mirando a los demás para intentar descubrir por la mirada quién es.

La entrada de Augusto rompe el silencio.

—Chicos, tengo una noticia buena y otra mala —declara—. Los estudiosos de la universidad han confirmado que el dedo encontrado en el Coliseo es de Socorro, ¡así que volverá a tener entera su mano derecha!

—¡Estupendo! —exclaman los Cebolletas.

—¿Y la mala noticia? —inquiere Nico.

—Es que… Socorro ha desaparecido… —responde Augusto.

—¿Cómo que ha desaparecido? —pregunta enseguida Sara.

—No hay manera de dar con él —sigue el chófer—. A lo mejor algún empleado de limpieza lo ha colocado en otra habitación. Lo están buscando por todas partes, pero no aparece.

—¿Y si los de la limpieza lo han tirado a la basura por error? —pregunta Nico, preocupadísimo.

Los Cebolletas quedan abatidos ante esa posibilidad.

Socorro no es un simple esqueleto ni un amuleto, es un amigo que les acompaña desde hace dos años y que no se ha perdido un solo partido. Ni en Francia ni en Brasil. Ha sufrido con sus derrotas y se ha alegrado con sus victorias.

Augusto se ha dado cuenta enseguida de que la noticia ha disipado la alegría de los chavales y exclama:

—No creo que lo hayan tirado a la basura. En las universidades siempre reina la confusión. Les he dejado mi número de teléfono y estoy seguro de que, tarde o temprano, me llamarán para pedirme que lo vaya a buscar. Ahora, en marcha, Cebolletas, ¡el Cebojet está listo y Totti nos espera!

En el autobús que transporta a los Cebolletas a Trigoria, los chicos se ponen a discutir, como hacen todos los días, la propuesta de Champignon de pasar al campeonato de once jugadores. Hasta que Tino atrae su atención con una noticia bomba:

—El Real Madrid quiere a Francesco Totti.

El pequeño periodista cuenta su descubrimiento: los dos hombres misteriosos, la investigación en la recepción, Butragueño…

—¡Bravo, Tino! —lo felicita Eva—. ¡Eso sí que es una exclusiva!

—Creo que sí… —admite Tino, confuso ante las alabanzas—. Ahora me lo tiene que confirmar definitivamente Totti.

Trigoria, el centro deportivo donde entrena el Roma, es también el nombre de un pueblo tranquilo en plena campiña, a las puertas de la capital.

Algunos hinchas, con la camiseta roja y gualda, se aferran a las vallas y escudriñan el interior con atención, para ver si pasa Totti, su campeón favorito.

En la puerta de entrada no hay nadie.

—Y ahora, ¿cómo entramos? —pregunta João.

Tino ve a un hombre junto a la verja que lleva un bloc en la mano y comenta:

—Yo diría que ese tipo es periodista. Voy a pedirle que nos ayude.

Tino charla con el presunto periodista y vuelve con cara de satisfacción.

—¡Mi olfato es infalible! Se llama Massimo y es periodista de la Gazzetta dello Sport. Sigue siempre al Roma. Dice que hoy no pueden entrar ni la prensa ni los hinchas, pero le he dicho que nos había invitado Totti y ha prometido echarnos una mano.

En efecto, Massimo llama a un guardia que está en el interior del recinto y le explica la situación. El guardia habla un poco por su walkie-talkie, se acerca a la valla e indica a los Cebolletas que pasen.

—¡Muchas gracias, Massimo! —exclama Sara.

—Tengo dos gemelas que son como vosotras, ha sido un placer echaros una mano —responde el periodista con una sonrisa.

Los Cebolletas se instalan en una pequeña tribuna y observan el entrenamiento de Totti, que está corriendo cronometrado por su preparador físico.

Francesco advierte la presencia de los chicos y los saluda alzando el brazo.

Después de una serie de ejercicios y peloteos, les invita a entrar en el césped. Los Cebolletas se abalanzan sobre el campo como un enjambre de abejas y rodean al capitán del Roma.

—¡Hola, Francesco! —exclama enseguida Lara—. ¿Cómo te ha ido el entrenamiento?

—Bien, gracias —responde Totti—. La rodilla ya no me duele y poco a poco voy poniéndome en forma: ¡para el campeonato estaré hecho un toro!

—Los hinchas del Real Madrid se alegrarán… —comenta Tino.

Francesco se queda mirando al pequeño periodista con cara de asombro, mientras a los Cebolletas se les dibuja una sonrisa irónica.

—¿Qué tiene que ver el Real Madrid conmigo?

—Yo soy Tino y de mayor seré periodista —explica orgulloso Tino, y luego cuenta toda la historia de su exclusiva.

Al final Totti le contesta con una sonrisa:

—Si me prometes que no se lo dirás a nadie, te cuento cómo ha acabado la historia.

—¡Palabra de honor! —exclama el pequeño periodista, poniéndose una mano sobre el corazón.

—He dado las gracias a los señores del Real Madrid, que es un club muy prestigioso y me ha honrado con su propuesta —explica el futbolista—, pero les he contestado que me quedaré para siempre en el Roma. Mis seguidores han sufrido conmigo cuando me he hecho daño y han disfrutado cuando he ganado. Siempre me han apoyado y yo me siento parte de Roma, como el Coliseo… No me puedo ir. Además, a los romanos todavía les debo un gran regalo: ¡la Liga de Campeones!

—¿No la ha ganado nunca Roma? —pregunta João.

—No, una vez llegó a la final y la perdió —replica Francesco—. Era en 1984. Yo era un niño y lloré como una magdalena… Todavía llevo en el corazón aquella desilusión. Mi sueño es regalar a los niños romanos la Liga.

—Estoy seguro de que has tomado la decisión acertada —comenta Tomi—. El año pasado, yo dejé el equipo de mis amigos para ir a jugar precisamente con el Real Madrid. Y luego me volví atrás, porque comprendí que la amistad es mucho más reconfortante que las victorias…

Al concluir la conversación, los Cebolletas se reúnen delante de una portería junto a Totti, y Champignon les saca una foto de recuerdo.

Luego Francesco exclama:

—¡Quedaos ahí todos juntos, no os mováis!

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—¡Ha sido un tiro fabuloso! —aplauden entusiasmados los chavales.

—¡Es una vaselina dedicada especialmente a vosotros! ¡Lleváosla a Madrid!

—¿No tienes miedo de fallar cuando tiras penaltis de vaselina? —pregunta Tomi—. Hasta marcaste uno así en una final importantísima…

—No, no tengo miedo —explica el campeón—. Todo lo contrario: me divierto. Es mi tiro favorito. Cuando oigo una vocecita que me dice «Francesco, la vaselina», golpeo así el balón y estoy seguro de que entrará en la portería…

Al salir del centro deportivo, los Cebolletas se topan con Massimo, quien les pregunta:

—Bueno, ¿qué tal os ha ido?

—¡Maravillosamente bien! —responde Sara con entusiasmo—. La verdad es que Francesco es de lo más simpático. Y nos ha dicho que ya está bien. Nos ha asegurado que estará listo para el campeonato.

Junto a Massimo hay otro señor, alto y con gafas redondas, que se presenta:

—Hola, chicos, me llamo Ubaldo y también soy periodista. ¿Os ha dicho Totti algo más igual de interesante?

—Nada especial. Nos hemos sacado una foto juntos y nos ha deseado «mucha mierda» en nuestro torneo —responde Tomi.

—¿Solo eso? Si tenéis algo interesante que contar sobre Francesco, podría publicar vuestra foto y vuestros nombres en mi periódico —insiste Ubaldo.

La idea despierta el interés de Tino, que contesta:

—Sí, a lo mejor hay algo interesante…

Pero Sara le hace callar enseguida con una patadita en el tobillo y se despide:

—Nos tenemos que ir corriendo. Hoy jugamos un partido transcendental. ¡Adiós, Massimo, y gracias por tu ayuda!

Ubaldo alcanza a Tino cuando está a punto de subir al Cebojet y le da su tarjeta de visita.

—Si te acuerdas de algo interesante sobre Totti, ¡llámame y publicaré tu nombre en el periódico! ¿En qué hotel os alojáis?

El primer encuentro de la tarde lo disputan los Foligno Boys y los Scalini di Verona. Si ganan los veroneses, el segundo partido será casi inútil para los Cebolletas, porque, aunque batieran al Turchino Napoli, no podrían alcanzar de ninguna manera a los Scalini, que tendrían ocho puntos.

—Pero ¿por qué se llaman los Scalini di Verona? —pregunta Pavel—. En cuanto pienso en ese nombre me entra dolor de piernas.

—La escalera es el símbolo de Verona, de ahí el nombre de «scalini», o «escalones» —responde Nico—. La ciudad fue gobernada durante una época por una familia de nobles que se llamaba Della Scala.

Los Cebolletas asisten al partido sin hacerse demasiadas ilusiones: los Foligno Boys han perdido los tres encuentros anteriores y solo juegan seis, porque su crack, el número 9, se ha quedado sentado en el banquillo. Probablemente todavía le duele la rodilla.

A la mitad del primer tiempo, los Scalini di Verona ya van por delante por 2 a 0, gracias a un doblete del número 7, el de las botas amarillas.

—Adiós a la semifinal… —comenta Fidu, mientras le hinca el diente a un cucurucho con nata.

En el segundo tiempo, los Scalini no se toman siquiera la molestia de atacar. Se limitan a conservar la posesión del balón y defender el resultado. Cuando faltan diez minutos para el final, entra en el campo el número 9 de los Foligno Boys.

—Pero si está cojeando… —exclama João.

El delantero centro del equipo de Umbría se queda plantado al borde del área enemiga. Detiene con la izquierda la primera pelota que le llega y la dispara inmediatamente al fondo de la red: ¡2-1!

Golpea su segundo balón, de saque de esquina, con la sien. El esférico rebota en un poste y luego entra en la meta de los Scalini: ¡2-2!

Increíble…

Los chicos de Verona se lanzan rabiosamente al ataque, pero los aguerridos Foligno Boys defienden con un mérito incuestionable el que de momento es su primer punto del torneo.

—¡Todavía podemos clasificarnos! —saltan de alegría los Cebolletas en las gradas.

En efecto, los Scalini di Verona se han quedado con seis puntos, como los Talenti di Torino. Si los Cebolletas son capaces de derrotar al Turchino Napoli, empatarán con el equipo de Benja a siete puntos, pero gracias a haberles ganado, ¡serían los primeros de su grupo!

Tomi entra en el terreno de juego para felicitar al número 9 de los Foligno Boys, que se dirige al vestuario cojeando.

—¡Has jugado como los ángeles! Gracias, sin tus goles, ya estaríamos eliminados…

—Vosotros jugasteis con nosotros muy deportivamente —explica el número 9— y en el partido de hoy he intentado compensaros por ello. Aunque me dolía la pierna…

Mientras los Cebolletas se cambian en el vestuario, Gaston Champignon pregunta a sus pupilos:

—¿Habéis aprendido la lección? El juego limpio es como un bumerán: ¡vuelve hacia atrás! Los Foligno Boys nos han regalado la mitad de la clasificación. La otra nos la tendremos que ganar nosotros en el terreno de juego.

Las piernas de los cuatro canguros ya están desentumecidas. Champignon dispone una vez más de todos sus jugadores para el partido que decidirá el pase a la semifinal.

El cocinero-entrenador decide que en un principio descansen Tomi, Nico y Sara, que hasta el momento han jugado siempre. De esa forma, Becan y João recuperan sus puestos de extremos, Ígor se queda en el centro del campo y Pavel hará de delantero.

Si la ausencia de los cuatro canguros ha frenado el avance de su equipo, su regreso lo hace volar, porque Becan, João, Pavel e Ígor, después de dos días de reposo, están más frescos que sus adversarios y tienen unas ganas tremendas de que les perdonen sus compañeros.

Por las bandas no hay quien detenga a Becan y a João. El extremo derecho da un pase a Pavel, quien marca de cabeza, y el extremo izquierdo marca el 2 a 0 con un gran disparo cruzado, después de un regate imparable.

Nico y Tomi dan enormes botes de alegría en el banquillo. Feliz, Gaston Champignon se atusa el bigote por el lado derecho.

—Si estos son los resultados, mañana os llevo a todos a saltar a Trinità dei Monti.

Pero todo está todavía en el aire, ya que el partido aún no ha acabado. El Turchino Napoli tiene problemas en la defensa, sin duda, pero de medio campo para arriba tiene una garra que da miedo. Todos son jugadores de un gran nivel técnico, que avanzan con pases cortos y vertiginosos. Benja, el capitán y número 10, está siempre en el centro de todas las jugadas del partido y cada vez es más peligroso.