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Viernes.

El Cebojet se dirige hacia el mar en un espléndido día de sol.

La fase de clasificación ha terminado: mañana se disputarán las semifinales y pasado mañana la gran final del torneo. Hoy es día de descanso para los cuatro equipos que siguen en competición.

Los Cebolletas lo aprovechan para concederse una jornada de relax en la playa, en el Lido de Ostia, que está a unos pocos kilómetros de la capital.

Nico ha intentado colar en la excursión una pequeña visita cultural, pero sin éxito…

—Ostia fue en un tiempo el gran puerto de Roma, construido en la desembocadura del Tíber. De hecho, el nombre de Ostia deriva de la palabra «hoz» —les ha explicado el número 10—. Hay ruinas de lo más interesantes, podríamos ir a visitarlas…

—Las únicas excavaciones que quiero ver hoy —ha replicado Fidu— son los pozos que haré en la arena. Hoy nada de escuela, solo playa.

Nico se ha rendido. En los próximos días guiará a su grupo de vacaciones organizadas Cebolletas al Vaticano, y no quiere abusar de sus explicaciones históricas. Además, sabe que, después de cuatro jornadas muy disputadas, su equipo necesita relajarse y divertirse.

Dani ha invitado a la excursión a Ostia a su primo Benja, que ha sido un adversario irreductible en el último partido, ha marcado dos goles y ha dado muestras de una gran deportividad al admitir que había metido con la mano el gol que habría podido eliminar a los Cebolletas. Un tipo simpático como el número 10 del Turchino Napoli es lo que hace falta para una jornada despreocupada en la playa…

La primera broma la ha gastado antes incluso de que el Cebojet saliera de Roma.

Benja se ha sentado detrás de la señora Sofía e, imitando la voz de Champignon, ha comentado:

Superbe! Esa chica rubia es realmente preciosa, me casaría encantado con ella.

—¡Gaston! —exclama la señora Sofía, dándose la vuelta de golpe y encontrando al número 10 del Turchino Napoli con su sonrisa astuta en lugar de su marido. Y se echa a reír, como los demás…

El grupo de vacaciones organizadas Cebolletas se tumba plácidamente al sol de Ostia.

Los chicos hablan del partido que les espera mañana, contra los Germogli di Cagliari. En la otra semifinal se enfrentarán los TaorMini di Catania contra los Lupacchiotti di Roma, el equipo favorito de Totti.

—Los chicos de Cagliari están en plena forma —advierte Benja—. Los he visto jugar. Su número 11 tiene una pierna derecha que da miedo. Le ha atizado a un rival que estaba en la barrera y han tenido que sustituirlo.

—¡Madre mía! —exclama João—. Intentaré no colocarme en la barrera…

—Sus compañeros lo llaman Capitán Trueno —sigue Benja.

—Como al mítico héroe del cómic creado por Víctor Mora en 1957 —comenta Nico.

Tomi, que está leyendo la Gazzetta dello Sport, exclama:

—¡Mirad, hay un artículo de Massimo sobre Totti en el que habla de nosotros!: «El capitán del Roma ha recibido la visita de los Cebolletas, un simpático equipo de chicos madrileños».

—¡Qué maravilla! ¡Recortemos el artículo, enmarquémoslo y colguémoslo en la parroquia! —propone Nico.

—Pero no salen nuestros nombres —observa Tino—. Si le hubiéramos dicho algo más a Ubaldo los habría puesto en el periódico.

—¿Y qué le habrías dicho? —rebate Sara—. ¿Que el Real Madrid lo quería? Has prometido a Francesco que no se lo contarías a nadie. ¿Ya se te ha olvidado?

—Has dado tu palabra —le recuerda Tomi.

Tino sabe que sus compañeros tienen razón, pero le habría encantado ver su nombre impreso en una hoja de un diario de verdad, como les pasa a los periodistas que firman sus artículos.

A media mañana, Augusto vuelve a llamar a la universidad. Nada. Parece que Socorro se ha esfumado.

En la playa, los Cebolletas no hablan de él como de un esqueleto, sino como de un amigo que no ha podido apuntarse a la excursión.

—Socorro se lo habría pasado de muerte hoy —bromea Lara.

—¿Os acordáis de cómo flotaba sobre las olas de Río de Janeiro? —pregunta João.

—Sí —responde Dani—. Como dijo Armando, su especialidad es hacer el muerto.

—Además, si sé que Socorro está en las gradas, me siento más tranquilo —observa Nico.

Tomi no está de acuerdo.

—Yo también le he cogido cariño a nuestra mascota, pero nunca he creído en los amuletos.

—Pensad en algunas coincidencias —prosigue Nico—. Socorro ha perdido el dedo índice de la mano derecha, ¿y dónde se ha hecho daño Fidu?

—En el índice derecho —responde Becan.

—¿Con qué mano metió Sara el gol el propia puerta en el primer partido? ¿Con qué mano provocó Dani el penalti en el segundo? ¿Con qué mano metió Benja el gol que anularon? —pregunta el número 10—. ¿No os habíais fijado? Pues yo sí: ¡siempre con la mano derecha!

—¡No son más que coincidencias! —exclama Tomi—. ¿No has aprendido nada del libro de Napoleón en París? ¿Todavía crees en la magia?

—No creo en la magia —contesta Nico—, pero si Socorro vuelve a estar en las gradas durante la semifinal yo me sentiré más tranquilo.

Fidu se pone en pie y, después de echar un vistazo a sus amigos, concluye:

—Un tipo que dice semejantes tonterías merece un chapuzón.

El portero, Tomi, Becan y João agarran por las piernas y los brazos a Nico, que intenta en vano escapar.

—¡Un momento! ¡El agua está helada! ¡No sé nadar! ¡Tengo que hacer los deberes! —grita.

Pero sus compañeros no tienen piedad. Lo transportan hasta la orilla y lo lanzan al mar, después de contar: «¡Uno, dos, tres!».

Nico acaba entre las olas después de dibujar en el aire una vaselina, como si lo hubiera disparado Totti…

Por la tarde, Gaston Champignon organiza un divertido partido de frisbee. No quiere cansar a los chavales y tampoco quiere que jueguen con el balón por un día, así que inventa un juego como entrenamiento.

Forma dos equipos, crea dos puertas con cuatro chanclas en la arena y pita para indicar el inicio del juego. En lugar de balón, emplearán el frisbee, y marcará el que logre que pase entre las dos porterías defendidas por Fidu y Dani, pero los movimientos que tienen que hacer los chicos son los mismos que en un partido de fútbol.

Mira esta jugada…