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Éste es el verdadero arte de la manipulación y selección genética. El humano es por naturaleza un ser inteligente, pero también es violento, egoísta, lascivo e indisciplinado. Así que debemos movernos con mucho cuidado al suprimir los factores que conducen a la desobediencia sin destruir esa preciada capacidad para aplicar la inteligencia y la agresión.

—Hali Ke, investigador genético superior de Kamino.

Niner estaba trasladándose en su velamen cuando la explosión lo sacudió de improviso. Una blanca columna de fuego turbio se esparcía en el cielo nocturno por encima de las copas de los árboles. Sabía que aquello era intensamente brillante ya que el filtro visor de su casco se interpuso enseguida para evitar que sobrecargara su visión nocturna.

Incluso aunque sabía de qué cosa provenía, se descorazonó. Darman probablemente no lo había conseguido. Había desobedecido su orden. No había saltado cuando se lo ordenó.

Así que tal vez has perdido a un hermano. Tal vez no. De todos modos, perderás a dos más si no logras reunirlos rápidamente.

Niner trianguló la posición del choque y luego continuó empaquetando el paracaídas, recortando los tramos de cuerda antes de enterrarlo. Con una resistencia de ruptura de quinientos kilogramos, la cuerda estaba comprometida para resultar útil. Enrolló cada tramo en un “8” entre el pulgar y el meñique y metió la madeja en un bolsillo de su cinturón, luego se puso a buscar su paquete adicional.

No había caído lejos de su posición. La técnica de apertura a baja altitud funcionaba bien si lo que buscabas era exactitud. Niner encontró el paquete al linde de un campo, protegido por unos pequeños animales de pelaje oscuro que parecían fascinados por éste y roían la tira de suave forro sobre un costado. Dirigió el haz de luz para ahuyentarlos, pero se quedaron mirando fijamente el haz, irrumpiendo en un enojado parloteo y luego se lanzaron hacia él.

Era desconcertante, nada más. Sus pequeños dientes se cerraron impotentes sobre su armadura. Él se quedó quieto, evaluándolos, con su banco de datos pasando frente a sus ojos y diciéndole que eran gdans, y que estaban registrados como una especie alienígena no hostil. Todas las formas de vida no humanas que Niner había visto alguna vez en realidad, aparte de los kaminoanos y varios instructores, había sido en Geonosis y a través del teleobjetivo de su rifle. Era completamente dependiente de lo que inteligencia había apuntado en su base de datos… eso, o averiguar las cosas por su cuenta.

Todos los gdans salvo uno le consideraron incomible en un lapso de un minuto y desaparecieron entre la cosecha de media altura. La criatura restante se obsesionó por su bota izquierda, un tributo a su tenacidad, si no a su inteligencia. Aquellas botas estaban diseñadas para resistir toda agresión, desde el vacío profundo hasta el ácido y el metal fundido. El animalillo claramente creía en un objetivo superior.

Darman lo habría encontrado fascinante, estaba seguro. Era una pena perderle. Tenía todas las cualidades de un gran camarada.

—Vete —dijo Niner, dándole un empujón al animal con la culata de su rifle láser—. Tengo trabajo que hacer. Lárgate.

El gdan, con los dientes clavados a una abrazadera, miró hacia arriba y se encontró con sus ojos, o al menos eso parecía. Lo único que realmente podía llegar a ver era una tenue luz azul. Entonces se soltó y volvió corriendo hacia el campo, deteniéndose para mirarle por última vez antes de zambullirse dentro de un hoyo en la tierra con toda la gracia de un acróbata.

Niner sacó su datapad y calculó su posición. No había manera de usar el GPS sin que los neimoidianos le detectaran, pero al menos podría usar el cálculo basado en la última posición del rociador, cotejándolo con el terreno de su mapa. Era un antiquísimo estilo militar. Le agradaba. Tenía que ser capaz de hacer el trabajo cuando la tecnología no estaba presente, aunque eso significara usar nada más que una hoja trandoshana.

Si apuñalas a alguien en el corazón, puede que aún siga corriendo. Una vez vi a un hombre correr unos cien metros de aquel modo, gritando mientras lo hacía. Ve hacia el cuello, de esta manera. El sargento Skirata les había enseñado mucho sobre los cuchillos. Pon un poco de peso por detrás, hijo.

No obstante, la tecnología tenía su importancia. Una motojet habría venido bien, aunque hubieran pensado que ellos no la necesitarían. Se suponía que la infiltración iba a ser a cinco clics del objetivo.

No importa, pensó. De todos modos aquello solo lograría hacerme demasiado visible aquí fuera. El equipo ralentizaría su marcha hacia el punto de reunión preacordado, pero llegaría. Si Fi y Atin habían descendido a salvo, estarían dirigiéndose al RV[8] Alfa, también.

Comenzó a tabular, intentando hacer diez clics por hora, evitando caminos y campos abiertos. Al final tuvo que arrastrar el paquete adicional con tirantes como un trineo. El avance táctico de combate —tabular, como lo llamaba Skirata— significaba moverse entre seis y diez clics por hora con una carga de veinticinco kilos. «Pero eso es para hombres normales» —diría el instructor, como si los no clones fueran subnormales—. Ustedes son Comandos clon. Lo harán mejor porque son mejores.

Ahora Niner arrastraba casi tres veces aquella carga. No se sentía mejor después de todo. Decidió agregar un repulsor portátil a su nueva lista de equipo para cuando regresara.

La luna de Qiilura estaba en su nueva fase, y él estaba agradecido por eso. Con su armadura de un gris claro, se habría destacado como un faro en la noche. ¿No habían pensado los jefazos en esto, tampoco? Dejó a un lado la opinión atípicamente crítica sobre sus superiores y decidió que por alguna razón que él no conocía ellos lo había dispuesto así. Él tenía sus órdenes.

Aun así, se desvió hacia un río cercano marcado en el holomapa y se entretuvo lo suficiente para untar con fango tanto su armadura como su equipo. No había ninguna razón de tentar a su suerte.

A cuatrocientos metros del punto RV Alfa, aminoró la marcha, y no porque estuviera costándole trabajo la carga. Una aproximación silenciosa era lo indicado. Escondió el paquete que arrastraba profundamente entre la maleza y grabó su posición para recogerlo más tarde. Fi y Atin pudieron haber sido rastreados. Puede que no lo hubieran logrado después de todo. Siempre estaba la posibilidad de una emboscada. No, definitivamente no iba a arriesgarse.

Durante los últimos doscientos metros, se arrastró entre la maleza y avanzó a rastras.

Pero ellos estaban ahí, y solos.

Niner se encontró a sí mismo mirando hacia la lámpara del casco de Fi y supo que la mira infrarroja estaba centrada en una zona entre su máscara filtradora y el punto más alto de su placa pectoral. Era un punto vulnerable, si se lograba estar lo suficientemente cerca y se usaba el calibre adecuado. No muchos hostiles podían llegar a acercarse lo suficiente, por supuesto.

—Me has dado un susto, Sarge —dijo Fi, sosteniendo su rifle con cuidado y mirándole por sobre éste. Apagó su luz y se señaló la coraza de su pecho—. Grandes mentes, ¿eh?

La armadura de Fi tampoco estaba inmaculada. Niner no estaba seguro de qué se había untado sobre ella, pero alteraba su silueta bastante bien. Obviamente todos habían tenido la misma idea. Atin también estaba embadurnado con algo de un oscuro color mate.

—Forma, brillo, sombra, silueta, olor, sonido y movimiento —dijo Niner, repitiendo las reglas básicas del camuflaje. Si no fuera por la ausencia de Darman, habría encontrado aquella situación divertida. Lo intentó—. Lástima que no pudieran encontrar algo que empiece con S para completar el conjunto[9].

—Yo podría —dijo Atin—. ¿Algún contacto de Darman?

Se encontraban a cuarenta kilómetros del punto donde Niner había descendido.

—Vi la explosión. Fue el último en salir.

—Le viste saltar, entonces.

—No. Estaba recogiendo tantas municiones y armamento como pudiera salvar. —Niner sintió la necesidad de explicarse—. Me empujó por la escotilla antes. No debí haber dejado que eso ocurriera. Pero no le abandoné.

Atin se encogió de hombros.

—Así pues, ¿qué tenemos?

—Tenemos a un hermano desaparecido.

—Me refiero a qué recursos. Él cargaba con la mayoría de los detonadores.

—Sé a qué te refieres, y no quiero escucharlo. —Si él podía sentir preocupación, incluso pesar, por Darman, entonces ¿por qué Atin no podía? Pero no era el momento de empezar una discusión. Ahora tenían que mantenerse unidos. Una misión para cuatro hombres con sólo tres: sus chances de tener éxito ya se estaban viniendo a pique—. Ahora somos un escuadrón. Acostúmbrate.

Fi cortó el hilo. Parecía tener un talento natural para calmar las situaciones.

—Como sea, todo nuestro equipo está intacto. Aún podemos darles una buena paliza si tenemos que hacerlo.

¿Y a qué iban a darle una paliza, exactamente? Tenían un cacahuate de reconocimiento a gran altitud del edificio marcado, pero aún ninguna idea de si las paredes eran solo de bloques unidos con cemento o alineadas con placas de aleación antivibraciones. Podría haber solo treinta y tantos guardias peinando el perímetro, o cientos más guarnecidos en barracas subterráneas. Sin una inteligencia más fiable, no tenían modo alguno de saber cuánto equipo era el necesario para el trabajo.

Era una cuestión de agregar armamento en abundancia, solo para estar seguros. A Niner le gustaba estar seguro.

—¿Cuánto tiempo pasaremos buscándole? —preguntó Atin—. Ahora saben que tienen compañía. Esto no fue exactamente una infiltración silenciosa.

—POEs —contestó Niner. Procedimientos de Operación Estándar: así era como deberían hacerse las cosas; lo que se esperaba que los Comandos hicieran—. Nos dirigiremos a cada punto RV durante el tiempo que convenimos, y si él no aparece iremos a la zona de la explosión y veremos lo que ha quedado. Entonces decidiremos si le consideramos MIA[10] o no.

—Querrías que te buscáramos si fueras tú el desaparecido —dijo Fi a Atin—. Él no puede reportarse. No a ésta distancia. Es demasiado arriesgado.

—Yo no esperaría que comprometieran la operación por mí —dijo Atin, ácidamente claro.

—¡Está solo, por fierfek! Solo.

—Cierra la boca, ¿quieres? —dijo Niner. Lo mejor de los enlaces de ultra-corto-alcance era que podías mantenerte cerca y tener una acalorada discusión dentro de aquellos cascos, y nadie de afuera podría escucharte—. Buscarle no es sólo lo correcto, si no también lo sensato. Localicémosle y encontraremos su equipo. ¿Lo captan?

—Sí, Sarge —respondió Fi.

—Lo capto —dijo Atin—. Pero tiene que haber un punto en el cual le consideremos muerto.

—Sin un cadáver, puede que cuando Geonosis se congele —dijo Niner, aún enojado y sin saber por qué—. Hasta entonces, moveremos cielo y tierra para encontrarle, siempre y cuando eso no perjudique la operación. Ahora veamos si podemos remolcar este armamento entre algunos palos o algo por el estilo. Nunca lograremos mantener el paso ni por diez kilómetros si no encontramos un mejor modo de transportarlo.

En todo caso Niner ajustó el enlace de su casco para recibir largo alcance. No había peligro en escuchar. Si Darman estaba allá fuera, Niner no estaba planeando abandonarle.

* * *

Ayer el claro no había estado allí.

Etain caminó con cuidado a través de los arrasados arbolillos kuvara, siguiendo los pasos de Birhan en medio de un círculo de ennegrecido rastrojo. El aire olía a humo y a barq tostado.

Él estaba echando pestes a boca jarro. Ella no sabía mucho qiilurano, pero reconocía una maldición cuando la escuchaba.

—Esta es tú gente otra vez —dijo Birhan. Inspeccionó el campo, con las manos cubriéndose el sol que salía por el horizonte. Ahora que era de día, podrían ver la extensión del daño de la explosión de la noche anterior—. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué pasará con nuestro contrato?

No era una pregunta. Los neimoidianos no eran conocidos por ser comprensivos con la precaria existencia de las comunidades agrícolas que eran azotadas por un sinnúmero de desastres naturales. Pero esto no era cosa de la naturaleza.

La zona de desastre se expandía en un radio de quinientos metros y el cráter del centro tenía doce, o tal vez quince metros de ancho. Etain no sabía cuan profundo era aquello, pero un trandoshano y un ubese se encontraban de pie sobre el borde, mirando detenidamente hacia abajo, rifles en mano, como si estuvieran escudriñando el suelo. No se habían percatado ni de su presencia ni de la de Birhan. Ella debería parecer razonablemente famélica y desaliñada, lo bastante tosca para pasar por una jovencita de granja.

Probablemente ya era demasiado tarde para convencerles de que el cráter había sido causado por un fragmento de meteorito. Pero llegado a este punto Etain sabía tanto más como ellos.

—¿Por qué piensas que es mi gente? —preguntó.

—Es obvio —replicó Birhan agriamente—. He visto montones de deslizadores y cargueros y rociadores estrellarse. No dejan cráteres. Se deshacen y se queman, sí, pero no destrozan media campiña. Esto no es de éste planeta. Es militar. —Le dio una patada a unos cuantos tallos carbonizados y ennegrecidos—. ¿No puedes llevar tu lucha al planeta de algún otro? ¿No crees que ya tengo suficientes problemas?

Ella se preguntó por un segundo si él estaba considerando entregarla a los hombres de Hokan por unos créditos para compensar la pérdida del valioso barq. Actualmente era una boca adicional que alimentar cuando el dinero con el que él contaba se había esfumado en una bola de fuego junto a una buena parte de su cosecha. Iba siendo hora de encontrar otro lugar donde esconderse, y algún otro plan para sacar la información fuera de Qiilura.

Etain aún estaba con su atención fija en el chamuscado suelo cuando el ubese y el trandoshano se agitaron visiblemente y giraron para salir disparados hacia el camino de tierra al otro lado del campo. El ubese tenía una mano apretada al costado de su casco como si estuviese escuchando algo: un comunicador, probablemente. Lo que sea que la llamada haya sido, debió haber sido lo bastante urgente para hacerles salir corriendo. Lo que también confirmaba que esto no se trataba solo de un rociador Narsh haciendo un no-demasiado-frecuente aterrizaje de emergencia.

Etain esperó un momento más, entonces se acercó a echar un vistazo dentro del hoyo para ver qué era lo que los tenía tan concentrados.

Había sido una explosión monstruosa. Los lados del ennegrecido cráter estaban erosionados hasta quedar pulidos, y había restos por todas partes. Era un área de impacto enorme para una aeronave pequeña.

Dejó a Birhan y caminó por los alrededores inspeccionando el terreno como los hombres de Hokan habían hecho, no muy segura de qué era lo que buscaba. Casi había llegado al huerto de kuvaras cuando lo vio.

Los primeros rayos de sol iluminaron un mellado borde metálico de algún tipo encajado en la tierra, profundamente apisonado por la explosión. Etain se agachó, tan casualmente como podía, y removió la desmenuzada tierra con sus dedos. Le tomó pocos minutos sacar a la luz lo suficiente para comprender la forma, y unos pocos más para entender por qué los chamuscados colores le resultaban tan familiares. Estaba deformado, el metal carbonizado al momento de ser desgarrado por el terrible impacto, pero ella estaba muy segura de haber visto antes uno intacto.

Era la coraza de un droide astromecánico R5: una coraza con los emblemas de la República.

Ya vienen.

Sea quienes fueran, ella esperaba que estuvieran vivos.

* * *

Darman sabía que era arriesgado moverse de día, y el hecho de que su pierna derecha le hiciera gritar cada vez que apoyaba su peso sobre ella no ayudaba en absoluto.

Había pasado dos dolorosas horas cavando una depresión poco profunda en un matorral a unos cien metros de lo que parecía una carretera. Las raíces y las piedras le habían retrasado. Como también lo hizo la paliza que había recibido al golpear las copas de los árboles durante su aterrizaje. Pero ahora estaba atrincherado, y tendido sobre su vientre debajo de un entramado de ramas y hojas, vigilando la carretera, algunas veces con el teleobjetivo de su rifle, otras con el panel electrobinocular que descendía sobre su visor.

Al menos los animalillos que habían pululado sobre él en la noche habían desaparecido. Se había cansado de intentar ahuyentarlos. Habían explorado un rato su armadura y luego se habían alejado para vigilarle de lejos. Ahora que era de día, no había más ojitos brillantes observándole desde el matorral.

Tampoco estaba seguro de su posición. No había red GPS que pudiera usar sin ser localizado. Necesitaba moverse por los alrededores y hacer un reconocimiento si quería tener una oportunidad de cotejar las características del terreno con el holomapa.

Sabía que estaba mirando hacia el norte: el arco de pequeñas piedras alrededor de una fina rama que había fijado en el suelo marcaba el desplazamiento del sol, y le mostraba su línea este-oeste. Si su datapad había calculado la velocidad y la distancia correctamente, se encontraba entre cuarenta y cincuenta clics al nordeste del primer punto RV. Nunca lograría cubrir a tiempo esa distancia a pie, no con el armamento de más y no con su pierna en ese estado. Si arrastraba el paquete, dibujaría una bonita línea de Síganme a través de la vegetación.

Darman se acomodó sobre su espalda, quitó las placas de su pierna, y abrió su traje a la altura de la rodilla. Sentía como si se hubiera rasgado un músculo o un tendón en la articulación. Empapó nuevamente la venda provisoria con bacta y se volvió a ajustar la guardapierna y las placas antes de rodar otra vez a la posición anterior.

Ya iba siendo hora de que comiera algo, pero decidió que podría esperar un poco más.

Comprobó el camino de tierra con los retículos electromagnéticos del teleobjetivo de su DC-17. La primera vez que había usado el casco con la pantalla incorporada brillando tenuemente ante sus ojos, se había sentido abrumado y desorientado por la variedad de caracteres en su campo visual. El teleobjetivo de su rifle lo hacía aún más caótico. Luces, luces y más luces: era como mirar a la noche desde los ventanales de Ciudad Tipoca con las lámparas y las brillantes superficies del comedor por detrás… tantas imágenes superpuestas que no podías ver lo que había más allá del cristal a prueba de tormentas.

Pero con el tiempo —aquél tiempo comenzó la corta, desesperada mañana en la que los escuadrones Kilo y Delta se colocaron por primera vez el visualizador HUD mientras empleaban munición real— se acostumbró a usarlo. Aquellos quienes no se adaptaban rápidamente a utilizarlo no regresaban de los ejercicios. Aprendió a ver y más a no ver. Estaba alerta constantemente de toda la pantalla de estado que le mostraba cuando debía recargar sus armas, y si su traje estaba comprometido, y que pasaba a su alrededor.

Ahora estaba concentrado únicamente en mirar un brillante túnel bordeado por segmentos entrecruzados de un azul suave, con un área resaltada para mostrarle cuando tenía una óptima solución de disparo para su objetivo. La información sobre la distancia, medio ambiente, y la veintena de otras opciones aún seguían allí. Podría utilizarlos sin verlos deliberadamente. El veía sólo su objetivo.

El sonido de un suave murmullo le puso sobre aviso. Voces: venían desde su derecha. Luego se detuvieron.

Esperó. Al rato las voces se hicieron oír otra vez y dos weequays aparecieron en su campo de visión, demasiado sigilosos para su agrado. Miraban hacia los bordes del camino con una atención inusual. Uno se detuvo repentinamente y miró con detenimiento el terreno, aparentemente entusiasmado, si es que los gestos de su brazo eran alguna indicación.

Entonces alzó la vista y comenzó a caminar casi directamente hacia la posición de Darman. Sacó una pistola láser.

Posiblemente no pueda verme, pensó Darman. Hice todo según las reglas. Ningún reflejo, ningún sonido, ningún olor, nada.

Pero el weequay seguía acercándose, directo hacia el matorral. Se detuvo a unos diez metros de Darman y buscaba en los alrededores como si hubiera seguido algo y perdido el rastro. Entonces reanudó su marcha.

Darman casi había dejado de respirar. Su casco enmascaraba todo sonido, pero ciertamente él no lo creía. El weequay estaba ahora tan cerca que Darman podía oler su hedor distintivo y ver el detallado modelo de su arma —una KYD-21 con un cargador de hadrium— y que portaba un vibrocuchillo en su otra mano. Justo en ese momento Darman no podía incluso tragar.

Está bien estar asustado.

El weequay dio un paso al costado, mirando a la altura de su cintura como si ojeara libros en un estante de biblioteca.

Está bien estar asustado en tanto en cuanto…

El weequay ahora estaba justo sobre él, en cuclillas sobre su posición. Darman sentía las botas presionando las ramas que estaban sobre su espalda, y entonces la criatura miró hacia abajo y dijo algo que sonó como un gah.

… en tanto en cuanto lo utilices.

Darman dirigió su puño con fuerza bajo la mandíbula del weequay, incrustando su vibrocuchilla dentro de la garganta y girando su puño hacia un costado para cortar los vasos sanguíneos. Mantuvo aferrado con un brazo el peso muerto del empalado weequay, hasta que dejó de sacudirse. Luego Darman bajó su brazo, temblando por el esfuerzo, y dejó al cadáver rodar sobre el suelo tan silenciosamente como pudo.

—¿Qué encontraste? —gritó el otro weequay—. ¿Gar-Ul? ¿Gar?

Ninguna respuesta. Bien, aquí vamos. Darman apuntó su DC-17 y esperó.

El segundo weequay venía corriendo en línea recta hacia los matorrales, y hacer una cosa así era algo muy estúpido de su parte cuando no tenía ni idea de qué le había sucedido a su camarada. Habían estado molestando a los granjeros por demasiado tiempo; eran unos descuidados. Incluso cometió el error de soltar su pistola.

Darman tenía un tiro despejado a la cabeza y lo efectuó sin siquiera pensarlo. El weequay cayó, limpia y silenciosamente, y se desplomó, con hebras de humo elevándose de su cabeza.

—Oh, que inteligente —suspiró Darman, más para oír la seguridad de su propia voz que por alguna otra cosa. Ahora tendría que salir de su escondite y recuperar el cadáver. No podía dejarlo ahí como si fuese una tarjeta de visita. Esperó unos cuantos minutos, escuchando, y luego se levantó sobre su pierna lastimada para cojear a campo abierto.

Arrastró al weequay entre los matorrales, notando el olor a carne chamuscada. Ahora podía ver lo que el primer weequay había estado siguiendo: un amplio sendero de huellas de pequeños animales. Los curiosos gdans le habían delatado. Salió cojeando otra vez, mirando cuidadosamente, y borró las marcas del arrastre con una rama.

Sin residuos, sin búsqueda. Los weequays ahora no necesitarían las pistolas o los vibrocuchillos. Darman, con el pulso volviendo a la normalidad, registró los cuerpos por alguna otra cosa que pudiera serle útil, guardándose en el bolsillo tarjetas de datos y objetos de valor. No se sentía un ladrón; no tenía posesiones personales que no fueran propiedad del Gran Ejército, y no sentía necesidad de adquirir alguna. Pero había una posibilidad de que las tarjetas contuvieran información que pudiera ayudarle a alcanzar su objetivo, y las baratijas serían muy útiles si necesitaba comprar algo o sobornar a alguien.

Encontró un lugar conveniente donde ocultar los cadáveres. No tenía tiempo para enterrarlos, pero le alertó repentinamente un movimiento entre la maleza, movimiento animal, y poco a poco aparecieron unas pequeñas cabezas, olfateando el aire.

—Ustedes otra vez, ¿eh? —dijo Darman, aunque los gdans posiblemente no podrían escucharle más allá del casco—. Ya iba siendo hora de levantarse. —Enfilaron hacia delante y luego se agolparon a lo largo y ancho del weequay de la cabeza destrozada, arrancando pequeños trozos mientras se acomodaban sobre él como una peluda manta oscura de mordisqueante movimiento.

Darman no tendría que preocuparse de enterrar a nadie.

Un sonido líquido apenas perceptible le hizo girarse para mirar hacia el otro weequay. Darman tenía su rifle instantáneamente preparado. El weequay no estaba muerto, no exactamente. Por alguna razón, aquello trastornó a Darman más de lo que podría haber alguna vez imaginado.

Había matado muchas veces en Geonosis, destrozando droides con lanzagranadas y cañones a distancia, estimulado por el miedo y el instinto de vivir. Luchar para sobrevivir.

Pero esto era diferente. No era distante, y los restos de lucha no eran de metal. La sangre del weequay se había secado en un charco bajo su guante y la placa de su antebrazo derecho. Y él no había logrado un asesinato limpio. Eso estaba mal.

Había sido instruido para matar, matar y matar, pero a nadie se le había ocurrido enseñarle como se suponía que debía sentirse después. Sentía algo, y no estaba seguro de lo que era.

Pensaría en ello más tarde.

Apuntando su rifle, corrigió su error antes que el pequeño ejército de carnívoros pudiera moverse a su siguiente festín.