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NOTIFICACIÓN PARA LOS CIUDADANOS DE QIILURA
A Cualquiera que se le encuentre con personal de la República en sus tierras, sus bienes serán confiscados, y perderá su libertad. Ellos, su familia, y cualquier otra persona empleada por aquellos en cualquier actividad, serán entregados a los representantes trandoshanos en Teklet para la esclavitud. Cualquiera que ayude activamente o de refugio al personal de la República se enfrentará a la pena de muerte.
Se ofrece una recompensa a cualquier persona que proporcione información que conduzca a la captura del personal de la República o a desertores de la milicia y de las fuerzas armadas separatistas, en particular al Teniente Guta-Nay o Teniente Pir Cuvin.
—Por orden del Comandante Ghez Hokan, oficial al mando, de la guarnición de Teklet
Una ligera y fría llovizna comenzó a caer casi en cuanto salió el sol. Se sentía como si fuera Kamino, se sentía como en casa, y era a la vez reconfortante y desagradable.
La humedad formaba gotas en el manto de Darman, y él lo sacudía para quitarlas. La lana de merlie estaba llena de aceites naturales que la hacían sentir desagradablemente pegajosa sobre la piel. Tenía ganas de volver al traje negro, y no sólo por sus propiedades balísticas.
Etain estaba empujando la parte posterior del carro. Mientras que Darman tiraba de él, andando entre sus ejes dobles. Hubo momentos en que el camino estaba lleno de baches teniendo ella la peor parte, pero —como ella le decía— Jedi podrías convocar a la Fuerza.
—Yo podría ayudar —dijo él.
—Puedo manejarlo. —Su voz sonaba entre dientes como si estuviera esforzándose—. Si esto se trata de equipo ligero, prefiero no ver los de tipo regular.
—Quiero decir podría ayudar a tus habilidades marciales. Si quieres entrenar con tú sable de luz.
—Probablemente acabaría por cercenar algo que podrías extrañar después.
No, ella no era lo que él esperaba en absoluto. Siguieron caminando, tratando de verse maltrechos y rústicos, no siendo esto un desafío cuando tienes hambre, estas mojado y cansado. El camino de terracería estaba desierto: en esta época del año debería verse actividad desde la primera luz del día. Delante de ellos estaba la primera casa de seguridad, una cabaña de un piso cubierta por una mezcla de paja y láminas metálicas oxidadas.
—Voy a tocar —dijo Etain—. Probablemente correrán por sus vidas al verte por primera vez.
Darman lo tomó como una observación sensata más que un insulto. Se puso su capa hasta la boca y empujó la carreta fuera de la vista detrás de la cabaña, mirando a su alrededor lentamente y con cuidado, como si fuera casual su caminar por el campo. No había ventanas en la parte trasera, sólo una sencilla puerta y un camino de césped podado que conducía hasta un pozo con un aroma interesante y un tablón cruzándolo. No era un lugar ideal para una emboscada, pero no estaba tomando riesgos. Parado como estaba a campo abierto le hacía vulnerable.
No le gustaba esto en absoluto. Deseó poder fingir invisibilidad como el Sargento Skirata, un hombre bajo, enjuto, anodino y hasta pequeño que podría pasar completamente inadvertido, hasta que decidiera detenerse y luchar. Y Skirata podía luchar en una gran cantidad de formas que no estaban en el manual de capacitación. Darman, recordó todas ellas.
Presionó su propio codo en su costado para asegurarse de que su rifle estuviera a su alcance. Luego deslizó su mano bajo su manto y palpó una de las sondas de su cinturón.
Cuando llegó de nuevo al frente, Etain seguía golpeando en el dintel de la puerta. No hubo respuesta. Ella dio un paso atrás y parecía estar mirando a la puerta, como queriendo que se abriera.
—Se han ido —dijo—. No puedo sentir a nadie.
Darman se irguió y caminó de forma casual hacia la parte trasera de la casa.
—Déjame verificar en la forma habitual.
Le hizo señas para que lo siguiera. Una vez que rodearon la parte posterior, tomó una sonda y deslizó cuidadosamente el sensor plano en el hueco debajo de la puerta trasera. La lectura de la sección que mantenía sujeta indicaba que no había rastros de explosivos o agentes patógenos. Si el lugar era una trampa explosiva, sería de muy baja tecnología. Era hora de una verificación manual. Presionó la puerta con su mano izquierda, y en la derecha el rifle.
—Está vacía, —susurró Etain.
Preguntó: —¿Puedes sentir un cable de trampa que enviaría sobre ti una hilera oscilante de clavos metálicos?
—Buen punto.
La puerta se abrió lentamente. Nada. Darman tomó un remoto de su cinturón y lo arrojó al interior, tomando imágenes del interior con luz baja. No había movimiento. La habitación parecía despejada. Dejó que la puerta regresara, recogió el remoto, y se puso de espaldas a la entrada para una revisión final a su alrededor.
—Voy a entrar, mira de nuevo, luego me sigues si me escuchas decir dentro, dentro, dentro, ¿está bien? —Dijo, casi en voz baja. Sin mirarla a los ojos—. Sable de luz también listo.
Tan pronto como estuvo dentro, sacó su rifle, se puso derecho en una esquina, y escaneo la habitación. Seguro. De hecho muy seguro, los alimentos de la noche anterior todavía estaban a medio comer sobre la mesa. Había una sola puerta que parecía que no daba hacia el exterior. Una alacena, —un armario— probablemente una amenaza. Se colocó su rifle.
—Dentro, dentro, dentro —dijo Darman. Etain se deslizó y él le hizo un gesto hacia la esquina opuesta, y luego señaló: Yo, esa puerta, tú, puerta trasera. Etain asintió con la cabeza y sacó su sable de luz. Se acercó al armario y trató de levantar el seguro, pero no se abrió, por lo que dio dos pasos hacia atrás y puso duramente su bota sobre la puerta.
No la habían construido bien. La puerta se astilló y quedo colgando de una bisagra oxidada. Detrás de ella había un almacén. Ahora tenía sentido: en un país pobre, guardas bajo llave tus suministros alimenticios.
—Se fueron a toda prisa —dijo Darman.
—¿Traes puestas tus botas blindadas? —Dijo Etain.
—No hubiera pateado la puerta sin ellas. —Las había cubierto bien con costales desechos—. Sin botas, no hay soldado. Tan cierto como siempre lo ha sido. —Dio un paso a través de la brecha dentro de la alacena y estudio los estantes—. Estás aprendiendo la primera etapa en el aseguramiento de una casa.
—¿Qué es eso? —Etain pasó junto a él para alcanzar un contenedor metálico marcado como alimento-gavvy.
—¿Quién está vigilando la puerta? ¿Quién está cuidando nuestro equipo?
—Lo siento.
—No hay problema. Espero que nunca se te ocurra confiar en los sentidos Jedi que ustedes tienen. —En ese momento: ni siquiera había intentado llamarla Señora—. Si supiéramos por qué los ocupantes salieron con tanta prisa, este podría haber sido un buen lugar para descansar. Pero no lo haremos. Así que vamos a tomar algunas provisiones y seguiremos adelante.
Él tomó frutos secos y algo que parecía carne curtida, formulando una nota mental para examinar después todo con su kit de toxinas de su medpac. Fue muy amable de los lugareños dejar todo esto. Existían, por supuesto, todas las posibilidades de que hubieran huido despavoridos debido a la misma violencia que él había presenciado, mirando desde su punto de observación justo después de aterrizar.
Etain estaba llenando un par de botellas de agua de una bomba exterior.
—Tengo un filtro para eso —dijo Darman.
—¿Estás seguro de que no fueron entrenados por neimoidianos?
—Estas en territorio enemigo.
Ella sonrió con tristeza.
—No todos los soldados llevan uniformes.
Ella tenía que despabilarse. Tenía que hacerlo. La idea de que un Jedi pudiera no ser capaz de ofrecerle el liderazgo que le habían inculcado era casi insoportable. Las emociones de ellos no tenían nombre. Pero eran sentimientos de recuerdos incrustados en ellos… terminando una carrera de cincuenta kilómetros en treinta y dos segundos fuera del tiempo permitido, y hacerlos correr de nuevo, viendo a un soldado clon caer en un ejercicio de desembarco en una cabeza de playa, bajo el peso de su mochila y ahogándose, sin personal que tomara una pausa para ayudarlo; un comando francotirador, cuyo resultado fue sólo del 95 por ciento de aciertos, y posteriormente todo su lote despareció y nunca fueron vistos de nuevo.
Eran todas estas cosas las que le revolvían el estómago. Y cada vez que pasaba, nunca recuperaba el mismo nivel que antes.
—¿Estás bien? —Preguntó Etain—. ¿Es tu pierna?
—Mi pierna está bien ahora, gracias —dijo.
Darman quería que su confianza regresara de nuevo, y pronto.
Volvieron a ponerse en camino a lo largo de la terracería que gradualmente se licuaba en lodo, con la lluvia a sus espaldas. En el momento en que llegaron a la siguiente granja la lluvia parecía que duraría todo el día. Darman pensó en su escuadrón caminando a través del campo empapado, perfectamente secos con sus trajes sellados, y sonrió. Al menos esto haría más difícil para cualquier persona intentar rastrearlos.
Una mujer con mala cara similar a la de un gdan miraba desde el atrio de la granja. Era una edificación más grande que la anterior, no por mucho, pero las paredes eran de piedra y había un cobertizo a lo largo de uno de los costados. Etain se acercó a ella. Darman esperó, buscando, consiente de un refrescador exterior a la derecha que podría contener una amenaza, manteniendo vigilado a un grupo de jóvenes que jugaban con una máquina de rodillos de gran tamaño.
Todos parecían tan diferentes. Todo el mundo era muy diferente.
Después de una conversación, Etain le hizo señas e indicó el cobertizo. Hasta ahora, todo bien. Darman todavía no tenía intención de renunciar a su artillería. Metió la mano en el Barq para alcanzar su casco y desconectar el comunicador, por si acaso Niner intentaba contactarlo.
—¿Vas a venir? —Preguntó Etain.
—Sólo un momento. —Darman saco un cordel con micro-minas AP y lo arrastró por todo el frente de la casa hasta que el cable se extendió. Se puso a emitir una señal escondida y remota de la sección del transmisor del detonador en su cinturón. Etain le miró con una pregunta no formulada, perfectamente clara en su expresión—. En caso de que a alguien se le ocurra algo —dijo Darman.
—Ya has jugado este juego antes —dijo Etain.
Ciertamente lo había hecho. La primera cosa que había verificado cuando entró en la casa de campo, con una mano en su rifle, fue ubicar el mejor punto de observación. Se trataba de un ladrillo hueco perforado que le daba una buena vista del camino. Había una gran ventana en la pared del fondo con unas hojas de costales de color café amarradas a través de la ventana. Asegurado —pero sólo un poco— se sentó a la mesa que dominaba la sala.
La familia que los acogió consistía en la delgada mujer con cara de gdan, su hermana, su esposo aún más delgado, y seis jóvenes que iban desde un niño que sostenía un trozo de manta sucia hasta hombres casi adultos que trabajan afuera. No quisieron dar sus nombres. Ellos no querían una visita, les dijeron, como si la visita fuera mucho más de lo que parecía.
Darman estaba clavado a la silla. Estas personas eran seres humanos como él, y sin embargo todos ellos eran diferentes. Pero a pesar de esto tenían características similares —no las mismas, pero semejantes— a otros del grupo. Eran también de diferentes edades y tallas.
Había visto tal diversidad solo en los manuales de capacitación. Él sabía cómo se veían las diferentes especies. Sin embargo, las imágenes siempre venían a la mente con datos sobre las armas que llevaban y donde apuntar un tiro con la máxima potencia para detenerlos. Esta era la primera vez en su vida que estaba en contacto cercano con diversos seres humanos.
Para ellos, tal vez, él también parecía único.
Se sentaron alrededor de la mesa de tosca madera. Darman trató de no especular sobre lo que eran las manchas en la madera, ya que parecía sangre. Etain le dio un codazo. —Ellos cortan aquí los cadáveres de los merlies—, susurró, y se preguntó si ella podía leer su mente.
Él analizó el pan y la sopa colocado delante de él por las toxinas. Convencido de que eran seguros, se clavó en ellos. Después de un rato se dio cuenta de que la mujer y el niño lo estaban mirando. Cuando levantó la vista, el niño huyó.
—No le gustan mucho los soldados —dijo la mujer—. ¿La República viene a ayudarnos?
—No puedo responder a eso, Señora —dijo Darman. Lo que quiso decir era que él nunca discutía cuestiones operativas; respondía de forma automática durante un interrogatorio. Nunca digas solo si, nunca digas solo no, y no den ninguna información, excepto su número de identificación. Etain respondió por él, ya que era su prerrogativa como Comandante.
—¿Quieren ayuda de la República? —Preguntó.
—¿Son mejores que los neimies?
—Me gustaría pensar que sí.
La mesa quedó en silencio otra vez. Darman terminó su sopa. La política no tenía nada que ver con él, estaba más interesado en probar algo que tuviera sabor y textura. Si todo salía según lo previsto, en un par de semanas estaría muy lejos de aquí y en otra misión, y si no, estaría muerto. El futuro de Qiilura era realmente no relevante para él.
La mujer le sirvió sopa llenando nuevamente su plato hasta que se detuvo y, finalmente, se sintió satisfecho. Fue la primera comida caliente que había tenido en días, y se sentía bien; pequeñas ventajas para elevar la moral. Etain no parecía tan entusiasmada con esto. Se movía con cautela alrededor de cada porción con la cuchara, como si el líquido contuviera minas.
—Hay que conservar las fuerzas —dijo.
—Lo sé.
—Puedes tomar mi pan.
—Gracias.
Estaba tan tranquilo en la habitación que Darman podía escuchar el ritmo de la masticación de cada uno, y el roce tenue de los utensilios contra los platos. Podía escuchar el sonido lejano, sordo de merlies en los alrededores, un ruido intermitente de gárgaras. Pero no escuchó algo que Etain de repente si lo había oído.
Ella se levantó de golpe y volvió la cabeza hacia un lado con los ojos desenfocados.
—Alguien se acerca, y no es Jinart —dijo entre dientes.
Darman se despojó de su capa y sacó su rifle. La mujer y su familia brincaron de la mesa tan rápido que ésta se volteó a pesar de su peso, enviando los platos al suelo. Etain sacó su sable de luz cobrando vida con un resplandor. Ambos observaban la entrada, toda la familia revuelta se fue hacia la puerta trasera, haciendo una pausa la mujer para tomar un plato grande de metal y una bolsa de comida que estaba en un estante.
Darman apagó las luces y se asomó a través del orificio del ladrillo. Sin su visor, era completamente dependiente de su Deece para la visión de larga distancia. No podía ver nada. Contuvo el aliento y escuchó con atención.
Etain se acercó hacia él, señalando hacia la pared de fondo, indicando siete, con toda la mano y luego dos dedos.
—¿Dónde? —Susurró.
Ella marcaba algo en el piso de tierra. Vio cómo su dedo dibujaba las cuatro paredes y luego marcó un número de puntos fuera de ellas, la mayoría en torno a la dirección que había estado señalando, y un punto cerca de la puerta.
Ella puso sus labios tan cerca de su oído que le hizo saltar. —Seis allí, uno aquí—. Fue un suspiro, apenas audible.
Darman indicó la pared del fondo y señaló a sí mismo. Etain hizo un gesto hacia la puerta: —¿Mía?— Él asintió con la cabeza. Hizo un gesto de uno, dos, tres rápidamente con sus dedos y luego apuntó el pulgar hacia arriba: Voy a contar hasta tres. Ella asintió con la cabeza.
Quienquiera que estaba fuera no tocaría. Lo que no presagiaba nada bueno.
Cargó el lanzagranadas de su rifle y apuntó hacia el otro lado. Etain estaba en la puerta, con el sable de luz sobre su cabeza para aplicar un mandoble hacia abajo.
Darman esperaba que la agresividad triunfara sobre las dudas de sí misma.
Hizo un gesto con su mano izquierda, el rifle equilibrado en su diestra.
Uno, dos… Tres.
Disparó una granada. Estrellándose contra el saco que cubría la ventana abriendo un agujero en la pared, justo cuando disparaba la segunda. La explosión lo empujó hacia atrás y la puerta del frente se abrió de golpe mientras que Etain bajaba su sable de luz en un arco azul brillante.
Darman cambió su rifle a modo de ráfagas y volvió su vista hacia una figura, que era la de un umbarano que ya estaba muerto, cortado a través de la clavícula hasta el esternón.
—Dos —dijo Etain, señalando la ventana, o al menos donde segundos antes habían estado. Darman se lanzó hacia delante a través de la sala, esquivando la mesa y disparando mientras se acercaba al agujero abierto en la pared. Cuando paso a través del hueco había dos trandoshanos que venían hacia él con sus blasters, sus rostros que parecían todo escamas y surcos, con la boca abierta y húmeda. Él abrió fuego; uno de ellos le regreso el disparo quemándole el hombro izquierdo. Después no hubo más que un silencio entumecedor por unos momentos, seguido por la gradual toma de conciencia de que alguien estaba afuera gritando en agonía.
Pero no era él, y no era Etain. Eso era lo que importaba. Se abrió camino a través del cuarto, consciente del creciente dolor en el hombro. Tendría que esperar.
—Todo está seguro —dijo Etain. Su voz temblaba—. A excepción de aquel hombre…
—Olvídate de él —dijo Darman. Por supuesto que no podía: el soldado estaba haciendo demasiado ruido. Sus gritos llamaban la atención—. Es una carga. Vamos.
A pesar de que Etain se aseguró de que no hubiera nadie más afuera, Darman superó la puerta y se mantuvo de espaldas a la pared todo el camino alrededor de la casa. El soldado herido era un umbarano. Darman ni siquiera comprobó lo mal herido que podría estar antes de que le dispara limpiamente en la cabeza. No había nada más que pudiera hacer y la misión era primero.
Se preguntó si los Jedi podrían sentir a los droides. Tendría que preguntarle más tarde a Etain. Le habían dicho que los Jedi podían hacer cosas extraordinarias, pero una cosa es saberlo y otra muy distinta verlo en acción. Esto probablemente les había salvado la vida.
—¿Qué fue eso? —Preguntó ella cuando volvía del cobertizo. Ella ya tenía la mochila adicional colgada en su espalda, y él se dio cuenta de que en realidad había activado las microminas a pesar de ello aún seguían con vida. Darman, tragó por la ansiedad, desactivar detonadores, agregado a la lista de cosas que él tenía que enseñarle a ella.
—Terminando el trabajo —dijo, y se puso su traje sección por sección. Ella apartó la vista.
—Lo mataste.
—Sí.
—¿Estaba herido?
—No soy un médico.
—Oh, Darman…
—Señora, esta es una guerra. Las personas tratan de matarte. Intenta matarlos primero. No hay segundas oportunidades. Todo lo demás que necesitas saber acerca de la guerra es una amplificación de eso. —Estaba horrorizada, y él realmente deseaba que esto no le hubiera molestado. ¿Le dieron un sable de luz mortal y no le enseñaron lo que significaba desenfundarlo?— Lo siento. De cualquier forma estaba en muy mala forma.
La muerte parecía tenerla en schock.
—Yo maté a ese umbarano.
—Esa es la idea, Señora. Muy bien hecho, también.
Ella no dijo nada más. Ella lo vio colocarse las placas de su armadura, y cuando finalmente se puso se casco, sabía que no le importaba lo visible que se veía, porque él no iba a salir de nuevo a toda prisa. Necesitaba esa tensión.
—No hay más casas seguras —dijo Darman—. No hay tal cosa.
Etain le siguió hasta el bosque en la parte trasera de la casa, pero ella estaba preocupada.
—Nunca había matado a nadie —dijo.
—Lo has hecho bien, —le dijo Darman. Su hombro le dolía, rompiendo su concentración—. Un trabajo limpio.
—Esto es algo que no me gustaría repetir.
—Los Jedi son entrenados para pelear, ¿no?
—Sí, pero nunca matamos a nadie en los entrenamientos.
A Darman le dolió eso encogiéndose de hombros.
—Lo hicimos.
Él esperaba que ella lo superara rápidamente. No, no era agradable matar: pero tenía que hacerse. Y matar con un sable de luz o un blaster era relativamente seguro. Se preguntaba cómo ella lidiaría cuando tuviera que clavarle un cuchillo a alguien y ver como cortaba. Ella era un Jedi, y con algo de suerte nunca tendría que hacerlo.
—Ellos o nosotros —dijo.
—Tienes dolor.
—Nada importante. Voy a utilizar bacta cuando llegamos al RV.
—Supongo que ellos nos convirtieron en…
—¿Los granjeros? Sí, esa es la población civil para ti.
Etain hizo un gruñido evasivo y siguió en silencio detrás de él. Adentrándose en el bosque, Darman calculaba cuántas municiones se había gastado. Si seguía atacando objetivos a este ritmo, él tendría que ser su propia arma para el anochecer.
—Es increíble cómo puedes sentir a la gente —dijo Darman—. ¿Puedes detectar también a los droides?
—No especialmente —dijo—. Por lo general solo seres vivos. Pero tal vez yo pueda…
Un tenue gemido hizo que Darman volteara al mismo tiempo en que vio un relámpago de luz azul detrás de él. El cual se estrelló contra un árbol a pocos metros por delante, partiéndolo como leña en una nube de vapor.
—Obviamente no —dijo Etain.
Iba a ser otro largo y duro día.
* * *
Una alarma sonaba: tres toques largos, que se repetían dos veces. A continuación, los campos pacíficos al noroeste de Imbraani se estremecieron con una explosión masiva, y merlies aterrorizados corrieron hacia los matorrales para cubrirse.
—Entonces, hoy explosiones —dijo Fi—. Precioso día para hacerlo.
Niner no podía ver nada más que droides —droides industriales— moviéndose alrededor de la cantera. Pasó su guante sobre su visor para eliminar las gotas de lluvia y probó con varias amplificaciones de sus binoculares, cambiando entre los ajustes con los movimientos oculares. Pero si hubiera trabajadores orgánicos a su alrededor, no podrían verse.
La cantera era un masivo y sorprendente cráter en el paisaje, un anfiteatro con partes escalonadas que permitían a excavadoras droides cavar en la roca para su procesamiento. La depresión se inclinaba suavemente hacia un lado, era un acantilado sobre el otro. Una oficina pequeña sin ventanas y con muros de aleación estaba apostada junto a un camino ancho en la parte superior de la ladera. Apartada de la constante procesión de droides que cargaban rocas en bruto para la planta separadora, la zona estaba desierta. Pero alguien —algo— estaba controlando las detonaciones. Tenían que estar en el edificio. Y unas estructuras con muros de aleación sólida como esa tendían a tener un contenido interesante.
La sirena de todo despejado sonaba. Los droides se movilizaron para recoger las rocas sueltas, enviando polvos y barro volando al escalar por las laderas.
—Bueno, vamos a ver lo que podemos liberar de la cabaña —dijo Niner—. Atin, conmigo. Fi, permanece aquí y cúbrenos.
Salieron corriendo de los árboles cruzando un centenar de metros de terreno abierto hasta el borde de la cantera, esquivando droides gigantes que hicieron caso omiso de ellos. Un droide, con ruedas tan altas como Niner, giró su cucharon inesperadamente y golpeó de refilón la placa de su hombro. Tropezando y tomándolo Atin por el brazo, sujetándolo. Hicieron una pausa, esperando por el próximo droide que regresara por la ladera, luego trotaron junto a él hasta el nivel de la construcción.
Ahora estaban expuestos, se apretaron contra la pared frontal.
El edificio tenía sólo diez metros de ancho. Atin se arrodilló en la puerta y estudio la única cerradura.
—Bastante insustancial si esto es donde se almacenan los explosivos —dijo.
—Vamos a echar un vistazo.
Atin se puso de pie lentamente y colocó un estetoscopio en la puerta para escuchar el movimiento. Negó con la cabeza a Niner. A continuación, deslizó un endoscopio flimsi plano y delgado alrededor de la viga, trabajando hacia atrás y adelante, lenta y cuidadosamente.
—Eso sí que es un ajuste perfecto —dijo—. No puedo entrar.
—Siempre podemos simplemente caminar por allí.
—Recuerda, estamos probablemente de cara a una tienda llena de explosivos. Si tan solo pudiera conseguir una sonda y pasarla para conseguir una bocanada de aire y analizar los químicos.
—Bueno, entonces vamos a caminar con cuidado.
No había manija. Niner se puso al lado de las bisagras, Deece en una mano y apretó en silencio la única placa de la puerta. No cedió.
Atin asintió con la cabeza. Sacó el ariete de mano, diez kilos que le había parecido un peso muerto, inútil en sus mochilas hasta ahora. Centró la cerradura.
Niner levantó un dedo.
—Tres… dos…
El equipo aplicaba una fuerza de dos toneladas métricas.
—Vamos.
La puerta se abrió y ambos saltaron hacia atrás por una andanada de disparos de blasters. Deteniéndose de repente. Se pusieron en cuclillas a ambos lados de la entrada. Por lo general, esto era simple: si alguien estaba dentro y no quería salir, una granada los convencería de ello, de una manera u otra. Pero con una alta probabilidad de que dentro hubiera explosivos, el método debería ser un poco más enfático. Niner negó con la cabeza.
Atin movió el endoscopio con cuidado, para conseguir una mirada del interior del edificio. Luego metió la sonda en la puerta, percibiendo otra corriente de disparos de blaster.
—Dos moviéndose alrededor —dijo—. Luces fuera. Pero la sonda consiguió una aspirada de explosivos.
—¿Entonces, Luces y los apuramos?
Atin negó con la cabeza. Sacó una granada y la cerró en una posición de seguridad.
—¿Cómo estarías de nervioso si estuvieras sentado sobre suficiente material como para poner en órbita esta cantera?
—Suficientemente nervioso, diría yo.
—Sí. —Sopesando Atin la granada un par de veces—. Eso es lo que yo pensaba.
Rodó la granada desactivada dentro de la entrada y se echó hacia atrás. Tres segundos más tarde, dos weequays salieron corriendo. Niner y Atin dispararon simultáneamente, un weequay cayó instantáneamente, y el otro el impulso lo llevó a unos pocos metros más allá, hasta que cayó en el camino en la parte superior de la rampa. Los droides de la cantera rodaban en este camino, ajenos. Si los disparos no lo mataron, el avance de los droides lo haría.
—Sarge, ¿necesita algo de ayuda ahí abajo?
Niner le hizo señas a Atin para que entrara.
—No, Fi, estamos listos aquí. Mantén un ojo en caso de que tengamos compañía.
El edificio olía a alimentos y a weequay sin asearse. Un pequeño robot, con luces parpadeantes de espera y cubierto de barro seco, estaba junto a la consola. El resto del espacio —tres habitaciones— estaban ocupadas por explosivos, detonadores y diversas piezas de repuesto y cajas estampadas.
—Allí está tu hombre demolición —dijo Atin, tocando al robot en su cabeza, y recuperando su granada. Limpiándola con su guante y poniéndola de nuevo en su mochila.
—Prefiero tener a Darman —dijo Niner. Estudió al droide inerte, que parecía estar esperando a que la roca desgajada fuera retirada. Se sacudió de pronto entrando a la vida, dirigiéndose hacia una caja de explosivos, abrió la tapa de seguridad, y se llevó varios tubos. Luego giró hacia la habitación donde se guardaban los detonadores. Niner extendió la mano y abrió su panel de control para desactivarlo.
—Tomate un descanso, amigo —dijo—. Las explosiones terminaron por hoy.
No parecía que los weequay fueran trabajadores de aquí. El droide ordenaba todas las cargas y supervisaba las explosiones. En un cajón boca abajo estaban los restos de una comida, servida en las tapas de las cajas como platos improvisados. Parecía que los weequays habían estado escondiéndose aquí, y Niner estaba bastante seguro en saber a quién habían estado evitando.
Atin verificó las diversas cargas y detonadores, seleccionando los que le apetecían, colocándolos en un espacio libre del suelo lodoso. Él era un gran conocedor de la tecnología, sobre todo de las cosas con circuitos complejos.
—Encantador —dijo, con verdadera satisfacción—. Algunos dets de los que vez aquí pueden accionarse desde cincuenta kilómetros. Eso es lo que necesitamos. Un poco de fuegos pirotécnicos.
—¿Podemos llevarnos todo lo que necesitamos?
—Oh, allá hay algunas bellezas. Darman podría pensar que eran bastante básicas, pero van a funcionar bien como diversión. Absolutamente bellas. —Atin levantó una esfera del tamaño de una scoopball—. Ahora este bebé.
Crash.
Algo cayó al piso en una de las habitaciones principales. Atin apuntó su rifle hacia la puerta y Niner desenfundo su pistola. Alcanzando el filo de la puerta cuando una voz repentina casi le hace apretar el gatillo.
—Ap-xmai keepuna! —La voz temblaba y a juzgar por el acento probablemente pertenecía a un weequay—. ¡No mates! ¡Te ayudaré!
—Sal. Ahora. —Proyectada desde su casco, la voz de Atin fue lo suficientemente intimidante para hacerse respetar sin un rifle. El weequay tropezó con una pila de cajas y cayó de rodillas con las manos levantadas. Atin lo empujó con su bota para acostarlo, Deece dirigido a su cabeza—. Los brazos detrás de la espalda y ni siquiera respires. ¿Entendido?
El weequay parecía que lo había entendido rápidamente. Se quedó inmóvil y dejó que Niner amarrará sus muñecas con un trozo de alambre. Niner hizo una revisión más por las habitaciones, preocupado de que si habían perdido un objetivo, podrían haber perdido más. Pero estaba despejado. Volvió y se puso en cuclillas en la cabeza del weequay.
—No necesitamos un prisionero que nos retrase —dijo—. Dame una buena razón por la que no deba matarte.
—Por favor, conozco a Hokan.
—Apuesto a que lo conoces bastante bien si te escondías aquí. ¿Cuál es tu nombre?
—Guta-Nay. Era su mano derecha.
—Sin embargo, ya no más, ¿eh?
—Yo conozco lugares.
—Sí, nosotros también conocemos lugares.
—Tengo códigos de claves.
—Tenemos municiones.
—Tengo códigos de la estación terrestre de Teklet.
—No deberías estar perdido por ahí, ¿verdad, Guta-Nay? No tengo tiempo para esto.
—Hokan matarme. ¿Tú me llevas contigo? Ustedes chicos agradables de la República, ustedes caballeros.
—Tranquilo, Guta-Nay. Todas esas sílabas te pueden quemar.
Niner miró a Atin. Quien se encogió de hombros.
—Él nos retrasará, Sarge.
—Entonces lo dejamos aquí o lo matamos.
La conversación no estaba diseñada para asustar a Guta Nay, pero tuvo ese efecto. Era un verdadero problema: Niner se mostró reacio a arrastrar a un prisionero con ellos, y no había garantía de que el weequay no tratara de volver a comprar el favor de Hokan con información de inteligencia sobre sus fortalezas y sus movimientos. Era un dilema desagradable. Atin le quito el seguro a su Deece, y comenzó a calentarse.
—¡Les daré al jefe neimie, también!
—Definitivamente no lo necesitamos.
—El neimie realmente enojado con Hokan. Puso droides en su brillante y agradable villa. Pisos en mal estado.
La respiración de Guta-Nay raspaba el silencio de la habitación. Niner sopesaba el exceso de equipaje contra la posibilidad de un cierto acceso hacia Uthan.
—¿Dónde está Uthan ahora?
—Aún en la villa. No hay donde más esconderse.
—Sabes mucho sobre Hokan, ¿no?
—Todo. —Guta-Nay era todo sumisión—. Demasiado.
—Está bien —dijo Niner—. Tienes un indulto.
Atin esperó un par de segundos antes de apagar su rifle. Parecía dudar. Niner no pudo ver su expresión, pero oyó la exhalación leve y silenciosa característica de Atin de oh-fantástico.
—Él va a dejar un rastro como de rana worrt que podrían seguir.
—¿Ideas?
—Sí. —Atin se inclinó sobre Guta-Nay, y el weequay volvió ligeramente la cabeza, con los ojos agrandados por el terror. Parecía más aterrorizado por el casco que por la pistola—. ¿De dónde toman los droides la roca en bruto?
—Gran lugar al sur de Teklet.
—¿Qué tan lejos hacia el sur?
—Cinco clics tal vez.
Atin se enderezó y señaló con un dedo que iba afuera.
—Solución técnica. Nos espera.
Su predilección por los gadgets se estaba convirtiendo en una bendición. Niner estaba tentando a rememorar los pensamientos desagradables que había tenido del sargento de entrenamiento. Lo siguió fuera. Atin trotó junto a uno de los droides excavadores, igualando el ritmo antes de saltar y revolver lo que había en su plataforma. La máquina rugió inexorablemente por la ladera como si nada fuera a desviarla de su camino hacia la planta procesadora. Entonces se detuvo y se puso a dar vueltas, perdiendo por poco al droide. Se detuvo a un par de metros de Niner; Atin, de rodillas en la plataforma, levantó dos cables.
—No puedes hacer que haga trucos —dijo—. Sin embargo, puedes re-iniciarlo, dirigirlo y ahora detenerlo.
—Bypass cerebral, ¿eh?
—He visto a algunas personas con estos…
—¿Así que lo conduciremos hacia el pueblo?
—¿Cómo le vamos a hacer para mover todos estos explosivos?
No podía dejar pasar la oportunidad. Niner tenía planes para las cargas, lugares donde colocarlas en los alrededores de los campos de Imbraani. También había una amplia gama de oportunidades para sacar a la estación de tierra en Teklet, y dejar sordas a las tropas de Hokan de lo que sucedía a sus alrededores, eso duplicaría sus posibilidades de cumplir la misión. También significaba que por fin podrían utilizar sus propias terminales de comunicación de largo alcance.
—Te diré algo —dijo Niner—. Yo llevare este a Teklet. Tu cable-caliente toma otro, a Fi y a nuestro amigo y regresa por el camino hacia Imbraani, consigue todo lo que puedas llevar. —Tomó su datapad y verificó un mapa—. Punto de reunión aquí donde sugirió Jinart, si puedes con el droide, sin él si no puedes.
Una excavadora droide en una trayectoria constante a la planta de proceso no llamara la atención. Sólo se sobrepasaría por unos pocos kilómetros. Pronto anochecería, y la oscuridad era su mejor ventaja a la hora de moverse.
Niner arrastró a Guta-Nay fuera del edificio.
—¿La estación de tierra está defendida de alguna manera?
Guta-Nay tenía la cabeza baja, mirando hacia arriba desde debajo de las cejas, como si le dieran golpes en la cabeza acompañados con las preguntas.
—Sólo cercas detener a los merlies y a los ladrones. Sólo agricultores alrededor y tienen miedo de todos modos.
—Si me estás mintiendo, me encargaré de que vuelvas con Ghez Hokan vivo. ¿De acuerdo?
—Está bien. La verdad, lo juro.
Niner llamó a Fi desde su posición cubierta, y todos cargaron a los dos droides. Uno de ellos llevaba suficientes explosivos como para reducir varias veces la estación de tierra en polvo, y en el otro se llevaron todo lo que cabía en sus manos, a excepción de algunos detonadores y explosivos para mantener al droide demoledor ocupado por un par de horas más. No tenía sentido dejar que el silencio de la cantera anunciará el hecho de que se habían liberado algunos artefactos explosivos. Lo que echaría a perder toda la sorpresa.
Cargaron en el último a Guta-Nay, colocando como bulto dentro del cucharon del droide con los brazos todavía atados. Él protestó por estar atorado en la parte superior de las esferas explosivas.
—No te preocupes —dijo Atin con desdén—. Tengo todos los dets aquí. —Balanceando algunos detonadores de arriba a abajo dentro de la palma de la mano; Guta-Nay se estremeció—. Vas a estar bien.
—Jinart es toda una ventaja —dijo Fi. Se quitó el casco para beber de su botella, mientras Guta-Nay hacia un ruido incoherente.
—Ella podría estar detrás de nosotros ahora y nunca lo sabríamos. Espero que permanezca de nuestro lado. —Niner también se quitó el casco, compartiendo la botella antes de entregárselo a Atin para un último trago—. ¿Qué fue esa queja del weequay?
—No sé —dijo Atin, quitándose también el casco. Hizo una pausa, botella en mano, y todos ellos se levantaron y miraron a Guta-Nay, colocado en la pala del robot como si fuera carga.
Tenía la boca ligeramente abierta y sus ojos se movían de un Comando hacia otro. Estaba haciendo un sonido ligero uh-uh-uh, como si estuviera tratando de gritar pero no podía.
—Es la cara de Atin —dijo Fi—. No te quedes ahí siendo tan feo, hombre. Lo estás asustando.
Niner le dio una rápida bofetada al weequay con su guante para que se callara.
—¿Qué te pasa? —Preguntó—. ¿Nunca antes has visto a los Comandos?
* * *
Ellos estaban aquí.
El punto de quiebre que Ghez Hokan había estado esperando había llegado: un agricultor se apresuró a notificar a las autoridades que los soldados de la República —un hombre y una mujer, ambos muy jóvenes— se encontraban en una casa en el camino Imbraani-Teklet.
Hokan estudiaba el goteo del follaje a un lado de la casa de campo. El laberinto de huellas en el barro y los tallos aplastados no eran diferentes a los de cualquier otra finca, y fueron desapareciendo rápidamente bajo la lluvia. Detrás de la colección destartalada de cobertizos y paredes de piedra, la tierra bajaba en pendiente hacia el Río Braan.
—Es un lío allí, Señor —dijo Hurati—. Una de las paredes casi fue volada. Todos muertos. Y solo fueron dos Comandos enemigos.
—Uno —dijo Hokan.
—¿Uno?
—Sólo un clon varón en el frente de batalla. El otro tiene que ser un Jedi. —Le dio la vuelta al cuerpo de un umbarano con su bota y sacudió la cabeza—. Esa herida fue hecha por un sable de luz. Yo sé cómo se ve una herida de sable de luz. Dos personas. Yo podría haber tenido esta información aún sin informantes. ¿Tengo que confiar en los granjeros cubiertos de estiércol para la inteligencia? ¿Tengo que hacerlo? ¿Tengo que hacerlo?
Lamentó tener que gritar. Sin embargo lo consideró necesario.
—¿Por qué nadie puede llamar cuando hagan contacto con el enemigo? ¡Piensa! Usa tu cabeza di’kutla, o yo te mostraré cómo reconocer de la manera difícil una herida de sable de luz. —Dos droides levantaban el cuerpo del umbarano para colocarlo dentro de un speeder—. Dejen esa cosa donde estaba. Vayan con sus camaradas y encuéntrenme algún enemigo.
Hurati se llevó la mano al lado de su cabeza. —Los Droides han encontrado algo en una casa más adelante, Señor—. Mientras escuchaba su comunicador se puso pálido. —Oh. Oh—. Se volvió hacia Hokan. —Creo que debería ver esto por sí mismo, Señor.
Hurati no parecía ser un oficial que perdiera el tiempo. Se montaron en el speeder y tomaron el camino de regreso a la otra choza pequeña y en ruinas situada entre los árboles. Hokan seguido de Hurati entró a la casa, donde un par de droides habían iluminado con lámparas las habitaciones.
Por alguna razón que nunca entenderían, el primer aspecto del caos que le llamó la atención fue la sopera tirada sobre el piso sucio. Fue sólo cuando volvió la cabeza que él vio los cadáveres.
—Ah —dijo Hokan.
Los soldados utilizan blasters. En caso necesario, podrían utilizar cuchillos u objetos contundentes. Pero nunca había conocido a nadie con uniforme, ni siquiera en su milicia variopinta, que utilizará los dientes. Los tres adultos estaban rotos y desmadejados, como si un gran carnívoro los hubiera atacado. Todos tenían lesiones por aplastamiento en lo que quedaba de sus gargantas. Una mujer tenía un poco de tejido intacto en su cuello con la cabeza inclinada casi a noventa grados. Hokan se encontró a si mismo mirando.
—Hay otras personas fuera de la cabaña —dijo Hurati.
Hokan nunca se había considerado a sí mismo como una persona fácilmente perturbable, pero esto le preocupó. Fue un acto realizado por algo que él no reconocía y no podía comprender, iba más allá de una simple venganza por parte de una criatura sensible. Podría haber sido una coincidencia, un ataque de un animal a alguien que resultó ser un informante… pero no podía pensar en una especie en Qiilura que pudiera o quisiera eliminar seres humanos.
Hurati estudió los cuerpos.
—Yo no creía que el asesinato de civiles fuera el estilo de la República.
—No lo es —dijo Hokan—. Y los Comandos no pierden el tiempo en trabajos que no les ayudan en sus esfuerzos.
—Bueno, quien sea que los haya matado no fue motivado por el robo.
Hurati cogió un plato grande de metal del suelo, sacudiéndolo con su guante y poniéndolo en un estante.
—Esta es probablemente nuestra informante. Yo no contaría con mucha ayuda a partir de ahora. Se correrá rápidamente la voz.
—¿Está seguro de que no hay heridas de blaster? —Esto podría haber sido por simple depredación. Él sabía en sus entrañas que no lo era. Pero ¿qué había hecho esto?
—Ninguna —dijo Hurati.
A Hokan no le gustó esto en absoluto. Hizo una seña a Hurati para que lo siguiera y salió rápidamente para llamar a dos droides.
—Quiero un perímetro alrededor de Imbraani. Llama de regreso a todos los droides. Prefiero perder Teklet que poner en riesgo el proyecto de Uthan.
—Podemos hacer que la Doctora Uthan sea evacuada.
—Moverla junto con su séquito va a ser visible y lento. Estamos mejor defendiendo nuestra posición que en movimiento. Quiero que la mitad de los droides estén descaradamente visibles en la instalación y la otra mitad en torno a la villa, pero discretamente, ¿entiendes?
Hubo un ruido metálico a la distancia, y Hokan giró para ver un enjambre de droides más allá de la ribera del río.
—¿Han encontrado algo?
Hurati presionó su mano en su cabeza, escuchando el comunicador.
—Dos enemigos avistados a cinco kilómetros al oeste de aquí, Señor. Los droides han establecido contacto con ellos.
—Eso me gusta más —dijo Hokan—. Me gustaría por lo menos que uno quede con vida, de preferencia ambos si la chica es un Jedi.
Se montó sobre el speeder y le hizo un gesto a Hurati para que se sentara al frente y condujera. El vehículo bajo por el camino tomando hacia el este confirmando Hurati las coordenadas con la patrulla droide.
Hokan esperaban que los droides pudieran manejar su instrucción de atrápenlos vivos. Para esto necesitaba tropas reales, soldados reales que pudieran entrar en lugares de difícil acceso y observar cosas sutiles. Ahora sólo tenía treinta oficiales orgánicos y poco menos de un centenar de droides: ideal para un pequeño conjunto de piezas de batalla, pero inútiles para luchar contra una fuerza de comandos esparcidos en un terreno con un montón de cobertura.
Definitivamente tendrían que venir a él. Sólo por esta vez, sin embargo, los pondría de humor y se uniría a la persecución.