Capítulo 11

Keith llegó justo cuando Jameson sacaba una barbacoa enorme de la parte de atrás de su furgoneta. Tom Jarret estaba con él ayudándolo. Keith fue a echarles una mano.

—¿Ya has terminado con el establo?

—Ya sólo falta la fontanería. Pero de eso se va a encargar Scott.

—¿Qué me dices de la ampliación de la casa de Sara?

—No tengo más tiempo —le dijo mientras llevaban el gruí a la explanada.

—Esto no sería gratis. Mi abuela te pagaría.

Keith se quedó mirando al claro del parque y localizó a Sara inmediatamente. Una docena de niños de los campamentos jugaban junto a sus hermanos. Los padres los miraban o los ayudaban con los juegos o estaban preparando las mesas para la merienda.

Keith vio cómo Sara le daba agua a uno de los más pequeños.

Jameson y él colocaron la barbacoa cerca de las mesas.

—¿Me ayudas a traer el carbón?

Miró a Sara una vez más y acompañó a Jameson hasta el coche.

—¿Qué me dices? —insistió Jameson.

Parecía que su amigo no desistiría fácilmente.

—Me lo pensaré —aunque por mucho que se lo pensara nunca iba a decir que sí.

Especialmente, después de lo que había pasado la noche anterior.

Le habría encantado llevarse a Sara a la habitación y demostrarle lo que podía sentir. Pero era demasiado presuntuoso pensar que podía ayudarla a superar el miedo y el dolor que aquel desgraciado le había causado. Sí, él sabía ir despacio, ser amable, pero después de lo que había pasado Sara sería muy arrogante pensar que podía solucionar sus problemas.

Y aunque pudiera, habría sido un error monumental. Las mujeres no respondían al sexo como lo hacían los hombres. De alguna manera siempre significaba más para ellas. Quizás hubiera empezado a pensar que podía haber algo más entre ellos, algo más de lo que podía ser.

Podía pensar que él podía amarla.

Sintió que una gota de sudor le corría por la frente y se la apartó con una mano, deseando poder apartar las imágenes de Sara con la misma facilidad.

Volvió por el camino y allí estaba ella, al lado de la mesa de la barbacoa.

Como siempre, el pelo se le escapaba de la coleta. Llevaba una camiseta verde con los hombros al descubierto y los pantalones cortos acababan justo encima de sus rodillas; considerando cómo respondía su cuerpo era como si estuviera en bikini. Llevaba unas sandalias en lugar de las botas que solía llevar y al ver sus dedos recordó la noche anterior.

Ella lo miraba fijamente mientras él se limpiaba el sudor de la frente con el dorso de la mano. Sara abrió un paquete de servilletas y le ofreció una.

—Gracias —le dijo él mientras se secaba la cara. Probablemente, era una causa perdida y, al tenerla tan cerca, estaría sudando todo el tiempo.

—Gracias por venir —dijo ella con suavidad— no estaba segura de si querrías.

Lo que él quería y lo que era lo más apropiado eran cosas muy distintas. Se había dicho que era por Grace, pero eso sólo era una verdad a medias. La verdad entera era que Sara lo obsesionaba. Pero no pensaba reconocerlo ante ella.

—¿Ha llegado ya Grace?

—Alicia llamó. Va a llegar tarde.

Él se quedó mirando su pelo suave y sintió una tentación enorme de acariciarlo; sin embargo, dio un paso hacia atrás.

Jameson había dejado su saco al lado del gruí y se había ido a atender a uno de los padres que necesitaba su ayuda. Keith vacío los sacos y buscó a su alrededor dónde tirarlos.

—Allí —le dijo, indicando un bidón de metal.

Estaban a escasos centímetros y todo dentro de él le gritaba que la tocara por lo que se metió las manos en los bolsillos.

Ella dejó escapar un suspiro y él encontró aquel sonido excitante.

—Keith… —miró a su alrededor y, al ver que no había nadie, continuó—: ¿podemos olvidarnos de lo que pasó anoche? Me siento muy mal, pero podría superarlo si pudiéramos comportarnos… con normalidad.

—No estoy tan seguro de que alguna vez nos hayamos comportado con normalidad —cedió a la tentación y le apartó un mechón de la cara —ojala supiera cómo hacerlo.

Ella cerró su mano sobre la de él y le dio un beso en los dedos. Meneó la cabeza, con el ceño fruncido.

—No sé lo que estoy haciendo.

Él le levantó la barbilla.

—A pesar del miedo, no puedes negar que sientes deseo.

—No, por supuesto —se cruzó de brazos—; pero no sirve de nada.

Las risas de los niños llegaron hasta ellos.

—Tengo que volver —se giró para ir con los otros, pero él la agarró de la mano y la hizo darse la vuelta.

—No debes avergonzarse de nada de lo que pasó anoche. Eres una mujer deseable y atractiva. Lo que te pasó no fue culpa tuya.

Ella lo miró.

—¿Todo bien, entonces?

—Muy bien.

Al ver su sonrisa, él sintió que lo recoma una oleada de calor. Le costó soltarle la mano.

A verla caminar entre los árboles y llamar a los niños para organizar un juego, intentó calmar su tormenta interior. Su cuerpo la deseaba con desesperación, eso estaba claro; pero en lo más profundo de él había otro tipo de necesidad, un nudo que no era dolor y tampoco felicidad. Si lo soltaba y todo salía mal, el dolor sería insoportable.

Y ya había tenido suficiente con ese tipo de desastres.

Había invertido en el amor de su madre y se había marchado, había confiado en que la vida era justa y su hijo había muerto, había pensado que la gente era buena y había descubierto la traición de su mujer. Ese día hacía exactamente un año del accidente. ¿Cómo iba a olvidarse?

Miró a Sara a través de los árboles, su pelo brillaba precioso a la luz del sol. El dolor que sentía dentro de él se agudizaba con sólo a mirarla.

Alicia llegó casi a la hora de comer. Grace buscó a Keith y cuando lo vio echó a correr hacia él.

—¡Para! —gritó él al ver que se dirigía corriendo hacia el fuego.

La pequeña frenó en seco.

Él dejó la espátula que estaba utilizando para darles la vuelta a las hamburguesas y se dirigió hacia ella.

Grace se dejó abrazar, pero no respondió.

Cuando la niña se marchó con los otros, Keith miró a Sara.

—Se podía haber quemado.

—Has hecho lo correcto. Pero es muy frágil.

Alicia parecía perdida.

—He traído unas galletas.

Sara le sonrió y señaló hacia una de las mesas. Después la acompañó hasta allí.

—Me alegro mucho de que hayas venido —le dijo.

—Casi no vengo.

—¿Por tu jefe?

—Por la fecha —Alicia apretó los labios—. Hace un año.

Sara comprendió.

—Nos llamaron después de cenar —continuó Alicia. Miró a su alrededor buscando a Grace y la vio al lado de los columpios.

Sara le siguió la mirada.

—Me habría gustado que se quedara otra semana, pero no ha progresado mucho. Si pudiera saber algo más que pudiera ayudarla.

—Sólo quiero que vuelva a hablarme —le dijo Alicia angustiada.

—Cuéntamelo todo. Aunque no te parezca importante —dijo Sara conteniendo el aliento. Tenía la sensación de que no conocía toda la historia—. Quizás haya algo…

A Alicia se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Todo empezó esa tarde. Fue algo que ella me dijo.

—¿Qué fue?

—Grace había ido de excursión con los niños de la guardería a Marbleville y vio a mi marido…—dijo la mujer mirando hacia Keith—. Con otra mujer.

—Estaban…

—Sí —dejó escapar un suspiro—. Los vio besándose. Ella sabía que no estaba bien así que cuando fui a recogerla me lo dijo.

—Cuando mi marido llegó a casa nos peleamos —continuó Alicia.

—¿Os oyó Grace?

—Estaba en su habitación, pero nosotros gritábamos mucho.

Alicia volvió a mirar a Keith. Estaba ocupado con los perritos calientes y los niños. Se giró para colocar más hamburguesas en el fuego y sus ojos se clavaron en Sara. ¿Estaría preocupado por lo que Alicia pudiera contarle?

Tenía que preguntarle.

—¿Qué tiene que ver Keith en todo esto?

Alicia entornó los ojos.

—Él es la única persona, aparte de ti, con la que Grace se muestra afectuosa.

—Siempre le gustó. Pero no lo había visto desde el accidente.

—¿Qué sucedió después de la pelea?

Alicia tomó aliento.

—Él se marchó. Nunca volvimos a verlo. Eso es todo lo que puedo decirte.

Llegaron junto al gruí justo cuando Keith estaba sirviendo una hamburguesa en un plato de plástico. Se lo dio a Alicia.

—Toma. Hay dos que están casi listas —agarró una salchicha y la dejó en el plato—. Para Grace.

Alicia se sirvió ensalada y se dirigió hacia los columpios, sin duda para darle de comer a su hija.

Sara se quedó al lado de Keith mientras las hamburguesas se hacían.

—¿Dónde está Jameson? —preguntó ella.

—Ha tenido que irse. Tenía mucha gente en el café.

Ella agarró un par de platos y él sirvió las hamburguesas. Después, agarraron un par de latas y se fueron a sentar a una mesa.

Él agarró la hamburguesa, pero no se la llevó a la boca.

—¿Has hablado con Alicia?

—¿Sabías que su marido tenía una aventura?

Él sintió como si le hubiera golpeado en la cabeza. La miró y después miró a Alicia.

—Sí —dijo entre dientes—, lo sabía muy bien.

—¿Nunca se lo dijiste?

Él dejó la hamburguesa en el plato.

—Me lo dijo ella a mí. Después del accidente. ¿Te dijo con quién?

—No le pregunté. No lo encontré pertinente.

—Pertinente —repitió él—. ¿Quieres decir que ya no te apetecía cotillear más?

Ella lo miró, entre sorprendida y enfadada. El enfado ganó y sintió deseos de darle un empujón.

—Me importan un bledo los cotilleos. Quizás te hayas olvidado, pero todo esto es por Grace. No por ti ni por Alicia… por Grace. Cualquier información, puede ayudarme.

Él se pasó una mano por el pelo.

—Tienes razón es que esto es… demasiado personal.

—¿Porque Alicia es amiga tuya? —dijo ella temiendo que fuera algo más.

—Me preocupa Grace…. Y también por mi hijo…

Sara se quedó de piedra.

—¿Tienes un hijo?

—Tenía. Murió con dos años.

—¿Y la madre?

—Muerta —mordió un trozo enorme de hamburguesa; obviamente, no quería hablar más.

Sara no entendía cuál era la conexión, pero no se atrevió a seguir preguntando, así que se centró en su comida.

Después de comer y de pasar la tarde jugando, había llegado el momento de recoger y marcharse. Cuando estuvo todo recogido, los padres se fueron acercando a Sara para darle las gracias por el trabajo que había hecho con sus niños.

—Es hora de marcharnos —les dijo Alicia.

Sara miró alrededor.

—¿Dónde está Grace?

—En los columpios… —se giró y vio que no estaba allí—. Quizá se haya ido hacia el aparcamiento con todos —corrió hacia allí y se giró para gritarles—.¿Podéis esperar ahí por si vuelve?

—Vamos a buscar por aquí —dijo Sara mirando hacia los columpios.

—Tú ve por la derecha —sugirió Keith— yo iré por la izquierda.

Los dos caminaron a paso ligero, gritando el hombre de Grace.

No había señales de la niña por el camino de la derecha que conducía hacia un estrecho sendero que se adentraba entre los árboles. Pensó en seguir, pero, entonces, escuchó a Keith que la llamaba.

Pensó que la había encontrado y volvió corriendo. Él estaba al lado de un tronco caído; en el suelo había media galleta de la que ya se estaban haciendo cargo las hormigas.

—También encontré esto —dijo Keith mostrándole la fotografía de un hombre, sonriendo a la cámara.

—¿Quién es? —preguntó Sara aunque podía reconocer las facciones.

—Rob Thorne —dijo Keith—. El padre de Grace.

Cuando Alicia regresó su expresión reflejaba la angustia que sentía. Cuando Keith le enseño la fotografía, la cara se le descompuso. Sara la agarro de la mano, aunque sabía que no serviría de mucho.

A pesar de que Keith le aseguró que Grace no habría ido muy lejos, Alicia estaba al borde de las lágrimas.

—¿Cuándo fue la última vez que la viste? —le preguntó Sara mientras le apretaba la mano.

—Pensé que estaba en los columpios sin aliento mientras todos se marchaban. Pero tal vez fuera la hermana de Jeremy que tiene el mismo pelo.

—¿Entonces no sabes cuánto tiempo hace se fue?

—No.

Keith caminó a paso ligero hacia el aparcamiento para buscar su teléfono.

—Será mejor que llame al sheriff.

Sara le pasó a Alicia un brazo por los hombros.

—Estábamos muy ocupados recogiendo ni tras los niños corrían por todas partes.

—¿Y si se pierde?

Keith volvió al instante con el teléfono n mano.

—El sheriff va a venir con los hombres y a líos. Le he pedido que traiga dos para nosotros.

—Tengo un par de vaqueros y botas en el coche. Voy a cambiarme.

El sheriff tardó veinte minutos en llegar. Keith y Alicia habían continuado buscándola, llamándola, pero no habían tenido éxito.

El sheriff reunió a la gente y organizó la búsqueda.

Keith y Sara salieron juntos.

—¿Adónde conduce este camino? —preguntó Sara.

—Hacia el cañón, allí es muy rocoso y muy escarpado.

Eso significaba que Grace podría caerse. Pero no podía pensar en eso, tenía que centrarse en mirar a su alrededor, en buscar cualquier señal de la niña.

—A mi hijo le gustaba escaparse —dijo Keith tras aclararse la garganta—. En cuanto aprendió a andar.

A ella le pareció un milagro que Keith quisiera hablar de su hijo.

—¿Adónde iba?

—Al patio de atrás. Cada vez que Melissa se olvidaba de echar la llave de la puerta, se marchaba. Le encantaban los bichos y las piedras.

Sara se imaginó una copia de Keith en pequeño, con los mismos ojos azules brillantes.

—Melissa se volvía loca; no le gustaba que se marchara así. Al final, no pudimos mantenerlo a salvo.

Sara ni siquiera había conocido al niño, pero sintió la presión de las lágrimas.

—Lo siento, Keith.

—El mes que viene haría seis años. Debería haber aprendido a vivir sin él y no echarlo tanto de menos.

—Era tu hijo.

Se agarró a la montura y apretó con fuerza.

—¿Por qué diablos estoy hablando de esto?

—A veces es mejor hablar.

—Sólo sirve para abrir las heridas. Y ya estoy cansado del dolor.

Sara acercó su caballo y alargó la mano para tocarlo. Él le agarró la mano y se la apretó.

El camino se estrechó y Sara se puso detrás de él.

Después, el sendero empezó a descender por un barranco. Keith se fijó en algo a los pies de una gran roca.

Se bajó del caballo y le pasó las riendas a Sara.

—¿Qué es? —preguntó Sara.

Él se giró con una zapatilla rosa en la mano.

—¿Es de ella?

—Creo que iba vestida de rosa.

—Debió meter el pie en el agujero al lado de la roca y al intentar sacarlo, el zapato se quedó enganchado.

—No puede haber ido muy lejos con sólo un zapato.

Keith volvió a subir al caballo y continuaron con la búsqueda.

El caballo de Sara tropezó varias veces y el de Keith casi se cae.

—Será mejor que vayamos a pie.

Ataron las riendas a una rama baja y continuaron por el sendero escarpado.

«¿Cómo puede haber llegado tan lejos sin caerse?», pensó Sara. «Por Dios que no se haya caído».

Él se puso las manos alrededor de la boca y grito:

—¡Grace!

Se quedaron escuchando, pero nada.

—¿Y si no contesta?

—Llámala tú —dijo Keith.

Sara tomó aliento y gritó:

—¡Grace! —No hubo respuesta—. Grace, ¿estás ahí?

Ningún sonido, sólo el ruido de las hojas sobre los árboles.

—¿Sara? —sólo fue un susurro, pero los dos lo oyeron.

—Grace. ¿Dónde estás? —insistió ella.

—¡Sara! —esa vez la niña gritó su nombre.

—Por aquí —dijo Keith. Se deslizó entre los pinos y se encontró a Grace que iba a su encuentro. La pequeña saltó a sus brazos, apretando su cuello con fuerza.

—Lo siento —dijo llorando como si se le rompiera el corazón—. De verdad, lo siento.