Capítulo 1

Sara Rand se despidió de su último alumno con la mano mientras el niño subía al coche de su madre con una sonrisa en los labios. Después, el coche se alejó por el camino hacia la salida de la escuela de equitación Corazones Rescatados.

Ya sólo quedaba Grace Thorne; al cargo de Sara durante esta semana de acampada en la escuela. Su madre la había dejado allí por la mañana y se había marchado a toda velocidad en su viejo sedán. Sara no había tenido la oportunidad de hablar con ella; sólo sabía de la niña lo que la psicóloga le había dicho: que el padre de Grace había muerto hacía un año y que la niña no había dicho una palabra desde entonces.

 Le habría gustado que recogieran a todos los niños antes de que llegara Keith Delacroix. El director del programa, Jameson O'Connel, había quedado con Construcciones Delacroix para que vallaran el prado. Sara necesitaría enseñarle al encargado la escuela y mostrarle lo que quería que hiciera. No quería pedirle a Dani, la adolescente que la ayudaba, que se encargara de Grace; pero era la única opción que tenía.

Probablemente, si la llevaba con ella, el constructor se quejaría de su presencia. Ella no lo conocía, sólo su reputación. Aunque, a veces veía los camiones por el pueblo, solamente se había cruzado con él una vez en el café de Nina.

El hombre era alto y de hombros anchos con el pelo rubio oscuro y una expresión taciturna en la cara. Acababa de terminar su comida cuando ella se sentó y, mientras iba a pagar a la caja, la miró. Después, al recoger el cambio, volvió a mirarla.

Ella había sentido algo extraño en el estómago al ver aquellos ojos azules penetrantes y carentes de emoción fijos en ella. Pero en ellos no había frialdad, sino, vacío.

Quizás fuera su propia historia la que hacía que sintiera tanto recelo hacia Keith Delacroix. Pero prefería que Grace se marchara antes de que él llegara.

La niña de ocho años estaba sentada en un banco de madera al lado del picadero cubierto. Tenía las manos en el regazo y la mirada perdida.

Sus pies no se movían con impaciencia; estaba sentada completamente quieta.

Casi todos los niños respondían de igual manera cuando el mundo que conocían cambiaba drásticamente y todo en lo que confiaban desaparecía. Así Grace se había agarrado con fuerza a lo único que podía: su propio comportamiento.

Durante el día, había hecho todas las tareas que le habían pedido sin quejarse; pero cuando Sara le pidió que dijera su nombre a los otros niños del campamento, no logró sacar nada de ella. Ni un solo sonido. En las seis horas enteras que había estado allí no había dicho ni una sola palabra.

El sonido del motor de un coche llamó su atención y se puso en tensión al pensar que sería una de las camionetas blancas de Construcciones Delacroix. Pero el coche pasó de largo.

Había aprendido a no estar incómoda con los hombres después de muchos años de esfuerzo. Incluso había logrado crear una amistad con algunos. Pero no podía evitar sentir miedo cada vez que conocía a alguien nuevo. Su breve encuentro con Delacroix en el café hacía que se sintiera peor con la espera.

Otro coche se acercó a la puerta y, esa vez, no continuó hacia el pueblo.

Todavía no había llegado el verano, pero ya hacía mucho calor. El sudor hacía que la coleta se le pegara al cuello. Se levantó el pelo y dejó que la suave brisa la refrescara.

Sara había insistido en que Grace esperara en la sombra. Se volvió hacia la niña con una sonrisa.

—Tu madre llegará pronto.

El conductor del coche se había bajado del vehículo y, mientras se acercaba, ella pudo ver las líneas de su cara y sus ojos azules y el temor se desvaneció de manera sorprendente.

—¿Sara Rand? Soy Keith Delacroix —extendió la mano mientras se acercaba.

El impulso de protegerse hizo que hablara con rapidez.

—No creo que podamos hacerlo hoy.

Él dejó caer la mano mientras avanzaba lentamente hacia ella.

Cuando se paró a su lado, le pareció que era alto como una torre y eso que ella medía un metro setenta; pero él debía llegar a los dos metros.

Él la miró con el ceño fruncido. Parecía muy serio y muy tenso.

—He cancelado una cita para venir hoy.

Ahora que estaba más cerca, el temor volvió a crecer dentro de ella.

—Lo siento. Una de las alumnas todavía está aquí; su madre no ha llegado a recogerla.

—¿No se puede ocupar nadie de ella?

Claro que sí. De hecho, ya se la había dejado a Dani.

Sara fue a comprobar qué estaban haciendo y vio que estaban cepillando a Rayo.

Volvió con Keith que se la quedó mirando intrusamente.

—Vamos a empezar —dijo él poniendo la mano sobre el brazo de Sara.

El calor de su roce hizo que el corazón le saltara y para respirar tuvo que alejarse. La sorpresa la estremeció y no porque ese contacto la hubiera asustado sino por la sensación tan sensual que le había producido. Se frotó el brazo, incómoda.

—Lo siento —ni siquiera sabía por qué pedía disculpas—. Venga conmigo.

Pasaron al lado de la estructura octogonal que le serviría de casa y de oficina. Él iba caminando a su lado, acortando el paso para mantener el ritmo de ella.

—¿Enseña a los niños a montar?

—Les enseño a solucionar sus problemas —lo sintió demasiado cerca y se apartó—. A veces a caballo, a veces a pie. Los caballos representan los problemas que los niños tienen —dijo Sara cuando llegaron a los pastos—. Aprenden a manejar a los caballos y a manejar sus frustraciones, sus miedos y sus penas al mismo tiempo.

—Es un sitio muy bonito —dijo él mirando al horizonte.

Ella señaló a la parcela.

—Quiero seis cercas, cada una de siete metros y medio por quince. Hacia el final, a la sombra de esos árboles.

—Eso es fácil —dijo él.

Uno de los cordones de sus botas se le había desatado y se agachó para atárselo. Los vaqueros ajustados marcaron sus músculos.

—Jameson podía haber obtenido mucho dinero si hubiera querido vender la finca.

—Yo habría pensado que preferiría quedársela. Construir una casa para Nina y para él.

Keith hizo una pausa y agarró un trozo de cuarzo.

—Demasiados malos recuerdos —volvió a dejar la piedra en el suelo.

Sara lo miró.

—¿Es Jameson amigo suyo?

—Sí. Hizo algún trabajo para mí hace un par de años. Un carpintero magnífico.

Aquello era una sorpresa. Sara no llevaba mucho tiempo en Hart Valley y sólo sabía que Jameson era propietario del café del pueblo. Había oído comentarios de que una vez había estado en la cárcel y que su abuela le había dejado mucho dinero en herencia. Jameson había donado la tierra, pero su abuela había sido la fundadora del programa.

En los pastos, Grace rodeaba el cuello del caballo con sus brazos mientras el viejo animal permanecía quieto.

—Voy a necesitar un establo antes de que llegue el invierno. Estos caballos son muy viejos y necesitarán cobijo antes de que llegue la lluvia.

Él la miró por encima del hombro.

—Yo sólo voy a hacer las cercas —sus ojos azules parecían penetrarla, intentando ver más allá de las barreras que ella había alzado a su alrededor—. No puedo construir también un establo.

—No estaba pidiéndoselo.

—Ya me ha costado mucho sacar tiempo para las cercas. Si no le debiera a Jameson…

—Le agradezco lo que pueda hacer. Él parecía aún más molesto con sus palabras.

—Si tuviera ayuda…, pero no puedo disponer de nadie más para esto.

¿Querría su ayuda? En cualquier otro hombre, ella podría haber pensado que era una estrategia para acercarse a ella. Pero la expresión cerrada de él sugería que preferiría que no estuviera por allí. Estaba segura de que no lo habría dicho si no fuera cierto.

—Yo podría ayudar.

—¿Sabe algo sobre vallas?

—Trabajé en un rancho durante el verano. No soy tan experta como usted, pero sé por dónde se agarra un martillo.

—Está bien. Haré lo que pueda y la llamaré si necesito que me eche una mano.

—Cuando los niños se marchan, estoy libre. Sólo quiero tener el establo.

Él asintió.

—¿Qué tipo de establo?

—Sólo unos paneles de madera y un techo de metal.

—Sólo dispongo de esta semana. Justo para las cercas.

—Entiendo.

—Jameson podía haberme hablado del establo.

—Estoy segura de que no quería pedirle demasiado.

La risa de Dani llamó la atención de Sara. Se volvió y vio que su ayudante venía con Grace de la mano. Keith también los miró.

—Parece que la madre de Grace todavía no ha llegado.

—¿Es ésa Grace Thorne? —preguntó él.

—Sí. Su madre debe estar al llegar.

—¡Dios mío!

Él dio dos pasos atrás y comenzó a caminar en dirección a la camioneta.

Sara lo siguió.

—¿Qué pasa?

—Tengo que marcharme —gritó él, alejándose a toda prisa.

Acababa de bordear la pista cuando el coche de la madre de Grace llegó.

Keith se quedó de piedra al ver que Alicia Thorne bordeaba el aparcamiento y aparcaba a la puerta de la pista. Él se quedó mirando el coche como si llevara al diablo dentro.

Alicia salió del automóvil y se quedó mirándolo como si un rayo la hubiera golpeado.

—¿Keith?

Él apretó los puños mientras miraba a la mujer.

—Hola, Alicia.

¿Por qué no podía dejarlo en paz el pasado?

Keith había hecho todo posible para evitar a Alicia durante el último año. Las pocas veces que la había visto en el pueblo, en el café de Nina o en el supermercado, se había marchado rápidamente. Se había sentido como un cobarde, pero no quería hacer frente a los recuerdos.

Y ahora, al ver a Grace caminando hacia su madre, los recuerdos volvían de golpe. Tampoco ayudaba que la niña alegre y divertida que él recordaba hubiera cambiado tanto.

Sintió la mirada de Sara sobre él y sintió sus preguntas. No pensaba responder a ninguna de ellas. Ya lo había inquietado bastante con su expresión segura y con aquellos mechones rojos, que se le escapaban de la coleta, notándole por la cara. El fuego de sus ojos pardos parecía encenderse con la luz y tan pronto eran verdes como dorados. ¿Por qué no podían tener un solo color?

No importaba. No pensaba fijarse en eso. Era una mujer agradable, pero también lo era Alicia y las otras mujeres que quedaban solteras en Hart Valley. Pero que fueran agradables era algo que a él ya no le importaba. Solamente quería recuperar su vida. Una mujer, agradable o no, podría volver a robársela.

Sara miró a Alicia.

—¿Se conocen?

Alicia miró a Keith.

—En Hart Valley nos conocemos todos —dijo ella con suavidad.

Él pensó que si no se marchaba de allí iba a explotar.

—¿Podemos acabar esto más tarde?

—¿Cuándo?—preguntó Sara.

Él rodeó a Alicia.

—Mañana por la mañana.

Lo que sucedió a continuación lo dejó sin palabras. Grace se apartó de su madre y levantó los brazos hacia él. El dolor que sentía dentro se agudizó.

—Hola, preciosa —logró decir mientras le daba un abrazo. Los brazos de la niña apenas lograban rodearlo—. ¿Cómo estás?

Ella no respondió. Por eso estaba allí.

Cuando él se enderezó, pudo ver los ojos de Alicia brillando por las lágrimas.

—Perdona que haya llegado tarde —le dijo Alicia a Sara—. Me temo que Grace no va a poder continuar con el campamento.

La niña pequeña, todavía sujeta a la mano de él, se puso en tensión.

Tenía que marcharse de allí. No quería saber nada más ni de Grace ni de Alicia. Pero aquella mano pequeña se aferraba a él con fuerza y lo mantenía en su sitio.

Sara lo miró, preocupada.

—Creo que le iría muy bien, el programa podría ayudarla.

Alicia meneó la cabeza.

—No puedo traerla por la mañana ni recogerla a tiempo por la tarde. A mi jefe casi le da un ataque hoy cuando le he dicho que tenía que irme.

—Lo siento —dijo Sara—. La compañía de seguros es muy precisa sobre el horario de los niños del programa.

Él se dio cuenta de que Grace se había encogido. La niña le soltó la mano y fue a agarrar la de su madre.

—Quizás en el otoño —dijo Alicia—. Quizás para entonces tenga menos trabajo.

Él sospechó que decía aquello para tranquilizar a la niña; no porque pensara que fuera posible. Sin pensarlo dos veces se metió de lleno en el campo de minas.

—Alguien podría traerla.

Sara lo miró.

—¿Podría traerla usted?

«¡No!» De ninguna manera. No podía pasar por aquello, arriesgarse a que se abrieran sus heridas.

Él señaló a la joven que se dirigía hacia su coche.

—¿Y ella?

Sara meneó la cabeza.

—Sólo tiene dieciséis años. Tiene un carné de conducir provisional y no puede llevar a nadie sin un adulto al lado.

Grace lo miró con la cara llena de esperanza. Él iba a estar allí cada día y no le costaría nada llevarla. ¿Cómo podía negarse?

—Yo la traeré —dijo él con una naturalidad que era una completa mentira—. ¿A qué hora?

Sara se quedó mirándolo y volvió a ver las preguntas en sus ojos.

—Comenzamos a las ocho y media. Puede traerla a las ocho; Dani ya estará aquí.

—Bien. Eso es fácil.

—El campamento termina a las tres.

—La mayoría de los días estaré aquí trabajando, pero, si no, volveré a esa hora.

Era un milagro que pudiera hablar con una voz tan neutral aunque sintiera que se estaba derritiendo por dentro. Había logrado evitar ese tipo de catástrofe durante meses.

—Ahora debo irme. Volveré por la mañana.

Alicia le agarró la mano.

—Gracias. Muchas gracias.

Él se apartó y le preguntó:

—¿Todavía vives donde siempre?

—Sí —dijo Alicia—. Pero a esa hora, Grace estará en el centro de día de Linda.

—La recogeré a las ocho menos cuarto.

Miró a Sara y vio en su cara una mezcla de aprobación y compasión que lo revolvió por dentro. Se obligó a apartar los ojos de ella ya mirar a Grace.

La cara de gratitud de la niña fue como un puñetazo en el estómago. Sintió que estaba perdido.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia su camioneta. Tenía que respirar para dejar de temblar. Contar hasta diez antes de poder arrancar. Después, haciendo un gran esfuerzo, condujo lentamente hacia la carretera de asfalto.

Alicia se subió al coche y Grace se despidió de Sara con un leve gesto de la mano. Sara sonrió y la saludó, conmovida por la dulzura del gesto de la niña.

Sara se preguntó qué relación habría entre Delacroix, Alicia y Grace. No había visto a la niña acercarse tanto a nadie en todo el día; incluso le parecía que le había costado más aproximarse a su madre que al hombre. Estaba segura de que representaba algo para ella.

Sara pensó que no sabía quién era más intrigante si la niña silenciosa o el hombre de aspecto taciturno. Afortunadamente, Keith Delacroix no era asunto suyo.