Capítulo 2
A la mañana siguiente, Keith recogió a Grace. La niña iba sentada en silencio a su lado, abrazando con fuerza su mochila rosa.
Por el espejo retrovisor todavía veía a Linda en la puerta de la casa, probablemente preguntándose qué había entre Alicia y él.
Había esperado a que Grace se subiera a la camioneta antes de hablar con él:
—No sabía que Alicia y tú estuvierais en contacto.
—Sólo estoy haciéndole un favor.
Linda necesitaba saber más.
—Me quedé sorprendida cuando me llamó anoche para decirme que vendrías a recoger a Grace. ¿Cuánto tiempo hace..?
—Tengo que irme a trabajar —no pensaba seguir con aquella conversación.
Volvió a mirar por el retrovisor antes de girar. Linda se había metido dentro; sin lugar a dudas para contarle a su marido todos los detalles, los reales y los imaginados.
Que hablara lo que quisiera. Él era inmune a los cotilleos. Ésa había sido la menor de sus preocupaciones el año pasado cuando todos hablaban de él. No le importó entonces y no le importaría ahora. Lo mejor era centrarse en el presente.
Pero presente también era un territorio peligroso: Sara Rand. Su expresión cabezota, los mechones rojos rozándole las mejillas, el fuego intrigante de sus ojos. Le sorprendía mucho haberse fijado en ella, haber sido consciente de su feminidad. Creía que ya no era posible que alguien pudiera metérsele debajo de la piel; aunque fuera alguien con un aspecto tan dulce como Sara Rand.
Por supuesto, no pensaba que aquello fuera a más.
Pensó en su trabajo. El boom de la construcción había llegado a Sierra Nevada y lo que solían ser pastos ahora eran parcelas de casas. Construcciones Delacroix había construido varias de ellas durante los dos últimos años.
Recordaba que estaba mirando los planos de una nueva casa la noche que recibió la llamada de Gabe Walker. También podía recordar el sabor amargo en su boca cuando el hombre le dijo lo del accidente. El teléfono se le cayó de las manos.
Lo que siguió sirvió de pasto para los cotilleos de Hart Valley durante semanas, haciendo que se convirtiera en un ermitaño las horas que no trabajaba.
Antes de la muerte de Melissa había trabajado mucho; pero, después, se había dedicado a trabajar sin parar, rellenando con trabajo todas las horas del día para olvidar su dolor.
Intentó apartar aquellos recuerdos.
—¿Tienes ganas de llegar al campamento? —le preguntó a la niña delgada que iba a su lado.
La pequeña tardó varios segundos en encogerse de hombros. El silencio era realmente extraño; especialmente porque recordaba que antes de que su padre muriera no paraba de hablar.
A Melissa le había resultado difícil escuchar a Grace cuando visitaban a los Thorne porque le recordaba que su hijo habría tenido la misma edad que ella si hubiera vivido.
Keith sintió la emoción y cortó de raíz. No le gustaba pensar en Christopher; recordar la tristeza de cuando el niño murió. Había aprendido que lo mejor era centrarse en el presente.
De nuevo, la cara bonita de Sara Rand apareció en su mente. Pero no iba a acercarse a ella. Su corazón ya había sufrido demasiado.
En cuanto llegó al camino del rancho, la cara de la niña se iluminó y Keith se dio cuenta de que se movía inquieta en el asiento.
Al aparcar al lado del coche rojo de la ayudante, Grace se desabrochó el cinturón todo lo rápido que pudo, con una expresión entusiasmada en el rostro y los ojos fijos en la pista donde el viejo caballo retozaba en el suelo.
Miró a su alrededor, buscando a alguien con quien dejar a la niña, pero sólo vio a la adolescente que había visto el día anterior. Estaba al otro lado de la pista con un caballo en cada mano.
Si Sara Rand estaba allí, estaba bien escondida. Se había imaginado que vivía en la pequeña casa de la propiedad; pero allí no había ningún otro coche. Quizás alguien la dejara allí, su novio o su marido. Keith no había visto ningún anillo pero, al trabajar con caballos, debía dejarlos en casa.
¿Y a él qué le importaba si estaba casada o soltera? No le interesaba lo más mínimo. Sólo necesitaba que alguien se encargara de Grace. Tenía una cita esa mañana con un cliente en el café de Nina dentro de una hora.
Después de desabrocharse el cinturón, Grace se había puesto de rodillas en el asiento para mirar por el parabrisas trasero a los caballos que llevaba Dani. Era como si los animales fueran talismanes que la atraían y la sacaban de su mundo de silencio.
Pensó llevarla allí. Pero no le parecía bien dejarla con la chica cuando ésta estaba tan ocupada por lo que decidió esperar unos minutos hasta que apareciera alguien más.
En realidad no le importaba si era la directora pelirroja o cualquier otra persona. Cualquier responsable estaría bien. Así podría marcharse con la conciencia tranquila.
Mientras se acercaba, Dani lo saludó con una sonrisa.
—Hola, señor Delacroix. Hola, Grace.
La niña de ocho años no respondió. Con cara seria, dejó la mochila en un casillero y permaneció de pie en silencio, como si estuviera esperando a que le dijeran qué hacer.
Keith volvió a mirar a su alrededor.
—No quiero dejártela aquí. Sé que estás ocupada.
La chica lo miró con una sonrisa.
—No importa. Sara vendrá enseguida.
Él ignoró la oleada de emoción que lo recorrió.
—Bien. Quería repasar con ella la lista de materiales.
Lo cual podía ser más tarde, después de la reunión con su nuevo cliente. Pero si repasaban la lista previamente, podría ir por las cosas que necesitaba antes de volver.
Al menos, eso fue lo que se dijo.
El sonido de un coche sobre la grava llamó su atención.
Del asiento del conductor del cuatro por cuatro de aspecto impecable surgió un hombre con traje de chaqueta. Del otro lado, un niño pequeño que corría tan rápido que levantaba una polvareda. El hombre del traje le gritó, haciendo que el niño se parara. Aunque el niño agachó la cabeza, avergonzado, el hombre continuó con la reprimenda.
A Keith le entraron ganas de decirle lo que pensaba.
—Jeremy, alguien perdió las bridas de Sable. ¿Te importa ir a buscarla?
La voz firme de Sara cortó la perorata del hombre.
Caminó al lado de los caballos, mirando a Dani. Después, pasó a unos centímetros de Keith y él se percató de su aroma y pensó que tal y como olía bien podía haber dormido en una cama de lavanda.
Ella miró al padre del niño.
—Gracias, señor Wilkins. Lo veremos a las tres.
—No te lo crees ni tú —dijo el hombre con tono desagradable—. Mi ex lo recogerá.
Con dos zancadas, Keith apareció al lado de Sara.
—Más le vale hablar con educación.
—¿Y quién diablos eres tú? —dijo el hombre por respuesta.
Keith apretó las manos, haciendo un esfuerzo para no darle un puñetazo en la nariz.
—No importa. Solamente, tenga cuidado con lo que dice.
El hombre miró a Keith con desprecio. No era tan alto como él, pero sus hombros eran muy anchos; estaba claro que eran producto de un gimnasio.
Con una sonrisa desagradable, el hombre se giró y se dirigió a su todoterreno. Se marchó a toda velocidad, levantando una gran nube de polvo. Casi le da un golpe al coche que entraba.
Sara se giró hacia Keith, sus ojos castaños brillaban furiosos.
—No necesito su ayuda.
—No podía permitir que le hablara así.
—Créame, sé cómo tratar con los padres agresivos. Si los increpa, se desahogarán con sus hijos.
Keith tomó aliento para despejar la tensión; pero, se arrepintió en cuanto captó el olor a lavanda de ella.
—No quería entrometerme. Sólo… —no podía explicar con la lógica cuáles habían sido sus intenciones—. Lo siento.
Lo cual no era del todo cierto. A aquel hombre le habría venido de maravilla un buen puñetazo.
Sara lo miró con los ojos entrecerrados.
—Ryan, ayuda a Grace a limpiar las patas de Perla.
El conductor del Jeep que acababa de llegar, un adolescente con pelo largo, agarró a Grace de la mano y la llevó hacia el barreño de los cepillos. Ahora, los coches iban llegando uno detrás de otro.
Sara se volvió hacia Keith.
—Tengo que trabajar.
Él sabía que se tenía que marchar, pero de alguna manera le costaba alejarse de ella.
—Si pudiera dedicarme un minuto.
Parecía que ella no quería darle ni un segundo. Miró hacia los alumnos que iban llegando y, después, otra vez a él.
—¿Qué desea?
Aunque su pregunta era inocente, una ola de calor recorrió la espina de Sara. Cuando un hombre tenía el aspecto de aquél, aquellos hombros anchos, la cara angulosa y los ojos azules brillantes, ninguna pregunta parecía inocente.
Pero ella no iba a pensar en lo que él deseaba o no. Los deseos no tenían nada que hacer en su vida.
Si quería algo, iba a por ello. Igual que en el trabajo. Tenía retos y sabía que no podía hacerlo todo sola; así que pedía ayuda cuando la necesitaba. Lydia Heath, la abuela de Jameson O'Connel y principal benefactora de Corazones Rescatados, le había dado libertad para hacer lo que estimara conveniente.
Pero, con ese hombre… tenía que permitirle acercarse más de lo que le apetecía. Tendría que encontrar un punto intermedio para superar la mezcla de atracción y aversión que sentía.
—Quería hablar con usted sobre los materiales —dijo él mientras la apartaba para dejar paso a Jeremy que corría con las bridas de Sable en la mano.
A ella no le gustó cómo le afectó su contacto.
—Vamos a buscar un sitio donde podamos hablar tranquilos.
Pasó entre los niños y, al mirar para atrás para ver si él la seguía, se dio cuenta de que parecía evitar el contacto físico con ellos. Con Grace se había mostrado muy cariñoso; pero esa amabilidad no parecía extenderse a los demás.
La alcanzó cuando llegaba a la otra esquina del picadero cubierto.
—No tenemos que hacerlo ahora si la necesitan.
—Dispongo de unos minutos.
Lo llevó hacia los pastos, donde Rayo buscaba el heno que los demás habían dejado. Los otros cinco caballos iban a ser montados esa mañana, así que estaba solo en el campo.
Cuando el animal se acercó, Keith le acarició el cuello. ¿Qué se sentiría al ser acariciado por esas manos?, pensó Sara. Entonces recordó las manos de Víctor. La manera en que le acariciaba la mejilla con ternura, cómo le rozaba los labios con los dedos.
Antes de que sus manos se volvieran puños.
Apartó aquella imagen de su mente.
Keith y ella estaban a más de un metro de distancia, aun así, ella dio un paso hacia atrás.
Él señaló hacia las vallas.
—Tenemos que quitar éstas; no son seguras para los caballos.
—¿Qué sugiere?
Él continuó acariciando el cuello del animal, el movimiento de sus dedos era fascinante.
—Sugiero, postes de manera en lugar de metálicos y la alambrada forrada que hay para caballos.
Un ruido entre las zarzas, al otro lado del prado, llamó la atención del caballo y se apartó de Keith para mirar. Un ciervo salió de entre los matorrales y corrió por el campo. Rayo salió detrás, cojeando.
—Está herido.
—Esperemos que sea sólo un golpe, y no su artritis —dijo ella con un suspiro—. Hemos tenido suerte de que sólo hayan venido cinco niños para esta sesión si no nos habría faltado un caballo.
Keith se giró hacia ella y se quedó mirando su cara fijamente. Aunque todavía estaban a una buena distancia, ella sintió una oleada de calor: su mirada era tan intensa que sentía como si la estuviera tocando. Después, dio un paso hacia ella y alargó la mano.
Ella se habría retirado, debería haberlo evitado. Pero se quedó quieta mientras él introducía los dedos en su pelo, rozándole la oreja y la cara antes de apartarse.
—Tenía una brizna de heno en el pelo —dijo él mientras dejaba caer la paja al suelo.
Ella todavía podía sentir el contacto de su mano. Haciendo un esfuerzo, intentó concentrarse en las vallas.
—¿Va a necesitar algo más? —dijo sintiendo que le faltaba la respiración.
Él se quedó mirándola antes de responder.
—La parte de arriba de la alambrada tendrá que ir electrificada.
Un caballo era capaz de derribar una valla solamente para acceder a un poco de pasto fresco.
—¿Será seguro para los niños? —tenía que mirarlo al hablarle. Sólo por educación.
—El voltaje es muy bajo. Lo suficiente para advertir a los caballos de que se alejen.
Probablemente, el voltaje que la recorría a ella, en respuesta a aquellos ojos azules penetrantes, era mucho más alto.
—Tengo que volver con los niños.
Él la siguió.
—Yo iré a buscar el material.
Cuando llegaron al lado del grupo de niños, ella se giró hacia él.
—Gracias.
—Tengo que marcharme —pero no se movió.
Ella señaló con la cabeza a los niños.
—Me están esperando.
Él la recorrió con la mirada de los pies a la cabeza y asintió bruscamente.
—Hasta luego.
Giró sobre sus talones y caminó hacia la camioneta. Sara corrió hacia el grupo de niños y caballos para comenzar la primera lección del día.
A las dos y cuarto, Keith volvió con un camión. Mirando por el retrovisor, comprobó que la excavadora no se había movido.
Sara seguía trabajando con los niños en la pista por lo que él aparcó lo más lejos posible para no molestar con el ruido. Después, se dirigió hacia la puerta para verlos un rato.
Sara estaba en el centro de la pista con una yegua castaña detrás de ella y Grace en la montura. Los otros cuatro niños iban al paso en parejas alrededor de la pista; cada pareja, unida por una cuerda.
—Al trote —gritó Sara—. ¡Sin soltar la cuerda!
Él pony gris de Jeremy trotó más rápido que el de su compañero y la cuerda cayó de su mano.
—Ven aquí, Jeremy. Grace… —Sara se percató de la presencia de Keith. A pesar de la distancia que los separaba, sintió el impacto de su mirada. Se volvió a Grace—: vete al sitio de Jeremy.
Con la ayuda del adolescente de pelo largo, el caballo de Grace caminó hacia donde estaba el otro pony. Mientras continuaban con el ejercicio de la cuerda, Sara se dirigió hacia Keith.
—No pensé que tardaría tanto —dijo sin apartar los ojos de sus alumnos.
—Lo siento. He tenido una mañana muy completa.
Después de la cita con su cliente de esa mañana, había tenido que ir a ver algunas obras. Ni siquiera había tenido tiempo de ir a comprar el material para la valla.
—¡Jeremy, cámbiate con Marisa! —gritó ella y después volvió a mirarlo—. Estoy muy ocupada.
—Sólo quería saber cuándo descargar la excavadora.
Ella lo miró con curiosidad un segundo antes tic girarse de nuevo a la pista.
—Jeremy, tu caballo está demasiado cerca del de Grace.
—La excavadora es muy ruidosa. No quiero asustar a los caballos.
—Estamos a punto de acabar.
Uno de sus ayudantes la llamó y ella se acercó a él.
Keith sintió que se le secaba la boca al mirarla. Sus curvas eran suaves y con aquella camiseta roja y aquellos pantalones cortos él pensó que se le iba a parar el corazón. Se sentía como un mirón al observar sus caderas y, aún más, cuando ella se inclinó para recoger del suelo la cuerda del otro par de niños: su trasero era perfecto.
Se obligó a apartarse de allí y caminó hacia el camión. No había tenido una fantasía sexual desde que murió Melissa. Y no le gustaba. No quería aquellas imágenes en su cabeza.
Esperó al lado del camión, observando el paisaje. Los pinos y los castaños que rodeaban el rancho ofrecían una bonita estampa y la bandada de pájaros que atravesaba el cielo azul resultaba una buena distracción. Su atención volvió una o dos veces a Sara, pero, al menos, no estaba mirándola con lujuria.
Cuando dieron las tres menos cuarto, los padres empezaron a llegar a recoger a los niños. Keith vio a Sara hablar con los padres y, después, dirigirse hacia la casa octogonal.
Dani se acercó a él con Grace.
—Sara vendrá en unos minutos. Me dijo que si podía esperar antes de descargar la excavadora.
—Claro.
Dani ayudó a Grace a subir al camión mientras él mantenía la mirada fija en la casa.
Por fin, ella salió y caminó hacia él. La vista de su cuerpo por detrás había sido atractiva; pero por delante también tenía sus encantos. Hizo un esfuerzo para alejar la vista de sus pechos, pero no pudo evitar fijarse en sus hombros esbeltos y sus piernas bien contorneadas.
No quería sentir aquella reacción hacia ella; no quería sentir nada.
Ella le ofreció un sobre.
—Esto es para la señora Thorne.
Él no quería rozarla al tomar el sobre, era lo más estúpido que podía hacer. Pero, de alguna manera, no podía agarrarlo bien a menos que tocara sus dedos.
La forma en la que ella retiró la mano cuando él la tocó hacía pensar que se había quemado. El sobre cayó al suelo. Él se quedó mirándolo un instante, sintiéndose como un idiota. Se inclinó para recogerlo.
—Lo siento.
Ella se metió las manos en los bolsillos.
—Si puede dárselo a los que cuidan de Grace…
—Voy a bajar la excavadora del camión. Después de llevar a Grace, regresaré. Así, al menos, podré taladrar los agujeros.
Él preparó la rampa del camión y bajó la máquina pesada. Cuando la tuvo en el suelo, la miró.
—¿Dónde la dejo? —gritó para hacerse oír por encima del ruido del motor.
Ella se giró hacia Grace y grito:
—Quédate ahí, preciosa. ¿Vale?
La niña asintió con solemnidad.
Ella le indicó hacia la parte de atrás de la pista cubierta; allí había un acceso más amplio para entrar en el prado.
Los caballos parecieron moverse inquietos, pero como ella solía utilizar un tractor pequeño para transportar su comida, debían estar pensando que iban a cenar más temprano.
Ella corrió un poco para abrirle la cancela y Keith maniobró con experiencia para meter la excavadora dentro. Después, apagó el motor y caminó hacia ella con tranquilidad.
Ella pensó que un hombre tan grande como él no debería moverse con tanta elegancia.
—Me tengo que marchar —murmuró él cuando llegó su lado.
Caminaron hacia el camión. Ella caminó a su lado, intentando no pensar en su cuerpo.
Su padre le había enseñado una lección: los hombres eran más fuertes que las mujeres y esa fuerza podía hacer daño. No fue hasta después, cuando conoció a otros hombres, hombres buenos, que comprendió que no todos eran unos monstruos; que un hombre podía ser un amigo al igual que una mujer. Si era cuidadosa, si le daba a un hombre tiempo para mostrar su agresividad o su humanidad, estaba en posición de decidir quién podía ser amigo suyo.
Pero mientras él se alejaba en el camión, Sara pensó que nunca podría ser su amigo. Y no sólo porque todavía no confiara en él. Lo que más le preocupaba era que no estaba segura de si podría confiar en ella; en su capacidad para ver con claridad si ese hombre podía hacerle daño o no. Ya había vivido una pesadilla con Víctor y no pensaba volver a pasar por eso de nuevo.