Epílogo
No debería haber dejado que Beth lo convenciera para ponerse esmoquin. Estaba en el altar, frente al reverendo Pennington, y de buena gana se habría desabrochado el primer botón de la camisa, pero quería que todo saliera perfecto aunque él se muriera de calor.
Cuando el organista interpretó la marcha nupcial, se preguntó cómo demonios iba a ponerle la alianza a Andrea en el dedo correcto.
Al ver que todo el mundo se callaba, se giró hacia la puerta y comprobó que Andrea acababa de entrar.
Estaba preciosa, con el pelo recogido y los ojos brillantes. Sin embargo, bajo el vestido de novia, a Tom le pareció ver que llevaba las zapatillas de deporte de siempre y aquello lo hizo sonreír.
Aquella era su chica.
Phyllis, la madre de Andrea, le entregó a su hija con mucha serenidad y se sentó junto a Jeff, su recién estrenado marido.
Tom se giró hacia Andrea y la tomó de ambas manos.
—Soy el hombre más afortunado del mundo —le dijo sinceramente, mirándola a los ojos.
Andrea sonrió encantada y ambos se giraron hacia el reverendo, deseando pronunciar los votos que los iban a unir para toda la vida.
Fin