Capítulo 14
Al fijarse en ella, Andrea comprendió por qué Tom se había enamorado de Lori. Se trataba de una mujer alta y elegante, de pelo rubio y cuerpo tan maravilloso que parecía sacada de una revista de moda.
Incluso, la mujer más segura del mundo, podría sentirse gorda a su lado y fea si se la comparaba con aquella mujer de ojos dorados y piel perfecta.
Andrea miró Tom y vio que miraba a su ex mujer con frialdad. Obviamente, ya no sentía nada por ella.
Tom y Andrea bajaron de la furgoneta y se dirigieron al porche. Andrea sintió que Lori la miraba de arriba abajo e, inmediatamente, se dio cuenta de que aquella mujer no le caía bien.
Sin embargo, era la madre de Jessie y tenía que permanecer neutral.
Claro que, cuando Jessie abrazó a su madre de manera que su brazo quemado tocó el de su madre y Lori puso cara de asco, Andrea sintió como si la hubieran abofeteado.
Gracias a Dios, Jessie no había visto la reacción de su madre. ¿Cómo podía una madre comportarse así?
—Así que tú eres la profesora de Jessie —comentó Lori, sonriendo con malicia.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Tom.
—Ha venido a verme, ¿verdad, mamá? —dijo Jessie agarrando a su madre de la mano.
Lori sonrió sin ganas a su hija.
—Me gustaría ver tu habitación, así que sube a recogerla y me avisas.
Jessie salió corriendo como un cohete y Lori aprovechó para frotarse el brazo disimuladamente.
Al instante, Andrea apretó los puños y sintió unas tremendas ganas de abofetearla, pero contuvo su ira.
—¿Qué haces aquí, Lori? —Insistió Tom—. Y no me vengas con que has venido a ver a tu hija.
Lori levantó el mentón en actitud desafiante y miró a Andrea.
—No creo que debamos hablar de esto delante de ella.
—Cualquier cosa que tengas que decirme, puedes hacerlo delante de Andrea —contestó Tom con tranquilidad.
—A lo mejor, no le gusta escuchar lo que he venido a decirte.
Tom no contestó.
—¿Te importaría que, por lo menos, entremos? —Se irritó Lori—. Me están comiendo los mosquitos.
Tom le hizo un gesto para que entrara en la casa y los tres se dirigieron al salón. Allí, con las luces encendidas, Andrea se dio cuenta de que, a pesar de que debían de tener la misma edad, Lori parecía mucho mayor que ella.
Efectivamente, tenía arrugas y estaba pálida. Además, le olía el aliento a alcohol.
—Di lo que tengas que decir, y vete —le espetó Tom.
Aquella brusquedad sorprendió a Andrea, que jamás lo habría esperado.
Lori se giró hacia ellos con los brazos cruzados en el pecho.
—Desde luego, es una monada que la profesora y el ganadero vivan bajo el mismo techo.
—Andrea vive en el apartamento del capataz —contestó Tom—. En cualquier caso, llevas meses sin aparecer por aquí, así que, ¿cómo demonios sabes de la existencia de Andrea?
A Andrea no le gustaba la sonrisa de aquella mujer.
—Yo siempre me entero de todo. Nina y yo siempre hemos seguido siendo amigas.
Andrea sintió una punzada de dolor ante la traición, pero comprendió que Nina lo estaba pasando muy mal y que Lori se había aprovechado de su vulnerabilidad para sonsacarla.
—¿Qué te crees que opina la gente de que viváis juntos? ¿Crees que es un buen ejemplo para nuestra hija?
Tom apretó los puños.
—¿Fue un buen ejemplo que tú te liaras con el capataz? —le espetó.
Lori palideció.
—No me gusta que viva aquí —dijo mirando a Andrea.
—¡Mamá! —gritó Jessie desde arriba—. ¡Ya he recogido todo!
—Ya voy, cariño —contestó Lori—. Dejé que te quedaras con la custodia…
—Tú no la querías —la interrumpió Tom, enfadado—. No es que me la dieras, es que nunca la quisiste.
—Ya, bueno, pero ahora a lo mejor las cosas han cambiado. No me parece bien que mi hija viva con una desconocida.
—Andrea no es ninguna desconocida. Es la mejor profesora que Jessie ha tenido jamás. No te puedes ni imaginar todo lo que ha hecho por ella.
—No me quiero ni imaginar todo lo que habrá hecho por ti —se burló Lori—. En cualquier caso, he decidido que quiero que la niña se venga a vivir conmigo.
Un grito de sorpresa hizo que todos se giraran hacia la puerta.
—Papá, yo no me quiero ir —dijo Jessie con miedo.
—No te vas a ir, cariño —le aseguró su padre.
—Mamá, yo quiero vivir aquí.
Por primera vez, Andrea vio que Lori miraba a su hija con cierto cariño.
—Papá y yo sólo estamos hablando —le dijo—. Anda, vete a tu cuarto y ahora subo.
Jessie obedeció sin convencimiento.
—A lo mejor, podemos llegar a un acuerdo —dijo Lori una vez estuvieron nuevamente a solas.
—No hay nada en lo que tengamos que ponernos de acuerdo —contestó Tom—. Jessie se queda aquí, y punto.
—A lo mejor, a mis padres no les gusta saber lo preocupada que estoy por su nieta. Si les cuento lo que está pasando aquí, puede que pidan ellos la custodia —dijo Lori con odio.
—¿Qué quieres? —ladró Tom.
—Dinero —contestó Lori tan contenta.
—¿Y el fondo de inversión?
—No lo puedo tocar de momento. Además, sólo me hacen falta unos cuantos miles de dólares.
Andrea sabía que Tom no tenía tanto dinero y pensó en ofrecerle sus ahorros, pero…
—No —dijo Tom.
Lori lo miró sorprendida.
—Entonces, no tendré más remedio que hablar con mis padres —dijo, yendo hacia la puerta.
Por supuesto, se había olvidado de que le había dicho a su hija que subiría a verla.
Una vez a solas, Andrea miró a Tom y le puso la mano en el brazo. Al instante, Tom la abrazó.
—No puedo vivir sin mi hija, Andy —confesó escondiendo la cara entre su pelo.
—¿Tú crees que Lori conseguiría la custodia?
—No lo sé. A lo mejor, con ayuda de sus padres…
—¿No crees que sería mejor que me fuera?
—No.
—Podría volver a hospedarme en el hotel de Beth.
—No, no estoy dispuesto a consentir que mi ex mujer nos diga cómo tenemos que vivir.
En aquel momento, apareció Jessie en la puerta.
Había bajado tan despacio las escaleras, algo muy raro en ella, que no la habían oído llegar.
—Papá, yo no me quiero ir —gimió, abrazándolos a ambos.
—Y no te irás —le aseguró Tom.
Andrea rezó para que Tom pudiera cumplir su promesa.
Andrea suponía que Jessie iba a comenzar a comportarse mal debido a la repentina aparición de su madre, pero el comportamiento de la niña durante la siguiente semana la dejó sorprendida y preocupada.
En lugar de mostrarse beligerante, Jessie estaba cariñosa y apenada. A veces, en lugar de leer o de practicar caligrafía, se quedaba mirando a la nada con los ojos llenos de tristeza.
Tras la aparición de Lori, Tom había buscado consuelo en Andrea, pero ahora aquella cercanía había desaparecido por completo y Tom se había encerrado en sí mismo.
Aun así, Andrea lo había visto varias veces mirándola, pero mantenía las distancias, se mantenía apartado.
No habían vuelto a tener noticias de Lori, así que no sabían si se había vuelto a su casa a la mañana siguiente o si andaba por allí esperando a Tom.
En cualquier caso, como un huracán, lo único que había dejado a su paso había sido desolación.
El viernes por la mañana, Tom entró en la cocina mientras Andrea recogía la mesa del desayuno y decidió que había llegado el momento de hablar con él.
—Tom —le dijo cerrando el grifo—. ¿Podemos hablar?
Era obvio que Tom no quería hablar, pero no tuvo más remedio que ceder.
—Sí —contestó.
—¿Crees que se ha ido?
—Puede ser, pero no lo creo.
—He hablado con Nina. Por cierto, me ha pedido perdón. Me ha dicho que no la ha visto desde el lunes.
—Podría estar en casa de sus padres. Tienen una casa en Tahoe, al otro lado del lago.
—¿Acaso no se da cuenta de que su comportamiento hace sufrir a su hija?
Tom miró hacia el salón, donde su hija hacía los deberes de matemáticas.
—Cuando nos separamos, Lori ni siquiera pidió derechos de visita porque, según ella, una niña destrozaría su estilo de vida —le explicó bajando el tono de voz—. Yo creo que, sin embargo, en lo más profundo de su corazón la culpa la está devorando. Yo lo he pasado fatal por no haber estado el día del incendio con Jessie, por no haber podido hacer nada por ella, pero Lori estaba a tan sólo unos metros y tampoco pudo hacer nada…
El sentimiento de culpa que tenía Andrea por lo que había ocurrido con Richard dos años atrás parecía trivial comparado con aquello.
—Entonces, ¿por qué hace esto?
—Siempre ha tenido problemas con la bebida, pero desde el accidente bebe cada día más y no tiene control sobre el dinero —contestó Tom—. Supongo que sus padres han dejado de mantenerla.
—Sobre eso, precisamente, quería hablarte —se lanzó Andrea—. Tengo algún dinero ahorrado y…
—No.
—Como me voy a quedar con vosotros, no lo voy a necesitar —insistió.
—No.
—Quiero ayudar.
—No, no permitiré que le entregues tus ahorros a Lori —contestó Tom muy serio—. No quiero volver a oír nada parecido —añadió yendo hacia ella y tomándola entre sus brazos—. Ya nos las apañaremos. Lo más seguro es que Lori vaya de farol, amenazando para ver lo que saca. A lo mejor, ni siquiera vuelve por aquí.
—No quiero que, por mi culpa, Lori se lleve a Jessie —se lamentó Andrea.
—Eso no sucederá —le aseguró Tom, acariciándole la espalda—. En cualquier caso, tu reputación es inmaculada. Lori jamás encontraría nada en tu vida que pudiera hacer que yo perdiera a mi hija.
Al oír aquellas palabras, Andrea sintió una punzada de dolor, pues su pasado no era tan bueno como Tom creía.
¿Qué ocurriría si Lori descubriera lo que había sucedido con Richard? ¿No debería contárselo a Tom por si acaso?
Sin embargo, había prometido al colegio y a las niñas que se habían visto involucradas en el episodio que jamás contaría nada, había prometido no hablar de aquel espantoso trayecto en el coche de Richard.
No por ella sino por el bien de las niñas que iban en el asiento trasero.
No podía traicionar aquella confianza. A pesar de que se sentía culpable por no ser del todo sincera con Tom, no debía romper su promesa.
El final del curso escolar se iba acercando y parecía que Tom tenía razón, pues Lori no había vuelto a aparecer por allí.
Andrea no sabía si había sido porque había cambiado de opinión o porque había decidido que el esfuerzo de batallar legalmente por la custodia de Jessie no merecía la pena.
En cualquier caso, estaba agradecida de no volver a verla.
Al cabo de unos días, Jessie había recuperado el equilibrio. La noche en la que se negó a secar los platos, Andrea estuvo a punto de dar brincos de alegría.
Después de haber hablado, las barreras entre Tom y ella habían desaparecido y ahora se tocaban y se besaban constantemente.
Jessie estaba pendiente de sus movimientos y, por eso, solían esperar a que se fuera para comerse a besos.
No habían vuelto a hacer el amor desde la noche de la subasta y Andrea sentía que se iba a volver loca de deseo.
A Tom le habría encantado volver a llevarla a su cama, pero Andrea, a pesar de que se moría por hacer el amor con él nuevamente, ponía límites.
No terminaba de comprender sus sentimientos, cada vez sentía algo más fuerte por aquel hombre, algo más complicado.
No tenía ni idea de lo que Tom sentía por ella y no se atrevía a confesar lo que ella sentía por él por miedo a no ser correspondida.
El último día de colegio prometía ser muy caluroso.
Jessie había desayunado en tiempo récord y había subido a su habitación a lavarse los dientes y a peinarse, emocionada porque aquel día había un picnic con todos los niños.
Como Tom tenía mucho trabajo en el rancho, Andrea la iba a llevar al parque donde iba a tener lugar la reunión infantil.
Al principio, la directora del colegio había intentado que Jessie no acudiera, pero Tom había ido a hablar con ella, decidido a que la arpía no machacara más a su hija.
Le había presentado a Andrea y le había explicado los progresos que había conseguido con su hija.
Además, la madre de Sabrina, que era miembro del consejo de dirección del colegio, había hablado a favor de Jessie.
Jessie bajó las escaleras y, a pesar de que estaba impaciente por irse, Andrea le puso crema protectora en la cara y en el cuello.
La niña suspiró resignada y se dejó hacer.
Andrea había pensado en presentarse voluntaria, al igual que la madre de Sabrina, para cuidar y atender a los niños durante el picnic, pero, cuando se lo había comentado a Tom, él le había indicado que volviera al rancho en cuanto hubiera dejado a Jessie en el parque.
Por supuesto, Andrea sabía por qué. Tom estaba tan desesperado como ella por estar, por fin, a solas.
Sin embargo, aunque Andrea se moría por volver a hacer el amor con él, había algo en su interior que le decía que tuviera cuidado ya que su pasión podría romperle el corazón, podría llevarla a confesar algo que no estaba preparada todavía para decir.
—¡Hoy va a ser un día genial! —exclamó Jessie, sentada en el asiento del copiloto.
Andrea miró por el retrovisor y vio a Tom en el picadero, trabajando con los caballos, y cruzó los dedos para que así fuera.
En cuanto Andrea y Jessie se fueron, Tom se dio cuenta de que no iba a poder trabajar.
Saber que iba a volver en breve, sola, y que iban a tener horas y horas para estar juntos, hacía que no pudiera pensar en otra cosa que no fuera en su pelo, en su boca, en su cuerpo.
La repentina aparición de Lori en sus vidas había bloqueado momentáneamente su relación, pero, por suerte, todo había vuelto a la normalidad.
Tom se dio una ducha de agua fría para calmarse, y se estaba secando cuando sonó el teléfono.
La última voz que esperaba escuchar al otro lado era la de Lori.
—¿Qué quieres? —le preguntó sin rodeos.
—Un tipo que trabaja para mi padre ha estado investigando a tu profesora —contestó Lori.
—¿Y? —Tom se sobresaltó.
—Andrea Larson dejó de enseñar hace dos años.
—Ya lo sé, ella misma me lo contó.
—Sí, lo que seguramente no te contaría fue que tuvo que dejarlo porque la iban a despedir.