Capítulo 15

En cuanto Andrea entró en el salón, supo que sucedía algo terrible. Tom estaba sentado en el sofá, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza baja. Al oírla entrar, levantó el rostro.

—Ha llamado Lori.

—¿Qué ha…?

—Cuando dejaste la enseñanza hace dos años, te iban a despedir, ¿verdad?

Andrea se dijo que debería estar preparada para aquella pregunta, que no podía ocultar el pasado para siempre.

—Sí.

Tom tragó saliva.

—Y tuviste que comprometerte a no trabajar como profesora en dos años —continuó Tom.

—Sólo en aquel distrito —confirmó Andrea—. En cualquier caso, decidí no enseñar durante ese tiempo en ningún sitio.

Tom asintió.

—No me lo habías contado.

No lo había dicho en tono acusador, pero era obvio que se sentía decepcionado.

Andrea habría preferido que hubiera gritado, que se hubiera enfurecido con ella, cualquier cosa antes que el distanciamiento que había interpuesto entre ellos.

—Querías saber si soy una profesora titulada. No te mentí en eso. El resto…

Tom se puso en pie.

—El resto es bastante importante, ¿no te parece?

—Debería habértelo dicho —admitió Andrea, poniéndole la mano en el brazo—. No debería habértelo ocultado.

Tom se zafó de su mano.

—En eso tienes razón.

Andrea sintió que se le formaba un nudo en el pecho.

—Lo siento mucho.

—¿Por qué tuviste que dejarlo?

—No te lo puedo contar —contestó Andrea, mirándolo a los ojos—. Di mi palabra —añadió acariciándole la mejilla y rezando para que no se apartara—. Por favor, Tom, créeme. Jamás le haría daño a un niño. Nunca lo he hecho y nunca lo haré.

Tom se quedó en silencio y, al final, alargó el brazo y le tomó la mano entre las suyas. A continuación, cerró los ojos con fuerza y suspiró.

—Ya lo sé —dijo abrazándola.

—Perdóname, por favor —dijo Andrea—. Debería habértelo contado.

Tom le acarició el pelo.

—Aunque lo hubieras hecho, no podríamos haber impedido que Lori lo descubriera.

—Ya, pero, al menos, no te habría pillado por sorpresa.

Tom asintió.

—¿Tú crees que Lori podrá descubrir la parte que no puedes contarme?

—Se supone que no —contestó Andrea—. El caso se cerró y los documentos se sellaron. No por mí sino por las alumnas que se vieron involucradas —le explicó, recordando la carita aterrorizada de aquellas dos niñas.

—Desde luego, no era así cómo yo tenía pensado pasar el día de hoy contigo —dijo Tom besándola en la frente.

Andrea sonrió, sintiendo cómo el cuerpo de Tom reaccionaba ante su proximidad.

—Todavía tenemos mucho tiempo.

—Entonces, vamos arriba —dijo Tom, tomándole el rostro entre las manos y besándola.

—Te tengo que decir una cosa, Tom.

—Dime, cariño.

—Cuando me pidieron que me fuera… hicieron bien, yo tuve la culpa de lo que sucedió y fue un castigo bien merecido.

—Eso ya forma parte del pasado.

Andrea se emocionó al ver que Tom aceptaba su pasado y escondió el rostro en su pecho para que no la viera llorar.

Cuando sintió que Tom le levantaba la cabeza y la besaba en los labios, el dolor se tornó deseo y no pudo evitar la tentación de mordisquearle un pezón.

—Vamos arriba —rugió Tom.

Andrea sintió que el mundo daba vueltas a su alrededor.

Al llegar al dormitorio, Tom se quitó los vaqueros y se tumbó a su lado en la cama.

—Llevas demasiada ropa puesta —le dijo bajándole un tirante de la camiseta.

A continuación, realizó el mismo recorrido por su hombro con la boca. Andrea ya no podía más, así que deslizó las manos hasta sus calzoncillos y se los arrebató.

Tom alargó el brazo para sacar del cajón de la mesilla un preservativo. Mientras, Andrea se deshizo de la camiseta y del sujetador.

En cuanto volvió a sus brazos, le tomó la cintura entre las piernas y lo obligó a entrar en su cuerpo.

Tom aceptó la invitación encantado, llenándola de gozo y placer, entrando y saliendo de su cuerpo lentamente, sin dejar de mirarla a los ojos.

Al cabo de un rato, Andrea sintió el orgasmo más potente de su vida y tuvo que aferrarse con fuerza a Tom, pues le pareció que iba a salir despedida de su propio cuerpo.

Cuando Tom echó el cuello hacia atrás y gimió, dejándose llevar por la pasión, Andrea volvió a alcanzar el clímax con él.

Tom la besó suavemente en la mejilla y la abrazó.

—Andrea —murmuró.

—Dime.

—No te vayas.

Le estaba pidiendo que se quedara a vivir en el rancho, con Jessie y con él. Había llegado el momento de tomar una decisión.

Al darse cuenta de que era su corazón el que contestaba, Andrea se sintió imbuida por un amor maravilloso, un amor que llevaba creciendo en su interior desde la primera vez que había visto a aquel vaquero.

Aquello la hizo reír, presa de una exuberante felicidad. Cuando se giró para contestarle, comprobó que Tom se había quedado dormido.

—Jamás te dejaré —le prometió en un susurro.

Y, a continuación, se acomodó entre sus brazos y se quedó también dormida.

 

Tom se despertó de repente y miró el reloj que había en la mesilla. Aliviado, comprobó que todavía quedaba mucho tiempo hasta que tuvieran que ir a recoger a Jessie.

Entonces, disfrutó de tener a Andrea entre sus brazos, se quedó mirándola y, al cabo de un rato, decidió levantarse.

Lo hizo con cuidado para no despertarla, se vistió, bajó las escaleras y se montó en la furgoneta para ir a buscar a su hija.

Mientras se alejaba, pensó en lo que le había dicho Lori y, preocupado, se preguntó qué habría ocurrido para que Andrea tuviera que dejar la enseñanza.

Lo cierto era que lo que más le preocupaba era que Andrea no le hubiera contado la verdad, que le hubiera ocultado aquel dato de su pasado.

Desde luego, no podía comparar aquello con la traición de Lori, pues la aventura de su ex mujer con el capataz, unido a su abandono después del incendio, había sido angustioso para él y catastrófico para Jessie.

El hecho de que Andrea no le hubiera contado aquella historia no hacía que su vida y la de su hija se fueran al garete.

Sin embargo, no podía negarse a sí mismo que le molestaba que no se lo hubiera contado todo.

¿Por qué? Al fin y al cabo, aquel dolor provenía de viejos recuerdos, de una tragedia que había ocurrido hacía ya cuatro años.

De repente, se dio cuenta de que sus miedos no provenían del incendio. Recordó a su madre. Tenía siete años y su madre le decía adiós antes de que su padre se la llevara al hospital.

—Pórtate bien —le había dicho—. Nos veremos pronto.

Jamás la volvió a ver.

Había muerto en la mesa de operaciones durante una intervención rutinaria.

Tom sintió unas terribles ganas de llorar. Allí estaba, con treinta y cuatro años, y echando horriblemente de menos a su madre todavía, teniendo miedo de que una mujer le prometiera quedarse y no lo hiciera.

«Jamás te dejaré».

¿Lo había dicho Andrea de verdad o lo había soñado? No, lo había oído. Estaba seguro. Tom sintió que el corazón se le llenaba de amor y comprendió que era cierto, que Andrea jamás se iría.

La amaba, estaba locamente enamorado de ella y no permitiría que lo abandonara.

Comparado con lo que sentía por Andrea, lo que hubiera sentido alguna vez por Lori no era nada.

Entonces, decidió que, en cuanto volviera al rancho, le iba a pedir que se casara con él, que formara una familia con Jessie y con él.

Así, cada uno dejaría sus traumas atrás y, a lo mejor, podrían darle a Jessie un par de hermanitos.

Mientras aparcaba la furgoneta junto al parque, Tom sonrió encantado. Andrea iba a estar siempre con él, no iba a desaparecer de su vida.

¡Qué regalo!

 

El timbre del teléfono despertó a Andrea.

—¿Sí?

La persona que llamaba no contestó al instante.

—Vaya —dijo por fin.

Era Lori.

Andrea comprobó que era ya casi la hora de ir a recoger a Jessie y supuso que había ido Tom.

—Tom no está. ¿Quieres que le diga algo cuando vuelva?

—No, de todas formas, quería hablar contigo —dijo Lori.

Andrea se incorporó y se sentó en el borde de la cama.

—¿Qué quieres?

—Quiero que sepas que lo sé todo.

—Eso es imposible —contestó Andrea—. Los informes están sellados.

—Eso casi hizo que no pudiera seguir adelante con la investigación —rió Lori—, pero, al final, los investigadores de mi padre dieron con la directora del colegio en el que entonces trabajabas.

La señora Pfeiffer.

Andrea y ella nunca se habían caído bien, ni siquiera antes del incidente con Richard, y cuando aquello se había producido, temerosa de que la responsabilidad recayera en ella, la directora había volcado todo su odio sobre Andrea.

—Me lo ha contado todo sobre Richard —continuó Lori.

Andrea sintió deseos de colgar el teléfono. No quería oír aquello. Aquel horrible día llevaba presente en su vida dos largos años.

Sin embargo, Lori se lanzó a la descripción con todo lujo de detalles de lo que había ocurrido y Andrea no pudo evitar recordar lo sucedido.

En cuanto Richard apareció en su clase, se había sentido incómoda. Iba despeinado y con la camisa mal abrochada.

En aquel momento, Andrea pensó que había tenido problemas en el trabajo, porque hacía tiempo que no le iba bien y se quejaba de que el jefe de ventas la tenía tomada con él.

Si no lo hubiera visto tan desesperado, Andrea le habría dicho que no era el mejor día para aparecer sin avisar ya que estaba organizando a sus alumnos de segundo curso en grupos para hacer una excursión.

Había un grupo de padres al fondo de la clase esperando a llevarse a los estudiantes que les hubieran tocado en sus coches.

Al darse cuenta de que faltaba sitio para dos niñas, Andrea estuvo a punto de cancelar la excursión, pues ella, como profesora, no tenía autorización para llevar a sus estudiantes en su propio coche.

Cuanto Richard se ofreció, algo dentro de ella le dijo que contestara que no, pero los niños se estaban poniendo cada vez más nerviosos porque se querían ir ya, así que aceptó la oferta.

Tendría que haberle hecho rellenar el impreso apropiado, pero temió que a la directora le pareciera una solución demasiado precipitada y cancelara la excursión en el último minuto.

Así que decidió que Jenny Arverson y Ayesha Mills fueran con ellos en el coche de Richard.

Las niñas, que eran muy amigas, iban en el asiento de atrás charlando sin parar, así que Andrea no se dio cuenta de que Richard estaba muy callado.

Sin embargo, cuando lo oyó maldecir en voz baja, se dio cuenta de que algo iba terriblemente mal.

Sin previo aviso, Richard abandonó la caravana de coches y tomó la salida a la autopista más cercana.

Cuando una de las niñas le preguntó dónde iban, le gritó que se callara y aceleró.

Andrea no sabía dónde había puesto la pistola que siempre llevaba, pero de repente comprendió lo que estaba pensando Richard.

—Lo voy a matar —comentó con frialdad.

Andrea se quedó helada.

—¿A quién?

—A mi jefe —contestó Richard tan tranquilo—. Le voy a volar los sesos a ese canalla.

Mientras las niñas gritaban y lloraban, Richard siguió insultando y maldiciendo a su superior, contándole a Andrea cómo lo había despedido, según él, sin darle oportunidad de defenderse.

Andrea intentó calmarlo para ver si conseguía que entrara en razón. Varios kilómetros más allá, pasaron por delante de un coche patrulla que se había parado para ayudar a un conductor.

El agente se dio cuenta de que Richard conducía de manera temeraria y salió tras él. Al ponerse a su lado, vio la pistola y pidió refuerzos.

Hicieron falta cuatro coches patrulla y mucha conversación para convencerlo de que detuviera el vehículo.

La odisea sólo había durado unas horas, pero Jenny y Ayesha jamás volverían a ser las mismas. Andrea había intentado mantener el contacto, pero sus padres no se lo habían permitido.

—No quiero que una persona como tú le dé clases de nada a mi hija —concluyó Lori con asco.

—Soy una buena profesora —se defendió Andrea.

—Eso no es lo que dice la señora Pfeiffer —dijo Lori.

Andrea oyó el ruido de una botella chocando contra un vaso.

—Según la directora del colegio, tú y Richard, estabais conchabados, ibais a secuestrar a las niñas para pedir un rescate, pero, al final, tú lo entregaste cuando te viste acorralada.

—Eso no es verdad —contestó Andrea con voz trémula.

—Aunque no lo sea, es más que suficiente para convencer a mis padres de que pidan la custodia de Jessie.

—Por favor, no hagas eso —le rogó Andrea—. Tom adora a su hija.

—¿Y te crees que yo no la quiero? —Gritó Lori—. No quiero que vivas en esa casa, no quiero que estés cerca de ella.

—¿Y qué quieres que haga?

—Quiero que te vayas —dijo Lori—. Quiero que te vayas ahora mismo, que salgas de sus vidas.

Andrea sintió que se le formaba un terrible nudo en la garganta.

—Si me voy…

—Jamás le contaré a nadie lo que he descubierto y permitiré que Jessie se quede con su padre.

Andrea cerró los ojos con fuerza.

—Entonces, me voy ahora mismo.

Dicho aquello, colgó el teléfono y se quedó helada unos segundos. A continuación, salió corriendo hacia el apartamento del capataz, recogió sus pocas pertenencias y las llevó al coche.

Antes de irse, se dirigió a la habitación de Jessie, dejó sobre la cama la colcha que había terminado para ella y una simple nota en la que decía: Me tengo que ir. Por favor, no olvides nunca que te quiero con todo mi corazón.

A Tom le dejó otra nota sobre la almohada en la que puso: Lo siento, no puedo quedarme.

 

Tom y Jessie llegaron al rancho más tarde de lo previsto porque se habían quedado a ayudar a recoger y habían llevado a casa a un par de amiguitas de la niña.

Tom se moría por volver a ver a Andrea y, a medida que se iban acercando a casa, comprobó que el corazón le latía aceleradamente.

Por cómo lo miraba su hija, sabía que debía de tener una tremenda cara de felicidad.

—¿Dónde está Andy? —preguntó Jessie mirando en dirección al jardín.

Tom miró a su alrededor y comprobó que el coche de Andrea no estaba.

—Habrá ido al pueblo a por algo —contestó.

—Nos la habríamos cruzado por la carretera —apuntó la niña, preocupada.

—Debe de haber pasado mientras nosotros nos hemos desviado hacia la casa de tus amigas.

—Ah.

Sin embargo, mientras subía las escaleras del porche, Tom se dio cuenta de que tenía miedo.

Abrió la puerta y tuvo la sensación de que la casa estaba vacía.

—¿Dónde habrá ido, papá? —preguntó Jessie al borde de las lágrimas.

—Voy a ver si ha dejado una nota en la cocina —contestó Tom.

No le había dado apenas tiempo de comprobar que no era así cuando el grito de su hija lo sorprendió.

—¡Papá! —gritó Jessie desde arriba.

Tom corrió escaleras arriba y se encontró a su hija con una colcha entre los brazos y una nota.

—¡Se ha ido! —sollozó.

Tom sintió náuseas y se dirigió a su dormitorio. Allí, sobre la cama en la que tantas veces habían hecho el amor, encontró la nota destinada a él.

 Al instante, sintió que se moría.

Jessie apareció en la puerta de su dormitorio. Tenía los ojos rojos de tanto llorar. Tom abrió los brazos y su hija se refugió en ellos.

Tenía que ser fuerte delante de ella. Sabía que, con el tiempo, ambos se sobrepondrían a aquello, como habían hecho cuando Lori los había abandonado.

Sin embargo, la pérdida de Andrea era mucho peor que la de su ex mujer.