Capítulo 13
Andrea hizo todo lo que pudo para evitar a Tom durante el resto del domingo. Se fue a Marbleville a comer aunque apenas tocó la comida y luego se fue al cine. Después de la película, dio una vuelta por el centro comercial y cenó algo. A continuación, volvió al rancho y se metió directamente en su apartamento, donde se puso a coser.
El lunes por la mañana, entró de puntillas en la casa y suspiró aliviada al ver que solamente estaba Jessie esperándola para desayunar.
Al mirar por la ventana, comprobó que Tom estaba trabajando con el potro.
Jessie la ayudó a hacer tortitas.
—No sé si tu padre te lo habrá comentado —le dijo a la niña con toda la calma de la que fue capaz—. Me voy a quedar cuando termine el curso escolar.
Jessie la miró con los ojos muy abiertos.
—¿Cuánto tiempo?
Aquella pregunta era el doloroso eco de la que ella le había hecho a Tom dos noches atrás.
—No lo sé con seguridad —contestó Andrea, intentando sonreír—. A lo mejor, todo el verano.
Tras servirle a Jessie las tortitas y un vaso de leche, se sentó frente a la niña para desayunar.
Mientras jugueteaba con sus tostadas, se echó en cara por enésima vez lo idiota que había sido, el gran error que había cometido.
No se le había ocurrido pensar cómo se iba a sentir después de una noche de pasión tan intensa porque su mundo había explotado y había quedado patas arriba.
Ahora, ya ni siquiera sabía lo que quería de la vida, no sabía qué quería hacer, sólo sabía que necesitaba algo más, algo intangible, pero tan real como el tenedor que tenía en la mano.
—¿Y por qué te quedas? —quiso saber Jessie.
—Tu padre dice que sería bueno para ti que me quedara un poco más.
Jessie la miró con el ceño fruncido.
—No necesito profesora para el verano y el año que viene volveré al colegio normal.
—¿No quieres que me quede?
—¡Claro que quiero que te quedes! —Exclamó la niña bajando la mirada hacia las tortitas—. Lo que pasa es que me gustaría que… que mi padre y tú… ¿Por qué no os casáis?
La pregunta de Jessie dejó a Andrea sin aliento. No porque no sospechara que la niña llevara un tiempo barruntando sobre aquel tema sino porque, de repente, no se le ocurrió ninguna respuesta válida. ¿Sería porque, en lo más profundo de sí, ella se había hecho la misma pregunta?
No. Casarse era un compromiso que significaba echar raíces, formar un hogar y quedarse para siempre en el mismo sitio, y ella no quería aquello.
El dolor tan profundo que sentía era porque sabía que se tenía que ir y había cometido el error de encariñarse demasiado con Tom, con Jessie, con Beth, con Nina y con Hart Valley, en general.
Le iba a ser más difícil irse cuando terminara el verano, pero se tenía que ir de todas maneras.
Jessie esperaba su contestación.
—Tu padre y yo… sólo somos amigos.
—¿No te gusta lo suficiente como para casarte con él?
—Me gusta mucho, pero no lo quiero.
¿Por qué aquellas palabras le sonaban a mentira? Era como si estuviera repitiendo frases de un guión, en lugar de estar hablando desde el corazón.
Claro, que en su corazón no había amor para Tom… claro que no. La noche que habían pasado juntos había sido maravillosa, pero la había confundido, haciendo que no se sintiera segura de lo que sentía; era muy probable que no estuviera enamorada de él.
—¿Es por mí? —preguntó la niña, apesadumbrada.
—Jessie, a ti te quiero mucho.
Jessie la miró con lágrimas en los ojos.
—Entonces, ¿por qué te tienes que ir?
—Porque… porque sí —contestó Andrea.
«Porque siempre me voy, porque nunca me quedo, porque soy una cobarde».
—Da igual —dijo Jessie terminándose las tortitas.
—Jessie…
Obviamente, la niña se había enfadado.
Sin decir nada más, terminó de desayunar, se levantó, dejó su plato en el fregadero y salió de la cocina a toda velocidad, chocándose con su padre en la puerta.
Al ver a Tom, Andrea se puso en pie.
—¿Qué le pasa?
—Nada —contestó Andrea—. Todo.
Tom se acercó al fregadero.
—Andy, tenemos que hablar —dijo acariciándole el brazo.
—¿Ah, sí?
—Sabes perfectamente que sí —insistió Tom, algo irritado—. El sábado por la noche…
—No, por favor —lo interrumpió Andrea—. Prefiero dejar las cosas como están.
—Pero…
Andrea le puso un dedo sobre los labios.
—Dame tiempo. Cuando esté preparada para hablar contigo, te lo haré saber.
Tom la miró igual de enfadado que su hija, se sirvió un vaso de agua, se lo tomó de un trago y salió de la cocina igual que Jessie.
Si no se hubiera sentido tan desolada, a Andrea le hubieran entrado unas terribles ganas de reírse.
A medida que transcurrieron las clases, Andrea se fue dando cuenta de que Jessie se estaba comportando como al principio.
Ahora, de nuevo, cuestionaba todo lo que le pedía e intentaba boicotear todos los deberes.
Andrea decidió que no tenía fuerzas para luchar con la niña, así que dejó que se saliera con la suya.
A las doce, hicieron un descanso para comer. Ya habían terminado y habían vuelto al salón cuando entró Tom en la cocina para tomar algo.
Mientras discutía con Jessie, que no quería terminar un trabajo, Andrea no pudo evitar quedarse mirándolo.
—¡Jessie! —gritó su padre al ver que la niña se rebelaba.
Jessie bajó la mirada, miró a Andrea con cara de pocos amigos y se puso a escribir a regañadientes.
Sin esperar a que le diera las gracias, Tom salió de nuevo al picadero para seguir trabajando.
Cuando terminó la clase, Jessie subió a su habitación a leer y Andrea recogió y se sentó en el sofá.
Tenía un terrible nudo en la garganta y unas irreprimibles ganas de llorar. De repente, se acordó de su madre y deseó hablar con ella.
No había hablado mucho con ella en el pasado ya que su madre solía estar muy ocupada trabajando sin parar para poder tener comida y un techo bajo el que vivir.
Andrea había aprendido a resolver ella sola sus problemas, no porque su madre no se preocupara por ella sino porque ella no quería sobrecargarla de preocupaciones.
Sin embargo, en aquella ocasión, necesitaba hablar con ella, así que se dirigió a su apartamento y sacó el teléfono móvil.
Aunque ambas cambiaran de dirección varias veces al año, jamás cambiaban de número y, así, se podían poner en contacto cuando lo necesitaban.
Andrea se sentó en la cama, marcó el número de su madre y preparó mentalmente el mensaje que le iba a dejar cuando le saltara el contestador.
—¿Sí? —contestó su madre, sin embargo.
—¿Mamá?
—¿Andrea?
—Sí —contestó Andrea con lágrimas en los ojos—. ¿Qué tal estás?
—Bien, muy bien —contestó su madre entusiasmada.
—¿Dónde estás ahora?
Aquella pregunta era como un ritual entre ellas.
—Sigo en Modesto —contestó su madre.
—¿Ah, sí? ¿Desde diciembre?
—Bueno, más bien, desde septiembre.
—¿Y eso?
—Bueno, es que… he conocido a un hombre y… me voy a casar.
—¿Cómo?
—Conocí a Jeff a principios de año y ya he ido a la oficina de correos para que me manden aquí las cartas…
Andrea intentó entender la enormidad del anuncio de su madre. Si ella era capaz de comprometerse en una relación, si su madre había elegido echar raíces en un sitio…
—Cariño, te lo tendría que haber dicho antes, ya lo sé, pero, al principio, no era nada serio y luego, cuando Jeff me pidió que me casara con él, necesitaba tiempo para pensármelo.
—Mamá…
De alguna manera, su madre se dio cuenta de que a Andrea le ocurría algo.
—¿Qué te pasa, cariño?
—Estoy hecha un lío —tartamudeó Andrea.
Su madre le dijo que le contara todo y Andrea así lo hizo, le contó cómo había conocido a Tom y a Jessie, cómo se había enamorado perdidamente de ambos, cómo con ellos se sentía tan bien, cómo le apetecía formar un hogar en el rancho.
—Me siento bien aquí —confesó—. Por primera vez en mi vida, he encontrado un lugar donde creo que podría vivir, pero…
—¿Pero? —la urgió su madre.
—Nosotras no estamos echas para quedarnos en un sitio, ¿verdad, mamá? Tú y yo… nos aburrimos y nos tenemos que ir.
Su madre se quedó en silencio durante un buen rato.
—Te tengo que contar una cosa —dijo por fin—. Es sobre tu padre.
Que su madre mencionara a aquel hombre del que ya ni se acordaba, la sorprendió.
—Mi padre murió cuando yo tenía dos años.
—No, no es así.
Andrea ahogó un grito de sorpresa y, a continuación, su madre le contó que había tenido que huir, que su padre le estuvo pegando durante el tiempo que estuvieron casados y que, el día en el que la pegó a ella, a Andrea, decidió que aquello no podía ser y aquella misma noche, mientras él dormía, se fueron.
—Salió detrás de nosotras —recordó su madre con voz trémula—. La primera vez que nos buscó, nos encontró. Llamé a la policía, pero él los convenció de que todo había sido un malentendido. La segunda vez comprendí que no podía arriesgarme a que pasara lo mismo. Por eso, no podíamos quedarnos en ningún sitio mucho tiempo.
De repente, Andrea tuvo la sensación de que todo en lo que creía se iba abajo. Se había acostumbrado a no tener raíces y se había convencido de que esa era la vida que quería llevar.
—¿Y dónde está ahora?
—Murió hace dos años. Te lo habría dicho, pero…
Dos años atrás, Andrea acababa de terminar la desastrosa relación con Richard. Su madre era una de las pocas personas, aparte de la policía de Benton, que sabía lo que había ocurrido.
—Date tiempo, cariño. Piénsalo bien.
—No sé qué quiero, mamá. No sé qué quiero de Tom. Sé que le tengo mucho afecto y que quiero mucho a Jessie, pero todo me parece muy difícil.
—Andrea, por favor, no dejes que el pasado influya en tu vida. Bueno, te tengo que dejar. ¿Cuándo vendrás a conocer a Jeff?
—Primero, tengo que tomar ciertas decisiones, pero ya te llamaré.
Tras despedirse de su madre, Andrea colgó el teléfono. Los cimientos de su vida acababan de hundirse, pero, de alguna manera, le pareció que estaban surgiendo otros, mucho más fuertes.
Lo que le había contado su madre la había sorprendido sobremanera, pero, al mismo tiempo, la había liberado.
De repente, se sentía poderosa, tenía todo el futuro por delante y podía elegir lo que le diera la gana; las posibilidades eran ilimitadas.
Podía elegir a Tom y a Jessie, podía quedarse en el rancho con ellos, para siempre. Podía formar un hogar, echar raíces e involucrarse en la vida de Hart Valley.
«¿Y si lo amo?», se preguntó.
«¿Y si él no me quiere a mí?».
Aquella posibilidad era demasiado dolorosa como para planteársela en aquellos momentos, así que decidió que era mejor distraerse con algo y se puso a coser la colcha de patchwork que había retomado el domingo.
Con los hombros doloridos de tanto trabajar, Tom bajó del caballo y se acercó al porche.
Allí estaba su hija, en el balancín, mirando a la nada con cara de pocos amigos. Él tampoco estaba de humor.
Sin embargo, decidió que no había excusas y que tenía que hablar con ella, así que subió las escaleras y se apoyó en la barandilla.
Al principio, Jessie lo miró de reojo, pero, al cabo de unos segundos, se sentó con las piernas dobladas y se abrazó las rodillas.
—Creo que Andrea me odia —declaró con pena.
—¿Por qué lo crees?
Jessie se encogió de hombros y suspiró.
—Porque me enfado mucho y no he hecho los deberes y soy un… petardo.
Tom sonrió.
—No creo que a Andrea le guste que no hagas los deberes, pero estoy seguro de que de todas maneras te quiere mucho.
—¿Tú crees?
—Sí, cariño, estoy convencido —contestó Tom, apartándole un mechón de la cara—. Andrea te quiere mucho.
En ese momento, oyeron que se abría la puerta del apartamento de Andrea y ambos se giraron hacia allí.
Al ver la expresión de adoración con la que su hija miraba a su profesora, Tom se sorprendió.
Jessie quería a Andrea más de lo que él sospechaba. Razón de más para que Andrea se quedara.
Daba igual que su presencia lo confundiera y apenas le dejara pensar. Tenía que pensar en la felicidad de su hija.
Estaba dispuesto a no volverla a tocar con tal de que se quedara por el bien de Jessie.
—Hola, ¿qué hacéis? —los saludó Andrea.
Jessie se quedó mirándola unos segundos y, a continuación, se puso en pie, corrió hacia ella y la abrazó con fuerza de la cintura.
—Perdón —murmuró apretando la cara contra su camiseta.
—Has tenido un mal día, cariño —dijo Andrea revolviéndole el pelo—. No pasa nada.
—¿Lo ves? —dijo Tom poniéndose en pie.
—¿Podemos hablar luego? —le preguntó Andrea con voz trémula.
Tom asintió.
—¿Os apetece que vayamos al pueblo a cenar una pizza? —propuso.
—¡Sí! —exclamó su hija entusiasmada—. ¡Voy a ponerme las zapatillas y ahora vengo!
Una vez a solas, Tom no pudo más y tomó el rostro de Andrea entre sus manos. Al ver que ella no se apartaba, sonrió encantado.
—¿Querías que habláramos?
—Luego —contestó Andrea—. Cuando tengamos todo el tiempo del mundo.
Tom asintió.
—¡Venga, vamos! —gritó Jessie, apareciendo de nuevo en el porche.
Una vez en Hart Valley, eligieron una pizzería para cenar y Tom se dio cuenta de que apenas podía seguir la conversación de su hija, de que apenas podía probar la pizza de roquefort y pina que la niña había elegido.
No estaba seguro de que aquella noche la fuera a pasar en los brazos de Andrea, pero, a juzgar por cómo iban las cosas, no era una posibilidad descabellada.
Para cuando volvieron a casa, se había hecho de noche y los caballos esperaban impacientes su comida.
Al llegar, Tom vio un BMW gris aparcado junto al picadero. Entonces, apareció la silueta de una mujer en el porche y Jessie salió corriendo.
—¡Mamá!
Andrea miró a Tom con las cejas enarcadas. —Mi ex mujer —confirmó Tom.