Capítulo 11

Andrea se miró al espejo en ropa interior. Detrás de ella, sobre la cama, había un montón de ropa que había ido desechando.

De repente, se le antojaba que nada de lo que tenía en el armario le gustaba para ir a la subasta.

En realidad daba igual porque, se pusiera lo que se pusiera, la atracción entre Tom y ella estaba allí.

Aunque se vistiera de la señorita Rottermeier, Tom seguiría mirándola con deseo.

Se sentó en el borde de la cama.

Lo cierto era que iban hacia algo muy importante, algo inevitable. La única manera de impedirlo, sería hacer la maleta y salir corriendo de allí antes de que Tom fuera a buscarla.

Tras considerar aquella posibilidad durante menos de un segundo, volvió a rebuscar entre la ropa.

Al final, eligió una blusa color frambuesa a juego con una falda de flores. Se miró en el espejo y se encontró femenina y bonita. Complementó el conjunto con unos pendientes y un collar.

Estaba terminando de hacerse la trenza cuando llamaron a la puerta.

Obviamente, era Tom.

Al abrir la puerta, Andrea se quedó sin habla. Tom estaba realmente guapo, ataviado con una camisa blanca y una corbata plateada.

Había tardado tanto tiempo en decidir qué ropa iba a ponerse que se le había hecho tarde.

—¿Me podéis esperar un momento?

—Jessie está como loca, pero lo intentaré —contestó Tom—. Baja cuando estés lista.

—Ahora mismo voy —contestó Andrea, cerrando la puerta.

Cuando bajó, Tom salió del coche para recibirla.

—Yo… tú… —dijo nervioso—. No hay palabras —añadió tomándole la mano y besándosela.

—¡Estás alucinante! —exclamó Jessie al verla—. ¿A que está preciosa, papá?

—Sí —contestó Tom.

Al ver que Jessie sonreía de manera misteriosa, Andrea miró a Tom y enarcó una ceja.

—Luego te lo cuento —le dijo él.

Durante el trayecto a la ciudad, Jessie no paró de hablar y de decir lo buena profesora que era Andrea y lo buen ganadero y domador de caballos que era su padre.

Cuando llegaron a Hart Valley y vio a Sabrina con sus padres, sin embargo, abrió la puerta y se lanzó en busca de su amiga.

—¿Qué le pasa? —le preguntó Andrea a Tom una vez a solas.

—Lo que acabamos de presenciar es una niña de nueve años intentando emparejar a unos adultos —contestó Tom.

—Ah —contestó Andrea.

—Estuvimos hablando ayer —continuó Tom—. Me preguntó qué había entre nosotros y no supe qué decir. ¿Cómo le voy a explicar a mi hija lo que siento por ti si no lo sé ni yo mismo? —añadió, acariciándole la mejilla.

—Tom… —dijo Andrea tomándole la mano—. Recuerda que me iré dentro de poco.

—¿Te importa que nos concentremos en esta noche y nos olvidemos del futuro?

—Está bien —contestó Andrea.

Tom sonrió encantado y, enlazando sus dedos con los de Andrea, la guió hacia la entrada de la subasta.

 

Tom entró en la sala sintiéndose enormemente orgulloso de tener a su lado a una mujer tan bella como Andrea.

¡Estaba tan contento que le daban ganas de gritar!

Cuando Andrea se soltó de su brazo para ir a saludar a su hermana, la siguió.

—Este año te has superado a ti misma —le dijo a Beth, refiriéndose a los objetos que se iban a subastar.

—La gente ha sido muy generosa —contestó Beth fijándose en que iban agarrados de la mano—. Me alegro mucho de que hayáis venido.

Tom no estaba dispuesto a entrar al trapo.

—Luego nos vemos —dijo llevándose a Andrea lejos del escrutinio de su hermana.

A continuación, se pasearon entre los objetos que se iban a subastar. A Andrea le gustó un florero.

—¿Cómo funciona la subasta? —quiso saber.

—Verás que cada objeto tiene un impreso al lado. Cuando encuentres uno que te guste, no tienes más que poner tu nombre y lo que ofreces por él. Luego, rezas para que el objeto no le haya gustado a nadie más.

—¿Y si alguien ofrece más dinero que yo?

—Puedes seguir pujando. La persona que haga la puja más alta se lleva el objeto.

—¿Y a qué se destina el dinero?

Tom no pudo evitar apartarle un mechón de pelo de la cara.

—Una parte es para la biblioteca pública, otra para el colegio y otra para el consejo de mantenimiento del parque.

Andrea tomó el impreso y un boli y anotó su nombre y una cantidad.

—Esto es muy divertido —sonrió—. Vamos a ver qué más hay por ahí.

—Ten cuidado, no te vayas a arruinar —bromeó Tom, colocándole las manos por detrás de los hombros.

—¿Acaso crees que no tengo autocontrol?

—Lo que creo es que las cosas te entran por los ojos —le murmuró Tom al oído.

Andrea fingió indignación y se rió.

Mientras deambulaban entre los objetos expuestos, de alguna manera, Tom terminó abrazándola por la cintura.

—¿Estás segura? —Le dijo cuando Andrea se dispuso a pujar por otro objeto—. Ya llevas como veinticinco dólares.

—SÍ.

De repente, Tom se dio cuenta de que Nina los estaba mirando. Andrea siguió la dirección de su mirada y Nina bajó los ojos hacia el suelo.

—¿No tendrías que hablar con ella?

—Ya hemos hablado suficiente —contestó Tom.

—Le dijiste que no querías tener una relación con nadie y aquí estamos.

—Lo que hay entre tú y yo no es asunto suyo.

Andrea lo miró con el ceño fruncido.

—¿Y qué es lo que hay entre tú yo?

Nada.

Todo.

Tom sacudió la cabeza.

—No lo sé —contestó.

Sin embargo, se dio cuenta de que no era cierto, de que lo que le ocurría era que le daba miedo lo que sentía por Andrea.

En ese momento, la dueña de la cafetería escribió algo furiosa.

—Me parece que acaba de ofrecer más dinero que tú por el florero —dijo Tom.

—De eso nada —contestó Andrea volviendo junto al primer objeto por el que había pujado.

Tom la dejó ir mientras pensaba en su pregunta.

Sólo había una respuesta: la deseaba, quería tocarla, desvestirla, entrar en su cuerpo.

Sin embargo, también sabía que una sola noche con ella no sería suficiente. De alguna manera sabía que, con ella, la pasión no desaparecería al cabo de un tiempo, como le había ocurrido con Lori.

Era consciente de que los dos buscaban la explosión de su deseo y decidió poner freno a aquella situación por el bien de todos, sobre todo de Jessie, porque era inevitable que Andrea se fuera.

Tom se dio cuenta de que Nina estaba sola, como perdida. De repente, su mirada se encontró con la de Andrea y Andrea fue hacia ella.

No tenía ni idea de lo que tendrían que decirse la una a la otra, pero, al cabo un rato, Andrea le estaba sujetando la mano a Nina mientras lloraba.

La bondad de aquella mujer lo conmovía.

Andrea volvió a su lado y Tom comprendió que le iba a decir, quisiera o no, de qué había estado hablando con la propietaria de la cafetería.

—Han avisado que pasemos a cenar —anunció Tom para cambiar de tema.

A pesar de que se dio cuenta de su estratagema, Andrea lo siguió en silencio. Una vez en el comedor, Jessie los saludó desde una de las mesas de los niños, donde había montones de perritos calientes y hamburguesas.

Una vez sentados, Andrea se inclinó sobre él y le habló al oído.

—Nina quiere que sepas que ya no está enamorada de ti.

—¿Ah, no?

—No, lo que la entristece es que lo que quería tener contigo era un hogar y una familia.

Tom se dio cuenta de que Andrea hablaba con cierta desolación y se preguntó por qué.

—Hay otros hombres con los que puede tener eso.

—Sí, pero a ella le gustabas tú.

Andrea parecía triste.

—¿Qué te pasa?

—Hemos estado hablando y las dos estamos de acuerdo en que no por mucho desear una cosa en la vida la consigues.

Aquella frase hizo que Tom sintiera que no le llegaba el aire a los pulmones. Andrea acababa de decir exactamente lo que él llevaba años diciéndose, que no quería nada con una mujer.

Su ex mujer le había enseñado que el compromiso sólo conducía al dolor y al sufrimiento y Tom se había convencido de que lo único que se podía tener con una mujer era una relación física.

Sin embargo, con Andrea, aquello no funcionaba.

Con ella, quería mucho más, quería construir algo con aquella mujer.

Al instante, sintió que la furia se apoderaba de él.

—Eso no quiere decir que entre tú y yo no siga habiendo una atracción física —comentó.

—Así es —admitió Andrea—. Te deseo, Tom.

Al oír aquello, Tom sintió que la sangre se le agolpaba en la entrepierna. Si no hubieran estado en un banquete, rodeados de gente, la habría besado y le hubiera hecho el amor sobre la mesa.

Los niños del colegio estaban sirviendo la ensalada y aquello permitió a Tom hacer algo con las manos, aparte de tocar a Andrea.

Mientras se tomaba la lechuga y el tomate y hablaba con Mort Gibbons del precio del petróleo, le llegaban frases de la conversación que Andrea mantenía con J. C. Archer, la dueña de la panadería.

Lo cierto era que a Tom le importaba muy poco cómo conseguir que el pan quedara esponjoso o los bizcochos crujientes, pero no podía evitar estar pendiente de la voz de Andrea.

Para cuando llegó el pollo a la barbacoa, creyó que se iba a volver loco.

¿Se suponía que tenía que estar sentado al lado de Andrea sin abrazarla, sin acariciarla, sin besarla?

Ya no podía más, así que decidió salir a dar una vuelta.

—Ahora vengo —anunció levantándose.

Una vez en la calle, giró hacia el parque. En un banco, había una mujer fumando.

—Creía que lo habías dejado —le dijo Tom a su hermana.

Beth lo miró desconcertada.

—Lo había dejado, es el primero que me fumó en meses —contestó—. Te aseguro que es por salud mental.

Aquello hizo reír a Tom.

—No te entiendo.

—Organizar la subasta es algo muy bonito, pero no te puedes imaginar la cantidad de trabajo que da. Es para volverte loca. Si no hubiera salido a fumarme un cigarrillo, me habría puesto a gritar en mitad del banquete.

—Puestos así…

—No se lo digas a Mark, ¿eh?

—Claro que no. Tu secreto está a salvo conmigo.

—Hablando de secretos…

—No, Beth —la interrumpió Tom, sabiendo lo que su hermana le iba a preguntar.

—¿Qué hay entre Andrea y tú? —insistió Beth.

—Nada.

—¿Estáis…?

—No.

—Sí, sí, estáis juntos.

—¡No!

—Pero quieres.

—¡Beth! —exclamó Tom nervioso—. ¡No es asunto tuyo! —le advirtió.

La curiosidad reflejada en el rostro de Beth dio paso a la comprensión.

—¡Aja!

¿Aja? ¿Qué quería decir eso?

—Me vuelvo dentro —anunció Tom.

—Muy bien —contestó su hermana, mirándolo divertida—. Resérvame un baile.

—No bailo y lo sabes perfectamente.

Su hermana lo miró sonriente.

—De todas formas, resérvame un baile —insistió.

Pero, bueno, ¿es que su hija y su hermana se habían puesto de acuerdo para volverlo loco o qué?

Mientras caminaba hacia el hotel de Beth, tuvo la sensación de que su hermana sabía algo que él no sabía, pero se dijo que aquello era una tontería.

Al entrar en la sala del banquete, buscó a Andrea con la mirada. Ella debía de haber presentido su llegada porque sus ojos se encontraron.

Y, entonces, Tom se dio cuenta de que Beth tenía razón.

Aquella noche iba a bailar porque ya no podía más, necesitaba estrechar a Andrea entre sus brazos.