CAPÍTULO XVIII

NUBES QUE PASAN

POR primara vez desde hacía horas, Sleek Norton se sentía feliz. El informe del mensajero indio le había animado. Su plan dio buenos resultados y Doc Savage estaba muerto.

El rostro delgado de Johnny palideció al oír el informe del indio. Este no ahorró los detalles y sus palabras fueron traducidas por el hombre harapiento que llevaba polainas de cuero. Johnny no necesitaba intérprete, pues entendía fácilmente aquel lenguaje.

Gloria Delpane estaba en el cuarto en el cual Johnny se hallaba prisionero, en el campamento de Norton. Sus ojos se llenaron de lágrimas al oír de labios del hombre harapiento la historia del fin del hombre de bronce, pero había algo extraño en sus lágrimas, como si no llorara tan sólo por Doc Savage, sino por otro motivo también.

Johnny se dominó haciendo un esfuerzo y, al volverse a la muchacha, le dijo con voz dura, para ocultar su sincera pena:

—¿Qué representa usted en medio de todo esto?

—Doc... Savage debió creer que era responsable de parte de sus contratiempos —sollozó ella.

—¡Explíquese! —contestó bruscamente Johnny, que no era tan sensible como Monk a los encantos femeninos, aunque no podía menos de encontrar a la chica muy hermosa.

En cortas frases, la muchacha le refirió cuanto había ocurrido antes de la salida de Johnny a escena. Le ayudó a comprender por qué Doc y los demás se trasladaron a la manigua y los motivos que les impulsaron a hacer varias cosas.

—Sé... sé que me vieron cuando huí de su oficina —concluyó brevemente—. Luego narcoticé su café a bordo del dirigible y huí con Hugo Parks; pero ignoraba que éste intentaría matarles.

—¿En otras palabras? —sugirió Johnny con vehemencia.

La muchacha suspiró.

—Buscaba a mi hermano, Scotty Falcorn —dijo.

Los ojos de Johnny se ensancharon.

—Sospechaba que los hombres que llegaban a la manigua intentarían ver al señor Savage y fui a su oficina. Llegué para ver a Hugo Parks que huía, llevándose una camisa. Se parecía a una camisa que había hecho para mi hermano y le seguí.

—¿Sí?

—Alcancé a Hugo Parks y me prometió explicármelo todo, pero huyó. Supongo que pensó que yo podía volver a ver al señor Savage, diciéndole que le había visto cerca de su oficina. Parks envió entonces unos hombres que me raptaron en mis habitaciones.

La muchacha se estremeció como si volviese a vivir aquella escena.

—Pero huí y hallé las habitaciones de Parks —Allí descubrí la camisa. Era la de mi hermano. Me enteré que Doc Savage iba a venir aquí en su dirigible y me oculté a bordo.

—¿Y Parks?

—Me... me halló a bordo del dirigible y me dijo que si no le ayudaba, mi hermano moriría. Me acobardé y además me aseguró que Doc Savage y sus hombres eran, en realidad, mis enemigos. De... deseaba hallar a mi hermano e intenté ganar bastante dinero en Nueva York para subvencionar una expedición que fuera en su busca. Cambié de nombre y empezaba a ahorrar...

—¿Le halló usted? ¿Estaba aquí?

Las lágrimas volvieron a rodar por las mejillas de la muchacha. Sin contestar, señaló el cuarto contiguo donde el hombre harapiento seguía interpretando para Sleek Norton. El gángster parecía deleitarse con los detalles de la muerte de Doc Savage que se hacía repetir varias veces.

—¡El hombre de las polainas es... mi hermano! —sollozó la muchacha—. ¡El es Scotty Falcorn!

Johnny no contestó. Toda demostración de simpatía era inútil. Comprendía lo que le había sucedido a Falcorn. El joven aviador cayó en la manigua, siendo hecho prisionero por los indios. Estos le perdonaron la vida. Posiblemente obraron como si él les mandara, pero en realidad era cautivo y no se le permitía nunca escapar.

Unos informes similares circularon en otros tiempos respecto al piloto Paul Redfern que desapareció en el distrito del Infierno Verde del Matto Grosso. Nadie halló nunca a Redfern y se ignoraba si los rumores eran ciertos o no; pero no cabía duda que Falcorn era prisionero.

El aviador no podía esperar ayuda alguna de Sleek Norton. El gángster no tenía intención de devolver a la civilización a nadie que pudiera explicar lo que en realidad ocurrió en la selva.

Los pensamientos de Johnny obtuvieron confirmación casi instantáneamente.

—¡Salimos de aquí en el acto! —dijo Norton con voz seca—. ¡Preparad ambos dirigibles!

Bajando la voz Norton dio nuevas instrucciones. Hugo Parks rió ruidosamente, pues las órdenes parecieron obtener su entera apreciación.

Los gángsters protestaban débilmente, como asustados. Norton venció sus escrúpulos con rudeza. Sacó entonces varios trajes de goma, completamente impermeables, con los cuales sería físicamente imposible que unos hombres viviesen mucho tiempo en la manigua.

Aquello no pareció preocupar a Norton. Rió ante las protestas que surgieron y amenazó con la muerte al próximo hombre que abriese la boca. La promesa surtió efecto. Entre la muerte segura y una probabilidad de vivir, los gángsters decidieron correr el riesgo.

Tres de ellos vistieron el traje de goma. Tenían la cara muy encarnada y sudorosa.

Cautelosamente, se acercaron al pozo en el cual habían tirado a los ayudantes de Doc. Se notaba allí un olor dulce y débil, pero los gángsters no lo notaban siquiera, Se ahogaban materialmente en sus trajes impermeabilizados.

Temerosamente, como si de un momento a otro temiesen perder el conocimiento y quizá morir, los tres bajaron al pozo. Una vez dentro, se dieron prisa.

Los tres tuvieron que juntar sus fuerzas para levantar el corpachón de Renny y sacarlo. El cuerpo estaba tieso y verde, con el aspecto de momia que caracterizaba a las víctimas de la muerte verde.

Monk y Ham fueron sacados después y, último de todos, salió el cuerpo de Química. Los gángsters discutieron antes de levantar al mono y estuvieron a punto de dejarlo allí.

Sleek Norton puso fin a la discusión saliendo de la casa con una ametralladora. La vista de la temible arma bastó para que llevaran a cabo sus instrucciones.

En la orilla del claro, un puerco de extraño aspecto, largas piernas y orejas colgantes, miraba la escena. Un observador casual habría podido creer que el marrano se daba cuenta de lo que sucedía.

Habeas Corpus obedeció a Doc... en la medida de lo posible. Regresó al campamento donde había visto por última vez a Monk y a Ham, pero ya no los halló. Los únicos olores que llegaban, hasta él eran desconocidos y peligrosos.

Habeas gimió suavemente al ver que sacaban los cuerpos de sus amigos del pozo. De haber pensado que seguían vivos, Habeas habría corrido a luchar con ellos pero su hocico le dijo lo contrario.

Solo y abatido, el puerco acabó por ocultarse entre la maleza, disponiéndose a esperar. Todavía le quedaba el hombre de bronce.

Los cuerpos de las cuatro víctimas de la muerte verde fueron trasladados a bordo del dirigible de Doc. Sleek Norton decidió usar ese dirigible. A pesar de su dinero, no le había sido posible comprar otro que igualara al del hombre de bronce.

Norton se dignó dar explicaciones a Hugo Parks.

—Doc Savage está muerto; todos lo sabemos, pero no vamos a correr riesgos innecesarios. Conservaremos los cuerpos a bordo algún tiempo y les dejaremos caer, uno a uno, desde varios miles de pies de altura. Eso concluirá con el peligro para siempre.

Parks meneó la cabezota. —Tengo impaciencia por volver a las luces de la ciudad— dijo con júbilo —. Lo que tenemos esta vez es algo formidable. Casi no es posible acuñar moneda...

Norton gruñó. Quiso hacer un gruñido pesimista, pero fracasó. También él deseaba volver a Broadway y no iba con las manos vacías. Debajo del brazo llevaba una caja de plomo bastante grande. Hugo Parks tenía otra igual. Ambas habían sido colocadas a bordo del dirigible de Doc.

La mayoría de los gángsters habían recibido la orden de subir a bordo del dirigible de Norton. Este decidió que podía viajar con una tripulación reducida, pero hizo acompañar a Johnny a bordo del dirigible por varios pistoleros y le hizo encerrar en el mismo almacén que Gloria Delpane había usado como escondrijo cuando embarcó como polizón.

Mientras, gran número de indios Herdotanos iba llegando. Guardaban un silencio amenazador y vigilaban los preparativos de marcha con ojos tristes y las armas en la mano.

Los hombres blancos les habían prometido muchas cosas: entre ellas, que domarían a las hermosas mujeres de la ciudad del acantilado y que los indios podrían tomarlas por esposas.

Esta promesa no se había cumplido. En cambio, muchos guerreros Herdotanos habían muerto y la ciudad del acantilado seguía en poder de las amazonas.

Por mediación de Scotty Falcorn, que hacía las veces de intérprete, Norton intentó hacer creer a los indígenas que regresaría. En realidad su intención era volver, pues tarde o temprano necesitaría mayor cantidad del género que se llevaba del Infierno Verde. Además, deseaba visitar la ciudad del acantilado, donde sospechaba que había tesoros. Prefería, pues, que los indígenas se mostrasen amistosos a su regreso.

Pero si no lo eran... Se encogió de hombros e hizo una seña a dos de sus pistoleros. Hizo un leve gesto con la cabeza y dejó caer los párpados.

Los pistoleros asintieron sin llamar la atención, sacando dos ametralladoras y se aseguraron de que las cámaras estuvieran llenas de cartuchos. A continuación, se llenaron los bolsillos de municiones. Sus ademanes eran seguros y reposados. Estaban acostumbrados a esa clase de trabajos.

El jefe de la banda hizo un último viaje al camarote que le sirvió hasta entonces de cuartel general. Cuando regresó, traía varias botellas que manejaba como algo muy valioso. Y lo eran para él, pues eran la llave que iba a traerle millones.

Siguiendo la orden de Norton, Scotty Falcorn pidió a regañadientes a los indios que ayudasen a la maniobra de soltar a ambos dirigibles. Los indios se mostraban hoscos y reacios. Únicamente la amenaza de las ametralladoras logró hacerles obedecer.

Lentamente, los dos dirigibles fueron llevados a un sitio desde el cual podían elevarse. Sus motores roncaron y sus hélices empezaron a girar. Los indios soltaron las amarras y las naves aéreas se remontaron en el aire. A bordo del dirigible de Norton, los dos gángsters que recibieron orden de Sleek se pusieron al trabajo.

Pasaron un rato excelente. Hay hombres que disfrutan con matar a otros seres indefensos. Sus ametralladoras rugieron ásperamente. Los indígenas echaron a correr con escasa probabilidad de poder escapar. Cayeron bajo las balas como los títeres de una galería de tiro.

Scotty Falcorn logró alcanzar una de las chozas, pero el piloto sentía la inutilidad de sus esfuerzos por escapar. Logró esquivar las balas, pero tal vez habría hecho mejor de no haber huido.

Los indios Herdotanos sobrevivientes le matarían, sin duda alguna, y como su método consistiría en la tortura, resultaba un espectáculo desagradable de presenciar y mucho más terrible de experimentar.

Los dirigibles subieron lentamente en el aire cálido. De haber sido Norton un navegante más experimentado, habría escogido otro momento para levantar el vuelo.

Johnny se sentía más indefenso y derrotado que nunca en su vida. Tres de sus amigos y Química yacían como otras tantas momias verdes sobre la cubierta del dirigible.

Doc, o lo que quedaba de él, estaba solo en la manigua, si no había perecido. Johnny había perdido casi toda esperanza de volver a verle.

Los grandes dirigibles describieron círculos buscando altitud durante casi una hora antes de que Norton diera la orden de encaminarse al Norte. Durante este tiempo, Johnny mantuvo la cara aplastada contra una ventanilla que le permitía mirar hacia bajo, pero no vio nada.

De pronto, la esperanza renació en su alma. Detrás del dirigible, Johnny vio algo que aceleró los latidos de su corazón. Había una nubecilla en el cielo y parecía seguir a los dirigibles. Minuto tras minuto, Johnny vigiló aquella nube que a ratos parecía a punto de alcanzar a los dirigibles.

Se vio obligado a confesarse que, sin duda, se forjaba ilusiones y que lo que él tomaba por una nube perseguidora, podía no ser en realidad más que una serie de moléculas arrastradas por las naves aéreas. Luego, Norton hizo su aparición en el umbral del camarote.

Como siempre, iba acompañado de dos guardias de aspecto altamente eficiente. Aunque Johnny estaba atado y parecía endeble en comparación con el resto de los ayudantes de Doc, el gángster no quería correr riesgos innecesarios.

—Venga a la cubierta de popa donde gozará de mejor vista —le invitó Norton con burlona cortesía.

Bajo la amenaza de los fusiles ametralladora, Johnny tuvo que obedecer.

—Deseo que vea cómo sus amigos, uno tras otro, dan el último salto —dijo Norton—. Desde luego, ya están muertos, pero ni un mago podría reconstituirlos cuando hayan caído desde una altura de cinco mil pies, aterrizando sobre árboles o rocas.

Johnny se estremeció. Se figuraba el aspecto que tendrían aquellos cuerpos, y aunque Monk, Ham y Renny parecían muertos, Johnny recordó o creyó recordar que él también tuvo aquel aspecto, aunque en la actualidad estaba bien vivo.

—Más tarde, mucho más tarde, le tiraré también por la borda —le prometió Norton—. Antes de hacerlo, le explicaré algunas cosas, pues cuando salte, no lo hará con paracaídas. No temo que sobreviva para nada.

El rostro de Johnny se endureció. Las amenazas de aquel género no le asustaban. De hecho, no temía a la muerte, particularmente si sus amigos iban a morir y únicamente uno de ellos seguía respirando además de él.

El mayor Tomás J. Roberts, llamado Long Tom, no estaba con Doc. Long Tom era el electricista del grupo. Cuando Johnny oyó hablar por última vez de él, Long Tom estaba en Europa, estudiando un nuevo desarrollo eléctrico. Evidentemente, no había vuelto a tiempo para el presente viaje. Más valía así, según pensó sombríamente Johnny. De haber estado con ellos Long Tom, el grupo entero de amigos de Doc habría quedado liquidado.

Salieron a la cubierta de popa. Johnny lanzó una rápida mirada atrás y su esperanza se esfumó. La nube que había estado vigilando quedaba rápidamente atrás. Ya se hallaba a más de una milla de distancia.

—Vamos a empujar ante todo al mono —dijo Sleek Norton—. Vigilaremos con los anteojos lo que ocurre cuando su cuerpo aterrice y podremos apreciar mejor la caída de los demás.