CAPÍTULO XVII
DOC tenía los brazos caídos a ambos lados del cuerpo. Sus ojos dorados contemplaban a los gángsters sin emoción. Los pistoleros sonreían cruelmente. Disfrutaban con aquella situación y parecían deseosos de prolongarla tanto como pudieran.
El hombre de bronce levantó los brazos, como haría cualquiera al verse detenido por el enemigo. Aquel gesto instintivo arrancó una risa de Sleek Norton, pero una risa breve.
Doc levantó los brazos rápidamente, en un gesto decidido y se oyó un sonido débil, parecido a un chirrido.
Sleek Norton no acabó de comprender lo que ocurría entonces, pero todas las lámparas de sus hombres se apagaron. Las que no estaban encendidas en aquel momento resultaron luego fuera de servicio. Unos alambres delgados, reunidos a una dinamo de alta frecuencia que Doc llevaba, sobrecargaron las lámparas, quemando las ampolletas.
—¡Disparad, muchachos! —gritó la voz de Doc en la obscuridad—. ¡Acabad de una vez!
Los gángsters blasfemaron y gritaron. La mayor confusión reinaba en el túnel. Doc no estaba allí donde habían oído su voz. En las tinieblas, perdieron el sentido de la dirección y Doc los engañó con un truco de ventrílocuo.
Las balas rebotaron en las paredes de roca de la cueva. Los pistoleros gritaron de agonía al caer heridos por sus propias balas.
Otros se figuraron que Doc disparaba y, excitados, contestaron a aquel fuego imaginario.
Sleek Norton fué más listo que sus secuaces. Por eso, sin duda, era jefe de banda. Tan pronto como las luces se apagaron, Sleek se escabulló. Sabía demasiado respecto a Doc Savage para luchar con él en las tinieblas. Además, Sleek tenía otros planes. No creyó encontrarse con Doc Savage en el túnel, pero Sleek era hombre precavido y por eso llegó a la edad que tenía. Su deseo era vivir mucho más todavía...
Doc Savage y Johnny se orientaron en el túnel. La mayor quietud reinaba. Johnny sentía el deseo de hacer gran número de preguntas al hombre de bronce, pero le faltaba tiempo.
—¿Cómo has podido resucitarme, Doc? —preguntó—, ¿Estaba de veras muerto?
Johnny se parecía a un hombre en un trance. No podía decir hasta dónde llegaban sus sueños o qué parte de ellos habían ocurrido en realidad.
—No hay tiempo para preguntas ahora —dijo el hombre de bronce—. Hemos escapado de esa trampa con demasiada facilidad. Creo que nos esperan.
Johnny calló y siguió a Doc por el suelo desigual del túnel, manteniendo una mano en la espalda del hombre de bronce. Aun así, Johnny tropezaba a menudo. La vista excepcional de Doc le permitía evitar cualquier obstáculo.
Finalmente, vieron las brillantes luces de la entrada. No había duda que les esperaban. Sleek Norton y dos o tres gángsters sobrevivientes estaban a la vista. Todos llevaban fusiles ametralladoras y miraban al interior del pasadizo.
La boca del túnel era ancha y concluía en forma de abanico. Había tres salidas distintas, como si un río impetuoso hubiera cruzado el túnel en otros tiempos, creando una serie de deltas.
Doc y Johnny torcieron a la derecha. Sleek y sus hombres parecían vigilar otra salida.
—Nos dan la espalda —murmuró Johnny—. Si corremos, tal vez podamos escapar de aquí.
El hombre de bronce hizo una cosa peculiar. Le hizo dar media vuelta a Johnny, diciéndole que saliera por la abertura central. Johnny se mordió los labios. Doc no acostumbraba sacrificar a sus hombres, pero Johnny dedujo que tenía formado algún plan.
—Muy bien, Doc —murmuró y se alejó en dirección al fusil de un gángster que podía ver de lejos.
Doc siguió por el pasadizo contiguo.
Cuando el tiroteo comenzó, Johnny descubrió por qué Doc le había mandado por el pasadizo central. Doc gritó en maya, diciéndole a Johnny que se abriese camino por la manigua con el fin de hallar el campamento en el cual Monk y Ham estaban prisioneros.
Doc se tiró al encuentro de los fusiles ametralladoras.
Sleek Norton esperaba coger a ambos hombres. Dispuso con habilidad unos espejos en la entrada del túnel y aunque él y sus hombres parecían vigilar la salida central, en realidad vigilaban la de la derecha.
Doc tiró unas bombas anestésicas contra sus enemigos. Los gángsters suspiraron y se durmieron. Hubo unos cuantos tiros esporádicos y nada más... o casi nada más...
Sleek Norton llamó a Hugo Parks. Sleek había visto a Johnny que salía por el otro lado. Hugo y Sleek llevaban instrumentos que tenían el aspecto de extintores de incendios. Parks disparó en dirección al geólogo.
El jefe de la banda corrió entonces un riesgo enorme. Contuvo la respiración y penetró en la nube de gas anestésico. Doc Savage se hallaba en el centro de aquella nube. Norton no llegó a tocarle. Se paró, prestó el oído y oyó las pisadas de Doc, a pesar de su ligereza. Se oyó un leve ruido en las tinieblas y un olor acre llenó la atmósfera.
Doc se volvió y se acercó a Norton. Este echó a correr. En aquel instante, otros gángsters sobrevivientes salieron del túnel. Los que no quedaron mal heridos estaban enloquecidos con el deseo de matar. Dispararon sus balas sobre el hombre de bronce. Doc desapareció entre las copas de los árboles.
Sleek Norton se echó a reír de un modo estridente. Por medio de signos, dio órdenes a uno de los indios que había traído. El indio sonrió y subió a los árboles con una facilidad y elegancia que se parecían mucho a las del hombre de bronce.
Norton volvió a reír.
En aquel instante, una fila de guerreros Herdotanos salía de la manigua, empujando a Johnny, fuertemente atado, delante de ellos. En su huida, éste había dado con ellos.
—Le daremos una muerte fácil —dijo Norton con acento de satisfacción—. La de Doc será más dura.
Doc Savage no esperaba el entretenimiento que Sleek había preparado para él, pero su fino olfato le dijo instantáneamente lo que había ocurrido. No anduvo lejos antes de hallarse en un aprieto.
Unos feroces gatos salvajes le rodearon. Sus gritos se oían a lo lejos en la manigua. Acudían corriendo hacia Doc como partículas de acero atraídas por un imán. Doc corría por los árboles.
Habría podido eludir a un gato salvaje y luchar con éxito contra dos o tres, pero una docena o más de las enormes fieras le daban caza.
Doc se tiraba incansablemente de rama en rama, pero los enormes gatos le perseguían con igual facilidad. Otros más llegaban de la espesura... Esos gatos seguirían a Doc hasta cogerle.
Sleek Norton preparó un producto que olía como sangre para un carnívoro. Llevado a distancia por el aire húmedo, atraía a todos los animales de presa de la selva.
Doc podía quitarse la ropa, pero sería inútil, pues Sleek le había rociado la piel y el cabello.
Dos enormes gatos asaltaron al hombre de bronce por ambos lados. Doc cayó como un plomo a doce pies de distancia. Otros gatos surgieron en el suelo, gruñendo sordamente y desnudando largos colmillos.
Entonces, el hombre de bronce reunió todas sus fuerzas para correr, en una última tentativa para escapar. Un enorme gato ganaba terreno y corría entre los árboles más deprisa que Doc. Delante, se oía un ruido de agua corriente.
A su espalda, una figura solitaria seguía. Era el guerrero Herdotano, puesto sobre su pista por Sleek Norton, El hombre sonreía de satisfacción, demostrando con su expresión que veía el fin próximo.
Un gato saltó con un grito ensordecedor. Otros le imitaron. El túnel en que se hallaba estaba en la orilla de un río tropical. En todas direcciones acudían los gatos salvajes y se veía en aquel último árbol una masa de pieles que luchaban entre sí.
El árbol se desplomó con un crujido siniestro, cayendo en las aguas lentas del río. Inmediatamente, el agua hirvió y se tiñó de rojo. Aquello duró largo rato, extendiéndose la mancha y removiéndose las aguas. Había, sin duda, allí miles y miles de voraces pirañas, que se daban un verdadero banquete.
Uno de los gatazos gritó una vez y casi instantáneamente sus huesos quedaron limpios como si un buitre hubiera pasado una semana mondándolos, pues así es cómo las pirañas trabajan.
El indio se deslizó hacia la orilla. El árbol que se había desplomado era pequeño y no alcanzaba a mucho más de veinte pies en el río. Este tendría, por lo menos, un centenar de pies de ancho.
Los guerreros Herdotanos sabían que ningún hombre habría podido cruzar seis pies de aquella agua, y menos los restantes ochenta.
Mientras el indio vigilaba, un pedazo de la camisa de Doc Savage subió a la superficie del agua.
El indio gruñó de satisfacción; pero era cauteloso y concienzudo. Siguió la orilla cosa de una milla, halló un tronco que formaba puente sobre el agua y lo cruzó.
En la otra orilla, buscó huellas en el suelo. Luego levantó la voz para decir en el dialecto de la manigua que cualquiera, aun sin conocer el idioma, habría traducido fácilmente:
—¡El hombre de bronce está muerto!