CAPÍTULO XI
FANCIFE regresó al aeroplano, entró en él y agarró a Tercio.
—Ayúdeme —dijo a Two Wink.
Entre ambos, trasladaron a Décimo, a través de la nieve, hasta el otro aeroplano, a cuyo interior lo arrojaron. Fancife se detuvo ante él y lo miró ceñudamente. Luego, pensó que debía torturarle, y puso en práctica la idea que había tenido: introdujo la punta del cañón del rifle en la boca de Tercio. La lengua y los labios de Tercio chocaron contra la frialdad del acero. Fancife movía el cañón, empujaba, tiraba. Tercio lanzaba gemidos angustiosos.
—Ya sabe usted lo que ha sucedido... hemos matado a Savage y a Crist.
Fancife se arrodilló para poder clavar la mirada en los ojos de Tercio.
—Las contemplaciones se han terminado. Hemos llegado demasiado lejos para que podamos retroceder. Lo mejor que usted puede hacer, es hablar.
En la mirada de Tercio resplandecía el odio; pero no dijo nada.
—Tendremos que matar a usted para obligarle a callar —continuó Fancife—. ¿Por qué ha de ser tan imbécil, Tercio? Llévenos con usted...
—Y ¿qué me sucederá luego? —preguntó Tercio ahogadamente.
—Lo dejaremos en libertad.
—No me parece razonable. De todos modos, continuaré sabiendo que ustedes son asesinos. ¿No es verdad?
—Naturalmente; pero usted se quedará allá. ¿No nos dijo usted que no volvería a intentar volver por aquí? ¿No nos dijo que había tardado un año entero en destilar combustible para su aeroplano y que quería venir solamente para vender las pieles y comprar armas y municiones con su importe? ¿No nos dijo que nunca más volvería aquí?
Tercio reflexionó con rapidez. Por su expresión facial podía verse que pensaba que no tenía otro remedio que aceptar la proposición de Fancife.
—Muy bien —murmuró.
Le desataron las muñecas —solamente las muñecas— y le llevaron a uno de los asientos.
—Quédese en la cabina —dijo Fancife a Two Wink—, y tenga preparada un arma para el caso de que intente hacer tonterías.
Two Wink asintió. Fancife llevó a su aeroplano las armas y las municiones que Tercio había comprado con el producto de las ventas de las pieles. Tuvo que dedicar mucho tiempo a esta tarea. Había muchísimos fusiles.
El motor del aeroplano se había enfriado y no funcionó en los primeros momentos. Fancife murmuró unas palabras creyendo que tendría que salir acompañado de los útiles necesarios para calentarlo. El motor comenzó, al fin, a funcionar y su estruendo se extendió sobre la ancha llanura.
Fancife lanzó el aparato a través del terreno. El cabello se le erizó al pensar que el avión no podría despegar. Más, finalmente, consiguió que comenzase a elevarse.
Fancife miró a Tercio y arrugó el entrecejo.
—Debe de pesar usted más de una tonelada —le dijo—. Me ha costado mucho trabajo despegar.
—La nieve es muy profunda —contestó Tercio. Y señaló la Montaña Blanca—. Tome, a partir de aquella montaña, dirección Noroeste.
El aeroplano continuaba rugiendo. El sol brotó de entre las nubes. La amplia extensión antártica que podía abarcar desde la altura, tenía una cegadora blancura. Se hallaban sobre un ancho y cercado de montañas a derecha e izquierda.
Two Wink estaba sentado, inclinado hacia delante, intentando comprender cómo se las habría arreglado Doc Savage para seguir a Tercio hasta el Norte, sin acertar a solucionar el inquietante problema.
Tercio se volvió hacia él y sonrió maliciosamente.
—Durante la próxima media hora —dijo—. No va a cuidarse usted de pensar una cosa tan insignificante como esa.
Había cierta excitación en los ademanes de Tercio. Llegó hasta a apretar el rostro contra el cristal, en primer lugar y más tarde a abrir la ventana y asomar al exterior, a pesar del intenso frío del viento, para poder ver mejor. Al ver algunos lugares que le eran conocidos, murmuró unas palabras ininteligibles. A medida que transcurría el tiempo parecía más y más satisfecho. Finalmente, sonreía de manera feliz.
—¡Bien, bien! —exclamó—. Recuerdo el camino de vuelta sin ninguna dificultad.
Cuando Tercio levantó un brazo y transmitió una orden, Fancife dirigió el aeroplano hacia la izquierda, en dirección a las montañas. Unos dentados picachos se elevaban ante él. Las montañas tenían unas pendientes muy agudas. En cierta ocasión, se vio obligado a volar trazando círculos para poder adquirir altura. Fancife empezó a inquietarse.
—¡Diablos! —exclamó—. Si hemos de pasar más allá de esas montañas, será preferible que busquemos un paso para poder hacerlo. Este aparato no tiene los dispositivos necesarios para tomar mucha altura en un aire tan quieto como el que hay aquí.
Tercio sonrió de una manera que descubrió todos los dientes.
—No tenemos que transponerlas —dijo.
Two Wink miró a Tercio, miró luego las montañas, y se estremeció. El aeroplano funcionaba trabajosamente, y parecía jadear como un escalador de montañas. El aire se hizo increíblemente agitado En cierta ocasión el aparato fue arrastrado por un torbellino, pero Fancife pudo dominarlo a tiempo.
Si el infierno fuera un lugar frío y nevado, sería parecido a aquellas regiones que se hallaban a los pies de los aviadores. Pero no podía verse ninguna superficie nevada, porque el viento era tan agitado, que no permitía posarse a la nieve. Todo estaba helado. Los carámbanos de hielo tomaban la forma de unos gigantescos y terribles colmillos de tigres. Unas brillantes fajas de sol arrojaban sobre la tierra unas sombras tan oscuras como unos monstruos helados.
El avión jadeaba y su motor parecía intentar alejarse fatigosamente de lo que estaba bajo él. Un desfiladero se abrió súbitamente ante ellos. Era un desfiladero extraño. No era como una cuchillada abierta perpendicularmente en el seno de la montaña, sino que tenía la forma de un corte oblicuo, como el que podría haber producido un hacha gigantesca al golpear con una inclinación de cuarenta y cinco grados en la tierra y aquél fuera el resultado del poderoso corte.
Tercio habló. En su voz hubo algo que le dio la entonación de una secreta delicia.
¡Introdúzcase en el paso! —gritó.
Fancife se volvió hacia él. Tenía el rostro rígido por el temor.
—¡Loco! —gritó a su vez—. ¡Hay una oscuridad completa en el interior! ¡Nos estrellaríamos contra las rocas!
—¡Introdúzcase en el paso! —repitió Tercio con energía.
Fancife hizo un esfuerzo por recobrar la serenidad y el valor, y dirigió el aparato hacia la gigantesca grieta.
Pero tenía miedo, y utilizó los accesorios necesarios para reducir la velocidad del vuelo. Comenzaron a hundirse más y más en la oscuridad, que se cerraba en torno a ellos. Fancife había encendido los faros de las alas, cuyo pálido resplandor era vencido por las sombras.
Y Fancife exhaló un grito angustioso. Había un temblor ingobernable en su voz. Cogió el volante de dirección, y comenzó a hacer girar el aparato para retroceder. Tercio le dio un golpe con el puño cerrado, que le hizo temblar de pies a cabeza.
—¡No retroceda! —aulló Tercio—. ¡He pasado grandes penalidades para llegar hasta aquí, y hemos de continuar!
Fancife recobró una parte de su serenidad, y continuó volando hacia adelante durante lo que le pareció una distancia de muchas millas. Por dos veces, la pared dentada de rocas pareció unirse a la opuesta y cerrarles el paso. Fancife gritó casi enloquecido.
—Tenemos espacio suficiente para continuar —dijo Tercio—. Pero tenga cuidado. Recuerde lo que le dije: cuando entre aquí por primera vez, fue por accidente. Creí que me encontraba en el interior de un cono volcánico, e intenté llegar al fondo.
Two Wink había estado mirando hacia todas partes, y de repente dio un grito.
—¡Veo luz otra vez! —exclamó.
Y entonces pudieron ver que las paredes del cañón en que habían penetrado, comenzaban a separarse y a dejar entre sí un espacio de más de un cuarto de milla de anchura.
Y luego, casi repentinamente, desaparecieron las paredes y los viajeros se encontraron bajo la cúpula de un techo inmenso. A su derecha tenía un lienzo casi vertical de montaña y al otro lado la extensión de un espacio extrañamente iluminado. El aeroplano se dirigió hacia esta extensión. Era como un vuelo bajo la luz de la luna. La luz se hizo más y más brillante a medida que avanzaban hasta que, al fin, adquirió una intensidad casi igual a la del sol.
—¡Miren! —gritó Two Wink señalando el lugar de donde brotaba la claridad—. ¡El sol!
Two Wink estaba indicando una gran fuente de luz que se hallaba en la lejanía; una luz completamente cegadora.
Fancife se volvió para mirarle.
—¡No puede ser el sol, imbécil! —gritó—. ¡Estamos en el interior de la Tierra!
Abajo, brotaba la vegetación. Pinos, cedros, abedules y otros árboles característicos de las selvas canadienses. Pero esta vegetación comenzó a cambiar rápidamente. Las variedades de árboles propios del Norte se hicieron más escasas y fueron substituidas por robles y olmos, o por unos árboles parecidos a éstos. Además, había palmas y helechos que formaban una densa selva.
Era como si hubieran volado desde el Norte del Canadá a través del Oeste medio y de las selvas tropicales en el espacio de unos pocos minutos. Y la distancia que habían recorrido no sería mayor de veinte millas.
Otra especie distinta de vegetación brotó rápidamente ante ellos. Era una selva fantástica compuesta de especies monstruosas que más parecían helechos y cizaña que árboles.
El aire se había calentado. Comparado con el seco y angustioso frío del ártico, el calor parecía asfixiante.
—¡Vuele a mayor altura! —ordenó Tercio a Fancife—. ¡Vuele a la mayor altura que le sea posible!
El temor de Fancife se había disipado. El interés y la curiosidad se habían apoderado de él.
—¡Váyase al infierno! —gritó—. Voy a volar lo más cerca del suelo que me sea posible para contemplar la tierra.
Tercio se inclinó, enojado, obre los mandos del avión. Fancife agarró un revólver y lo golpeó con él. Como Fancife estaba excitado, golpeó a Tercio con más fuerza que lo que se había propuesto, y Tercio cayó al suelo sin sentido.
—¡Ha obtenido su merecido! —dijo en voz baja Fancife—. Así, cuando recobre el conocimiento, tendrá más prudencia y más cordura.
Dos o tres minutos más tarde, Two Wink lanzó un aullido de terror. Fue un aullido inarticulado, un grito sin palabras precisas. Fancife se volvió con rapidez y le preguntó con indignación:
—¿Qué demonios le duele a usted?
—¡Mire!
Fancife le miró con asombro.
—¡Diablos! ¡Rayos y truenos! —vociferó. Dio un golpe seco con la palma de la mano en la palanca del acelerador y el aeroplano pareció dar un salto hacia adelante.
—¿Conseguiremos dejarlos atrás? —vociferó Fancife.
Two Wink miró hacia atrás, tembló y contestó:
—¡Están ganando terreno! ¡Vienen a centenares!
Se refería a los seres que parecían pájaros y que, al mismo tiempo, no lo parecían, porque tenían el cuerpo recubierto de una piel similar a la de los reptiles, en lugar de plumas; sus alas eran membranosas, como las de los murciélagos, pero no tenían ningún otro parecido con ellos. Y desde luego, no se asemejaban a ellos por el tamaño, puesto que el más pequeño de todos tendría una envergadura de veinte pies por lo menos.
Había una nube de aquellos bichos, una nube que volaba a la velocidad de los trenes expresos más rápidos.
—¡Van a alcanzarnos! —gimió angustiado Two Wink.
Fue aquél el momento en que Doc Savage y Crist Columbus se deslizaron arrastrándose desde la parte posterior del aeroplano —había una escotilla en la popa del fuselaje que les había servido para ocultarse. El hombre de bronce agarró a Fancife mientras Crist Columbus se enfrentaba con Two Wink. La lucha fue tan corta como violenta. Doc terminó rompiendo los bolsillos del traje de Fancife para que cayeran al suelo todos los revólveres, cartuchos y objetos que contuvieran.
—Podríamos haber continuado escondidos durante más tiempo —dijo el hombre de bronce—; pero no queríamos correr peligro de morir por culpa de la torpeza de ustedes.
El hombre de bronce se asomó a una las ventanillas y miró hacia atrás.
Crist Columbus hizo lo mismo.
—¡Esos diablos del aire van a alcanzarnos! —gritó.
—Es muy probable —reconoció sobriamente Doc.