CAPÍTULO VIII

RADIO-ORIENTACIÓN

SE detuvieron bajo el sol del Missouri para reposar y recobrar la normalidad de la respiración. Estaban demasiado disgustados por la situación para que se encontraran con ánimos para comentarla. Una relativa tranquilidad reinaba por todas partes. Lo único que se veía animado de movimiento, era el chófer a quien le había sido robado el coche, el cual había salido de la cuneta y comenzado a correr a toda velocidad de que era capaz en dirección de la casa del granjero, con la probable intención de telefonear a la policía.

La quietud era completa, por lo demás, y la paz rural volvía a imperar. Los pájaros, que habían huido asustados anteriormente, regresaban a las ramas de los árboles, y los caballos volvieron a reunirse en el mismo lugar del prado en que se hallaban anteriormente, agrupándose instintivamente, con los cuellos estirados y la atención vigilante.

Doc Savage dijo:

—Monk y Ham irán en busca de Tercio y seguirán sus huellas hasta donde les sea posible. Nos informarán de los resultados de su labor por mediación de la policía de San Luis. Renny, Crist Columbus y yo haremos lo que podamos por descubrir el paradero de Fancife y Two Wink.

Monk y Ham llamaron a sus "mascotas". Los dos animalitos habían estado haciendo un reconocimiento del patio de la granja y se habían perdido el espectáculo que se había desarrollado. Llegaron inmediatamente, y Ham y Monk los cogieron y se introdujeron con ellos en la arboleda en que se había sumergido Décimo Tercio. La carretera principal estaba silenciosa y desierta; y puesto que el coche alquilado y destruido por el vuelco no era visible desde ella, no podían hallarse por parte algunas huellas denunciadoras de que recientemente hubiera sucedido en aquel sitio nada fuera de lo habitual.

Doc Savage logró que se detuviera el primer automóvil que pasó por la carretera en dirección a San Luis. El chófer iba solo en el vehículo. Cuando le ofrecieron unos billetes, se prestó de buen grado a conducir a los tres hombres a la ciudad.

Doc, Renny y Crist Columbus se instalaron en el asiento posterior del coche. Caminaron silenciosamente durante algún tiempo, y, al fin, Renny dijo:

—¡Rayos y truenos! Ese Tercio cabalgaba como... como un cosaco.

—Sí; y en realidad —respondió Doc en voz baja—, fue antiguamente un cosaco.

—¿Eh?

—Décimo Tercio no es su verdadero nombre. Décimo Tercio son dos palabras españolas que indican el lugar número trece. Lo más probable es que la persona a quien conocemos por ese nombre lo escogiera humorísticamente sabiendo que en los Estados Unidos no es generalmente conocido su significado.

—¿Por qué dices que ha sido cosaco? ¿Cómo lo has sabido?

—Por los números de identificación de su aeroplano. Y por el mismo aeroplano... ¿Recuerdas, Renny, que hace unos diez años hubo lo que podríamos llamar una epidemia de vuelos transatlánticos?

—Lo recuerdo. Y la mayoría de esos vuelos constituyeron unos fracasos.

—Exactamente. Y entre los que fracasaron se hallaba uno de los primeros intentos rusos de llegar al Polo Norte. No se habló mucho de aquella tentativa, porque el gobierno ruso no gozaba de simpatías en la prensa norteamericana, y porque los propios rusos no hicieron muchos esfuerzos por divulgarla. Sin embargo, no podría decirse que fuese un secreto el hecho de que un aviador llamado Veselich Vengarinotskovi se dirigiese solo al Polo Norte y que no se volviesen a tener noticias de él.

—¿Dices que se llamaba Ve... Veng...? —Renny hizo una mueca—. Bueno; que se llame como quiera. Lo llamaremos Décimo Tercio.

—Sí; lo llamaremos Décimo Tercio, porque creo que Veselich Vengarinotskovi y Tercio son una misma persona —dijo el hombre de bronce—. Y lo creo por la sencilla razón de que el aeroplano que hemos visto en la rastrojera lleva los números de identificación y el mismo nombre que tenía el del aviador ruso que partió hacia el Polo Norte hace unos diez años y se perdió.

El hombre de bronce miró a Crist Columbus y le preguntó:

—¿Es cierto?

—Podría serlo. Los hechos coinciden —respondió Crist Columbus.

—¿No puede usted decirlo con seguridad?

—No puedo decir nada acerca de Décimo Tercio.

Renny, el hombre de los grandísimos puños, se inclinó sobre Crist Columbus.

—Pero seguramente hay algo que podrá usted decirnos...

—¡Muchísimo! —y Crist Columbus miró significativamente al chófer—. Pero no ahora.

Continuaron la marcha en silencio. Crist Columbus había apoyado la barbilla en la palma de la mano e iba cavilando. Finalmente, miró de reojo a Doc Savage y le preguntó:

—¿Cómo diablos se las ha arreglado usted para desenterrar todos esos datos referentes al aviador ruso de que nos ha hablado?

—Recordé, sencillamente, que se realizó aquel vuelo —respondió Doc.

—Sí; ¡pero resulta que hasta conocía usted los números de identificación del aparato!

Renny le interrumpió con el trueno de su voz.

—Doc tiene un cerebro que es un verdadero fichero. Un fichero y una enciclopedia. Ya se acostumbrará usted a sus sorpresas.

Crist Columbus suspiró y volvió a recostarse en el respaldo del asiento.

—Un amigo mío me ha hablado de usted. Fue hace un mes, poco más o menos. Creo que habló con usted. Se llama Sam Taft.

—¿Sam Taft, el explorador y perito en arte antiguo mejicano?

—El mismo. Me habló muchísimo acerca de usted. Tanto y tanto, que, por decir la verdad, estuve a punto de llamar a usted para pedirle que interviniera en la solución de este misterio en que ahora estamos mezclados.

—¿Por qué no lo hizo usted?

Crist Columbus sonrió.

—Francamente, porque no quería ponerme en ridículo. Supuse que usted se negaría a creer la historia que habría de contarle. Yo no la habría creído jamás si me la hubiera contado algún hombre que tuviera aspecto de poseer más músculos que inteligencia.

El chófer demostró que era muy prudente cuando conducía; y por esta razón la marcha del coche se hizo muy lenta cuando llegaron a las afueras de la población. Se separaron de él, y tomaron taxi.

—A la Dirección de Policía —dijo Doc.

Necesitaron cierto tiempo más de una hora para conseguir que se radiara una orden, dirigida a los policías de servicio y a los motoristas, de buscar y detener a Two Wink y Fancife y Décimo Tercio. Two Wink y Fancife fueron acusados de secuestro; la detención de Décimo Tercio tenía por objeto asegurarse el testimonio del testigo más importante, ya que era la persona secuestrada.

—Le han llamado al teléfono, señor Savage —dijo un oficial de policía.

Era Monk quien llamaba. Estaba muy disgustado.

—¿Sabes lo que ha hecho ese Décimo Tercio? —preguntó Monk. Doc, natural mente, no lo sabía. Monk continuó:—Dejó en libertad al caballo en las inmediaciones del río para que lo siguiéramos. Hemos supuesto que finalmente Tercia debió llegar a otra carretera donde tomaría un automóvil. Y eso significa que Tercio ha tenido ya tiempo de regresar a San Luis. Y luego...

—Venid a San Luis —le ordenó Doc—. Vigilad el hotel de Tercio.

El hombre de bronce parecía hallarse disgustado, enojado consigo mismo. Marcó otro número en el teléfono y habló durante unos momentos. Luego colgó el auricular. La expresión de disgusto se había agudizado en su rostro.

—Hemos obrado con una torpeza terrible —dijo con voz vibrante por el enojo.

Renny levantó hacia él la mirada.

—Y eso quiere decir...

—Que Décimo Tercio ha vuelto a San Luis, ha vendido las pieles por cuatro mil dólares cada una, ha cobrado su importe en dinero contante y sonante, y se ha marchado.

Renny se puso en pie de un salto y se lanzó a la puerta.

Doc le detuvo con esta pregunta:

—¿A dónde vas?

—A cazar a ese Tercio.

—¿Dónde?

Renny levantó las manos y se dejó caer sobre el asiento.

—Me entrego —dijo—. Tienes razón. ¿Tenemos algo que pueda servirnos de pista?

—Los catálogos de armas de fuego.

—¿Eh?

El hombre de bronce abrió un listín telefónico que había sobre una mesa y comenzó a hacer una serie de llamadas a los establecimientos que habían publicado los catálogos que hallaron en la habitación de Décimo Tercio. La primera llamada fue infructuosa, pero la segunda obligó a Doc a lanzar un gruñido de satisfacción.

—El caballero por quien pregunta usted ha salido de aquí hace unos momentos —le contestó el director de la casa.

—¿Qué ha comprado? —preguntó Doc.

—¿Puede usted ofrecerme algún justificante, alguna razón de su derecho a pedirme que le facilite los detalles que pide?

Doc se identificó y añadió que era un investigador oficial del Estado, y que si no lo creía, podía llamar a la policía para asegurarse.

—Muy bien, muy bien —respondió el director de la casa—. Ese hombre... ¿Tercio, dice usted que se llama?... Tercio ha comprado cierta cantidad de nuestros rifles más potentes y una cantidad extraordinaria de municiones. Una cantidad extraordinaria de municiones; puedo asegurarlo.

—Y luego...

—Luego cargó todo en uno de nuestros camiones de reparto, subió con el conductor a la cabina y dijo que lo llevase al aeropuerto de Lambert.

—¿Cuánto tiempo hace?

—Pues... alrededor de unos quince minutos.

Doc se retiró del teléfono y explicó a Renny a Crist Columbus lo que le habían comunicado.

—Décimo Tercio ha vendido sus pieles y ha comprado los rifles más potentes que ha podido encontrar y municiones. Ahora se dirige al campo de aviación de Lambert.

El rostro de Renny se iluminó por una sonrisa de alegría.

—Allí es donde tenemos nuestro avión.

Crist gritó:

—¡Es preciso que lo alcancemos!

Y se puso en marcha hacia la puerta. Renny le agarró para detenerlo.

—¡Espere! —le dijo—. Me parece que Doc tiene una idea...

El hombre de bronce se hallaba utilizando nuevamente el teléfono pidiendo comunicación con el aeropuerto.

Crist Columbus hizo una mueca y dijo:

—Esa es una buena idea. De ese modo podremos lograr que lo atrapen y nos lo envíen aquí.

Doc Savage estaba hablando ante el teléfono, dirigiéndose al director del campo, a quien conocía.

—¿Tiene ahí un aeroplano un hombre llamado Décimo Tercio? ¿No? Es posible que no haya dado su nombre verdadero; voy a hacerle una descripción de ese individuo —Doc hizo un retrato verbal de Tercio y esperó hasta que el otro hombre hubo repetido desde el otro extremo de la línea la descripción que él había hecho. Luego añadió:—¿De modo que ha comprado el aeroplano por teléfono? ¿Dijo que lo pagaría al serle entregado? ¿Qué tipo de avión ha comprado?

En la habitación había el silencio suficiente para que Renny y Crist Columbus pudieran oír las palabras que el director del aeródromo pronunció como respuesta.

—Es un aeroplano grandísimo, y tiene un depósito de gasolina extraordinariamente grande. Lo había mandado construir un aviador que se proponía dar la vuelta al mundo, y que se ha arrepentido. Ese hombre, Tercio, si ése es su nombre, lo ha comprado por veintiocho mil dólares, lo que es un precio ridículo para un avión tan grande y de tanta potencia.

Doc dijo:

—¿Querrá usted hacerme un favor? Mi aeroplano está ahora en ese campo. En la cabina encontrará usted cierta cantidad de cajas de hierro fundido. Las cajas están en unos estantes en un costado de la cabina, y todas están numeradas. Abra la caja número nueve. ¿Me ha entendido?

—Sí. Abriré la caja número nueve.

—Saque de ella la caja de metal verde que encontrará encima de todo. Solamente hay una caja de metal verde en ese departamento, de modo que no podrá equivocarse. Sólo una. Póngala en la posición marcada "funcionamiento". ¿Comprende?

—Poner el botón en la posición indicada "funcionamiento". Continúe.

—Y, luego, esconda la caja en ese aeroplano que Décimo Tercio ha adquirido. Escóndala en la parte posterior del fuselaje, o en algún otro lugar donde no pueda ser encontrada.

—¿No será una bomba o algo por el estilo?

—No.

—Conforme, pues. Esconderé la caja en el aeroplano.

Doc Savage cortó la comunicación. Crist Columbus lo miró fijamente; lo miró como si tuviera algunas dudas sobre la estabilidad mental del hombre de bronce.

—Yo diría que no he comprendido absolutamente nada —murmuró agriamente—. Deberíamos haber ordenado que le detuvieran en el aeródromo.

Doc Savage no se molestó por estas palabras.

—Tengo curiosidad por saber a dónde se dirige Tercio.

—¡También yo! —dijo Crist Columbus con unas carcajadas en las que había un poco de burla—. ¿Por qué diablos supone usted, si no, que he estado corriendo aventuras y pasando desazones?

—Lo seguiremos.

—¡Seguirlo! ¡No es posible! ¿Cómo va a seguirse a un aeroplano?

—¿Entiende usted de radio? —le preguntó Doc Savage.

—Escucho los programas de radiodifusión de vez en cuando. Tengo entendido que los aeroplanos siguen direcciones señaladas por unos rayos emitidos por radio. Pero no entiendo mucho más.

El hombre de bronce le explicó pacientemente:

—Se puede utilizar una antena orientable y un aparato receptor muy sensible, y localizar con ellos la situación de un emisor. A esto llama "localizador de direcciones".

—Lo saben hasta los niños de la escuela.

—En esa caja que he ordenado que escondan en el avión de Tercio, está encerrado un transmisor de onda extracorta —continuó Doc—. Tiene todo lo preciso para funcionar, y trabaja por medio de baterías que lo mantienen en estado de funcionamiento continuamente durante más que una pequeña cantidad de corriente.

Crist hizo una nueva mueca y se dio un golpe con el puño derecho sobre la palma de la mano izquierda.

—Y eso significa que podremos seguir la pista de Tercio, ¿no es cierto? —gritó.