CAPÍTULO X

EXPLOSIONES EN EL ÁRTICO

LA sorpresa convirtió a Crist Columbus en una rígida estatua. Doc Savage se sorprendió igualmente, puesto que no sospechaba que Fancife y Two Wink se encontrasen más cerca de él que la lejana ciudad de San Luis.

Crist dijo entre dientes:

—Yo tengo la culpa, por no haber hablado.

—¿Qué quiere usted decir?

—Yo sabía que habían obligado a Tercio a hablar.

Y Fancife gritó:

—¡Eh! Pueden ustedes intentar huir, caballeros. Así, nos darán un buen pretexto...

Doc no se movió. Crist tenía los labios entreabiertos; su respiración producía unas nubecillas de vapor en la fría temperatura ártica.

Two Wink los apuntó con uno de los rifles mientras Fancife los registraba. Fue sacando objeto tras objeto de los bolsillos de Doc Savage y enfurruñándose al ver algunas de ellos, que no sabía para lo que servían. Luego, tocó por todas partes las ropas del hombre de bronce, y comprobó que no había lugar en ellas en el que no hubiera algún útil o chisme.

—¡Hum! —gruñó—. Tendrán que desnudarse.

Se inclinó sobre Two Wink y ambos hablaron en voz baja unas cuantas palabras que no pudieron ser oídas por los demás. El resultado de la conferencia no pareció ser del agrado de Two Wink, puesto que tenía un aspecto de preocupación cuando se separaron.

—Two Wink va a vigilar por aquí fuera mientras se cambian ustedes de ropas —dijo Fancife—. Los llevaré al aeroplano, donde hace más calor que al aire libre.

Y se dirigió al aeroplano, sin dejar de apuntarlos con el rifle mientras Doc y Crist entraban en él.

—¡Mire! —gritó Crist sin poderse contener.

Crist se refería a Décimo Tercio. Este estaba sentado en uno de los sillones del avión. Tenía unas cuerdas atadas a los tobillos y otras cuerdas que le rodeaban el pecho y lo sujetaban fuertemente al asiento. Hacía frío en el interior, y su aliento era como una especie de chorros violentos y enojados de vapor.

—¿Cómo han logrado apoderarse de usted? —preguntó Crist con rapidez.

Tercio hizo un mohín de desprecio y no contestó.

—Soy... soy un amigo de Lanta —añadió Crist.

Tampoco estas palabras surtieron efecto.

—Está un poco enfadado —dijo Fancife—. Lo comprendo; no había querido hacer justicia a nuestra inteligencia. Le ha pasado lo mismo que a ustedes. Y está muy enojado por su error.

Tercio juró en una lengua extraña; no era preciso entender sus palabras para darse cuenta de la violencia de su significado.

—¿Comprenden? —dijo Fancife riendo despreciativamente—. Jamás pensó que pudiéramos tomar un aeroplano tan veloz como éste en el mismo instante en que logró escapársenos. Lo que hicimos fue apoderarnos de un automóvil de carreras, volar hacia la Montaña Blanca, y esperar a que llegase.

Fancife se acercó a Tercio e inclinó la cabeza para hablarle.

—¿Olvida que nos dijo que la Montaña Blanca constituía el final de la primera etapa de su viaje de regreso?

Doc dijo:

—Se adelantaron ustedes a nosotros por medio de un aeroplano más rápido, y cuando llegó Tercio le obligaron a entregarse... ¿Ha sido esto lo que ha sucedido?

—Sí. Nuestros rifles le obligaron a rendirse —y movió amenazadoramente el que tenía en las manos—. Sabernos manejarlos muy bien. Y si no quieren comprobarlo por experiencia propia, quítense enseguida las ropas.

—¡Vamos a morirnos de frío! —gritó angustiadamente Crist.

—Me agradaría la mar —contestó alegremente Fancife—. ¡Vamos, vamos! ¡Quítense las ropas!

Doc Savage y Crist Columbus se quedaron en ropas interiores. Fancife dijo:

—Bueno; basta ya —volvió la cabeza y asomándose al aeroplano para observar lo que pasaba en su interior, preguntó:—¿Has visto a alguien, Two Wink?

—No hay nadie a la vista. Me parece que "éstos" han debido de venir solos.

Doc Savage respiró con satisfacción al oírlo. Doc había ordenado a Ham y a sus compañeros que volasen a una distancia de lo menos quince millas a su derecha, y la precaución no resultaba inútil, sino todo lo contrario.

Fancife se plantó ante Crist Columbus y Doc Savage y pronunció un corto discurso con voz ronca y confusa:

—No vamos a matar a ustedes, como otros harían en nuestro lugar —dijo.

Habiéndose detenido durante unos momentos para que sus oyentes pudiesen comprender el alcance de su solemne preámbulo, Fancife continuó:

—Otros que estuvieran en nuestro lugar, volarían a ustedes la tapa de los sesos; pero nosotros no lo haremos. Lo que queremos, es continuar nuestro trabajo, y continuarlo solos. Vamos a quedarnos con sus ropas, pero les permitieron volver a su aeroplano. Ya hemos registrado el avión concienzudamente para tener seguridad de que no tienen más ropas en él, Hemos visto también que el aeroplano tiene calefacción —y se volvió hacia Two Wink—. ¿No es cierto que tiene calefacción?

—Ese chisme —respondió Two Wink—, tiene de todo.

—Muy bien —Fancife miró a Doc y Crist sonrió burlonamente—. No morirán ustedes de frío en el avión. Y no será probable que se decidan ustedes a andar corriendo detrás de nosotros cuando anden desnudos. Así, no nos molestarán.

Crist dirigió una mirada de odio a Fancife.

—¡Me parece que en todo esto hay gato encerrado!

—Cree usted que me conoce demasiado bien para suponer que soy incapaz de comportamiento tan caballeroso, ¿verdad? —preguntó Fancife.

—Si. Sé perfectamente bien que el que inventó la palabra: "granuja", pensaba en usted cuando la inventó.

Fancife sonrió despreciativamente.

—Es de suponer que se sentirá usted decepcionado cuando descubra su error.

Crist lanzó un gruñido.

—Hemos estado en estas regiones del Norte comerciando en pieles. Pero usted no comerciaba, sino que estafaba. Durante aquellos años tuve ocasión de conocerle muy bien. Averigüé que es usted el más granuja de los seres que existen. Y, finalmente, cuando hubimos encontrado a Lanta, usted...

—¡Cállese! —Fancife tenía en los ojos una expresión tranquilizadora, y descubría los dientes al hablar—. ¡Cállese... y salgan del aeroplano... y váyanse al suyo, antes de que me arrepienta!

Doc Savage había aprendido a juzgar los hombres y sabía que no podría ser más que perjudicial todo lo que se hiciese por aumentar el enojo de Fancife. Había un algo extraño en sus ademanes. Fancife quería matarlos, indudablemente, lo que se podía apreciar con facilidad al ver la violencia de sus gestos y aquel indefinible y desasosegador tono de su voz. Acaso fuese la confianza que tenía en sí mismo y en sus proyectos... pero parecía que iba a ponerlos en libertad, lo que resultaba increíble en un hombre de su naturaleza.

Mientras regresaban al aeroplano de Doc, los ojos del hombre de bronce intentaron atravesar las sombras, la oscuridad crecía más intensa desde tierra que vista desde el aire, hasta que consiguieron localizar el avión de Fancife.

Estaba a una distancia de más de cien yardas. Evidentemente, habían hecho un aterrizaje muy defectuoso, hasta el punto de que el aparato chocó con algunos árboles; pero no parecía haber sufrido daños. Estaba pintado de color de plata, lo que le hacia así invisible sobre la masa de nieve y entre los copas que el viento arrastraba en torbellinos.

Doc y Crist Columbus subieron al aeroplano del hombre de bronce.

Fancife extendió un brazo para indicar la extensión de la superficie lisa, cuyo final se perdía entre la oscuridad.

—Vayan en esa dirección y sigan luego la del viento —ordenó—. No queremos que vuelvan a aterrizar aquí y que se expongan a partirse las cabezas. Y no intenten tirotearnos desde el aire —añadió mientras les enseñaba su rifle—. Sería completamente inútil.

Dio unos pasos atrás y se situó tras un árbol, con el arma preparada para disparar. Pero del aeroplano de Doc no surgió, ninguna muestra de hostilidad. El avión comenzó a rugir, el motor zumbó y la hélice provocó grandes nubes de nieve. El aparato comenzó a alejarse, y unos momentos más tarde apenas era visible en la lejanía.

Y luego hubo una detención y el motor comenzó a rugir.

—¿Qué sucede? —preguntó Two Wink con inquietud.

—Que tropiezan con dificultades para dar vuelta en la nieve —aseguró Fancife—. Pero lo conseguirán.

Un momento más tarde el rugido del motor se hizo más intenso, y el aeroplano se arrastró por el campo, levantó el morro y comenzó a ascender.

Fancife se volvió hacia Two Wink.

—¿Lo ve?

Two Wink estaba lívido. Su temblor no era originado por el frío. Estaba inmóvil, con los dedos engarfiados, silenciosos, escuchando... escuchando... Y cuando sonó la explosión, Two Wink saltó como si hubiera sido alcanzado por ella, y una expresión de horror cubrió su rostro.

La explosión fue muy fuerte. Procedió del Oeste, de la dirección que el aeroplano de Doc había tomado. Se vio un relámpago no muy intenso. Los ecos de la explosión rebotaron en la Montaña Blanca y produjeron una larga serie de ruidos sordos. Y luego, se oyeron otros ruidos que procedían del aeroplano al estrellarse en el suelo.

Two Wink graznó:

—¿No cree... no cree usted... que deberíamos... deberíamos...?

—¿Ir a verlos? —Fancife negó con un movimiento de cabeza—. ¡No, diablos! Savage y Crist han muerto.

—¿Dónde... dónde puso usted la bomba? —preguntó Two Wink con ansiedad.

—Bajo la carga del aeroplano. Por eso es por lo que no la han encontrado.