Capítulo 42

—Vístete —Matt ya estaba de pie poniéndose los pantalones mientras Caroline, sin necesitar esa admonición, buscó su ropa interior. Avistándola antes que ella, Matt se la arrojó, al igual que las enaguas y el vestido. Caroline se puso de un tirón la ropa mientras que Matt se echaba encima la camisa.

—¡Hey, Matt! —Una maldición apagada siguió a este nuevo grito. Parecía como si Daniel tuviera dificultad en llegar hasta ellos, pero estaba haciendo un buen intento.

—Que el diablo se lleve a mi hermanito —murmuró Matt, tratando de meter los pies en las botas y abotonarle la camisa al mismo tiempo.

Caroline se ató con furia las cintas de las enaguas alrededor de la cintura y alcanzó su vestido mientras que Matt, con la mínima decencia ahora, se dirigía a la barrera de ramas para contener a Daniel.

—Soy yo, basta ya —le oyó decir en un tono bastante más agrio de lo que merecían los esfuerzos de Daniel.

—¡Alabado sea el Señor! Temí que los indios o la ventisca pudieran haber acabado contigo, aunque debería haberlo sabido: eres demasiado malo para que te maten.

Si Matt respondió a ese intento de Daniel de hacer una broma, Caroline, que no estaba en posición de ver su rostro, no lo podía decir.

—¿Está Caroline contigo? —preguntó Robert. Ella se sobresaltó, asegurándose el vestido lo mejor que pudo y poniéndose las medias mientras se preguntaba cuán numeroso sería el grupo de rescate.

Ante la idea de emerger de su nido de amor para enfrentar a una multitud chismosa, Caroline se acobardó. Aunque nadie podría saber con demasiada exactitud cómo habían pasado la noche ella y Matt, sin duda especularían con inquietud cerca de la verdad. Caroline se puso las ligas y bajó aprisa las faldas, sintiéndose como la misma Jezabel.

—Sí —Había algo indiscutiblemente desconcertante en la respuesta breve de Matt—. Has tardado bastante en encontrarnos.

—Lo único que hemos hecho es seguir el río, y entonces hemos visto el humo. Hazte a un lado, hermano. Hace un frío maldito aquí afuera y quisiéramos utilizar un poco del calor de tu fuego.

Con una mirada rápida por encima de su hombro para asegurarse de que Caroline estuviera presentable, Matt entró en el refugio. Daniel lo siguió casi de inmediato y Robert entró después de él. Ambos hombres iban vestidos con abrigo largo de piel, sombreros de ala ancha y botas. Al entrar golpearon los pies en el suelo para desprender la nieve.

Caroline apenas había terminado de envolverse en la manta, pero sabía que estaba tan bien cubierta como siempre. Aun así no pudo evitar las marcas de rojo encendido que corrieron por sus mejillas cuando Daniel y Robert, que habían lanzado miradas rápidas y comprensivas alrededor del pequeño refugio, la saludaron con la cabeza. Daniel casi no la miró a los ojos, mientras que Robert mantenía un brillo divertido.

—Es evidente que nos hemos preocupado y apresurado por nada —dijo Robert, divisando el segundo jarro de ron que Matt había puesto a calentar. Apoyando una rodilla en el suelo al lado del fuego para destapar el jarro y luego levantarlo en algo, Robert bebió un trago largo.

—Veo que tienes todas las comodidades, como en casa —recalcó Daniel, con sus ojos en el camastro arrugado, mientras que Robert, con un suave codazo, le pasaba el jarro.

Caroline no pudo haberse sentido más avergonzada que si le hubieran cosido la insignia de una adúltera sobre el pecho.

—Caroline y yo vamos a casarnos —anunció Matt de pronto apartando sus ojos del rostro color escarlata de Caroline para posarse en la mirada sagaz de sus hermanos.

—¡Vais a casaros! —Daniel pareció aturdido y pasó la vista desde Matt hasta Caroline, para quedarse allí.

—¿Vais a casaros?¡Bien, eso es maravilloso! —La reacción de Robert fue más efusiva. Se cruzó hasta donde estaba Matt y lo palmeó el hombro, después sonrió a Caroline— ¿Estás segura de que quieres casarte con el hermano mayor? ¡No me lo imagino como alguien cariñoso!

—Cuida tus palabras, Rob. —Matt gruñó la mismo tiempo que Daniel se adelantaba por fin para ofrecer la mano a su hermano.

—Espero que seas feliz, Matt —dijo Daniel, con la voz sostenida pero el rostro pálido. Caroline observó cómo los dos se estrechaban la mano y sintió una sensación de angustia extraña en la región de su corazón. Había tanto amor entre ellos, entre todos los Mathieson, en realidad, que se preguntó si alguna vez superaría la noción de que a pesar de la declaración de Matt ella era una intrusa que miraba desde afuera.

—Gracias, Dan —el rostro de Matt se templó en una sonrisa mientras enviaba una mirada de soslayo a Caroline—. Sabes que es mejor casarse que estar ardiendo, y he estado ardiendo más de medio año ya.

Ante eso Caroline se irguió indignada, mientras que los hombres intercambiaban carcajadas sinceras y muy masculinas.

—¿Fuiste a buscar al doctor a New London? —Matt estaba juntando sus pertenencias al mismo tiempo que hacía la pregunta a Daniel. Caroline lo observó y luego se movió para ayudarlo, y comprendió con un estremecimiento de pena que su estancia lejos del mundo había llegado a su fin.

Matt debía de estar pensando algo parecido, porque mientras juntaba las mantas que reconfortaban el camastro sus ojos se encontraron. Había un fulgor dirigido hacia ella, y la sensación de secretos compartidos la confortó. No importaba lo que sucediera, tendría a Matt.

—Lo trajimos, y es un hombre bastante sabio también. Lo cual es una suerte, porque llegamos a casa para descubrir a media docena más de afectados... y Mary está enferma.

—¡Mary! —Caroline levantó la mano hacia su garganta. Matt se irguió y frunció el entrecejo. Daniel asintió con severidad.

—Sí. No estaba tan enferma como los otros, pero prometí a James que llevaría a Caroline lo más pronto posible. Ya ha procurado los servicios del médico, pero no quiere correr riesgos con su esposa.

—Será mejor que nos vayamos entonces. ¿Habéis traído caballos? —Matt se calzó el chaquetón, se acomodó el sombrero sobre la cabeza, agarró el abrigo y entonces, para sorpresa de Caroline, lo colocó alrededor de sus hombros.

—Llévalo tú. Yo me arreglaré con la manta —ella protestó, tratando de quitarse la prenda.

—Mujer, si vas a estar siempre discutiendo, preveo una vida de casados tempestuosa en el futuro —Matt le metió los brazos dentro de las mangas y la rodeó para colocarse frente a ella y asegurar los cierres—. Has de saber que tengo la intención de ser el que manda en mi propia casa. Seré obedecido o si no te enfrentarás a consecuencias terribles.

—¡Eh! —dijo Caroline con descaro, pero permitió que la envolviera con la piel hasta la barbilla.

—Haz que pierda la paciencia, Caroline. Le hará bien que alguien le baje los humos —dijo Robert, con la mirada encendida por la diversión.

—Me atrevo a decir que no será una esposa particularmente conformista —agregó Daniel con más lentitud, mientras arrugaba la frente. La idea parecía garantizarle algo de consuelo, y mientras pateaban nieve sobre el fuego pareció un poco más alegre.

Los caballos estaban esperando, los cuatro hundidos en la nieve hasta la rodilla. Tres de ellos eran prestados, pensó Caroline, y el otro era uno de los dos que guardaban con el propósito de cabalgar por la granja. Los animales pisoteaban el suelo con impaciencia, haciendo resonar las bridas y los estribos, mientras su aliento se cristalizaba en el aire.

La nieve iba a cubrir la parte superior de los zapatos de Caroline, lo cual no se le había ocurrido hasta que estuvo lista para dar el primer paso. Todos los hombres tenían botas, y se estaba apretando para no hacer caso del aguanieve helada cuando Matt, al percatarse de su dilema, fue por detrás de ella para alzarla en sus brazos.

—Yo puedo... —Comenzó cuando se hundió en la nieve con ella.

—Ahí va de nuevo. —Las palabras fueron inflexibles, pro sus ojos la burlaban. Detrás de él, Robert estalló en una carcajada, e incluso Daniel, que se encontraba al lado de Matt, dibujó una sonrisa recalcitrante.

—Te amo —esbozó con los labios cuando nadie podía verla. Los ojos de Matt resplandecieron en respuesta silenciosa pero satisfecha y sus brazos se ajustaron alrededor de ella, llevándola con más firmeza contra su pecho. Caroline se colgó de sus hombros, deseando poder besar la mandíbula barbuda que estaba tan cerca de su boca. Pero, consciente de su público, era demasiado tímida.

En el último minuto, Matt colocó su sombrero sobre la cabeza de Caroline y la alzó sobre la montura antes de que pudiera protestar. Entonces se envolvió con la manta y los tres hombres distribuyeron los pertrechos del refugio entre los caballos. Caroline los miraba trabajar juntos, con un intercambio mínimo de palabras, pero con la clase de eficiencia que resulta de la experiencia larga y simple, y sonrió dentro de la piel que cosquilleaba su labio inferior y se acomodó el enorme sombrero que Matt le había dado, más bajo sobre la frente.

La marcha era lenta debido a que los caballos se hundían en la nieve y hacía cada vez más frío. El día se transformó en noche, pero la luna creciente reflejaba el manto grueso de nieve, iluminando el camino de modo sorprendente. El viento arreció y de alguna parte no demasiado lejos les llegó el aullido de unos lobos. No uno, sino una manada, pensó Caroline, estremeciéndose. Los caballos avanzaban con cuidado a través del bosque en una sola fila, con Daniel frente a ella y Matt detrás. Se estaba congelando, hasta con el sombrero y el abrigo de Matt, que debía de estar en peor situación. Pero no había más remedio para eso que perseverar. Si el frío no se soportaba cuando estaban en movimiento, sería peor al detenerse, como tuvieron que hacer en ocasiones para comer y descansar

Fue cerca del mediodía del día siguiente cuando Robert divisó al fin el humo que se levantaba perezosamente sobre las copas de los árboles hacia el cielo.

—Lo hemos logrado —gritó, y Caroline sintió que su espíritu cansado se animaba al saber de que casi estaban allí. Si hubiera sido posible, habría instado a su cabalgadura a ir a toda velocidad, pero la marcha cautelosa que habían mantenido desde que dejaron el refugio era la única posible sobre la nieve.

Cuando divisaron la casa a través de los árboles, se inclinó sobre la montura. Estaba tan cansada, tan sumamente cansada y tan congelada y tan hambrienta y...

—¡Papá! —Davey y John salieron por la puerta principal con Thomas detrás, cuando los jinetes emergieron en el claro—. ¡Papá!

Los niños estaban saltando por la nieve, sin importarles, como todo niño, no llevar puesta la ropa para salir al aire libre, y estaban mojándose hasta la cintura. Raleigh los siguió, saltando por la nieve como un enorme conejo moteado mientras ladraba hasta más no poder. La completa efusividad de la bienvenida hizo sonreír a Caroline mientras sacudía la cabeza al pensar en cómo los muchachos —y el perro— se estaban mojando.

—¡Papá!

Matt detuvo el caballo, y la manta y todo lo demás cayó al suelo, para asirlos uno en cada brazo, dándoles a ambos un abrazo impetuoso que fue devuelto de la misma manera.

—¿Por qué no estáis en la escuela? —preguntó con el entrecejo fruncido alejándolos de él mientras Raleigh, con ladridos ensordecedores, brincaba alrededor de los tres.

—¡No hay clases a causa de la fiebre! —dijo John.

—¿No es maravilloso? —lo imitó Davey, y Caroline tuvo que reír ante su alegre egoísmo. Parecía que todo el mundo podría estar bien perdido en tanto no tuviera que ir a la escuela.

—Es maravilloso. Ahora entrad en la casa mientras guardamos los caballos. Caroline, ve con ellos.

Matt sentó a los muchachos sobre su montura y guió al caballo en esa distancia corta hasta la casa con el reto de ellos siguiéndolo. Una vez allí, bajó a sus hijos y luego caminó para extender las manos a Caroline. Con un murmullo se deslizó en sus brazos, sintiéndose protegida al entregarse a la fortaleza de Matt. No la bajó en la nieve, sino que la llevó, en volandas, contra su pecho, hasta la galería, donde finalmente la puso de pie. Al estar elevada de ese modo, sus ojos se encontraban a un mismo nivel. El fulgor repentino que los ojos azules lanzaron a los de ella fue la única advertencia antes de que se acercara para darle un beso fuerte y rápido en sus labios.

Entonces se volvió y montó de nuevo sin una palabra, dejándola con las mejillas sonrosadas y confundida para enfrentarse a dos muchachitos con ojos grandes y a su tío boquiabierto.