Capítulo 5
—¡Abajo, Raleigh! ¡No soportaré ninguna más de estas tonterías, señor! —Matt rugió, totalmente exasperado, mientras sostenía por el cogote al animal frenético. Reconociendo la voz de la autoridad, el perro disminuyó el aullido ensordecedor a un lloriqueo y se dejó caer para arrastrarse sobre el suelo a los pies de Matt. Desde el techo del granero, Millicent observó con satisfacción malévola como recibía la primera reprimenda merecida su atormentador. Entonces, convencida de que estaba amedrentado, procedió a sentarse y lavarse la cara con tranquilidad. Caroline se sentó con esfuerzo y frotó con cuidado su dolorido trasero. Dándose cuenta de repente de que era una fuente de diversión extrema para su público, se detuvo, avergonzada.
—¡Maldito gato! Debería haber hecho que uno de los marineros lo arrojara por la borda. No fue más que un montón de problemas desde el comienzo. —El capitán Rowse, quien, además de Matt, era el único de todos los hombres presentes que no reprimía la risa, se acercó para ofrecer una mano a Caroline mientras hablaba. Mirando refunfuñada al capitán, que había sido casi tan desagradable al querer arrojar por la borda a Millicent como con el broche falso, declinó su oferta de ayuda con frialdad y se puso de pie por sí sola.
—Millicent no provocó problemas a bordo del barco —protestó con vehemencia.
—¿Ah, no? ¿No es cierto que estuvimos inmóviles cuatro días y tuvimos que sacar los remos? ¿La harina no se enmoheció y hubo que tirarla? ¿El respaldo de la silla alquilada especialmente por la tía Shoemaker no se rompió en pedazos cuando un barril se volcó sobre ella? ¿Mi cabo no se cortó la pierna hasta el hueso mientras hacía algo tan simple como rebanar una cuerda? ¿Eh, niña?
—¡Nada de eso es culpa de Millicent!
—Todos saben que un gato a bordo del barco trae mala suerte. Y un gato negro es peor. Nunca me ha pasado que tal sarta de calamidades aconteciera en una embarcación a mi mando durante un viaje. Tuvo que ser el gato.
—¡Qué total estupidez! —exclamó Caroline con desdén.
—O la dama —dijo Matt por lo bajo. Caroline no estaba segura de si otro además de ella misma pudo oír sus palabras—. Ella ha provocado suficientes estragos aquí.
Había atado una cuerda alrededor del cuello de Raleigh. Caroline volvió sus ojos coléricos hacia él, pero le estaba haciendo señas al mayor de sus dos muchachos. Como su hermano pequeño, este niño tenía un montón de pelo negro muy lacio y ojos azules. Pero era mucho más alto que su hermano menor y delgado como una caña. Hasta donde Caroline pudo juzgar, parecía tener alrededor de diez años de edad.
—Llévalo y átalo detrás de la casa —Matt entregó la cuerda a su hijo.
—¡Pero, pa...!
—Sólo hasta que las cosas se arreglen. No le hará ningún daño. Ahora haz lo que te digo.
—Sí, señor —el muchacho fue hosco pero obediente, y Raleigh con visible actitud reacia fue en parte persuadido, en parte arrastrado.
Caroline dio un suspiro audible de alivio cuando el animal desapareció de su vista.
—¡Usted no puede echarme la culpa por la revuelta de esta mañana! —dijo Caroline a Matt con indignación—. ¡Toda la culpa es de ese monstruo mal enseñado, y usted lo sabe!.
—En realidad debería tratar de vencer su miedo a los perros —observó Daniel, sonriendo, antes de que Matt pudiera responder.
—¡Hasta un tonto tendría miedo de semejante bestia feroz! —prorrumpió Caroline, abriendo grandes los ojos. Daniel fue flanqueado por su hermano casi idéntico a él y también por el hombre con cabello de color castaño. Los tres rostros mostraban sonrisas lunáticas. Ella lanzó miradas de odio a los tres.
—¡Feroz! ¡Raleigh no lo es! ¡Lo que pasa es que ella no es más que una cobarde! —El muchacho más joven frunció el entrecejo.
Caroline tuvo que resistir el impulso de devolverle el gesto. El pequeño no tenía más de cinco años de edad, y ofenderse con un niño que apenas usaba pantalones era una tontería, ¡pero ya estaba harta de todos y cada uno de estos hombres arrogantes!
—Silencio, Davey Mathieson —Matt lo hizo callar con una mirada austera—. Serás cortés con tu tía, o sentirás la palma de mi mano en el lugar donde te sientas.
—¡Ella no es mi tía! ¿No es cierto? —El niño parecía fascinado y al mismo tiempo aterrado.
—Claro que lo es. Esta es tu tía Caroline, que al parecer vivirá con nosotros en el futuro. —Matt observó a Caroline.
Ella estaba casi tan desconcertada por la idea de su parentesco como el muchacho de ojos grandes, pero por supuesto que era verdad. Si estos eran los hijos de Elizabeth, entonces ella era su tía. O media tía, ya que ella y su hermana habían tenido madres diferentes.
—Mucho gusto, Davey —le dijo, tratando de parecer razonablemente agradable, hazaña por la cual se felicitó ella misma, considerando las circunstancias.
—¡No quiero que ninguna tía viva con nosotros! —exclamó Davey, echando una mirada indignada a Caroline -. ¡Estamos bien solos, sólo nosotros los hombres!
—¡Silencio! —El rugido de Matt había dado resultado con Raleigh, y también fue eficaz con Davey. Avergonzado el niño cerró la boca, pero su expresión fue beligerante mientras miraba enfurruñado a Caroline.
—Dice que puede cocinar, limpiar y coser, y eso es algo que nos puede servir por aquí. Además de eso, es de la familia. ¡Se quedará, y eso es todo lo que tengo que decir sobre este asunto! -Como si esperara ser desafiado su mirada barrió el semicírculo formado por los tres hombres y su hijo. Los adultos miraban dudosos y el niño con rebeldía. Caroline frunció el entrecejo a todos ellos. Hacia la derecha, el capitán Rowse emitió un ruido sofocante que se transformó enseguida en una carraspera, pero ninguno de ellos siquiera miró en su dirección.
—Ya conoce a Daniel, y ese a su izquierda es nuestro hermano Thomas —Matt indicó al hombre del cabello de color castaño—. Y Robert a su derecha. Ellos viven aquí, trabajan en la granja conmigo y mis muchachos. John es mi hijo mayor. Este es Davey —sus ojos se deslizaron hacia el capitán Rowse. Tobías, si vienes conmigo a la casa, arreglaré nuestro negocio y al mismo tiempo te ofreceré algo de beber.
—Me parece bastante justo —el capitán Rowse sonrió a Daniel y los otros hombres que se hallaban detrás de Matt.
—Caroline, usted puede venir conmigo, también. Le mostraré dónde se guarda todo y cómo nos gusta que se hagan las cosas. El resto, volved al trabajo. Tú también, Davey. Consigue más raíz y termina de dar de comer a los pollos —su tono se suavizó cuando le habló a su hijo.
—¿Qué hacemos con los baúles? —preguntó Daniel.
—¿Baúles? —Matt miró a Caroline arqueando las cejas.
—Son tres —respondió Daniel—. Y pesados, además. Y un cesto.
Matt gruñó.
—Traedlos —meneó la cabeza— ¡Tres baúles!
Se dirigió hacia la casa por la esquina del granero con el capitán Rowse, mientras que los otros se alejaron para cumplir el mandato. Pero, en lugar de seguirlo, como Matt le había dicho claramente que hiciera, Caroline se volvió para buscar al gato, que se encontraba en lo alto del tejado puntiagudo.
—Vamos, Millicent -le instó.
Millicent la observó, sus ojos dorados sin pestañear.
—¡Millicent, baja de ahí!
Millicent pestañeó una vez, lentamente, luego se puso de pie, su cuerpo negro se estiró con suavidad y la cola se irguió.
—Mujer, ¿dónde está? ¿Viene o no? El grito de fastidio de Matt desde alguna parte fuera de su campo visual hizo que Caroline se sobresaltara.
—¡Es sólo un minuto! —respondió. Dirigiéndose animal, que se paseaba a lo largo de la línea del tejado como si no le importara nada del mundo, Caroline apremió al animalito— ¡Millicent ¡¡Ven!
—¡Deje a ese gato! La criatura bajará cuando quiera y no antes —Matt había reaparecido. Cuando vio lo que intentaba hacer se dirigió hacia ella, la tomó del brazo y la impulsó hacia donde él deseaba ir—. He perdido demasiado tiempo por un día, me propongo no perder más despachando los antojos de un maldito gato.
Caroline se liberó.
—¡Pero el perro la atrapará!
Matt se detuvo, plantó los puños sobre las caderas y la miró con furia:
—Está atado, y de todas formas no la lastimaría. Tenemos gatos en abundancia alrededor del granero y todos ellos han sobrevivido con bastante facilidad. Lo que ocurre e s que le gusta perseguir cualquier cosa que corre —tomó su brazo de nuevo. Caroline dio un paso hacia atrás rápidamente para evitar el tacto.
—¡Se perderá! La tengo desde que era un cachorrito, y...—su voz era una súplica inconsciente.
Los labios de Matt se apretaron. Vaciló, mostrándose bastante disgustado. Luego suspiró.
—¿Si bajo esa molestia infernal de gato por usted, se meterá entonces en la casa y hará todo lo posible para alejarse de los problemas el resto del día?
Su oferta, aunque expresada con displicencia, la sorprendió. En agradecimiento Caroline casi le sonrió antes de que se diera cuenta.
—Lo prometo.
—Muy bien entonces —se volvió para gritar por encima de su hombro—. Espérame un minuto, Tobías.
Fue hasta el granero. Emergiendo momentos más tarde con una escalera, la apoyó contra un lado de la construcción y procedió a subir con bastante torpeza a causa de su pierna rígida. Millicent lo observó con atención cautelosa mientras subía al tejado y se dirigía hacia ella. Justo cuando se inclinó para levantarla, la gata sopló, escupió y se lanzó, volando hacia abajo por el declive del tejado y saltando con agilidad a tierra.
—¡Millicent!
El gato se lanzó hacia Caroline, quien se inclinó y recogió la mascota en sus brazos. El capitán Rowse, quien se había acercado hasta ella mientras esperaba a Matt, estaba convulsionado por una risa silenciosa. Caroline lo ignoró mientras sus hombros se agitaban.
Con la reprobación visible en cada línea delgada de su cuerpo, Matt se volvió para inspeccionar a hombre, mujer y gato desde su posición sobre el techo del granero antes de desandar sus pasos. Un poco después, habiendo devuelto la escalera al granero, fue hacia ellos, fijando la vista en Caroline y Millicent con mirada displicente.
—¿No le dije que era una bestia maldita? —espetó Matt. Sin esperar respuesta, la dejó atrás, dirigiéndose a la casa. El capitán Rowse, milagrosamente sobrio ahora que Matt estaba al alcance de su vista y oído, se le unió.
Caroline los siguió con humildad, con Millicent agarrada sobre su pecho. De cualquier modo dio resultado, él había intentado ser amable. Su ánimo se levantó de forma infinita. Quizá, sólo quizá, vivir con los Mathieson no sería tan terrible después de todo.