Capítulo 29
—¡Vamos! ¡Vamos! —El rostro de Daniel estaba casi tan rojo como su cabello cuando se puso en pie como respuesta a los estímulos de los otros hombres. Caroline sonrió al constatar lo turbado que parecía y observó con interés cómo se ubicaba en el centro del círculo. ¿A quién escogería? Dirigió la mirada a Lissie Peters, que había bajado la vista con modestia. Entonces, para su asombro, se dio cuenta de que Daniel venía directamente hacia ella.
Caroline no podía hacer otra cosa que quedarse donde estaba, sonrojándose terriblemente, cuando, con un color bastante subido pero con aire resuelto también, Daniel se inclinó y la besó con rapidez sobre la mejilla. Los labios sólo acariciaron su piel, tibios, firmes y nada desagradables. Caroline no sintió repulsión ante su contacto, pero la mortificación porque la escogiera d ese modo la abrumó.
—¡Viva! —la risa y el aplauso resonaron cuando la hazaña se completó. Daniel, con una sonrisa fugaz a Caroline, se refugió de nuevo a salvo al otro lado del círculo. Pro un momento Caroline se sintió el centro de atención de todas las miradas, de algunos que reían, varios que lo consideraban y otros que expresaban su desaprobación.
—¡Bueno, pensar que nunca lo había notado! Daniel está enamorado de ti —Mary se maravillaba a su lado. Caroline se volvió para hacerla callar, pero Mary, con sus ojos castaños titilantes, no quería dejar pasar el asunto tan a la ligera.
—Me alegro de haberme encariñado contigo, ya que parece que pronto seremos hermanas —se burló. Agrandando los ojos ante la idea de que Daniel podría tener intenciones serias, Caroline silenció a Mary con una mirada enfurruñada. Entonces, a pesar de que sus manos alcanzaron otra mazorca y comenzaron a trabajar, como la mejor manera de ocultar su confusión, no pudo abstenerse de buscar a Daniel con la mirada. Todavía estaba sonrojado mientras soportaba las burlas de James. Al otro lado de Daniel, Matt no estaba riendo junto con los demás. En lugar de eso, estaba hablando de nuevo con Hannah, por lo visto bastante sereno.
¿Le importó tan poco a Matt la idea de que su hermano la hubiera besado? Enfrente de ella, Lissie Peters mostraba un aspecto severo mientras arrancaba las espiguillas con violencia, y la mirada que lazó a Caroline fue bastante venenosa. Y no la culpaba. Ella se sentiría envenenada también, si el objeto de su afecto hubiera preferido a otra tan abiertamente.
¡Si Matt hubiera besado a Hannah Forrester, a Caroline le habría sido difícil no asesinarlos a ambos!
Porque Matt era a quien ella quería. Con un sentimiento de impotencia, Caroline admitió el hecho que debía haber reconocido hacía tiempo. Sus ojos lo buscaron de nuevo. El muy canalla estaba aún conversando con Hannah Forrester. El beso de Daniel, el que Mary había interpretado como una intención manifiesta,¡era evidente que no lo había molestado lo más mínimo!
Ahora que, pensándolo bien, durante todo el verano no la había tocado de ninguna otra manera que no fuera más que cortés y no había demostrado con palabras ni hechos nada que hasta la mujer más optimista pudiera interpretar como una señal de interés. ¿Había muerto ya la atracción física que claramente había demostrado? ¿O tal vez decidió que se estaba dejando llevar por sus pasiones masculinas por un camino donde no tenía ninguna intención de transitar y se echó atrás con deliberación? Había dicho que no tenía intenciones de casarse otra vez, y hacerla su amante mientras estaba viviendo en su casa y cuidando de todo el grupo no era obviamente una idea acertada. No se prestaría para convertirse en su amante, por supuesto. ¿Pero en su esposa?
Caroline se evadió de la cuestión. Con gran deliberación se puso a descascarar el maíz hasta que, mientras aún tenía cerca de media docena de mazorcas, el otro lado fue declarado el ganador. Después comieron y bebieron y llegó la hora de ir a casa.
Como antes, viajó entre Matt, que conducía, y Daniel. La noche estaba más fría y jirones de nubes se escurrían por debajo de una inmensa luna anaranjada. Una luna de cosecha, había dicho alguien en la reunión.. El viento había aumentado, provocando que las ramas que se encontraban alrededor y sobre ellos crujieran y se inclinaran. A lo lejos —supuso Caroline— un lobo solitario aullaba.
Los muchachos, silenciados por el cansancio, se habían desplomado contra sus tíos en la parte trasera. Robert y Thomas conversaban en voz baja. Al lado de ella Matt quieto como una piedra, con el rostro inescrutable mientras conducía y su brazo firme y tenso contra ella. Al otro lado, Daniel estaba igual de silencioso. El ambiente despreocupado que había prevalecido durante el viaje de ida se había desvanecido. Algo denso, aunque no inexpresado, parecía envolver si no a todos, sí por lo menos al trío del asiento delantero. Caroline observó primero a uno y después al otro de los hombres que estaban a su lado, pensó en romper el ánimo melancólico haciendo algún comentario superficial acerca de la velada, y luego se arrepintió. No se sentía muy alegre en particular, y, por la actitud de sus compañeros, ellos no estaban mucho más animados tampoco. Ambos parecían tener algo que pesaba en sus mentes.
Cuando llegaron a la casa, Matt se detuvo delante de la puerta para permitir que Caroline y los muchachos bajaran. Sus hermanos lo acompañarían al granero para ayudarlo a guardar la calesa y el caballo y concluir los quehaceres que todavía estaban pendientes. Caroline se acordó de repente de que estaban trabajando con todo su atavío, comenzó a protestar y entonces, con un suspiro, se arrepintió. No estaba de humor para discutir con nadie esa noche.
La calesa apenas había comenzado a moverse de nuevo cuando Caroline oyó a Thomas hablar a sus espaldas.
—¿Está enamorado Dan? —preguntó con tono de burla.
—¿De Caroline? —Robert se unió. Caroline entendió que habían esperado simplemente hasta que estuvieran fuera del alcance del oído antes de comenzar con su hermano. Lo fastidiarían sin piedad, por supuesto, y sólo podría estar agradecida a su buena estrella de que sería exceptuado de ello.
—Cierra la boca —oyó que respondió Daniel, con mejor humor del que ella hubiera exhibido en esas circunstancias, y entonces lo que pudiera haber ocurrido entre los cuatro se perdió cuando se alejaron y ella escoltó a los muchachos hacia la casa.
—¿Vas a casarte con el tío Dan? —dijo Davey bruscamente cuando ella cerró la puerta detrás de ellos. Parecía consternado.
Caroline se volvió para mirarlo, sorprendida de cuánto había percibido mientras estaba ocupado con sus amigos toda la noche. Era asombroso cuánto advertían los niños cuando en realidad parecían no estar prestando la mínima atención a lo que ocurría a su alrededor.
—No, por supuesto que no —respondió, con más severidad de lo que hubiera querido, y los envió a la cama. A mitad de camino por las escaleras John se volvió para mirarla.
—Estaría bien para mí si lo hicieras —dijo casi con cautela. Observándolo, vestido con sus mejores ropas, las cuales eran un modelo en miniatura de las de su padre, con su mechón de pelo negro despeinado por el viento y sus mejillas de un rosa fulgurante. Caroline sintió una oleada de calor. Una sonrisa comenzó a torcerle los labios, sólo para quedar inmóvil donde estaba a causa de Davey, quien había subido las escaleras hasta el corredor.
—¡Bueno, pero no estaría bien para mí! —gritó, y entonces antes de que alguien pudiera hablar se lanzó hasta desaparecer por el corredor. Segundos más tarde el eco de un portazo anunció que había corrido a su cuarto.
John se encogió de hombros, los cuales mantenía encorvados mientras continuaba subiendo por las escaleras. Acostumbrada ya a la oposición inflexible de Davey por lo que pensaba que era un intento de su parte para introducirse demasiado en la familia, Caroline observó alejarse a John y a continuación se dirigió a su propia alcoba. Mientras lo hacía, consideró la pregunta ¿el beso público de Daniel había sido alo así como una manifestación intencional, o nada más que un gesto afectivo? Caroline se encontró a sí misma esperando que esto último fuera el caso. Si no, si Daniel tenía intención de cortejarla de veras, entonces podría prever que la paz que había logrado con dificultad peligraba ante ciertos acontecimientos que sólo podía esperar con mucho temor.
Pero durante los días que siguieron Daniel no dijo ni hizo nada para dar fundamento a la sospecha de que tenía intenciones serias hacia Caroline. En realidad, estaba de mal humor, todo el tiempo y los otros muchachos —no los dignificaría llamándolos hombres, tan infantil era su comportamiento— discutían por insignificancias. Matt permanecía silencioso la mayoría de las veces, frunciendo el entrecejo a todo y a todos los que se cruzaban en su camino, abriendo la boca sólo para reprender aquellos desafortunados que incurrían en su descontento personal. Caroline no podía imaginar qué les molestaba, pero sea lo que fuese, esperó sinceramente que se murieran pronto de eso o se recuperaran de inmediato.
—¡No es culpa mía que la cuchilla se haya oxidado, así que no necesitas tratarme como si lo fuera! —gruñó Thomas una noche durante la cena, respondiendo a una insinuación de Robert de que el azadón se había estropeado porque lo habían dejado afuera con descuido.
—Ah, ¿no lo es? ¿Quién fue el último que lo usó entonces? ¡Eres un descuidado con las cosas, y si fueras honesto lo admitirías!
—¡No sé de qué te quejas! No eres tú quien tiene que repararlo, ¿no es así? —preguntó Daniel.
—¡Tú no lo harás! —replicó Robert, desviando su mirada feroz hacia Daniel.
—¿Por qué no? ¡Siempre lo hago! ¡Si no fuera por mí, no tendríamos ninguna herramienta para trabajar! ¡Siempre estáis rompiendo las cosas o dejándolas afuera para que se estropeen!
—¡Es Thomas, no yo, el maldito descuidado! —dijo Robert en defensa de sí mismo.
—¡Es un chiste! ¡Ja, ja, me da risa! —Thomas frunció el entrecejo a su hermano en contraste manifiesto con sus palabras.
—Fue el tío Thom el que dejó afuera el rastrillo la semana pasada. Yo lo vi —comenzó Davey.
—Cierra la boca, chicuelo. —Thomas trasladó su disgusto a Davey.
—¡No quiero! ¡Te vi! Yo...
—Eres un pequeño chismoso —espetó John a su hermano.
—¡No soy un chismoso! ¡No es un chisme decir eso! Yo lo vi, y...
—¡Oh, cierra la boca! —Y John le volvió la espalda.
—¡Mira! —se regocijaba Robert.
—Cuando los niños hablan... —dijo Daniel entre dientes.
—¡Te digo que no lo hice! —dijo Thomas a la defensiva.
—Por el amor de Dios, ¡silencio! ¡He oído más que suficiente de todos! —El rugido de Matt desde el extremo de la mesa hizo sobresaltar hasta a Caroline. John y Davey se mostraron asustados y bajaron los ojos hacia sus platos. Thomas y Robert, su animosidad por lo visto olvidada, cambiaron miradas significativas y de la misma manera volvieron su atención a la comida. Daniel masticó un bocado lentamente y lo tragó. A continuación miró a su hermano mayor, con los ojos entrecerrados y la mandíbula firme.
—¡No sé qué diablos te está molestando, pero quisiera que no siguieras desquitándote con el resto de nosotros! ¡Estamos hartos de caminar con cuidado a tu alrededor por temor a dar un mal paso y que nos trates rudamente por ello!
El silencio que le siguió estaba cargado de tensión. Caroline, con el tenedor suspendido a mitad de camino de su boca, miró sorprendida a Daniel y luego a Matt. Robert y Thomas también parecían sorprendidos. Davey observaba con ojos desorbitados s su valiente tío, mientras que John parecía prepararse como para una explosión.
—¿Qué has dicho? -Por la tranquilidad portentosa de las palabras de Matt, John parecía estar en lo correcto.
—Ya lo has oído —Daniel rehusó echarse atrás. Se enfrentó a la mirada de su hermano sin titubear—. Has estado tan irritable como un oso con una mazorca en su trasero durante los últimos tres días. Estás haciendo que el resto de nosotros sufre, y como resultado todos nos sentimos desgraciados. Si hay algo que te preocupa, ¡por el amor de Dios, dilo! O guárdatelo si prefieres, ¡pero no te desquites con nosotros!
—¿Tú —los ojos de Matt asumieron un destello feroz cuando chocaron con los de Daniel— puedes irte directamente al infierno!
Empujó la silla apartándola de la mesa, se puso de pie y salió con firmeza de la habitación. Los seis permanecieron sentados en un silencio pasmado hasta que escucharon aliviados cómo golpeaba la puerta principal y la cerraba de golpe. Todos exhalaron un suspiro colectivo.
—¡Nunca antes había oído maldecir a papá! -resopló Davey, espantado. Caroline, sentada al lado de él, dio una palmadita en su rodilla de modo tranquilizador por debajo de la mesa. Para su angustia recibió una mirada de desagrado y la extremidad se movió fuera de su alcance. Pero, desde luego, ¿qué otra cosa podía esperar?
—¿Crees que está enfermo? —John parecía preocupado.
—Somos adultos. No puede salirse con la suya, tratarnos mal y darnos órdenes cada vez que se le antoja —Thomas corroboró la opinión de Daniel.
—Pero Matt no suele estar tan irritable. Nunca lo fue, ni siquiera cuando... —Robert lanzó una mirada fugaz a Caroline y a los muchachos— ni siquiera cuando las cosas andaban muy mal aquí.
Caroline entendió que se refería a cuando Elizabeth estaba viva. Desechó el disgusto por la continua aversión a Davey y frunció el entrecejo.
—Matt ha estado de mal humor y eso es porque todos os habéis estado comportando como niños malcriados —dedujo maravillándose de su propia agudeza.
—¡Mal humor! —Thomas bufó—. ¡Eso es como decir que el océano es una pizca más ancho que un arroyo!
—¿Pero qué supones que le molesta? —Robert frunció el entrecejo
—No lo sé —respondió Daniel con tirantez—. ¡Pero si continúa con esa actitud voy a darle un puñetazo en los dientes!
—¡No pegarás a papá! —Davey y John gritaron al unísono.
—No lo dice en serio —les aseguró Robert, aunque observó a Daniel como si de repente le hubiera crecido una segunda cabeza. En realidad, tal amenaza era tan inusitada en Daniel que Caroline parpadeó.
—Alguien debería ir a hablar con él para averiguar qué le sucede —dijo.
Los adultos se miraron unos a otros. La pregunta silenciosa que revoloteaba en el aire era: ¿quién?
—Hazlo tú, Caroline —dijo Robert de repente—. A ti no te mostrará los dientes.
—Haces que parezca un perro rabioso. No es tan malo —dijo Thomas en voz baja.
—¿No lo es? —respondió Daniel con severidad.
—¿Yo? —Caroline ignoró este último intercambio en voz baja. Una mera noción había comenzado a tomar rumbo en su cerebro y aunque quisiera no podía desalojarla—. Bien, lo haré.
Decidiéndolo de repente, se puso en pie. Sintió cómo todos la observaban mientras abandonaba la habitación en pos de Matt.