Capítulo 23
—Buenas tardes, señorita Wetherby. Espero que no hayamos venido en mal momento.
Caroline estaba apoyada sobre sus rodillas, restregando con furia las piedras oscurecidas del fogón con arena en un esfuerzo desesperado por que estuvieran limpias de nuevo. El día anterior había sido día de descanso y le habían informado que todos los trabajos, hasta el más esencial, estaban prohibidos. Así que tenía bastante para ponerse al día y le daba duro. La voz suave la sobresaltó y provocó que se golpeara contra el cubo que permanecía a su lado, salpicando con agua sucia su falda, el suelo y el fogón. Sin embargo, no lo tuvo en cuenta, pues su falda estaba ya sucia por el trabajo y el suelo era el que seguía en la lista de cosas para lavar después del fogón.
—Oh, la he asustado. Lo siento mucho! —Caroline miró a su alrededor para descubrir que la que hablaba era la esposa de James, Mary. Estaba de pie en el umbral de la puerta que conducía al exterior a través del cuarto de las provisiones y daba a la cocina. Un bebé que gorjeaba se apoyaba sobre su cadera y detrás de ella había dos mujeres más, jóvenes como Mary pero delgadas, mientras que Mary era bastante regordeta, y ambas llevaban platos cubiertos con un trapo.
—No, no ha sido nada. Por favor, entren. —Caroline se puso de pie, pasando la mano por su falda que goteaba mientras sonreía con cierto grado de cautela a las visitas. Había desarrollado cierta simpatía hacia Mary el día de la visita del pastor, cuando la cuñada de Matt se había librado del señor Miller y del señor Williams con mucho tacto y había sido muy agradable y cortés con ella además. Pero aunque la sonrisa de Mary era amistosa y el bebé era adorable, las sonrisas de las dos mujeres detrás de ella eran rígidas.
—Ella es Hannah Forrester y su hermana Patience Smith —Mary las presentó—. Y esta -sacudió a la criatura- es Hope.
—Hola, Hope. —La inocencia feliz de la niña de ojos grandes rompió las barreras cautelosas que casi siempre erigía cuando se enfrentaba con extraños, y Caroline le sonrió. La reacción hacia las mujeres fue más mesurada. Como Mary, estaban vestidas al estilo sobrio preferido por los puritanos. La hermana mayor, Hannah, era hermosa, con la piel suave y pálida, el cabello castaño oscuro arreglado de manera sencilla y los ojos castaños matizados con un reflejo verdoso a causa del azul profundo de su vestido. Patience se parecía a su hermana, aunque sus facciones eran un poco menos delicadas y sus ojos eran azules. A diferencia de Hannah, que estaba ocupada absorbiendo los detalles de su persona, Patience parecía tímida. De inmediato fue la que más le agradó de las dos.
—Cómo está, señorita Forrester. Señorita Smith.
—Señora Forrester —corrigió Hannah—. Soy viuda, lamentablemente. Cómo está, señorita Wetherby.
—Han traído un pastel de manzanas para Matt —le informó Mary.
—Dos, en realidad —Patience sonrió—. Con todos estos hombres hambrientos, uno no hace nunca demasiado, ¿no es cierto?
—Y el de manzana es el favorito en particular del señor Matt Mathieson. —Hannah lo dijo con los aires de una mujer que sabía de qué estaba hablando.
—Qué amable. —Aunque hubiese sido por su vida, Caroline no podría haber evitado la frialdad en su voz—. ¿Quisiera ponerlos encima de la mesa? Sé que a los hombres les van a gustar mucho.
Las mujeres colocaron los pasteles sobre la mesa. Caroline tenía que admitir que el aroma que despedían los dulces era delicioso.
—Creo que subiré para darle los buenos días al señor Mathieson, aprovechando que estoy aquí. —Hannah sonrió vivazmente a las otras mujeres.
—Pero, hermana, ¿estás segura? Tal vez no sea aconsejable. —Patience frunció el entrecejo mientras prevenía a Hannah.
—En verdad, estoy convencida de que es mi deber cristiano hacerlo. Debe de estar deseando tener otra compañía además de la propia. —La respuesta de Hannah a su hermana vino mientras cruzaba con rapidez la cocina hacia la habitación del frente para desde allí encaminarse por las escaleras.
Con Hannah ya escurriéndose detrás de ella, Patience miró a Caroline ya Mary con resignación.
—Quizá podría ir con ella —murmuró y siguió a su hermana fuera de la habitación.
—¡Qué gentiles han sido en venir! —Al quedar sola con Mary, Caroline sintió que tenía que iniciar una conversación, aunque no tenía mucha idea de qué decir. Su vida nunca había incluido la oportunidad para hacer amistad con personas de su mismo sexo. Además, en ese momento su atención se centraba en lo que ocurría arriba. Daniel le había contado que la viuda Forrester quería conquistar a Matt, y Caroline recordó esa conversación. Una punzada desagradable de alguna emoción indefinible se activó dentro de ella. Caroline la ignoró con determinación, volviendo su atención hacia la niña que Mary estaba meciendo sobre su cadera.
—Es adorable.
—Sí, ¿verdad? —Mary sonrió y pellizcó la mejilla de la niña, haciendo que su rostro redondo e infantil produjera una sonrisa enorme y sin dientes—. Espero que no tenga inconveniente en que haya traído a Hannah ya Patience para que lo visiten. Son un amor, realmente, y además amigas de la familia. También pensé que podría estar sintiéndose sola y querría ver y escuchar a otras mujeres. Creo que no ha ido a la ciudad desde que llegó.
—Las cosas han estado un poco agitadas por aquí. —Caroline respondió con lo que consideró una declaración bastante modesta. Mientras le hacía señas a Mar y para que se sentara, se preguntó si Matt estaría complacido de ver a sus visitas. Y si era así, ¿hasta qué punto?
—Cierto que sí. —Mary se sentó, con una risita y la niña imitó el sonido.
No había maldad en Mary, Caroline estaba segura. Sentándose en la silla enfrente de su huésped, le dedicó una sonrisa amistosa. Pero aun mientras ofrecía a Mary una taza de té, no podía quitar de su mente la escena de la tierna reunión que podría o no estar teniendo lugar en la alcoba de Matt en ese mismo momento. La viuda Forrester era muy hermosa y no, por lo que Caroline había visto, la clase de persona a quien podía disuadirse con facilidad. Si Matt estuvo alguna vez interesado en disuadirla, por supuesto. Quizá su desinterés aparente en volverse a casar no era nada más que un truco para esconder sus verdaderas intenciones.
Mary tomó un sorbo de té y sonrió con agrado.
—Me alegro de que sea usted y no yo la que debe tratar con Matt allí postrado. Siempre he albergado un gran temor por el hermano mayor de James, debo confesarlo, y la idea de habérmelas con él mientras está sufriendo y no puede moverse me alarma bastante.
—No es el paciente más dócil —admitió Caroline. El murmullo de las voces de los otros era apenas audible y Caroline se dio cuenta de que la alcoba de Matt debía de estar justo sobre su cabeza. Tenía que esforzarse por no intentar descifrar la conversación y en lugar de eso concentrarse en Mary.
—Quizá Hannah descubra eso y abandone su determinación por atrapar a Matt como su segundo marido. Le he asegurado que no es, en mi opinión, el mejor material para tal cosa, pero está tan prendada de su apariencia que no puede ver más allá de ella. Por supuesto, entiendo eso debido a que es tan parecido a mi querido James, que es el hombre más guapo que pueda imaginarse, pero en el fondo... lo que su matrimonio le hizo a Matt temo que no pueda arreglarse.
—¿Qué le hizo? —Caroline de repente no tuvo ninguna dificultad en concentrarse en Mary.
—Tiene cierta aversión hacia nosotras, las mujeres, ¿sabe? Fue una unión muy desastrosa. Ah, por cierto, su esposa era su hermana, ¿no es cierto? Perdóneme entonces. No debo decir más.
—Por favor —Caroline se inclinó hacia adelante en su ansia de persuadir a Mary, olvidando por el momento lo que sucedía en el piso de arriba-. Ya me he dado cuenta de que pasó algo aquí. Me facilitaría las cosas saber qué fue. ¿Me lo dirá? Me haría el favor más grande, se lo aseguro.
Mary parecía turbada. Hope se agitaba y pateaba para que la bajaran al suelo, distrayendo su atención por un momento. Dejándola en el suelo a sus pies, Mary sacó una muñeca de trapo del bolsillo de su delantal y se la entregó a la niña, quien enseguida se la metió en la boca y allí se sentó para morder alegremente la cabeza de lino rellena.
—Seguro que alguien se lo dirá, y lo que oiga pueda estar tergiversado —decidió Mary, con el rostro serio mientras miraba a Caroline-. No es que Elizabeth no me agradara, sabe. En realidad, apenas tuve la oportunidad de conocerla, porque Matt la mantenía bien oculta. Pero era... una persona difícil. —Mary dudó y su boca se afirmó—. Si voy a decirle todo, entonces tengo que contarle la verdad. ¿No se ofenderá?
—Por el contrario, acepto su franqueza.
—Muy bien entonces —Mary aspiró profundamente—. Conocí a su hermana cuando llegó a estas tierras; era mayor que yo, de modo que mi primera impresión fue la de una muchacha joven por una mujer casada. Nunca fue popular entre la comunidad y vivía retirada, lo cual pensé que era la causa de la mayoría de los rumores sobre ella. No fue hasta que me casé con James cuando me di cuenta de que los rumores eran realmente infundados.
Mary hizo una pausa; su mirada mostraba preocupación cuando se fijó en la de Caroline.
—¿Cuáles eran los rumores? —preguntó Caroline.
—Que era un discípulo del Hombre Negro.
—¿El Hombre Negro? —Caroline contempló a Mary—. ¿Quién o qué es el Hombre Negro?
—¿No conoce al Hombre Negro? —Mary pareció un poco escandalizada—. Es el diablo, por supuesto. Se decía en el pueblo que la señora Mathieson había hecho un pacto con él. Años más tarde, después de que nació Davey, se la veía desgreñada y hablando en voz baja, vagando por el bosque a todas horas del día y de la noche. Al final, Matt tuvo que encerrarla en su habitación. Temía que pudiera quitarse la vida, lo cual hizo a la larga.
—¿Qué? —Caroline apenas podía dar crédito a sus oídos.
—Oh, querida. No lo sabía. Perdóneme, no tenía idea...
—La voz de Mary se atenuó con desconsuelo.
—Sólo me dijeron que se ahogó —la voz de Caroline era tranquila—. Por favor, dígame la verdad. Yo... necesito saber.
—Eso de que se ahogó es verdad, pero... —Mary hizo una pausa, pareciendo preocupada—. Tal vez no debería estar diciéndole esto. Si era su hermana, debe de haberla querido. Temo que le causará angustia saberlo.
—Éramos hermanas, medio hermanas en realidad, pero no la había visto en quince años y no nos criamos juntas. Solía verla quizá dos veces al año hasta que partió de Inglaterra. Aunque la amaba tal y como la recuerdo, sé un poco más de ella de lo que hubiera sabido de una extraña. Sus palabras no me provocarán más dolor del que pueda soportar. Y si voy a vivir aquí, me ayudaría saber la verdad.
—Sí —Mary pareció aceptar eso, pero aun así vaciló. Cuando al fin continuó, sus palabras eran casi forzadas—. Por lo que James me dijo, deduzco que ella imaginó que era una bruja. No lo era, por supuesto, o no habría tenido un final tan miserable, porque desde luego todos sabemos que las brujas flotan. Ella estaba... estaba loca. Ella... ¡oh, no puedo decirle esto!
—¡Por favor!
Mary se sonrojó y bajó la vista hacia la niña que jugaba en el suelo. Cuando volvió a mirarla, Caroline vio turbación, pero también determinación en esos apacibles ojos castaños.
—Perseguía... a los hombres. Cualquier hombre. Todos los hombres. Era insaciable, me habían dicho. James... trató de seducir a James, lo cual fue lo que lo indujo a irse de la casa y, con el tiempo, a casarse conmigo. Y a Daniel también, creo. El no estaba cuando... cuando murió, y no habría abandonado a Matt excepto por una buena causa. Usted sabe que todos son devotos de Matt. No me sorprendería si hubiera tratado de seducirlos a todos ellos. En verdad lo intentó con muchos en el pueblo, hasta que Matt decidió mantenerla encerrada. Podrá ver que una vez hubo un cerrojo del lado de afuera de la puerta donde Matt duerme ahora. Era su cuarto entonces y Matt la encerraba en él, por su propia seguridad y la de todos los demás.
—¿La encerraba? —Era apenas algo más que un susurro. Caroline estaba tan aterrada por lo que estaba oyendo que fue todo lo que pudo decir.
—Después de la primera vez que trató de suicidarse, para no darle otra oportunidad. La salvó esa vez, ¿sabe? Aunque terminó saliéndole caro.
—¿A Matt?
Mary asintió.
—Fue una noche cuando Davey era tan sólo un bebé. Escapó de su cuarto, nadie supo cómo, y huyó al granero, donde atrancó las puertas desde el interior. Entonces prendió fuego al lugar, con la intención de incinerarse ella misma junto con los animales que guardaban allí durante la noche. Al fin y al cabo, fueron los animales los que la salvaron. Matt los oyó chillar para liberarse y, con los otros, corrió a apagar lo que pensó que era sólo un incendio accidental. Al descubrir que la puerta estaba atrancada, la tiraron abajo, aunque para ese entonces las llamas se habían esparcido por todos lados. Robert dijo a James que Elizabeth estaba a mitad de camino por la escalera que llevaba al pajar cuando pudieron entrar. Los maldijo de la manera más obscena mientras trepaba, profiriendo palabras tan horribles que Robert no las repitió ni a James. Matt fue tras ella mientras los otros luchaban por rescatar a los animales. Logró arrastrarla desde el pajar y empujarla fuera justo cuando el techo cayó.
—¡Dios mío!
—Si no hubiera sido por sus hermanos, Matt habría perecido esa noche. Una viga cayó encima de él, atrapándolo. Estaba ardiendo cuando llegaron hasta donde estaba y arriesgaron sus propias vidas para sacarlo.
—¡No es de extrañar que tenga miedo del fuego!
—Así que sabía eso, ¿no? Mejor así. Muy inocente, una vez que vino a comer, le pedí que encendiera el fuego en mi cocina; me lanzó una mirada y salió de mi casa. Fue entonces cuando James me dijo cómo había sido afectado por lo que había padecido. Me sentí bastante mortificada, pero James me prohibió que hablara de ello a Matt, ni siquiera para disculpar me, y nunca nadie mencionó más el asunto. Quizá saberlo la prevendría de un error similar.
—Sí. —Caroline se sintió aturdida cuando intentó asimilar lo que Mary le había dicho. Por supuesto, tantas cosas ahora tenían sentido: la cautela de los hombres Mathieson hacia ella como mujer, la desconfianza de los niños, la tensión en todas sus voces cuando hablaban de Elizabeth. ¿Por qué no se lo habían dicho? Reflexionando, Caroline dio con lo que creyó que era la respuesta: con el estigma particular de caballerosidad arbitraria, Matt había tenido la intención de protegerla.
—¿Está bien?
—Sí, por supuesto. —Pero Caroline se preguntó si esa respuesta era la correcta. Era imposible imaginar loca a su hermana loca. Caroline pensó en la joven vivaz de cabello castaño rojizo, a quien sólo recordaba vagamente. Su recuerdo más nítido era de Elizabeth dándole palmaditas en la cabeza y riendo. La razón de las palmaditas y la risa estaban veladas en la niebla del tiempo.
De repente el aroma de los pasteles de manzana a su lado hizo que Caroline sintiera náuseas.
—No debería habérselo contado —Mary, que había estado observando cómo cambiaba su expresión, parecía compungida.
Caroline se recobró.
—No. No, necesitaba saberlo. Ahora entiendo mucho más que antes. Ellos, Matt y sus hermanos, tenían cuidado con lo que hablaban de Elizabeth en mi presencia. Pero sabía que algo andaba mal.
Hope, al perder su muñeca, comenzó a sollozar. Mary se inclinó y recogió a la niña ya su juguete.
—Quizá sea mejor que vaya a buscar a Hannah y a Patience y nos vayamos.
—¡Espere! —La agudeza de la voz de Caroline la sorprendió hasta a ella misma. Cuando continuó, moderó su tono—. ¿Puede decirme... qué se hizo de ella? El... el cuerpo, quiero decir. —La visitaría, le llevaría flores, trataría de entender qué era lo que había llevado a su hermana a perder la razón. Tal vez si ella, Caroline, hubiera llegado antes, podría haber sido capaz de cambiar algo en la vida de Elizabeth. Pero entonces sobrevino el pensamiento de culpa: si Elizabeth hubiera vivido, aún tendría posesión de Matt.
—No debe preocuparse. Tuvo un entierro cristiano —la voz de Mary era suave, con compasión—. En realidad, Matt tuvo una buena pelea con el pastor por ello, lo cual es la razón de ese resentimiento entre ellos que persiste hasta hoy. El reverendo Miller rehusó permitir que enterraran a Elizabeth en el cementerio aliado de la iglesia, ya que sostenía que se trataba de una bruja. Así que Matt excavó la tumba él mismo, ayudado por sus hermanos, y desafió a todo el que quisiera detenerlo. Por supuesto, ninguno lo intentó. Como usted sabe, los Mathieson son muy ricos. ¡Esta granja es la mejor en varios kilómetros a la redonda! De cualquier manera, la familia dijo unas palabras en favor de ella, y la tumba se bendijo más tarde por un reverendo que estaba de paso y al que no le importó si incurría en la ira del pastor. Durante un tiempo temí que alguien que estuviera del lado del pastor intentara sacarla de allí, pero la tumba no ha sido perturbada. Quizás el sentido común prevaleció al fin y al cabo: después de todo, se ahogó. O tal vez temen a Matt. Pero en todo caso le confortará saber que ella está en paz ahora.
Caroline no dijo nada cuando Mary se levantó de la silla, guardando la muñeca en el bolsillo y volviendo a acomodar a la niña sobre su cadera.
—Espero no haberle provocado demasiada aflicción. Pero estoy de acuerdo con usted, es mejor que lo sepa.
—Sí —Caroline se levantó también—. Le agradezco mucho que me lo haya contado.
—Si hay algo más que desea saber, o si puedo ayudarla a descifrar el comportamiento a veces incomprensible de estos hombres Mathieson, por favor no dude en venir a verme. Me gustaría que me considerara una amiga.
—Bueno, gracias. A mí también me gustaría.
—Y ahora sí debo ir a buscar a Hannah y Patience. Temo que James se enfadará conmigo si no llego a casa a tiempo para tener la comida en la mesa cuando venga. Un rasgo que todos tienen en común es la afición a tener sus estómagos bien llenos, como ya debe saberlo. Robert le ha hablado con entusiasmo a James acerca de su cocina.
—¿Lo ha hecho de verdad? Qué amable. —La respuesta de Caroline fue mecánica.
Mary se dirigió hacia las escaleras, y Caroline, aún en un estado de casi conmoción, la siguió. Tenía mucho que meditar mientras ascendía. Sólo cuando entró en la habitación de Matt se desvió de su abstracción por completo.
Lo que lo provocó fue la visión de Matt, con sus amplios hombros desnudos y musculosos contra las sábanas que ella había lavado con esmero, sus rulos negros y encrespados sobre la funda de la almohada que ella había blanqueado al sol, sonriendo e intercambiando gracias con Hannah Forrester, quien mantenía una sonrisa tonta mientras estaba sentada en el borde de la cama alimentando a Matt con cucharadas de caldo que ella, Caroline, había preparado y le había llevado sólo unos minutos antes de que las visitas llegaran.
¡Malditos sean esos dos canallas! ¡Merecería atragantarse con ese maldito caldo!
Capítulo 24
—¡Vaya! Hola, Mary. ¿Traes a mi sobrina de visita y después no quieres subirla hasta aquí?
Matt alzó la vista para descubrirlas en la puerta de la habitación. Parecía no estar avergonzado en absoluto de que lo hubieran pillado sorbiendo caldo de una cuchara sostenida por una de las visitas. Considerando el hecho de que había insistido a Caroline desde el mismo día posterior al accidente en que era perfectamente capaz de alimentarse solo, lo único que podía suponer era que casi había perdido la vergüenza.
—Me alegro de verte, Matt, aunque en realidad he venido para fomentar mis relaciones con la señorita Wetherby y no puedo permanecer más tiempo, ni siquiera para permitir que Hope te haga una visita. Temo que James estará hambriento esta noche como de costumbre, de modo que debo correr a casa. Señoras, es hora de irnos. La tarde está avanzando.
Caroline pensó que tanto daba que ese intercambio entre Matt y Mary tuviera lugar sin tan sólo una mirada hacia ella. Mordiéndose el labio, apenas había conseguido mantener la lengua quieta. Si Matt le hubiera hablado en términos que hubiesen requerido una respuesta, no podría haberse considerado responsable de lo que hubiera dicho. Aunque no podía imaginar por qué debería sentirse tan indignada por la escena que ella y Mary habían interrumpido. ¡Con seguridad no tenía ningún derecho sobre Matt! ¡Ni tampoco deseaba tenerlo!, se dijo con vehemencia.
—¡Oh! —En respuesta a las palabras de Mary, Hannah miró a su alrededor emitiendo una risita vibrante-. No me había dado cuenta de cómo ha pasado el tiempo. Cuando vi que el señor Mathieson no había probado la comida, sólo quise ver si no podía persuadirlo para que tomara un bocado o dos. Tiene que recuperar la fuerza si quiere curarse.
—El señor Mathieson dijo que el caldo tenía mejor sabor cuando era mi hermana quien sostenía la cuchara. -Patience, que había estado sentada en la silla con respaldo alto que se encontraba cerca de la cama, se puso de pie con decorosa corrección.
—Estoy segura de eso —respondió Caroline dulcemente, ya que el comentario había sido dirigido hacia ella. Logró reprimir el impulso de lanzar una mirada de odio a Matt, quien al fin volvió los ojos hacia ella. Frunció el entrecejo por algo que por lo visto notó en su rostro y abrió la boca como para hablar. Pero antes de que pudiera emitir las palabras fue silenciado cuando Hannah, con loable destreza, deslizó una cucharada de caldo entre sus labios semiabiertos.
—¿Hannah? ¿Estás lista...? —Mary levantó las cejas a su amiga mientras Matt tragaba.
—Ah, sí. No creo que ni siquiera mi ayuda pueda hacer que trague más de esto. Lo han dejado enfriar demasiado. Pero ha comido bastante, y podrá probar algo de mi pastel de manzanas como postre —concluyó Hannah, poniéndose de pie, mientras se refería a esto último con una sonrisa a Matt. Metió la cuchara en el tazón, lo dejó sobre la mesilla de noche y volvió a inspeccionar a Matt con un aire de propiedad que hizo que Caroline, por ninguna otra razón que pudiera imaginarse excepto que la mujer la fastidiaba, ansiara darle un pisotón.
—Lo espero con ganas. —Aunque Matt devolvió la sonrisa a Hannah con sólo una mueca vaga de sus labios, para los oídos de Caroline hubo más galanteo en esa declaración que en cualquier cosa que le hubiera dicho a ella desde que la conocía. Esforzándose con deliberación para no fruncir el entrecejo, Caroline luchó para mantener una expresión agradable mientras las hermanas se dirigían hacia la puerta, dando un paso hacia atrás para dejarles el sitio.
—¿Tal vez debería dejarle mi receta del caldo? Estoy segura de que el que ha preparado es bastante nutritivo, pero el mío a la vez es muy sabroso. Estoy convencida de que el señor Mathieson no lo encontrará tan mortificante al tragarlo. —El tono condescendiente trajo una chispa de agresión a los ojos de Caroline. Pero, antes de que pudiera responder, Mary por suerte se anticipó.
—Seguro que tomar el caldo de la señorita Wetherby no es algo mortificante, Hannah —reprendió Mary con gentileza, mientras las hermanas se unían a ella en el pasillo.
Hannah emitió una vibrante risa de culpa.
—¡Oh, sabe que no he querido decir eso! Es que estoy tan preocupada por el bienestar del señor Mathieson... aunque desde luego estoy segura de que lo está haciendo lo mejor que puede.
Estas palabras iban dirigidas a Caroline en el tono que se emplearía con un sirviente orgulloso. Caroline se preguntó en qué la habían convertido los rumores del pueblo en lo referente a su posición dentro de la familia Mathieson. Hizo rechinar los dientes en silencio y llegó a la conclusión de que, por cortesía del capitán Rowse y sólo el Señor sabía de quién más, su condición era la de una especie de esclava no oficial. La idea adquirió visos de realidad en su imaginación; sintió cómo crecía su cólera y se encendían sus mejillas.
Percibía la mirada de Matt clavada en su espalda y pensó que también debía de estar observando su perfil. Entonces, a pesar de su fastidio, logró tensar los labios y esperó que la mueca pudiera confundirse con una sonrisa.
—Aceptaría su receta con todo gusto —dijo con falsedad absoluta—. Aunque quizás algún otro día, ya que la señora Mathieson tiene prisa por llegar a su casa.
—Ah, sí, realmente tenemos que irnos. Y, por favor, llámeme Mary. —Esto le fue dicho a Caroline con una sonrisa. La esposa de James, al menos, estaba preparada para tratarla como a un miembro de la familia. Aunque, bien pensado, Caroline decidió que en el mejor de los casos constituía un dudoso honor...
—Gracias. Y usted debe llamarme Caroline. —Volvió a forzar una sonrisa y sintió como si sus mejillas fueran a resquebrajarse.
—No hace falta que nos acompañe. Conozco el camino. —Mary, con Hope apoyada sobre la cadera, ya estaba bajando las escaleras, y Hannah y Patience la seguían.
Momentos más tarde salieron despidiéndose con un ademán. Caroline, decidida a callar lo que tenía ganas de recriminar a Matt, se dirigió hacia el pasillo, cuando recordó el tazón y la cuchara que habían quedado encima de la mesilla de noche y regresó para recuperarlos. Así no tendría otro motivo para volver a la habitación de Matt durante el resto del día. ¡Daniel podría subirle la cena a su hermano tal como hiciera la noche pasada y la anterior a esa! Desde su encuentro desastroso dos días atrás, Caroline había evitado a Matt tanto como le era posible. El día de descanso, que había sido el día anterior, los hermanos y los hijos de Matt habían asistido a misa. Para asombro de Caroline, el servicio se daba por lo visto en dos sesiones, uno por la mañana y la otra por la tarde. El culto, que los Roundhead coloniales parecían tomar aún con más seriedad que sus hermanos ingleses, ocupaba por lo tanto la mayoría de las horas de luz del día. Se esperaba que asistiera todo el que podía. Matt estaba disculpado sólo porque estaba en cama, y Caroline porque alguien tenía que quedarse con Matt. Ya que no había tenido más remedio que llevarle el alimento y desempeñar otras tareas para él hasta que sus hermanos regresaran para aliviarla de la carga, los dos habían logrado una tregua. A la cual Caroline se había acogido todo el día, Y continuaría hasta que el infierno se congelara! Podría pasar más tiempo antes de que obtuviera una palabra amistosa de ella otra vez!
—Si no es demasiado problema, creo que comeré una porción del pastel de manzana de la señora Forrester. Es una cocinera fabulosa. Deberías probar un pedazo.
Ese comentario se produjo mientras Caroline cruzaba la habitación a paso majestuoso para recuperar el tazón Y la cuchara, e hizo que su espalda se pusiera rígida. Pero ni con una palabra o una mirada revelaría cuánto la había irritado su ansia de complacencia.
—Enseguida te traeré un pedazo. Aunque personalmente no tengo afición a los dulces.
—¿No? Mejor. Hasta con dos pasteles no creo que sea suficiente. Davey y John, al igual que mis hermanos, se vuelven locos por los pasteles de la señora Forrester.
—Me pregunto por qué no te casas con ella entonces, así puedes tenerlos todos los días. —Caroline no pudo resistirse a hacer una mueca mientras salía de la habitación antes de ceder a su impulso de estrellarle el tazón en el cráneo.
—Una buena cocinera vale mucho, pero no tanto —le gritó Matt de muy buen humor. Por supuesto, había notado su irritación y se divertía con eso. Era un hombre demasiado astuto para no darse cuenta de cuándo estaba molesta.
En la cocina Caroline dejó caer el tazón y la cuchara dentro del cubo de los platos para lavar, y entonces se volvió para cortar el pastel. El aroma de la canela y las manzanas flotaban hasta ella, tentándola aprobar esa migaja que de algún modo había llegado hasta su dedo. Era en verdad un pastel excelente, tuvo que admitir Caroline. Matt lo disfrutaría.
Esa idea la irritó. A sus pies Millicent maulló, y Caroline cortó un pedazo grande de la preciada tarta, lo deslizó en un plato y lo dejó en el suelo. Su gata, de quien habría esperado que tuviera mejor gusto, olfateó la tarta, dio un mordisco tentativo y entonces se arrojó sobre el manjar con deleite.
—¿Et tu, Millicent? Caroline gruñó con resentimiento. Fue en ese momento cuando se le ocurrió una idea.
Si hubiera sido una puritana, habría parecido que de repente estaba poseída por el diablo. Pero siendo del tipo de una realista sensata, sólo tenía como excusa una respuesta irresistible aun impulso pujante. Antes de que pudiera cambiar de opinión sobre sus intenciones, deslizó el filo del cuchillo entre la pasta y el relleno de la porción que había cortado para Matt, levantó la corteza superior y cubrió las exquisitas manzanas que estaban debajo con una rociada generosa de sal. Entonces, aún poseída por el diablo o cualquier espíritu maligno que hubiera penetrado bajo su piel y sintiéndose alegre, añadió una pizca de condimento, algunas tiras de cebolla picada muy fina, una gotita de sebo de camero y un par de huesos de cereza. Consumió la fruta ella misma, sonriendo mientras lamía los huesos para limpiarlos y los metió muy profundo dentro del pastel. Volvió a poner la corteza en su lugar, cambió el pedazo a un plato limpio y lo llevó escaleras arriba junto con una linda taza de té para Matt.
—Aquí viene. —Fue el comentario más alegre que le había dirigido en varios días.
—Gracias. Estaba aún sentado en la cama desde que le llevara el almuerzo. Caroline sólo tuvo que alcanzarle el plato y la taza. Intentó disfrazar su ansia esperando que él probara el pastel, lo observó cómo balanceaba el plato sobre su estómago y tomaba un sorbo de la taza.
—Está bueno. —Pareció saborear el té, mientras sus ojos de azul brillante la inspeccionaban por encima de la taza con curiosidad. Sin duda estaba especulando el porqué de su permanencia en la habitación, después de haberse empeñado en evitarlo durante los últimos dos días. Para apartar sospechas, se alejó de él y comenzó a quitar el polvo de la mesilla de noche con el borde de su delantal.
Bebió el té y la observó trabajar. El pastel yacía intacto sobre su regazo.
—¿Te ayudo con el pastel? —arrulló al fin, incapaz de soportar el suspenso por más tiempo. Sus palabras eran quizá más ácidas de lo que hubiera deseado: surgió el recuerdo de Matt sorbiendo el caldo con docilidad de una cuchara sostenida por Hannah Forrester, pero tal vez eso sólo serviría para apaciguar cualquier sospecha que pudiera ocurrírsele.
—Puedo arreglármelas muy bien sin ayuda, como bien sabes.
—Bien, pensé que lo sabías, pero me pareció que te había agradado bastante la ayuda de la viuda Forrester.
Los ojos de Matt se entrecerraron y entonces, para disgusto de Caroline, le dirigió una mirada divertida. Podría haberse mordido la lengua; no debería haber dicho tanto.
—Ah, pero tú y Hannah Forrester sois harina de costales muy distintos —dijo él confusamente.
—¿Y eso qué significa? —demandó, rodeando la cama, con los brazos en jarra, al pensar que reconocía un insulto.
Pero Matt apenas levantó una ceja, sacudió la cabeza y continuó con su aire divertido mientras bebía el té sin dignarse a responder. Después de un momento Caroline se volvió enfadada.
—Mary fue muy gentil al querer hacerse amiga tuya. Es una mujer muy amable.
Caroline quitaba ahora el polvo del bastidor, mientras esperaba que Matt tomara un bocado de pastel y se puso alerta ante su comentario.
—¿Y por qué no deberíamos ser amigas, digo yo? ¿Hay algo en alguna de nosotras que podría impedir tal cosa? —Sus ojos denotaban un evidente atisbo belicoso mientras contemplaban el rostro del arrogante ser. Si hubiera sido un hombre prudente, esa expresión debería haberlo detenido.
—Creo que tienes muy poco en común con ella. Mary ha llevado una vida muy protegida y es una mujer muy virtuosa.
—¿Estás diciendo que yo no lo soy? —La indignación hizo temblar su voz.
Matt levantó la vista de la taza que estaba a punto de consumir, con expresión de sorpresa inocente.
—No quiero hacer ninguna comparación. Pero tus antecedentes no podrían ser más diferentes.
—¡Ya lo creo! —Su pecho se infló dentro del vestido verde de algodón que usaba para hacer la limpieza.
—En realidad, tus antecedentes son diferentes a los de todas las mujeres de la comunidad. Mira a Hannah Forrester, por ejemplo. Nunca ha hecho algo impropio, que yo sepa. Es una buena mujer Hannah Forrester.
La sospecha de que se estaba burlando se metió en la cabeza de Caroline. Percibió una leve sonrisa en su boca y sus ojos eran de un azul vívido debajo de unos párpados que se cerraban con deliberación.
—Si se le suma que también es una buena cocinera, parece que le has cantado muy bien las alabanzas.
Ahora que sospechaba que se estaba burlando, fue capaz de abstenerse a ser provocada. En lugar de eso, le sonrió.
—Come tu pastel.
—Lo haré, entonces. —Alcanzándole la taza vacía (Caroline estaba tan tiesa por la expectativa que casi la dejó caer), tomó el tenedor y atacó el pastel. El bocado que cortó y se llevó a la boca era inmenso. Ansiosa, Caroline observó cómo lo engullía.
Sólo por un momento continuó mostrándose extasiado. Entonces sus ojos se desorbitaron, su rostro se contorsionó y escupió el bocado sobre el plato.
Los ojos azules confundidos se fijaron en la inocencia de los ambarinos.
—¿Hay algún problema? —preguntó Caroline con interés aparente.
—¡Tú... pequeña... zorra! —dijo—. ¡Has estropeado a propósito un pastel exquisito!
—¿Yo? -Sus ojos se agrandaron. Interiormente reía con tanta fuerza que su garganta le dolía por el esfuerzo de contenerla, pero logró preservar su apariencia inocente.
—¡Sí, tú! ¡Le has puesto sal y Dios sabe qué más!
—¡No seas ridículo! Lo hizo la señora Forrester, no yo.
—¡Por puro despecho!
—¿Despecho?
—¡Y celos!
—¿Celos?
Sus miradas se encontraron y chocaron. Caroline levantó la nariz y se preparó para salir del cuarto. Matt cruzó los brazos sobre su pecho y la miró con ira, y entonces una expresión extraña se reflejó sobre su rostro. Caroline lo observó con interés cuando sus ojos se pusieron en blanco y se desvaneció. Su cabeza descansaba inerte sobre las almohadas.
—¡Matt!
No se movió. Sus ojos estaban cerrados y no respiraba. ¿Le estaba tomando el pelo? ¿O se había atragantado, Dios, con un hueso de cereza o envenenado con alguna mezcla de los ingredientes del pastel?
—¡Matt!
Alarmada, se acercó. Seguía sin moverse. Y —ahora estaba segura de ello— su pecho estaba quieto por completo.
—¡Matt! —Se abalanzó sobre él, tomándolo por los brazos y sacudiéndolo mientras gritaba su nombre.
Entonces sus ojos se abrieron, sus manos la sujetaron por los codos y para su asombro Caroline se encontró desplomándose en sus brazos. Chilló y luchó, pero antes de que pudiera liberarse logró voltearla por la cintura y afirmarla a la cama. Yacía sobre su espalda, atrapada por su peso y las manos que le sujetaban los brazos, con los ojos desorbitados por la sorpresa. Entonces, cuando la contempló con satisfacción en el rostro, ella se irguió encolerizada.
—¡Suéltame enseguida!
—Ah, no. Tú te has burlado de mí. Ahora vas apagar el pato, señora celosa.
—¡No estoy celosa!
—¿No? —Se mofaba de ella para desquitarse por la jugarreta con el pastel—. Si no lo supiera, pensaría que sientes afecto por mí, Caroline.
—Engreído... —Luchó pero no pudo soltarse, ya que él le sostenía las muñecas con firmeza a cada lado de su cabeza—. ¡Si no permites que me levante en este instante, comerás gachas frías en cada comida hasta que tu pierna se cure!
—¡Aja, me amenazas! Te advierto que no me intimidarás. No te soltaré hasta que lo admitas: ¡has puesto sal en ese pastel porque estás celosa!
—¡No estoy celosa! —Fijó su mirada en él con la ferocidad de una leona acorralada. Cuando él sonrió, obviamente no muy convencido, su temperamento la venció. Girando la cabeza con más rapidez de lo que él podía moverse para detenerla, hundió sus dientes en la muñeca más cercana a su boca.
—¡Ay! —Soltó una mano mientras que aún la aferraba con la otra. A pesar de sus contorsiones frenéticas, Caroline descubrió que no podría liberarse, pero podría descargar una buena bofetada.
Su mano rebotó en la mejilla cicatrizada con un chasquido sonoro.