Capítulo 21
—Bueno, ya. ¡Sólo estaba bromeando! ¡Quería hacerte reír, no llorar!
A pesar de la promesa de Matt y de su propia mortificación, Caroline no pareció controlar el flujo de lágrimas. Tragó y sollozó, llorando hasta que no pareció quedar una gota de agua en ninguna parte de su cuerpo. Después de algunos intentos fútiles, Matt se resignó a tratar de persuadirla para que detuviera su llanto. En lugar de eso sus brazos la rodearon y se estableció con más comodidad contra él mientras desahogaba todas las penas contenidas de los últimos dos años. Ni siquiera se le ocurrió que él era un hombre y que estaba desnudo debajo del cubrecama. En esa explosión de lamentos, era simplemente Matt.
—Está todo bien entonces, mi amor. Adelante, llora. —El murmullo de Matt hizo que Caroline se acurrucara aún más. Las manos encontraron sus hombros y se asieron de ellos, y se colgó de él como si fuera a salvarle la vida.
Lo que le había dicho era verdad. Ella nunca lloraba. Nunca le había parecido que eso tuviera mucho sentido. Su padre, tan querido, no había tenido paciencia ni sentimentalismo femenino, y aun cuando era una niña Caroline había aprendido a no llorar enfrente de él. Al morir su madre cuando tenía doce años, no había quedado nadie en el mundo a quien Caroline pudiera recurrir para llorar. Por consiguiente, había aprendido a guardar las lágrimas para sí. Pero algo, quizás el dejar de sentir miedo, o la nueva seguridad que había encontrado, o sólo el Señor sabía qué, había sacado a la luz años de penas acumuladas. Por su vida, no podía parar de llorar.
Tal vez era saludable. Pero, si a Caroline se le hubiera cumplido su deseo, habría desahogado sus aflicciones en cualquier otra parte menos en el pecho de Matt.
Pero si los deseos fueran caballos, entonces los mendigos montarían. Caroline no obtuvo su deseo. Lloró en brazos de Matt h asta que estuvo segura de que ninguna lágrima más aparecería. Entonces lloró un poco más.
—Ya, mi amor. Ya, está bien. —Era evidente que había tenido alguna práctica en el trato con las lágrimas. Le dio palmadas sobre su espalda, y ella sintió su mano tibia hasta a través de las capas de su vestido de seda azul y la muda subyacente. Alisó el cabello oscuro y enredado de su rostro caliente y mojado, mientras le murmuraba palabras de consuelo y le permitía llorar.
Confundida, Caroline se maravilló por su experiencia, entonces se dio cuenta con un hipo que era probable que estuviera tratándola exactamente como trataría a Davey con cinco años de edad en un caso similar.
—¡No soy Davey! —Su protesta indignada se amortiguó bastante debido a un sollozo estrangulado.
—Créeme, soy muy consciente de eso.
Había una cierta sequedad en su voz que trascendió a ella después de unos instantes. Con otro acceso de hipo, logró al fin tener las lágrimas bajo control. Durante largo rato yació inmóvil, floja y agotada por tanta emoción. Poco a poco el conocimiento se hizo presente. Para su horror, descubrió que estaba tendida casi a todo lo largo contra él, agradeciendo a la suerte más que al buen juicio que se hubiese mantenido alejada de su pierna entablillada. Una mano colgaba de su cuello mientras que la otra se desplegaba por su pecho. Su oído permanecía de lleno sobre el corazón de Matt. Podía oír sus latidos constantes debajo de su mejilla.
Sus pechos, estómago y muslos estaban bien apretados contra la fortaleza tibia del cuerpo de Matt, que estaba desnudo hasta la cintura debido a que sus movimientos durante toda la conmoción le habían enrollado la colcha sobre la cadera y las piernas. El olor a hombre inundaba las ventanas de su nariz y tenía el gusto salado de la piel —¿tal vez aromatizada por sus lágrimas? — en su lengua. Los brazos de Matt rodeaban su cintura y sus hombros, manteniéndola cerca mientras sus manos rodaban con libertad por su pelo y su mejilla expuesta y hacia abajo por la columna vertebral. Y, no obstante, no había ningún sentimiento de repulsión. Su piel no sintió hormigueo, su estómago no sintió nauseas y su cuerpo no se estremeció.
En realidad, excepto por una cierta confusión leve, estaba contenta de que la sostuvieran de esa manera. Se sentía tan maravillosamente... segura...
—Supongo que ahora me considerarás una regadera también. —Los pelos del pecho donde se acomodaba su mejilla derecha le hicieron cosquillas en los labios cuando habló. Sobre su cabeza, sintió más que vio que él sonreía.
—Te provocaron —dijo. Esa admisión gentil hizo que levantara la cabeza para mirarlo. Como había pensado, estaba sonriendo de forma divertida matizada con una bondad que le proporcionaba calor abrumador a sus ojos.
Caroline pestañeó, deslumbrada. Entonces se endureció. Darse cuenta de lo que le estaba comenzando a ocurrir la asustó. Dios Santo, lo que sentía era una mezcla de atracción, gusto, y... y deseo. Por Matt... ¡Por un hombre!
—Espera un minuto. No hay necesidad de alarmarse —sus brazos la rodearon con más fuerza y una mano subió para acariciar la suavidad tersa de su mejilla—. No voy a lastimarte, ya lo sabes. No hay necesidad de mirarme como si de repente me hubiera convertido en Oliver Cromwell.
—No temo a Oliver Cromwell —respondió Caroline, sintiendo que su resistencia instintiva comenzaba a derretirse. Había pasado tanto tiempo desde que alguien la había abrazado de una manera confortante e inofensiva... ¿cuánto tiempo? ¿Desde que su madre había muerto?—. O, para el caso, a ti.
—Entonces quizá podrás decirme por qué de repente me has mirado de esa forma. ¿Me han salido cuernos a cada lado de la cabeza?
—No. —Caroline tuvo que sonreír ante la ocurrencia.
—¿Entonces, qué?
—Quisiera que me soltaras.
—Lo haré de inmediato. En realidad, si me dices con sinceridad que lo deseas, puedes irte ya.
—Sinceramente lo deseo.
—Mentirosa.
Fue una palabra suave y sintió que estaba sonriendo. No vio la sonrisa porque, temiendo que pudiera leer en sus ojos cuán acertada era su apreciación, acurrucó la cabeza. Por su bien sería mejor que se alejara de él en ese mismo instante. Sabía muy bien que la dejaría ir. Matt Mathieson lo sabía con tanta certeza como sabía su nombre; no era un hombre que tuviera a una mujer en contra de su voluntad.
Pero entonces, si era muy sincera consigo misma, admitiría que no la sostenía en contra de su voluntad en absoluto.
—Tengo que ir a acompañar a los muchachos a la escuela.
Aunque no efectuó el menor movimiento para hacerlo. Tendida a su lado, absorbió su olor, su sabor, la sensación de su presencia. Su pecho estaba bronceado y oscurecido con vello, los músculos pectorales se levantaban y bajaban, se levantaban y bajaban. Yacía quieta contra su pecho y observó, fascinada, la interacción de los músculos endurecidos por el trabajo que se ondeaban con la respiración.
—Daniel los despedirá. Sabían muy bien ir solos a la escuela antes de que vivieras, ¿sabes?.
—Sí.
Su respuesta era distraída, su atención cautivada por la pura belleza robusta del torso masculino desnudo sobre el que reposaba. Nunca en sus peores sueños se hubiera imaginado que hallaría embriagante la desnudez de un hombre.
—Caroline.
Habían pasado algunos minutos desde que habían hablado por última vez. La respiración de Matt era más profunda, más deliberada.
—¿Mmmm?
Su estómago era plano como un tablero y marcado por los músculos. Como su pecho, estaba cubierto con pelo oscuro y ondulaba cuando respiraba.
—Quizá debieras levantarte, después de todo.
Cuando registró el significado de eso, sus ojos se deslizaron hasta los de él, sorprendidos. La sonrisa estaba todavía allí para ella, pero había algo más en las profundidades azules, algo que resplandecía con fuego brillante. Se le ocurrió a Caroline entonces que lo que había estado sintiendo, esa atracción repentina e intensa, no le había ocurrido sólo a ella. Él la sintió también. Estaba allí en sus ojos, esta vez no cabía duda. Había visto un brillo perseverante masculino similar demasiadas veces en su vida como para no reconocer el significado. Sólo que esta vez, en virtud de que el hombre que la miraba así era Matt, no sintió repugnancia, ni siquiera temor.
Porque él era quien era, no intentaba hacer otra cosa salvo mirarla. En realidad, sus brazos se habían aflojado de su cuerpo con deliberación. La deseaba, la expresión en sus ojos lo mostraba con claridad absoluta. No obstante, esta preparado para dejarla ir, hasta la había instado a que se fuera.
De modo perverso, esto surtió el efecto de mantenerla donde estaba. Además de eso, yacía de lleno contra su pecho y se acomodó de manera que pudiera mirarlo con holgura, deleitándose con su masculinidad y el efecto maravilloso que esto producía en su cuerpo. Después de Simon Denker, no había pensado que podría sentir así de nuevo. Había creído que la parte de ella designada a disfrutar y responder a un hombre había muerto para siempre.
—Caroline... —a pesar de la sonrisa vacilante, Matt parecía forzado.
—Ya te lo he dicho, no te tengo miedo. —Las manos de la muchacha bajaron lentamente por su pecho hasta posarse una encima de la otra y así apoyar la barbilla sobre ellas. Las palmas se estremecieron al sentir el leve roce del vello del pecho de Matt. La sensación fue tan inesperada como agradable—. No necesitas tratar de hacerme creer que me harás algún daño, Matt Mathieson. Ya sé lo engañoso que eres.
—Hace casi ya dos años que Elizabeth ha muerto. Antes de eso estuvo muy enferma, desde que nació Davey.
Por un momento Caroline no comprendió qué relación guardaba ese comentario con ella. Entonces, el sentido de lo que estaba tratando de decirle la sacudió. Sus ojos se agrandaron y la barbilla se levantó de sus manos.
—Estás diciéndome que no has... que hace... que tu... —No era capaz de formular la pregunta que tenía en mente. Pero él parecía saber lo que quería decirle.
—Yo no soy la clase de hombre que engaña a su esposa.
Caroline contuvo el aliento. La noción de que no había amado a una mujer desde hacía cinco años era increíblemente seductora. Cuando exhaló, el sonido fue un suspiro apacible.
—¿Entiendes lo que te estoy diciendo? —Había un tono áspero en su voz.
Caroline asintió, y con la mirada extasiada observó cómo su rostro se oscurecía lentamente por la sangre caliente que fluía por debajo de su piel. Podía sentir esa tensión diferente en el cuerpo fuerte y musculoso que se encontraba debajo de ella. Su calor se filtraba a través de las ropas de Caroline y le quemaba la piel. Sus pechos se abultaron y endurecieron contra el pecho de Matt, y la sensación la asustó. Con los ojos bien abiertos, contempló los de él en silencio durante un momento.
—Caroline, si tuvieras algo de sentido común, te largarías de esta cama. Ya. —Las palabras salieron forzadas por entre sus dientes. Las manos se habían alejado de ella por completo, para apoyarse sobre el colchón a sus lados. Mientras hablaba apretó los puños.
Sus ojos se fijaron en los de él y sus labios se apartaron. Su cuerpo prorrumpió en un clamor ardiente y dulce como nunca en su vida hubiera imaginado que podría sentir, y entonces se asustó y rodó fuera de la cama.
Sus rodillas apenas la sostenían cuando se puso en pie y volvió la espalda para que no pudiera apreciar la intensidad de su perturbación. Sentía sus ojos sobre ella, oía la aspereza de su respiración.
—Tengo trabajo que hacer, si me disculpas —dijo sin mirar alrededor. Entonces, como si fuera la tarea más difícil que alguna vez hubiera hecho en su vida, echó a andar, con la espalda derecha y la cabeza en alto, hasta salir del cuarto.
No fue hasta que estuvo a salvo en la cocina cuando se permitió reconocer que sus manos, al igual que sus rodillas, habían comenzado a temblar de modo incontrolable. Apenas pudo llegar a una silla y dejarse caer sin fuerzas.