Capítulo 40
—¡No tiene gracia! ¿De qué te ríes?
Indignada ante su ataque de hilaridad, Caroline lo golpeó en el hombro. Pero Matt dio un respingo, tomó el puño con su mano y presionó sus labios en los nudillos apretados. Pero su pecho aún saltaba por la risa que no podía contener mientras la apretaba contra él.
—¿Debo suponer que estabas esperando algo diferente? —la pregunta fue cortés. Demasiado cortés. Caroline sabía que aún estaba muy divertido, aunque no podía explicarse por qué.
—Por la sensación que tuve, pensé que era enorme —dijo, un tanto resentida por la risa a sus expensas que no podía compartir ni podía entender por qué lo había hecho reír a carcajadas otra vez. Rió hasta que se ahogó, sus brazos la sostuvieron con fuerza todo el tiempo como si estuviera asustado de que se ofendiera y lo dejara, lo cual bien podría haber hecho si no hubiera estado desnuda como un bebé.
Cuando al fin dejó de reír, estaba tendido contra la piel afelpada debajo de ellos, la cabeza apoyada sobre una alforja, con ojos brillantes.
—Temo que no hay más que eso. —Su tono estaba lleno de excusas, pero Caroline sabía cuándo se burlaban de ella. Aun así, le veía hermoso, feliz y tranquilo con sus ojos azules de un brillo chispeante y la boca estirada en una sonrisa ancha que le daba un aspecto increíblemente joven y descuidado, el cual no le permitía estimular una ira verdadera, aunque aún no entendía qué era lo que le había provocado tal paroxismo de alegría.
—Si vas a reírte de mí, entonces prefiero dormir —dijo, contoneándose hacia un lado y presentándole la espalda sólo para ver qué haría. De inmediato se inclinó sobre ella, acercando más su cuerpo debajo de las pieles que estaban amontonadas encima de ambos. Sentía toda su fuerte longitud, desde el pecho ancho con la mata gruesa de pelo, los músculos poderosos de sus piernas y muslos y el calor palpitante de su parte de él que había sido el tema de conversación, apretándose contra la redondez de su trasero.
—Oh, no, no lo harás. Todavía no.
Su brazo se deslizó alrededor de su cintura, su mano buscó y halló un pecho desnudo. Caroline sintió un inesperado temblor de placer que se extendió hasta sus pies cuando unos dedos rozaron el pezón. Su mano se extendió sobre el montículo suave, apretándolo y acariciándolo, haciendo que su pecho creciera bajo su palma moldeadora. Caroline nunca hubiera imaginado que cualquier fragmento del acto físico entre un hombre y una mujer pudiera hacerla sentirse tan bien, pero así era. Entonces su mano se desvió hacia su otro pecho y lo trató como al primero, y la sensación le cortó la respiración. Arqueó el cuello de modo que él pudiera dirigir su boca hacia un lado del mismo y Caroline sintió que un calor lánguido comenzaba a serpentear en su estómago y se estremeció.
—Me encanta tocar tu piel. Durante mucho tiempo me pregunté si era posible que fuera tan suave como parecía. Y lo es.
La calidad indistinta de su voz era muy seductora. Caroline tembló ante el asalto combinado de palabras, besos y las manos errantes mientras que, apartando a un lado la mata de cabello, Matt le dio besos rápidos y ardientes en su nuca sensible; entonces arrastró la boca tibia a lo largo del hombro y la espalda para descansar de nuevo, mientras mordisqueaba, en la delicada cavidad debajo de su oreja. Su barba, tan masculina con esa abrasión que le derretía los huesos, raspaba su piel suave. Con una mano continuó acariciando y mimando los pechos mientras que su otra mano, deslizándose por debajo de ella desde su cintura, se movió por su vientre para explorar el ombligo con un dedo rastreador. Entonces su mano se aplanó y se deslizó más abajo, cubriendo esa parte de ella a la cual nunca le había dado un nombre. Ella comenzó a protestar instintivamente, intentando llevar su mano a algún otro lugar menos íntimo, pero él no iba a permitir que lo desalojaran.
—Confía en mí, amor —susurró en su oído. Caroline recordó brevemente a Eva y la serpiente, que alguna vez debía de haber murmurado algo muy similar. Pero entonces sus largos dedos se movieron más abajo todavía, deslizándose entre sus piernas para tocarla con tanta suavidad que el fuego que se encendió dentro de ella era casi vergonzoso y ya no pudo tener ningún pensamiento racional. ¡Porque seguro que esa presión modesta no debería ser suficiente para crear semejante ardor interior! Era como fuego líquido, un calor agradable que le aceleraba la respiración hasta hacerla jadear, mientras su cuerpo se retorcía bajo la mano que la acariciaba y el fuerte cuerpo masculino que presionaba contra su espalda.
Sus ojos estaban cerrados, pero era consciente de él en cada poro de su cuerpo. La respiración se tornó cada vez más ronca mientras él deslizaba la boca y la mandíbula barbuda a lo largo de la cuerda sensible a un lado de su cuello. Sus brazos la envolvían, la parte anterior de sus muslos velludos presionaban contra el lado posterior de los suyos sedosos, los amplios hombros empequeñecían los de ella. La sostenía contra él de modo que podía sentir la enormidad de su virilidad proyectándose contra la desnudez de sus nalgas redondeadas. ¡Era extraño cómo sentía la cosa más amenazante de lo que parecía! Le acarició los pechos y exploró el lugar secreto entre sus muslos hasta que ella comenzó a agitarse con temblores involuntarios, avasallándola con una dulzura ardiente que la hizo gemir y retorcerse en él.
Entonces deslizó los dedos dentro de ella, dentro del pasaje secreto y húmedo donde nunca había soñada que irían y comenzó a moverlos dentro y fuera con una semejanza delicada al modo en que lo hacía con su cuerpo.
Los ojos de Caroline se abrieron alborotados cuando se encontró al borde de ser consumida por una necesidad turbulenta y ansiosa como nunca hubiera soñado que podía sentir. Resolló, intentó débilmente detenerlo, se retorció, pero se encontró atrapada entre su mano delante y su cuerpo detrás. Con un sonido que era una mezcla entre un gemido y un sollozo sintió de nuevo el movimiento inexorable de esos dedos asombrosos, y pro fin se rindió con los párpados cerrados y un pequeño grito vergonzoso por el éxtasis de un temblor maravilloso que él había creado dentro de ella como un fuego atizado con cuidado.
Cuando hubo terminado, cuando hubo vuelto en sí otra vez, Caroline no se atrevió a abrir los ojos debido a la turbación que ese acto le había provocado. Matt yacía aún contra ella, sosteniéndola muy cerca, mientras sus manos posesivas se extendían sobre sus pechos y el triángulo oscuro en el ápice de sus muslos. Sus dedos ya no estaban dentro de ella, que por tal bendición estaba agradecida, pero permanecían todavía entre sus piernas y ahora que estaba en su sano juicio de nuevo encontró mortificante la intimidad extrema de su contacto.
Pero no desagradable, ni repugnante. Darse cuenta de eso le dio fuerza para abrir los ojos.
—Bien, pues ¿y qué piensas de eso? —Pareció tan satisfecho como curiosamente tenso al murmurar la pregunta en su oído, pero había un tono complaciente implícito en la pregunta que la hizo retorcerse para poder mirarlo con furia.
—Pienso que eres engreído y vil, y... —comenzó con furia cuando yacía acostada de espaldas sobre la piel suave del abrigo observando su rostro sonriente y barbudo. Pero a pesar de la sonrisa que pensó que era a expensas suyas, lo que vio en sus ojos la despojó de toda palabra. Había ternura para ella en las profundidades de esos reflejos azules y quizá la más leve sospecha de triunfo, pero lo más importante de todo era el deseo visible con un brillo ardiente. La contemplaba como un hombre muerto de hambre podría mirar la carne, y Caroline dejó pasar la sonrisa y la pregunta quedó sin respuesta cuando comprendió que necesitaba ser alimentado.
—Te amo, Ephraim Mathieson —susurró. Las palabras salían de ella por propia voluntad. Levantó la mano para acariciar la mejilla semejante a papel de lija.
Él atrapó sus dedos, los acercó para que el calor de su piel quemara en su palma, sin dejar de contemplarla. Sus ojos eran vulnerables de repente indefensos como los de un niño, y su sensibilidad la enterneció como nada en su vida lo había hecho nunca. Conmovida hasta su interior por la fuerza de lo que sintió, se levantó sobre un codo para dar un beso a la cicatriz que era su insignia de honor.
—¡Santo Dios! —murmuró cuando sus labios rozaron el reborde blanqueado y se retiraron. La sonrisa desapareció por completo a favor de una mueca cuando su mirada fulguró y se tornó oscura. Entonces la echó hacia atrás, y, descendiendo encima de ella, la besó como si fuera a robar su propia alma, sus manos la acariciaban por todas partes, excitantes y posesivas, levantándole las piernas para rodear su cintura aun cuando su cuerpo se aventuraba a la necesidad más primitiva de todas.
Esta vez, cuando la hizo suya, Caroline logró apreciar realmente cómo los hombres podían llegar a desear el acto físico de tal modo, debido a que el estallido que había engendrado en ella en respuesta justo momentos antes no fue nada comparado con la explosión de éxtasis que la sobrecogió cuando él se impulsó por última vez muy profundamente dentro de su cuerpo, gritando su nombre mientras diseminaba su semen.
Yacían entrelazados, Matt de espaldas con Caroline tendida sobre su pecho, escuchando feliz el latido cada vez más pausado de su corazón.
—Dime una cosa —dijo ociosamente después de un largo silencio, formando círculos con la punta de un dedo en la cuña fascinante de los pelos de su pecho. Sus pezones eran chatos y castaños oscuros, como los de ella y no obstante muy diferentes y los acarició y los pellizcó hasta que, con un gruñido, Matt la asió de las manos y le pidió que desistiera. Así que en lugar de eso onduló el pelo de su pecho con sus dedos, mientras que pensamientos variados ocupaban su mente. Había algo para lo cual había deseado una explicación desde hacía tiempo y ahora se había inmiscuido en forma inesperada, provocándole una leve irritación.
—¿Qué quisiste decir cuando dijiste que Hannah Forrester y yo éramos harina de distinto costal?
Matt levantó la cabeza para observarla, aunque ella había alzado la barbilla para poder mirarlo a los ojos.
—¿Así que te molestó, eh? —Ahora que su pasión se había calmado, el humor asomó de nuevo. Demasiado perezosa como para ofenderse ante la burla (además, cuando lo pensó, decidió que se alegraba de poder hacerlo reír), simplemente le sacó la lengua.
—Casi tanto como te molestó a ti el hecho de que Daniel me besara en la reunión —respondió dulcemente, y retorció un rizo encrespado del pecho.
—¿Tanto? —Parte del humor se desvaneció de su rostro y fue reemplazado por un destello oscuro. Aquietó sus dedos, apretándolos contra él para evitar que lo siguieran lastimando y deslizó un brazo, con el codo doblado, debajo de su cabeza para hacerse una almohada.
—¿Bien? —Ella deseaba una respuesta.
Su boca se encorvó en casi una sonrisa.
—Pues, porque tú, mi amor, eres la visión más tentadora que alguna vez pude haber esperado regalar a mis ojos a este lado del paraíso, y ella no lo es.
—Y mejor que sea de esa manera. —Complacida por su respuesta, no obstante lo miró con severidad.
—¡Porque usted se ha entregado a mí, señor, y le advierto que yo no lo comparto con nadie!
—¿Estás haciéndome una declaración, Caroline? —La sonrisa en sus ojos mientras repetía la pregunta que ya había planteado una vez se contradijo con el matiz ronco de su voz.
—¿Y si es así? —su respuesta era ronca también.
—Entonces te diré que es mi turno.
—¿Tu turno?
—Para hacerte una declaración. Pero piénsalo bien antes de responder. Deberás cargar con toda una banda y de forma permanente. Si quieres tenerme a mí, deberás aceptar también a Davey, a John, a James, a Dan, a Rob, a Thom y hasta al maldito perro. Vendrán más bebés, porque no seré capaz de mantener mis manos lejos de ti más de unas horas cada vez, y los bebés son el resultado inevitable de eso y todo el trabajo que traen consigo. Hasta un esclavo se libera cuando finaliza el contrato. En cambio tú te entregarás a mí para siempre.
Los ojos de Caroline se agrandaron y se apoyó en los codos para parpadear desde su posición supina sobre el pecho de Matt.
—¿Por casualidad me estás proponiendo matrimonio?
—Creo que sí.
—Es una manera muy negativa de hacerlo. ¿Puedo preguntarte qué la ha impulsado?
Matt alzó las cejas. Sus manos se movieron explícitamente por toda la longitud desnuda de su espalda para detenerse en la curva de su trasero. Caroline ignoró el temblor delicado que se proyectó por sus nervios como resultado del contacto de sus manos y frunció el entrecejo.
—Sólo me quieres en tu cama. —Si hubo un tono nefasto en eso, no lo pudo evitar.
—Sí, es verdad. —Sus dedos se crisparon y la apretó contra su cuerpo para que pudiera sentir cómo revivía su excitación.
—¡Es la cosa más insultante que he oído nunca! —Apenas pudiendo controlar el impulso de golpearlo, comenzó a ponerse de pie, sólo para ser detenida por Matt, que la rodeaba con sus brazos.
—¡Eh, bueno, señora cascarrabias, controla ese genio precipitado! ¿Quieres que niegue lo que es obvio? Te he querido en mi cama desde la primera vez que te vi, escapando por el campo con esa capa roja ondeando detrás de ti y con Jacob a tus talones. Una mujer que puede correr de ese modo, me dije a mí mismo, es una mujer muy superior al común de las mujeres.
Se estaba burlando de ella, pero sus sentimientos, ahora tan tiernos y vulnerables al dolor, no le permitían estar de humor para eso.
—¡Suéltame, tonto lujurioso!
Empujó sus hombros con fuerza. Matt debía de haber visto el dolor real en sus ojos, flotando justo por debajo de la superficie de su mal genio, porque su sonrisa se desvaneció. Sin previo aviso, giró junto con ella, reteniéndola cautiva hasta que quedó inmovilizada debajo de él, sin pelear para lanzándole una mirada feroz y dolorida.
—No, no he querido decir eso —dijo tranquilamente—. O, más bien sí, pero hay algo más que eso, que ya deberías saber. Quiero casarme contigo porque te amo, Caroline, como nunca antes he amado a nadie en mi vida. Te amo tanto que la idea de perderte me llena de miedo. Te amo tanto que, si me rechazas, soy capaz de pasar el resto de mi vida aullando a la luna como un lobo herido.
La sonrisa que acompañaba esto fue un simple temblor que no llegó a los ojos de Matt y enseguida desapareció. Escudriñando su rostro, Caroline se dio cuenta que hablaba en serio: la amaba. Pero al igual que ella, la vida lo había lastimado y por eso buscaba proteger sus emociones más tiernas por medio del humor o cualquier otro medio que se le ocurriera.
Ante eso su resentimiento desapareció y alzó los brazos para unirlos detrás de la cabeza de Matt.
—Me sentiré orgullosa y honrada de ser tu esposa —dijo, y le sonrió con todo el amor que había contenido dentro de sí floreciendo a través de sus ojos y su voz.
Matt la contempló tan sólo un momento y su mirada se volvió sombría.
—No, mi amor, soy yo quien se siente honrado —murmuró, e inclinó su cabeza para posar sus labios en los de ella en un largo y ansiado beso apacible.