Capítulo 17

La firma de Homer Winborne distinguía el artículo más reciente. La noticia que ocupaba menos de diez centímetros de columna informaba de la desaparición en 2004 de un hombre llamado Lonnie Aikman.

Una mujer de Mount Pleasant ha pedido a los residentes de Charleston que estén atentos a la aparición de su hijo. Lonnie Aikman, de 34 años, lleva desaparecido dos años, según comentó Susie Ruth Aikman al Moultrie News.

«Desapareció sin más —explicó Aickman—. Me dijo: “Te veo más tarde, mamá”, se marchó y nunca más volvió».

Cuando la policía no pudo dar con el paradero de Lonnie, Aikman consultó a un vidente y éste dijo que su hijo estaba en la zona de Charleston. Aikman señaló que recurrir al vidente fue el último recurso.

«Si pierdes a alguien, estás dispuesto a creer en cualquier cosa que te dé esperanzas», afirmó.

Aikman buscó y colocó carteles donde solicitaba que cualquiera que tuviese alguna información la llamase a ella, a la policía de Charleston o a la Oficina del Sheriff. La madre añadía que su hijo sufría de esquizofrenia y que se medicaba en el momento de la desaparición. Teme que quizás haya sido víctima de un secuestro.

«Tengo miedo de que pueda estar retenido en algún lugar contra su voluntad», añadió la madre.

Lonnie Aikman mide un metro setenta de estatura y pesa ochenta kilos. Tiene los ojos verdes y el pelo castaño.

La noticia había aparecido en el Moultrie News el 14 de marzo. Cruikshank había marcado con un círculo la edad de Aikman, la fecha de su desaparición y la palabra «esquizofrenia».

Leí varios recortes. En todos se había marcado con un círculo la misma información.

Por lo visto, Cruikshank estaba archivando noticias de personas desaparecidas. No parecían ser investigaciones iniciadas a petición de un cliente. En las carpetas no había talones. Ningún informe. ¿A qué se debía el interés?

Dos de los expedientes de Cruikshank sólo contenían notas manuscritas. Uno llevaba el nombre de «Helms, Willie», el otro «Montague, Unique». La ubicación en la caja sugería que habían sido abiertos poco antes de la muerte del investigador. ¿Por qué? ¿Quiénes eran Willie Helms y Unique Montague?

Decidí hacer una lista con todos los casos de personas desaparecidas sin resolver. Saqué las seis carpetas.

Ethridge, Parker, varón blanco, 58 años, 1,71 de estura, 67 kilos, pelo gris, ojos azules. Visto por última vez en marzo de 2002.

Moon, Rosemarie, mujer negra, 28 años, 1,57 de estatura, 52 kilos, pelo rojo, ojos castaños. Vista por última vez en noviembre de 2002. Drogadicta y prostituta.

Watley, Ruby Anne, mujer negra, 39 años, 1,65 de estatura, 70 kilos, pelo negro largo, ojos castaños. Vista por última vez en julio de 2003. Drogadicta y prostituta.

Poe, Harmon, varón blanco, 39 años, 1,75 de estatura, 77 kilos, pelo castaño, ojos castaños. Visto por última vez en abril de 2004. Drogadicto.

Snype, Daniel, varón negro, 1,74 de estatura, 60 kilos, pelo rubio largo, ojos castaños. Visto por última vez en junio de 2004. Drogadicto y prostituto.

Aikman, Lonnie, varón blanco, 34 años, 1,70 de estatura, 80 kilos, ojos verdes, pelo castaño. Visto por última vez en la primavera de 2004. Esquizofrénico.

El caso Dewees no encajaba en ninguno de los perfiles. Lo añadí a la lista.

CCC-2006020277, varón blanco, 35-50 años, 1,75 a 1,82 de estatura, pelo rubio. Vértebra C-6 fracturada. Marcas en la duodécima costilla, en la duodécima vértebra torácica y en la vértebra lumbar superior. Enterrado en Dewees.

Winborne había escrito el artículo en marzo. ¿La desaparición de Aikman explicaba el comportamiento de Winborne en Dewees? ¿El reportero creía que habíamos encontrado a Lonnie?

Cruikshank había recortado el artículo de Winborne el mismo 14 de marzo o después. ¿El de Aickman era el último expediente que había abierto?

¿Por qué los expedientes de Helms y Montague? ¿Qué contenían los comentarios en taquigrafía?

Intentaba encontrar algún sentido a mis notas cuando llegó Pete.

—Soy yo, el gran repartidor de pizzas. —Su voz resonó en el recibidor.

Oí el golpe de las llaves en una mesa y luego Pete apareció en el umbral. Vestía pantalones de loneta y lo que se parecía mucho a una camisa de jugar a los bolos. Una gorra de los Hornets completaba el atuendo.

Boyd salió disparado y comenzó a correr alrededor de los tobillos del gran repartidor, el hocico olisqueaba la caja manchada de aceite.

—Compré la más grande por si acaso estabas aquí y estuvieses hambrienta. ¿Por qué trabajas con las luces apagadas?

Había estado tan concentrada en la lista que no me había dado cuenta de que la habitación estaba en penumbra. Mi reloj marcaba las ocho y veinte.

—¿Cómo es que está tan oscuro a estas horas?

—Se avecina una tormenta. Toda la isla está cerrando los postigos. ¿Tenemos postigos? ¿Están cerrados?

Miré la gorra de Pete.

—Malas noticias, Pete. Los Hornets se trasladaron a Nueva Orleans.

—Me gustan los colores. —Se quitó la gorra y admiró la insignia.

—¿Rojo y turquesa?

—No es turquesa, boba. Es verde azulado. Los tonos escogidos por Alexander Julian y envidiados por toda la liga.

—Tonos de diseño o no, el equipo dejó Charlotte.

Pete arrojó la gorra sobre un aparador y movió la cabeza hacia los expedientes a mi lado.

—¿Qué haces?

Un cosquilleo en el fondo de la mente. ¡Atención!

¿Qué? ¿Atención a qué?

—Torre de control a Tempe.

Volví a la realidad.

—¿Qué haces? —repitió Pete.

—Repaso los casos de Cruikshank.

—Supongo que te refieres al ordenador de Cruikshank. ¿Has tenido suerte?

Sacudí la cabeza.

—He sido incapaz de dar con la contraseña. ¿Dónde has estado todo el día?

—Atrapado en un infierno fiduciario. ¿Qué es marrón y negro y queda bien en los contables?

Pese a saber que era un error, levanté las manos.

—Los doberman enanos.

—Es muy malo.

—Pero cierto. Estos tipos deben de elegir ser contables porque carecen del carisma para ser empleados de pompas fúnebres.

—¿Le preguntaste a Herron qué sabía de Helene Flynn?

—El buen reverendo consideró que debíamos comenzar con los libros.

Enarqué las cejas.

—No me mires así. Buck me contrató para saber qué pasa con su dinero. En el proceso debía averiguar lo que pudiese de su hija.

—¿Le dijiste a Herron que Cruikshank está muerto?

—Sí.

—¿Cuál fue su reacción?

—De sorpresa, pena y un sincero deseo de descanso eterno. ¿Has encontrado algo en los expedientes?

—Quizá.

Salimos a la galería. La brisa hacía girar las aspas del ventilador de techo sin la ayuda de la electricidad.

Puse los platos y las servilletas en la mesa. Pete cortó la pizza. Mientras comíamos, le expliqué lo que había descubierto.

—La C en las lengüetas significa que el caso está cerrado.

—Ahora sí que progresamos.

—Se lo dije a Boyd.

Las orejas de Boyd se movieron hacia adelante. Su hocico no se despegaba del borde de la mesa.

—Muchos de los últimos expedientes de Cruikshank sólo contenían recortes de personas desaparecidas. Hice una lista y comencé a buscar patrones. ¿Qué son estas cosas? —Señalé unos pequeños globos negros en mi trozo de pizza.

—Uvas pasas. ¿Y?

—A partir de 2002. Cruikshank abrió expedientes a dos mujeres y cuatro hombres desaparecidos en la zona de Charleston. No hay talones ni informes. También tenía un par sólo con notas.

—Por lo tanto, no lo habían contratado para buscar a esas personas.

—Es lo que creo.

Pete lo pensó unos momentos.

—¿El tipo de Dewees podría ser una de las personas desaparecidas de Cruikshank?

—No se corresponde con ninguna de ellas.

—¿Quiénes son?

—Un varón negro y tres blancos. Las edades van de los veintisiete a los cincuenta y ocho. Un tipo es prostituto. Dos son drogadictos. Uno es esquizofrénico. Las mujeres son negras, entre veintiocho y treinta y nueve años. Ambas prostitutas y drogadictas.

—¿Crees que podría tratarse de un asesino en serie, quizás un depredador que va por las prostitutas y los drogatas? ¿Personas marginales que nadie echará de menos?

—No sé la fecha exacta de la desaparición de Aikman. Tampoco la del hombre de Dewees. Pero pasaron ocho meses entre las desapariciones de Ethridge y Moon, otros ocho entre Moon y Watley. Después nueve hasta Poe. Dos meses más tarde, Snype. Si es un asesino en serie, la progresión es atípica.

—¿Los asesinos en serie no son típicamente atípicos? —Pete se sirvió más pizza.

—Estos perfiles abarcan toda la gama. Hombres, mujeres. Negros, blancos. Las edades van de los veintisiete a los cincuenta y ocho.

—¿No está restringido a adolescentes de la calle? ¿A estudiantes universitarias con el pelo peinado con la raya en medio?

—¿Ahora te dedicas a hacer perfiles? —Lo dije en reconocimiento a las referencias de Pete al tipo de víctimas preferidas por John Gacy y Ted Bundy.

—Sólo soy un sabio. Y repartidor de pizza.

—¿De quién fue la idea de las uvas pasas? —pregunté.

—De Arturo.

Durante unos momentos escuchamos el batir de las olas en la playa. Rompí el silencio.

—El artículo de Lonnie Atkins lo escribió Homer Winborne. Apareció en el Moultrie News el 14 de marzo. Por lo tanto, sabemos que en esa fecha Cruikshank estaba vivo.

—¿Winborne es el tipo que se presentó en tu excavación?

Asentí.

—¿Lo llamaste?

—Lo haré.

—¿Alguna noticia de Monsieur…?

—No. —Cogí otra porción de pizza, quité las pasas y las dejé en el plato.

—Digamos que eres un tanto rígida en el tema gastronómico.

—Las uvas pasas y las anchoas no pegan. Cuéntame qué pasó con Herron.

—En realidad no vi a Herron.

Pete me describió el día pasado con los contables de la IDM. No exageraba. Parecía letal. Recordé lo que me había dicho Gullet.

—Alguien de la Oficina del Sheriff identificó aquel edificio de las fotos del disco de Cruikshank.

—¿Ah, sí? —Con la boca llena de pizza.

—Es una clínica gratuita financiada por la IDM.

—¿Dónde?

—En Nassau Street.

Pete dejó de masticar. Después tragó.

—Es donde trabajaba Helene Flynn. Al menos en algún momento.

—Es lo que pensé. Por consiguiente, tiene sentido que Cruikshank estuviese vigilando el lugar.

Pete se limpió los labios, hizo una bola con la servilleta y la arrojó en el plato.

—¿Gullet lo investigará?

—El tipo de Dewees y Cruikshank no ocupan el primer lugar de la agenda del sheriff. Le mostré las dos vértebras fracturadas, pero sigue sin convencerse de que alguno de los dos fuese asesinado.

—Quizá yo debería…

—Gullet no quiere que entres en contacto con nadie de la clínica. Fue muy claro al respecto.

—¿Qué mal podría…?

—No.

—¿Por qué no? —La voz de Pete adquirió un tono afilado. Mi ex marido no era un hombre al que le gustase que le pusieran trabas.

—Por favor, Pete. No me pongas a malas con Gullet. Ya nos deja meternos donde no tendríamos que meternos. Tenemos los archivos y el ordenador de Cruikshank. Tenemos mucho que perder. No quiero arriesgarlo. Tengo que ayudar a Emma a resolver estos casos.

—Has hecho lo que puedes. Emma es la forense. Gullet es su guerra.

Mi mirada se dirigió a la oscuridad más allá de la galería. Los rompientes formaban una línea blanca plateada detrás de unas jorobas negras. Sabía que eran las dunas.

Tomé una decisión.

—Emma está enferma.

—¿Enferma?

Le hablé del linfoma no-Hodgkin y de la reciente recaída de Emma.

—Lo siento, Tempe.

Pete apoyó una mano en la mía. Permanecimos sentados sin hablar. En la playa, el océano sonaba como una estruendosa ovación.

Mis pensamientos estaban centrados en Emma. ¿Y los de Pete? Buena pregunta. No tenía ni idea de lo que podía estar pensando. ¿Helene Flynn? ¿La contabilidad de la IDM? ¿El código de Cruikshank? ¿El postre?

Intrigado por el silencio, Boyd me tocó la rodilla con el hocico. Le palmeé la cabeza y me levanté para recoger la mesa. Se imponía un cambio de tema.

—Encontré una pestaña cuando pasé por el cedazo la tierra de la tumba de Dewees. Es negra. El pelo de la tumba era rubio.

—¿No tiene todo el mundo las pestañas negras?

—No, si no se las maquilla.

—¿Crees que es del que enterró al tipo?

—Los estudiantes que lo sacaron de la fosa tenían el pelo rubio.

—El principio del intercambio de Locard. —Pete me dirigió su sonrisa de sabio.

—Estoy impresionada —dije.

Pete había citado un concepto bien conocido por los criminalistas. Locard había demostrado que dos objetos que entran en contacto se transferirán partículas el uno al otro. Un ladrón en el banco. Un francotirador en la rama de un árbol. Un asesino que cava en la arena. Todo perpetrador lleva indicios de una escena y deja otros.

—¿Vas a llamar a Winborne? —preguntó Pete.

Consulté mi reloj. Eran casi las diez.

—Ya lo llamaré. Ahora quiero entretenerme un poco más con los expedientes de Cruikshank.

—¿Por qué cruzó la carretera el contable?

A Pete le había dado por los contables. Lo miré.

—Porque el libro mayor decía que lo habían hecho el año pasado.

No había acabado de sentarme en el sofá cuando mi mirada se fijó en la gorra de Pete. Mi inquieto inconsciente volvió a susurrar: ¡Atención!

¿Qué? ¿NBA? ¿Hornets? ¿Turquesa?

¡Teal![6]

Jimmie Ray Teal.

¿Cuándo había leído el artículo? La última mañana en la escuela de campo. Menos de una semana.

Pete andaba por la casa haciendo lo que fuese.

—¿Qué día recogen la basura? —grité.

—Que me maten si lo sé. ¿Por qué?

El lunes pasado había llevado una montaña de periódicos al contenedor delante de la casa.

—¿Por qué? —repitió Pete.

Cogí una linterna, salí por la puerta principal y bajé corriendo los escalones. El viento castigaba las palmeras. Podía oler la lluvia. No faltaba mucho para que se desencadenara la tormenta.

Levanté la tapa del contenedor y saqué el recipiente de plástico azul del reciclado de papel.

Comencé por el fondo. Saqué los periódicos, leí las fechas a la luz de la linterna y fui sujetando los descartados en el suelo con un pie. Cuando iba por la mitad tomé conciencia de que se acercaba un coche por Ocean Boulevard. Continué con mi búsqueda.

Los faros se acercaron.

¡Bingo! 19 de mayo. En la primera sección. Las rachas de viento sacudían las páginas en mis manos.

El coche redujo la velocidad. No le hice caso.

Encontré la sección de Negocios del último viernes, los anuncios clasificados, las noticias locales y estatales.

El coche se detuvo delante de Sea for Miles, los faros apuntando al contenedor.

Miré, pero sólo pude ver las luces.

¿Ryan? Sentí un aleteo en el pecho.

El coche permaneció donde estaba. No parecía que fuese a entrar en el camino.

Me protegí los ojos.

El conductor aceleró. Las ruedas levantaron una nube de grava y el coche salió disparado.

Algo voló hacia mí.

Solté el periódico y levanté las manos.