Capítulo 12

—Noble Cruikshank.

—Jesús bendito.

Si mi reacción sorprendió a Emma, no lo demostró.

—Cruikshank es un poli retirado de Charlotte-Mecklenburg. Pero no es por eso por lo que está en el sistema. A todos los estudiantes les toman las huellas digitales en la academia, por supuesto, pero las tienen archivadas. A Cruikshank lo arrestaron en 1992 por conducir borracho. Fue entonces cuando lo entraron.

—¿Estás segura de que es Cruikshank? —Una pregunta estúpida. Ya sabía la respuesta.

—Una coincidencia de doce puntos.

Cogí la hoja y leí la descripción de Cruikshank. Varón. Blanco. Un metro sesenta y cinco de estatura. Cuarenta y siete años.

Mi perfil del esqueleto cuadraba. La condición del cadáver encajaba con dos meses a la intemperie. Por supuesto que era Cruikshank.

Noble Cruikshank. El detective desaparecido de Buck Flynn.

La piel de Cruikshank tenía picaduras de viruela, la nariz curvada, el pelo peinado hacia atrás y ondulado en las puntas. La carne comenzaba a aflojarse en la mandíbula y las mejillas, y probablemente pesaba menos de lo que hubiese deseado. Así y todo, la expresión era de tipo macho duro.

—Noble Cruikshank. Que me cuelguen.

—¿Lo conoces?

—No en persona. A Cruikshank lo expulsaron del cuerpo en 1994 por alcohólico. Trabajaba como investigador privado cuando desapareció el pasado marzo.

—¿Y todo esto lo sabemos por…?

—¿Recuerdas a Pete?

—Tu marido.

—Ex marido. A Pete lo contrataron por un tema financiero relacionado con la IDM y también para investigar el paradero de la hija desaparecida del cliente, que trabajaba en la organización. Antes de contratar a Pete, Buck Flynn, el cliente, contrató a Cruikshank. El detective desapareció mientras realizaba sus investigaciones.

—Pete es abogado.

—Ésa fue mi reacción. Pete es letón. La madre de Flynn es letona. Flynn confía en él porque es miembro del clan.

—¿La hija de Flynn desapareció aquí?

—Eso parece. La especialidad de Cruikshank eran las personas desaparecidas y su zona de trabajo, Charleston y Charlotte. Helene Flynn, es el nombre de la hija, era miembro de la IDM, y Buck uno de los principales donantes.

—Aubrey Herron. Un tipo que se las trae. ¿Flynn no sintió curiosidad cuando su investigador dejó de informarle?

—Al parecer Cruikshank tenía fama de esfumarse durante sus borracheras.

—¿Flynn contrató a un alcohólico?

—No lo supo hasta después de contratarlo. Encontró a Cruikshank en Internet. De ahí su posterior preferencia por un miembro de su propia cepa genética letona.

Emma formuló la pregunta que yo misma me estaba planteando.

—¿Qué estaba haciendo Cruikshank con el billetero de Pinckney?

—¿Lo encontró? —arriesgué.

—¿Lo robó?

—¿Lo consiguió de alguien que lo encontró o lo robó?

—Pinckney dijo que el billetero desapareció en febrero o marzo, más o menos por el tiempo en que Cruikshank se colgó.

—Puede ser.

—Puede ser. Quizás alguien encontró el cuerpo colgado en el bosque y le metió el billetero en el bolsillo.

—¿Por qué? —pregunté.

—¿Una broma pesada?

—Sería tener un sentido del humor más que macabro.

—¿Para crear el desconcierto cuando llegase el momento de identificar al muerto?

—El billetero estaba en el bolsillo de la americana, ¿no? Tal vez Cruikshank pidió prestada la americana, la encontró o simplemente se equivocó y nunca supo que el billetero estaba allí. ¿Pinckney dijo algo sobre haber perdido la americana?

Emma sacudió la cabeza.

—¿Cómo es que Cruikshank no llevaba ninguno de sus efectos personales?

—El suicida auténtico a menudo deja atrás sus pertenencias. —Emma pensó por un momento—. ¿Y por qué el bosque Francis Marion? ¿Cómo llegó Cruikshank hasta allí?

—Unas preguntas muy astutas, señora forense.

Ninguna de las dos teníamos respuestas.

Le mostré la hoja impresa.

—¿Puedo quedármela?

—Es tu copia. —Dejé la hoja sobre el mostrador. Emma añadió—: Así que tu señor Cruikshank se ahorcó.

—Es el señor Cruikshank de Pete —le corregí.

—¿Pete está aquí en Charleston?

—Oh, sí.

Emma enarcó una ceja lasciva.

Mi respuesta hubiese pasado el corte en el Open de Estados Unidos de miradas fulminantes.

Eran casi las nueve cuando llegué a Sea for Miles. Dos de los mostradores de la cocina estaban cubiertos con melocotones y tomates. Martes. Deduje que Pete se había topado con el mercado de frutas y verduras de Mount Pleasant.

Pete y Boyd miraban un partido de béisbol en la tele. Los Twin estaban vapuleando a los amados White Sox de Pete por diez a cuatro. Los Sox habían sido el equipo de la infancia de Pete en Chicago, y cuando instalaron a su equipo de la liga menor en Charlotte, Pete se reenganchó.

—Cruikshank está muerto —le informé, sin preámbulos.

Pete se sentó para dedicarme toda su atención. Boyd mantuvo la mirada en el cuenco de las palomitas medio lleno.

—¿No es coña?

—Se colgó.

—¿Estás segura de que es Cruikshank?

—Doce coincidencias en las huellas digitales.

Pete apartó un cojín y me dejé caer en el sofá. Mientras le describía mis aventuras con Pinckney y después con el hombre de los árboles, Boyd se movió hacia las palomitas.

—¿Cómo se hizo Cruikshank con el billetero del otro tipo?

—¿Cómo quieres que lo sepa?

—¿Emma tiene la intención de mantener otra charla íntima con Pinckney?

—No tengo la menor duda.

Con la mirada puesta en Pete, Boyd ladeó la cabeza y pasó la lengua por las palomitas. Pete cogió el cuenco y lo puso en la mesa detrás de nuestras cabezas.

Boyd, siempre optimista, saltó al sofá y apretó su peso contra mi costado. Distraída, le acaricié la cabeza.

—¿Ninguna duda de que Cruikshank se suicidó? —preguntó Pete.

Titubeé al recordar que Emma y yo no teníamos ninguna respuesta astuta. También la sexta vértebra cervical.

—¿Qué?

—Quizá no sea nada.

Pete se bebió el resto de su Heineken, dejó la botella y se acomodó para escuchar.

Describí la fractura en el proceso transverso izquierdo de la vértebra.

—¿Qué tiene de particular?

—La lesión es inconsistente con el ahorcamiento, sobre todo a la vista de que el nudo estaba posicionado detrás, no a un lado del cráneo. Todavía hay algo más. El esqueleto de Dewees tiene una fractura idéntica en el mismo lugar.

—¿Es muy importante?

—No había visto nunca esta forma de trauma. Ahora la encuentro dos veces en una semana. ¿No te parece sospechoso?

—¿Explicación?

—Tengo varias, ninguna concluyente.

—La indecisión es la llave de la flexibilidad.

Boyd apoyó la barbilla en mi hombro para situar el hocico a unos centímetros de las palomitas. Lo aparté. Se tendió a través de mi falda.

—¿Qué tal te ha ido a ti? —pregunté.

—¿No es fantástico? —Pete sonrió de oreja a oreja—. Como si estuviésemos casados de verdad.

—Estuvimos casados de verdad. Y no fue fantástico.

—Seguimos estando casados de verdad.

Empujé a Boyd. El chow abandonó mi regazo para apretarse junto a Pete. Comencé a levantarme.

—Vale, vale. —Pete levantó las manos—. Hoy estuve en la IDM.

Me acomodé de nuevo.

—¿Hablaste con Herron?

Pete sacudió la cabeza.

—Solté un montón de palabras espantosas. Litigio. Fraude en la administración de fondos de caridad. Denunciar todos los trapos sucios.

—Escalofriante.

—Eso parece. Tengo una cita con Herron el martes por la mañana.

En aquel momento sonó mi móvil. Miré la pantalla. Emma.

—Gullet ha encontrado una dirección de Cruikshank. El lugar está pasado Calhoun, no muy lejos del complejo de la MUSC. Se dio una vuelta por allí, consiguió que el conserje dejase de ver el DVD de Rocky lo suficiente como para enterarse de que Cruikshank había sido inquilino durante unos dos años, pero que no había aparecido por su apartamento desde marzo. El conserje se llama Harold Parrot, y es una persona muy humanitaria. Cuando Cruikshank se atrasó un mes en el pago del alquiler, Parrot guardó todas sus pertenencias en unas cajas, cambió la cerradura y recicló el apartamento.

—¿Qué se hizo de las cajas?

Pete enarcó las cejas y movió los labios para decir «Cruikshank». Asentí.

—Parrot las guardó en el sótano. Daba por hecho que Cruikshank se había largado de la ciudad, pero no quería tener problemas si el tipo aparecía para reclamar sus cosas. Gullet tiene la impresión de que el casero le tenía miedo a Cruikshank. Gullet y yo iremos a verlo por la mañana, y pensé que quizá querrías acompañarnos.

—¿Dónde?

Emma me dio la dirección y la apunté.

—¿A qué hora?

Pete se señaló el pecho con un dedo.

—A las nueve.

—¿Me reúno allí contigo?

—Es un buen plan.

Pete se señaló el pecho con más entusiasmo.

—¿Te importa si Pete me acompaña?

—Parece un plan mucho más divertido.

El día comenzó mal y a partir de allí fue cuesta abajo.

Emma llamó poco antes de las ocho para decir que había pasado muy mala noche. ¿Me importaría encargarme sola de Gullet y Parrot? Ella le explicaría al sheriff que era una consultora oficial en el caso y que requería toda la cooperación de su departamento.

Oí la amargura en la voz de Emma, sabía cuánto le costaba a mi amiga admitir que su cuerpo le estaba fallando. Le aseguré que todo iría sobre ruedas y que la llamaría para ponerla al corriente en cuanto dejase a Parrot.

Pete estaba cerrando el móvil cuando entré en la cocina. Había llamado a Flynn. Aunque consternado por las circunstancias, Buck se alegró al saber que habían encontrado a Cruikshank, y se alegró todavía más por la cita con Herron y la posibilidad de obtener respuestas a varias de sus muchas preguntas.

También había contactado con un amigo de la policía de Charlotte-Mecklenburg. Al hombre no le sorprendió enterarse de la muerte de su antiguo colega. Había conocido a Cruikshank durante los años de servicio del investigador privado en el cuerpo. En su opinión, Cruikshank siempre había vivido con el cañón de un arma metido en la boca y sólo había que esperar a que apretase el gatillo.

El Explorer de Gullet ya estaba aparcado junto al bordillo cuando Pete y yo dejamos Calhoun para entrar en la calle lateral sin salida. En otros tiempos había sido una zona residencial y el encanto de las adelfas y saúcos de la avenida había sido aplastado hacía mucho por las construcciones modernas. Los edificios comerciales y de oficinas se mezclaban con las viejas y bellas mansiones que se aferraban a sus clavos confederados.

La dirección de Emma nos condujo ante una mansión superviviente anterior a la guerra de Secesión, con el arquetípico diseño de Charleston: angosta de frente, larga de fondo, con grandes galerías por los cuatro costados, arriba y abajo.

Pete y yo bajamos del coche y comenzamos a caminar. Las nubes hacían que la temperatura no fuese muy alta, pero la humedad era altísima. En cuestión de segundos noté que las prendas se me pegaban a la piel.

Al acercarme al edificio, me fijé en más detalles. La madera podrida, la pintura desconchada, más recortes que el Pabellón Real de Brighton. Una placa muy adornada por encima de la puerta decía MAGNOLIA MANOR.

No había ningún magnolio. Ninguna flor. El patio lateral estaba completamente invadido por plantas trepadoras.

La puerta principal estaba abierta. Al entrar, Pete y yo pasamos del calor pegajoso a un calor pegajoso un poco más fresco.

Lo que en un tiempo había sido un elegante recibidor ahora servía de vestíbulo, sin que le faltase detalle, como las escaleras con balaustrada, paredes con candelabros y techos con lámparas. El escaso mobiliario tenía el encanto de la consulta de un odontólogo. Una cómoda de madera laminada. Un sofá de vinilo. Plantas de plástico. Alfombrilla de plástico. Papeleras de plástico llenas de folletos de publicidad.

Dos hileras de placas indicaban que la casa había sido dividida en seis apartamentos. Debajo, a la derecha de los timbres, una tarjeta escrita a mano daba el número del conserje.

Llamé. Parrot respondió al tercer timbrazo.

Me identifiqué. Parrot dijo que él y Gullet estaban en el sótano y me dirigió por el pasillo central hasta la parte posterior del edificio. Se accedía a las escaleras por una puerta a la izquierda.

Le hice un gesto a Pete para que me siguiera.

La puerta del sótano estaba en el lugar indicado. Abierta de par en par.

—Cruikshank no escogió esta vieja mansión por el sistema de seguridad —comenté en voz baja.

—Tuvo que sentirse hechizado por el fabuloso diseño interior —opinó Pete.

Oí las voces de Gullet y Parrot que llegaban desde abajo.

—Y el nombre —añadió Pete—. El nombre rebosa elegancia.

La temperatura descendió medio grado cuando Pete y yo bajamos las escaleras. Abajo, el aire olía a décadas de moho y mildiu. No tenía muy claro si respirar por la nariz o por la boca.

El sótano respondía a las expectativas. Suelo de tierra. Techo bajo. Paredes de ladrillo con el mortero que se deshacía. Las pocas concesiones al siglo XX incluían una vieja lavadora-secadora, un calentador de agua y bombillas de baja potencia colgadas de cables pelados.

Los trastos se amontonaban por todas partes. Pilas de periódicos. Cajones de madera. Lámparas rotas. Herramientas de jardín. Una cabecera de cama de latón.

Gullet y Parrot estaban en el lado opuesto del sótano, con una caja de cartón abierta sobre un banco de trabajo entre ellos. El sheriff tenía una carpeta en una mano y con la otra rebuscaba en el contenido.

Ambos se volvieron al oír nuestras pisadas.

—Por lo que parece, se ha convertido en compañera habitual de nuestra forense. —Gullet tenía un estilo propio en esto de las aperturas—. No hay problema, siempre que todos tengan claro sus terrenos y límites.

—Por supuesto. —Le presenté a Pete, y le ofrecí la explicación más breve posible de su interés por el antiguo inquilino de Parrot.

—Su señor Cruikshank era un tipo con muchos quehaceres, abogado.

—Mi relación con Cruikshank es sólo indirecta…

Gullet lo interrumpió.

—El hombre se mató en mi ciudad. Eso lo convierte en mi problema. Usted es libre de acompañar a la doctora, aquí presente, pero si tiene la más remota idea de meter las narices por su cuenta, será mejor que se lo piense.

Pete no dijo nada.

—La señorita Rousseau dijo que usted buscaba a una joven llamada Helene Flynn. —La voz átona de siempre.

—Así es —admitió Pete.

—¿Puedo preguntar por qué, señor?

—El padre de Helene está preocupado porque ella interrumpió todo contacto.

—¿Y cuando encuentre a la joven?

—Se lo diré a papá.

Gullet miró a Pete durante tanto tiempo que creí que acabaría echándole con cajas destempladas. Luego dijo:

—No hay nada de malo en eso. Si mi hija desapareciese, querría saber por qué.

El sheriff cerró la carpeta y la agitó en el aire.

—Promete ser una lectura fascinante —añadió.