Agradecimientos
Por su voluntad de ayudarme, y por el conocimiento y el apoyo que me ofrecieron, estoy en deuda con muchas personas.
El doctor Ted Rathbun, de la Universidad de Carolina del Sur en Columbia (retirado), me facilitó información sobre la arqueología de Carolina del Sur. El doctor Robert Dillon, de la Universidad de Charleston, me ofreció orientación en el mundo de la malacología. El doctor Lee Goff, de la Universidad de Chaminade, es, y siempre lo será, el gurú de los insectos.
El detective Chris Dozier, del Departamento de Policía de Charlotte-Mecklenburg, me asesoró en el uso del Sistema Automatizado de Identificación de Huellas Dactilares. El detective John Appel, de Guilford County, en Carolina del Norte, del Departamento del Sheriff (retirado), y el detective investigador Joseph P. Noya. Jr., de la Unidad de la Escena del Crimen del Departamento de Policía de Nueva York, me ayudaron con los detalles policiales.
Linda Kramer, enfermera titulada, Michelle Skipper, doctorada en Administración de Empresas, y Eric Skipper, médico, me ayudaron con la descripción del linfoma no-Hodgkin.
Kerry Reichs me proporcionó la información precisa de la geografía de Charleston. Paul Reichs me suministró la información referente a los procedimientos legales y aportó unos comentarios muy útiles en las primeras versiones del manuscrito.
Muchos otros ayudaron, pero prefieren permanecer en el anonimato. Saben quiénes son. Muchísimas gracias.
J. Lawrence Angel fue uno de los grandes de la antropología forense. Su capítulo sobre el garrote español y la fractura vertebral existe de verdad: J. L. Angel y P. C. Caldwell (1986): «Death by strangulation: a forensic anthropological case from Wilmington». En T. A. Rathburn y J. E. Buikstra, Human Identification: Case Studies in Forensic Anthropology, Springfield, Illinois, Charles C. Thomas.
Mi más sincero agradecimiento a mi editora, Nan Graham. Ningún hueso roto se benefició muchísimo de tus consejos. Gracias también a la ayudante de Nan, Anna DeVries. Y gracias a Susan Sandon, mi editora al otro lado del charco.
En último lugar, gracias a mi agente, Jennifer Rudolph-Walsh, que siempre tiene tiempo para una palabra de aliento, que siempre me hace sentir inteligente. Y bonita.
Aunque Ningún hueso roto es una obra de ficción, he procurado que los detalles históricos sean todo lo cercanos a la realidad que me ha sido posible. Si hay errores, son míos. No culpen a las personas citadas.