EL REGRESO
De pronto comprendí que ya no era un prisionero, ni en cuerpo ni en alma, que no estaba condenado a la muerte […]. Mientras me quedaba dormido, dos palabras latinas merodeaban por mis pensamientos, sin razón aparente: magna mater. A la mañana siguiente, cuando me desperté, caí en la cuenta de lo que significaban […]. En la antigua Roma, los candidatos al culto secreto de la Magna Mater tenían que someterse a un baño de sangre. Si sobrevivían, volverían a nacer.
JACQUES BERGIER y LOUIS PAUWELS,
El retorno de los brujos
Son únicamente esta muerte y esta resurrección iniciáticas lo que consagra a un chamán.
MIRCEA ELIADE,
El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis
Dolena Geizerov, Dalnyi Vostok
(Valle de los Geiseres, Extremo Oriente), abril de 2004
Se sintió como si estuviera ascendiendo desde una gran profundidad, flotando hacia la superficie de un oscuro mar. Un mar sin fondo. Tenía los ojos cerrados, pero podía percibir la oscuridad que lo envolvía. A medida que subía hacia la luz, la presión que lo oprimía parecía aumentar, una presión que le dificultaba la respiración. Con gran esfuerzo, se llevó una mano al pecho. Contra su piel notó una tela suave, alguna prenda fina que apenas pesaba.
¿Por qué no podía respirar?
Si se concentraba en su respiración, advertía que ésta se tornaba más ligera, más rítmica. Su sonido le resultaba extraño, nuevo, como si nunca antes lo hubiese oído con claridad. Escuchó cómo este sonido aumentaba y disminuía con una cadencia suave, tenue.
Con los ojos aún cerrados, casi pudo visualizar una imagen rondándole cerca. Una imagen que parecía muy importante. Si pudiese atraparla… Pero apenas la atisbaba. Su perfil era vago y borroso. Se esforzó por verla mejor: tal vez fuera una especie de estatuilla. Sí, era la figura esculpida de una mujer, que refulgía con una luz dorada. La mujer estaba sentada dentro de un pabellón parcialmente entelado. ¿Acaso era él el escultor? ¿La había esculpido él? Parecía muy importante. Si al menos pudiera apartar las cortinas mentalmente y mirar dentro… Veía la figura, pero cada vez que intentaba imaginarse haciéndolo, un fulgor intenso y cegador inundaba su mente.
Hizo un sobreesfuerzo y al fin consiguió abrir los ojos; intentó enfocar la vista y observar su entorno. Se encontraba en un espacio indefinido lleno de una luz extraña, un esplendor incandescente que parpadeaba a su alrededor. Más allá se extendían las impenetrables sombras marrones y, en la distancia, un sonido que no supo identificar, semejante al de una corriente de agua.
Entonces pudo verse una mano, la que aún descansaba sobre su pecho, desvaída como un pétalo desprendido de su flor. Parecía irreal, como si se hubiese desplazado hasta allí por propia voluntad, como si fuera la mano de otra persona.
¿Dónde estaba?
Intentó incorporarse, pero se sorprendió demasiado débil para siquiera hacer el esfuerzo. Tenía la garganta seca y rasposa, no podía tragar.
—Agua —intentó decir. La palabra apenas brotó de sus labios agostados.
—Yah nyihpuhnyee mahyoo —repuso una de las voces: «No le entiendo».
Pero él sí la había entendido a ella.
—Kan Tohri Eechahs? —preguntó a la voz en la misma lengua que ella había empleado, aunque él aún no alcanzaba a identificarla. «¿Qué hora es?».
Y, aunque tampoco distinguía formas ni rostros en aquella penumbra parpadeante, sí atisbo la esbelta mano femenina que descendió para posarse con delicadeza en la suya, aún sobre su pecho. Entonces, la voz, una voz distinta de la primera —una voz conocida—, le habló al oído. Era tenue, líquida y sosegante como una canción de cuna.
—Hijo mío —dijo—. Por fin has vuelto.