Epílogo
Ocho meses después, tengo tantas ganas de hacer pis que podría matar a alguien.
–Lo sé, es incómodo–dice Sally, la ecógrafa, mientras me echa un gel sobre el vientre–. Pero espera, merece la pena. ¿De cuánto estás?
–De catorce semanas –contesto.
Trevor me aprieta la mano con fuerza y sonríe con esos preciosos ojos castaños.
Nos casamos un mes después de la boda de mi madre. No hubo ni limusinas ni niñas llevando flores. Llevé un vestido corto de color blanco y unas zapatillas rojas. Buttercup nos esperaba afuera, aullando apenada y Matt, en el último momento, se las arregló para meterla justo antes de que comenzara la ceremonia, distrayendo a la persona que vigilaba la puerta con su aspecto de actor de película.
El salón del ayuntamiento estaba a rebosar con los O’Neill y las unidades A, C y D del parque de bomberos, a la B le tocaba trabajar, Bev Ludevoorsk, Ernesto, su esposa y todo el personal del periódico, excepto Lucia, que dejó el trabajo después de su primera cita con Ryan Darling.
No fue nada espectacular. Elaina fue mi dama de honor y mi padre el padrino. Para cuando Trevor me tomó la mano y me dijo que me amaría y me cuidaría durante el resto de su vida, yo ya estaba llorando. De hecho, todo el mundo estaba llorando. Mi padre lloraba, mi madre lloraba, Elaina hipaba, Sarah, Tara... ¡Hasta Harry, y eso sí que fue raro, estaba llorando! Celebramos la boda en el Emo’s. Y fue la boda más maravillosa en la que he estado nunca.
Supongo que os estaréis preguntando por Hayden la Perfecta. Pues bien, ¿sabéis que? Trevor la dejó la noche que fui a llevarle la nota. Cuando le pregunté por qué, se limitó a contestarme «¿por qué crees tú, tonta?». Y después me besó y terminamos haciendo el amor en el descansillo de la escalera, porque no fuimos capaces de esperar a llegar a la cama.
–¿Queréis saber el sexo? –nos pregunta la técnica que está haciendo la ecografía.
–Claro –contesta Trevor.
Yo estoy concentrada en las imágenes borrosas que aparecen en la pantalla.
De pronto distingo el perfil: una nariz diminuta, la frente, los labios, una mano fantasmal. El corazón me da un vuelco y Trevor toma aire.
–Ahí le tienes –Sally sonríe.
Nuestro bebé. Ese es nuestro bebé. Miro a mi marido sin ser capaz de decir palabra. Tiene los ojos llenos de lágrimas. Sonrío emocionada y él me besa la mano.
–Oh, ¿y esto qué es? –pregunta Sally, mirando la pantalla con el ceño fruncido.
Se me hunde el estómago y una ola de frío apaga la alegría de mi corazón.
–¿Qué pasa? –pregunta Trevor, agarrándome la mano con fuerza.
–Eh... ¿sabíais que ibais a tener gemelos?
Tardo un minuto en asimilar lo que está diciendo.
–¡Madre mía! –exclamo.
Y a mi rostro asoma una enorme sonrisa.
A Trevor le tiemblan los hombros y se tapa la boca con la mano. Ríe y llora a la vez.
–¡Dios mío, Chastity! ¡Te quiero!
–Son idénticos –nos explica Sally–. ¿Los veis? Están los dos dentro de la misma placenta. ¡Qué maravilla!
–¿Y puedes decirme lo que son? –pregunto, volviendo la cabeza hacia mis bebés.
¡Mis bebés!
–Claro que sí. Son dos chicos.
–¡Madre mía! –exclama Trevor riendo–. Dios mío, ¡eres increíble! Verás cuando se entere tu padre.
Sonriendo y llorando de felicidad me llevo la mano al vientre. Mis bebés. Mis hijos. Cuatro hermanos, el Departamento de Bomberos de Eaton Falls, Trevor y ahora dos niños.
Parece que siempre voy a tener que ser como uno más.
¿Y sabéis qué? Que por mí, estupendo.