Capítulo 11
A los pocos días de la carrera, Penélope me llama a su despacho. Por su tono de voz, deduzco que voy a tener que examinar alguna parte de su cuerpo para determinar si tiene alguna enfermedad. Cuando se enteró de que estaba recibiendo el curso de Técnico de Emergencias Sanitarias, estuvo a punto de saltar de alegría. He acertado.
–¿Crees que esto puede ser una MAV? –me pregunta.
–¿Qué es una MAV? –pregunto a mi vez, agachándome para mirar.
–Una deformación arteriovenosa –contesta con un perverso deleite.
–Bueno, a mí me parece una vena varicosa –contesto mientras me levanto–. ¿Algo más?
–Sí, esta noche hay una clase de autodefensa en el gimnasio y quiero que vayas. He tenido una gran idea –dice, reclinándose en la silla–: Héroes de Eaton Falls. Podemos entrevistar a este profesor, Ryan algo, tengo el nombre por alguna parte. Se dedica a dar clases de autodefensa a mujeres. Quiere que las mujeres sean capaces de protegerse a sí mismas –yo suelto un bufido burlón–, y ese tipo de cosas. Después podemos entrevistar a algún bombero, a algún jefe de los Boy Scouts, a lo mejor a alguien que se dedique a rescatar animales... ¿Qué te parece?
–Bien, suena bien.
–Ayudará a vender más periódicos. Últimamente no han bajado las suscripciones, pero tampoco aumentan.
–Bueno, ese tipo de historias siempre ayuda a vender más periódicos –reconozco–. Eso, y los asesinatos.
–En tu familia hay un buen número de personas dedicadas a ayudar a los demás, ¿verdad? –me pregunta mientras se levanta bruscamente–. ¡A lo mejor podemos hacer un reportaje sobre eso! Imagínate los titulares: «Los O’Neill de Eaton Falls. Una familia de héroes. El heroísmo, una tradición familiar. El heroísmo corre por las venas de la familia».
El heroísmo corre por las venas de la familia hasta cierto punto, pienso, al recordar mi episodio con Kim. Aun así, siento un cosquilleo ya familiar, mezcla de orgullo e irritación.
–Bueno, es evidente que tendría un conflicto de intereses al verme obligada a escribir sobre mi familia para el periódico en el que trabajo.
–Es cierto, es cierto. Muy bien, en ese caso, si lo llevamos adelante, le asignaré el trabajo a otro redactor. Pero volvamos con los bomberos, no tienes por qué entrevistar a uno de tus familiares, ¿verdad?
–Claro que no –respondo.
No me importaría hacerles una entrevista. Por supuesto, los bomberos se merecen su fama, aunque se pasen la mitad del tiempo sentados y discutiendo como un puñado de ancianas.
–Conozco a varios tipos que podrían contarme buenas historias. Y hay muchos otros héroes desconocidos, no solo los que pensamos siempre. Podríamos entrevistar a personas que trabajan con niños con necesidades especiales, o al buen samaritano que te ayuda a cambiar la rueda del coche en medio de la lluvia, ese tipo de cosas. ¿Qué te parece?
A Penélope le gusta la idea. Hablamos un poco más y vuelvo a mi mesa. Alan está inclinado sobre Ángela y esta se inclina hacia atrás todo lo que puede sin romper su cubículo.
–Ángela ¿puedes venir un momento? –le pregunto.
–¡Sí! –exclama.
Pasa rápidamente por delante de Alan hasta mi zona. Espero un momento a que Alan vuelva al escritorio.
–En realidad no quería nada –le digo–, pero he pensado que te vendría bien que te rescatara. Considérate como un pequeño Pippin, y a mí como el noble e imperfecto Boromir, matando a una horda de uruk-hais en un desesperado intento por salvarte.
–Realmente, chicas, tenéis que salir más –comenta Pete mientras pasa por delante de nosotras.
Le ignoramos.
–Gracias –dice Ángela–. Alan es un buen hombre, pero...
–Lo sé, no es Aragorn.
–Ni siquiera es Gimli –responde Ángela, refiriéndose al personaje que mide apenas un metro veinte de nuestra trilogía favorita.
–¿Quieres que almorcemos juntas? –me propone.
–¡Claro! –contesto inmediatamente.
–¿A la una?
–Perfecto. Y ahora, debería volver al trabajo. Estoy terminando un artículo sobre recetas que pueden hacerse por adelantado –me comenta Ángela. Se interrumpe un momento–. Eh... una cosa más, Chastity.
–Claro –contestó, reclinándome en la silla.
–El otro día te vi en la Compra de Solteros –susurra, sonrojándose de una forma encantadora.
–No soy lesbiana –la interrumpo.
–¡Ya lo sé!
–Solo quería dejarlo claro.
–Bueno –continúa–, lo que quería preguntarte era si tu hermano estaba saliendo con alguien.
–¿Matt? No, no sale con nadie –me yergo en la silla–. Mi hermano es genial, ¿le conoces?
–Solo le vi en el supermercado la otra noche –susurra con el rostro completamente rosa–. Y también le vi en la carrera el fin de semana pasado.
Me quedo en silencio.
–Matt no estuvo en el supermercado la otra noche –entonces me doy cuenta–. ¿Te refieres a Trevor?
–¿Es el que le dio un beso a tu madre? ¿Con el pelo castaño, una sonrisa increíble y los ojos oscuros?
El corazón me da un vuelco.
–Sí, ese es Trevor Meade. No es mi hermano. Es un amigo de la familia.
Ángela me mira esperanzada.
–¡Ah! Bueno, ¿sabes si está saliendo con alguien?
La niña gruñona que llevo dentro protesta. «No pienso dejártelo. Estoy enamorada de él desde que tenía diez años». Además, está Hayden la Perfecta. Aunque no sé cómo están las cosas entre ellos.
–No estoy del todo segura, pero creo que, en este momento no está saliendo con nadie –Ángela se muerde el labio, sonríe y mi corazón se hunde un poco más–. ¿Quieres que le tantee?
–Sería genial –contesta–. Es un hombre maravilloso. Bueno, lo que quiero decir es que basta con mirarle para... ya sabes. Para sentir ese cosquilleo.
–Sí –admito, forzando una sonrisa–. Es muy atractivo.
No tengo nada que objetar al interés de Ángela. Trevor y yo somos amigos. Llevamos años y años siendo amigos. ¡Ah! Y la mujer a la que en otro tiempo amó, la mujer que le rompió el corazón, está otra vez en la ciudad. La verdad sea dicha, preferiría que fuera Ángela la que saliera con Trevor a que lo hiciera Hayden la Perfecta. Por lo menos Ángela es una buena persona.
En ese momento, un grito quiebra el aire.
–¡Oh, Dios mío! ¡Teddy Bear! –Lucia vuela a los brazos de Teddy Bear, que acaba de cruzar la puerta–. Teddy y yo tenemos que ir a probar los menús.
Lo anuncia con la misma expresión de triunfo con la que podría anunciar que acaba de ganar el Pulitzer.
–Que te diviertas –le digo amigablemente.
–¡Ya solo faltan seis meses para la boda! Y tenemos tantas cosas que hacer... ¡Dios mío, es increíble, Chastity! Esto es como tener otra jornada de trabajo de ocho horas.
–Me lo imagino –contesto secamente–. ¿Cuánto tiempo lleváis comprometidos?
–Cuatro años y siete meses –contesta Teddy al instante–. Vamos, ratoncita.
Se vuelve hacia Lucia, le arregla el cuello del vestido y me dirige una falsa sonrisa. Tiene una forma de pronunciar la ese que la hace sonar como un falso siseo.
–No podemos tener al restaurante esperando. Y tengo que volver al trabajo para reunirme con los accionistas.
–Teddy Bear es el vicepresidente de su empresa –presume Lucia.
–Felicidades –le digo.
–¡Adiós a todo el mundo! Tenemos que darnos prisa.
Lucia sale de la oficina con la cabeza alta y con Teddy Bear pisándole los talones.
–Si ese tipo es heterosexual, yo soy George Clooney –anuncia Pete.
Yo esbozo una mueca, pero no puedo evitar estar de acuerdo.
Al final de la jornada, paso por casa para cenar algo antes de ir a la clase de autodefensa. Agarro un pedazo de la pizza que sobró anoche. Reviso el correo de e.Commitment. Mi madre tiene cincuenta y nueve respuestas en su perfil. ¡Cincuenta y nueve! Yo solo tengo la de Matt.
¡Eh, ahí hay algo! Dejo la pizza y abro el mensaje.
Querida Chicadelapuertadealado, me pregunto si estarías interesada en que saliéramos juntos. He visto tu perfil y me ha gustado.
Hecho un vistazo a su perfil. Um, no está mal. Sus aficiones favoritas son el béisbol, patinar y salir a cenar fuera. De momento, vamos bien. Pero las tres cosas más importantes de su vida son su gato, su madre y los Red Sox.
«Lo siento, amigo». Supongo que podría soportar que fuera de los Red Sox, siempre y cuando estos estuvieran de acuerdo en no volver a ganar nunca a los Yankees, pero ese dato unido a lo del gato y la madre, implica que no hay ninguna esperanza.
Alargo la mano hacia la pizza, o, por lo menos, hacia el lugar en el que estaba. Ha desaparecido. Buttercup finge dormir junto a mi escritorio. Eructa suavemente.
–¡Qué vergüenza! –le digo mientras le acaricio la cabeza con el pie.
Golpea el suelo con la cola.
Una hora después, me encuentro con Ángela, que ha aceptado acompañarme, en la Asociación de Jóvenes Cristianos. Elaina no podía venir. Al parecer, mi sobrino ha terminado con sus nervios y la única compañía que es capaz de soportar esta noche es la de una copa de vino. Le he dejado un mensaje al profesor diciéndole que estaba elaborando un reportaje para la Gazette y que esperaba que estuviera disponible después de clase para hacerle unas preguntas.
–¡Hola, cariño!
–¡Mamá! ¿Qué estás haciendo aquí? –le pregunto, mirándola con recelo.
–Me ha mandado venir tu padre –responde–. Dice que si voy a seguir saliendo con patanes y pervertidos, será mejor que aprenda a defenderme. Hola, cariño, soy Betty, la madre de Chastity.
–Hola –saluda Ángela con su delicada voz.
–¿Papá te ha hecho venir? –pregunto.
Me quito mi sudadera del equipo de remo de Binghamton para mostrar otra de mis camisetas de El Señor de los Anillos. Se busca Elfo: Habilidades como arquero y pantalones de cuero.
–Bueno, sí. Al fin y al cabo, si me pasara algo, ¿quién iba a hacerle la comida?
–No es tu comida lo que papá quiere proteger, mamá –replico.
–El padre de Chastity y yo estamos divorciados –le explica mi madre a Ángela–. Y él está completamente amargado. Chastity, cariño, he tenido una cita adorable con ese hombre tan amable al que conocí la otra noche, Harry. Es posible que tenga intenciones serias.
Ángela me mira arqueando una ceja y después se concentra en volver a atarse la zapatilla.
–Vaya, eso es genial –miento.
La sala de artes marciales está llena de jóvenes. Todas ellas son, advierto, sorprendentemente atractivas. Me siento un poco sucia con la camiseta vieja y las zapatillas destrozadas cuando todo el mundo lleva esos irritantes chándales de bonitas rayas a los lados y camisetas cortas para revelar sus preciosas y pequeñas barriguitas. Hay mucho brillo de labios en esta sala, y demasiado maquillaje en general.
Se abre la puerta, entra el profesor y me quedo boquiabierta por la sorpresa.
Es Don New York Times.
Su presencia borra cualquier otro pensamiento de mi mente. Está aquí. ¡Don New York Times está aquí! ¡El hombre que estoy deseando conocer desde hace semanas es el profesor de autodefensa!
Mi cerebro registra vagamente un siseo de femenina aprobación que prácticamente hace que se le revuelva el pelo. ¡Y qué pelo! Rubio oscuro, suficientemente largo como para que se le rice ligeramente y para darle un aspecto descuidado y natural sin que parezca dejado. Lleva un traje de kárate negro que se cruza en el pecho, mostrando un profundo escote de piel dorada. La mano me cosquillea de ganas de acariciarle.
–¡Vaya! –susurra Ángela con el rostro sonrojado.
–¡Dios mío! –le contesto.
– Buenas noches a todas –saluda sonriendo el profesor.
Dejo de sentir las piernas. El profesor posa las manos en el cinturón y, por un momento, pienso que va a deshacer el nudo y quitarse la chaqueta. «¡Sí! ¡Sí! ¡Por favor!», una vertiginosa oleada de lujuria me invade. Pero no, no, por supuesto que no. Lo único que hace es atarse el cinturón. Mejor así. Porque, probablemente, me habría abalanzado sobre él.
–Me llamo Ryan Darling y soy cinturón negro de cuarto grado en kenpo kárate. También soy cirujano de trauma y emergencias –¡Dios mío!–, y siento tener que decir que he podido ver con mis propios ojos algunas de las lesiones sufridas por las mujeres al ser atacadas.
Mi madre chasquea la lengua a mi lado, pero yo la ignoro. Estoy demasiado concentrada en Ryan como para hacer nada más que no sea mantener la boca cerrada y tragar saliva. «Mírame», le ordeno. Pero Ryan no me mira y continúa con su discurso. Debería estar escuchándole más atentamente, pero el deseo parece haberme taponado los oídos. Seguramente, por eso comienzan a pitarme. No importa. Por experiencia sé que recordaré más adelante lo que ha dicho... habilidades que tiene una. Se mueve con una gracia felina, se coloca delante de la clase y habla de la necesidad que tienen las mujeres de aprender a defenderse.
Ryan da unas palmadas, sacándome de mi ensimismamiento.
–Muy bien, empecemos. Que todo el mundo busque una pareja. Empezaremos con los movimientos básicos, bloqueos y puñetazos.
Bloqueos y puñetazos, algo que aprendí en mi primera semana de vida. Formamos una fila e imitamos a nuestro profesor Adonis. Queda inmediatamente demostrado que soy la mejor alumna de la clase. Sí, reconozco orgullosamente mientras ayudo a la mujer que tengo a mi izquierda a colocar los pies, lo de pelearme con los hombres es en mí un don natural. Quizá eso explique en parte mi historial amoroso, pero ahí está. Corrijo la debilidad del puño de Ángela, que ni siquiera aprieta los nudillos con el pulgar, pobre corderita, y le demuestro el bloqueo con gran vigor.
Es posible que no sea la más guapa de las alumnas, ni la más pequeña, ni la que tiene el trasero más bonito enfundado en un chándal de diseño, pero es evidente que tengo una capacidad asombrosa para la defensa. Ryan está al final de la habitación, ayudando a mi madre y a otras dos mujeres. Llega su voz hasta mí.
–Eso está bien, Betty. Magnífico. Abre un poco las piernas...
¡Dios mío! Si me dijera eso a mí, le tiraría al suelo y haría lo que quisiera con él, ignorando al resto de la clase. Mis entrañas tiemblan de deseo.
Pasamos a los golpes y descubro horrorizada que algunas de mis compañeras pretenden golpear a sus atacantes en los hombros y el pecho, en vez de ir a sus patéticamente vulnerables genitales o a la nuez. Ángela levanta el puño como si fuera a darme un puñetazo. ¡Por favor! Podría haber tenido un sobresaliente en esta clase a los ocho años. Aun así, imito los puñetazos de Ryan con eficiencia y golpeo a Ángela con más fuerza de la necesaria, haciéndola trastabillar hacia atrás. Seguramente mi querido Ryan, cinturón negro y cirujano, notará mi supremacía.
Desgraciadamente, mi estrategia no está funcionando. Ryan se ocupa de aquellas que tienen más dificultades y se mueve entre las diferentes filas para corregir una postura aquí y demostrar un bloqueo más allá. Como soy tan eficiente, apenas me presta atención.
–Muy bien –dice Ryan cerca de media hora después.
Algunos de esos pobres corderitos, Ángela incluida, están empapados en sudar.
–Sois una clase magnífica, así que creo que vamos a avanzar un poco más. Brittany, ¿podrías echarme una mano?
Brittany, que tendrá unos diecinueve años, sale meciendo las caderas al frente de la sala. Su melena rubia y lisa es una cortina perfecta. Tiene los labios brillantes y gruesos y completa su imagen de rubia tonta con una risita nerviosa.
–Genial, gracias –dice Ryan–. Este movimiento os será útil en el caso de que alguien os persiga. Tenéis que agarrar del brazo a vuestro perseguidor y empujarle delante de vosotras, utilizando su propia energía en su contra. Después, le bajáis el brazo y... ¡zas! Vuestro atacante caerá dando la vuelta –imita el movimiento lentamente–. Le agarras, tiras y volteas. ¿Veis que fácil es?
Agarra la mano de Brittany y vuelve a hacerlo, aunque, por supuesto, no la hace girar. El rostro de Brittany resplandece. Se agarra a la mano de Ryan como si este estuviera salvándola de un río de lava.
–Agarrar, tirar y voltear. Muy bien, vamos a intentarlo. Colocaos con vuestras parejas y decidid quién empieza.
Me vuelvo hacia Ángela, botando ligeramente.
–No me hagas daño, Chastity –susurra, parpadeando rápidamente.
–¡No voy a hacerte daño! –exclamo–. ¡Vamos, ataca!
Otras mujeres están corriendo ya hacia sus parejas, incluida mi madre, que, advierto, es una atacante adorable. En realidad, nadie voltea a sus oponentes, aunque una adolescente se tambalea. Esta es mi oportunidad de brillar, pero Ángela retuerce la mano y cambia nerviosa de postura.
–¡Vamos! –grito–. ¡No te va a pasar nada!
Esboza una mueca, cierra los ojos y corre. Le agarro la mano, tiro y la volteo.
Ángela gira limpiamente en el aire y aterriza de espaldas en el suelo con un golpe seco. Respira con dificultad.
–¡Mierda! ¿Estás bien? ¡Oh, Ángela, lo siento mucho!
Sinceramente, no imaginaba que fuera tan ligera. La culpa y el remordimiento tiñen mi rostro de rojo. Me tapo la mano con la boca. Ángela continúa tumbada sin moverse.
–¡Ángela, lo siento!
Se ajusta las gafas, que están terriblemente retorcidas y parpadea.
–¡Un buen trabajo!
Ryan aparece a mi lado, alarga la mano y ayuda a Ángela a levantarse. Ángela se frota la espalda y me dirige una mirada cargada de reproches.
–Lo siento mucho –susurro.
–¿Estás bien? –le pregunta Ryan a Ángela.
Ángela asiente con pesar.
–Mi amiga no es consciente de su propia fuerza.
–Lo siento –repito.
Ryan Darling se vuelve hacia mí.
–¿Cómo te llamas? –pregunta, inclinando la cabeza–. Eres muy buena en esto.
–Tengo cuatro hermanos –musito con coquetería. Después, sonrío–. Hola, me llamo Chastity O’Neill.
«Menudo momento ha elegido para fijarse en mí», pienso. Pero inmediatamente le perdono. La estructura de su rostro bastaría para enviar a los antiguos griegos a la guerra, y sus ojos... Tiene unos ojos de un verde puro, como los de Derek Jeter. ¡Qué hombre! «Has hecho un buen trabajo», le digo a Dios.
Ryan me dirige una mirada tan intensa que se me doblan las rodillas.
–¿Del periódico? –pregunta suavemente.
Tiene una voz muy bonita, suave y profunda. Le imagino perfectamente diciendo «Chastity, he estado buscando una mujer como tú durante toda mi vida».
–Ajá –contesto, incapaz de articular palabra en ese momento.
–Perfecto –sonríe.
Mi parte más femenina se encoge por dentro. Después, Ryan se vuelve hacia la clase.
–Chastity ha hecho un buen trabajo. De hecho... –continúa–, ¿Chastity, por qué no vienes conmigo? Vamos a enseñarles una llave de estrangulamiento.
Me agarra la mano. «Espera un momento, Chas», me digo, «deja que continúe». Sí, me agarra la mano con su mano fuerte y cálida de cirujano y me lleva delante de la clase. Son muchos los rostros amargados que me miran y sonrío con modestia, o, al menos, eso espero, porque me siento tan triunfante como Atila conquistando Europa. ¡Chupaos esa, tallas treinta y seis!
Este tipo de cosas no suelen sucederme a mí. Por supuesto, me he sentido atraída por otros hombres, además de Trevor, a lo largo de mi vida. Pero, ¿babear por Derek Jeter y Aragorn realmente cuenta? El hecho de que Ryan, ¡Don New York Times en persona!, me esté dando la mano, aunque sea porque se está preparando para estrangularme, es maravilloso. Dejando de lado mi amor imposible y desesperanzado por Trevor, soy consciente de que nunca me he sentido tan atraída por un hombre.
–Muy bien, Chastity –susurra Ryan.
Coloca la mano en mi cuello con delicadeza, de una forma casi reverencial, y me aparta tiernamente el pelo de la cara en el proceso. No sé si es mi imaginación o realmente los ojos verdes de Ryan están llenos de esa mágica combinación de asombro y atracción. Siento un intenso calor en el rostro y mi pecho se expande casi dolorosamente. Sea lo que sea lo que vamos a hacer, quiero que sea perfecto. Quiero que Ryan Darling se sienta orgulloso de mí. Quiero asombrarle. Quiero que se enamore de mí, que se case conmigo, que tenga hijos conmigo o, como mínimo, que me pida el número de teléfono.
–De acuerdo –dice Ryan volviéndose hacia la clase.
¡Dios mío, qué pómulos! Me quedo mirando los hermosos ángulos que presenta ante mí y me fijo en la largura de sus pestañas. Son increíbles.
–Evidentemente, si os van a estrangular, tendréis que actuar rápidamente. Si se ve afectada seriamente vuestra capacidad para respirar, perderéis la batalla. Chastity, eres joven –continúa, bajando la mirada, sí, baja la mirada desde los siete centímetros de altura que me saca–, estás en buena forma –reprimo una exclamación de júbilo–, y, evidentemente, eres fuerte.
Vuelvo a sonreír. Joven, en buena forma y fuerte. ¡Adoro esas palabras! Pero, sobre todo, adoro sentir esas manos en mis hombros. Adoro sentir sus pulgares en el cuello mientras instruye a la clase sobre cómo caminar con paso firme, cómo parecer fuerte y todas esas cosas. Apenas le oigo. Lo único que siento es el calor de sus manos derramándose sobre mí, llenándome de una lenta languidez, como si fuera miel caliente lo que fluyera de ese hombre, mi futuro marido. E imagino muchas cosas más. Le imagino deslizando las manos por mis brazos, sobre mi piel desnuda, le imagino estrechándome contra su pecho y bajando los labios hasta mi boca.
De pronto, comienza a presionarme la garganta, no con fuerza, pero sí con firmeza, y antes de que mi cerebro reaccione, mi rodilla se levanta con fuerza.
Y Ryan cae como un toro en el corral. Siento liberada mi garganta, pero el hombre con el que pienso casarme algún día se retuerce en el suelo, aferrándose a la colchoneta, porque, al parecer, acabo de comprometer seriamente su capacidad para convertirse en el padre de nuestros hijos.