Capítulo 36

Afortunadamente, al día siguiente estoy tan ocupada en el trabajo que no tengo ni tiempo para pensar en Ryan, en Trevor y en Hayden la Perfecta. Estoy completamente entregada a editar el periódico, asignar artículos, a hablar con Alan sobre las cuestiones más diversas y a resolver algunas cuestiones con Penélope. Lucia me da su artículo del mes, una columna sobre cómo confeccionar una corona de flores.

–Tienes un aspecto fantástico, Lu –le digo, mientras paso a toda velocidad por delante de ella para evitar tener que comentar el artículo.

Pero me detengo de pronto y la miro con atención.

–Lucia –comienzo a decir vacilante–, ¿cómo llevas lo de Teddy Bear y todo eso?

–¡Bien! –contesta bruscamente–. Estoy bien, ¿vale?

–¿Crees que ya estás preparada para empezar a salir con alguien otra vez?

Vacila un instante y su ceño desaparece.

–¿Por qué?

–Déjame plantearlo de esta forma. ¿Quieres tener hijos?

–Dos –responde en un susurro, comprendiendo perfectamente por donde voy–. Un niño y una niña, y me gustaría que fuera en ese orden.

Vaya, vaya.

Sonrío.

–¿Te importaría quedar un día de estos con un cirujano?

Porque, seamos sinceros, no puede decirse que le haya roto el corazón a Ryan Darling. Tengo la sensación de que un encuentro entre Lucia y Ryan podría ser el principio de una gran amistad.

Decido no contarle a nadie de mi familia que he roto con Ryan hasta después de la boda de mi madre. La verdad es que no miento muy bien. Pero si Matt sospecha algo, está manteniendo la boca cerrada. O a lo mejor está demasiado concentrado en Ángela y planificando su vuelta a la universidad como para fijarse en la vida sentimental de su hermana, o en la falta de vida sentimental. Lo disimulo saliendo en un par de ocasiones con mis compañeros de trabajo, cambiando las clases de Ernesto a última hora de la tarde y viendo un par de películas con la única compañía de un enorme recipiente de palomitas. Invito a mi padre a cenar en una ocasión, pero vamos a Lake Champlain, para no tener que encontrarnos con nadie.

Curiosamente, desde que he vuelto a ser soltera y no tengo ningún posible marido a la vista, estoy más relajada. Por algún motivo, incluso más contenta. Supongo que he llegado a la conclusión de que es mejor estar sola que acompañada de la persona equivocada. Aunque esa persona sea la ideal para otra.

Evito el Emo’s. Evito el parque de bomberos. Todavía no quiero ver a Trevor.

Le pregunto a mi madre que si le gustaría que me quedara en su casa durante unos días antes del gran día.

–¡Cariño, sería maravilloso! –me dice sonriendo–. ¡Apenas te veo! Sí, claro que sí.

De modo que dos noches antes de la boda, estamos las dos sentadas en el que fuera el cuarto de estar de mi infancia, bebiendo un vino barato y disfrutando de un momento maravilloso. Buttercup duerme en mi antigua cama. Incluso desde el cuarto de estar, la oímos roncar.

–Adoras a esa perra, ¿verdad? –me pregunta.

–Alguien tiene que hacerlo –contesto.

Estudio las paredes del cuarto de estar. Hay montones de fotografías de la familia, los hijos de los O’Neill, los nietos, pérdidas del primer diente, bautizos, primeras comuniones, graduaciones, partidos de baloncesto, de béisbol, excursiones por la montaña, acampadas. Fotografías de rescates aparecidas en los periódicos, como la de Matt con los ancianos a los que rescató de una casa ardiendo. Jack recibiendo la Medalla al Honor. Lucky y su compañero cuando desactivaron una potente bomba casara en un instituto y Mark con el gatito.

Y mi padre. Está por todas partes, sonriendo, con sus ojos azules resplandecientes y desbordantemente feliz en todas y cada una de las fotografías.

–¿Dónde está la fotografía de vuestra boda? –pregunto al ver un hueco en la pared.

Mi madre suspira.

–En el armario.

Trago saliva.

–¿Puedo quedármela? –pregunto con voz queda.

–Claro.

No dice nada más, se limita a beber en silencio otro sorbo de vino

–¿Mamá?

–No quiero más sermones, cariño –me pide, desviando la mirada hacia la calle oscura.

–No, no es eso –me interrumpo–. Ryan y yo hemos roto, mamá.

Desvía rápidamente la mirada hacia mí. No parece sorprendida.

–Me lo imaginaba. Hace días que no le mencionas. ¿Por qué, cariño?

–Bueno, yo... Nosotros... Trevor, ese es el porqué.

Deja la copa de vino en la mesita de al lado de la butaca.

–¿Qué ha hecho? –pregunta en un tono de inquisidor romano.

–Nada –miento.

Pero se me llenan los ojos de lágrimas y a mi madre no le pasa por alto.

–Le quiero, mamá. Aunque él no sienta exactamente lo mismo por mí.

–¿Exactamente?

–Bueno, sé que me quiere y todas esas cosas, pero no quiere tener una relación. Conmigo, quiero decir. Cree que tenemos demasiadas cosas que perder.

–Así que has dejado a un buen prometido a cambio de nada.

Suelto un sonido burlón.

–Sí, prefiero estar sola que con alguien que no esté... a la altura –me seco las lágrimas–. No le digas nada a nadie, ¿de acuerdo?

Asiente, va a la cocina y vuelve con la botella de vino.

–Como quieras. Creo que eres muy valiente al estar dispuesta a vivir sola. O todo o nada. Vivir o morir. Por cierto, me han comentado que estuviste muy tranquila ayudando a una herida en un accidente de coche. ¡Felicidades, cariño! Me siento muy orgullosa de ti.

–Gracias, mamá.

Bebo un sorbo de vino, y quizá sea el alcohol lo que me da fuerzas para decir algo una vez más, solamente por si acaso.

–No tienes por qué casarte con Harry, ¿lo sabes, verdad? Papá te querrá hasta el día que se muera.

–Sí, a su manera –responde con amargura, y ella también se pone a llorar–. Ay, esto ya no es tan divertido. Me alegro de que estés aquí.

Solloza, río llorosa y la abrazo.

–¿Por qué no nos escapamos a Las Vegas? –sugiero.

Responde con un cachete cariñoso.

–Voy a ser muy feliz con Harry –anuncia–. Adivina cuál va a ser mi regalo de boda.

–¿Una próstata nueva? –sugiero.

–No seas mala. Un manual: La alegría del sexo.

Palidezco.

–¿Y quién está siendo ahora la mala? Cambiemos de tema. ¿No echan La oficina esta noche?

A la mañana siguiente me despierto con mi perra encima de mí y ni una gota de sangre en mis extremidades.

–¡Fuera! –farfullo mientras intento empujar a Buttercup con mis brazos sin vida–. Ya es hora de desayunar.

Me ignora y continúa tumbada como un cadáver. Le acaricio las orejas y fija la mirada en el techo.

Afortunadamente, esta noche no se va a ensayar la ceremonia. En cambio, iremos a casa de Harry para conocer a sus hijas y a sus nietos y cenar pizza.

–Muy bien, Buttercup, arriba.

Buttercup y yo nos levantamos de la cama y salimos rápidamente al pasillo, yo todavía con un hormigueo en las piernas. Se oye correr el agua en la cocina, lo que significa que mi madre está haciendo café, gracias a Dios. Creo que tengo un poco de resaca.

La puerta trasera de la cocina se abre y se cierra y llega hasta mí el sonido de unos pasos que reconozco al instante. Agarro a Buttercup del collar y voy corriendo hasta la puerta de la cocina.

–¿Qué estás haciendo aquí, Mike? –pregunta mi madre.

Contengo la respiración. ¡Por fin!

–Chastity, sabemos que estás aquí –dice mi padre–. Entra en la cocina, Chuletita.

–Buenos días –musito obediente.

Mi padre arquea una ceja y me mira muy serio, haciéndome sentir como si estuviera otra vez en el colegio. Me escabullo hasta la cafetera y me sirvo un café.

–¿Qué quieres, Mike? –pregunta mi madre, pasándose la mano por el pelo.

Ya está vestida. Y está muy guapa con ese jersey con cuentas en el cuello.

–Betty... –comienza a decir mi padre.

–¡No empieces! –le grita–. No puedes hacerme esto el día antes de mi boda. No...

–¡Cállate! –le espeta mi padre–. Escucha, esto no es lo que piensas –me mira.

–Me llevaré el café al sótano. Desde allí no oiré nada.

–No, quédate, cariño.

Mira otra vez a mi madre, le toma la mano con mucha delicadeza y la mira desde sus veinticinco centímetros de diferencia de altura.

–Betty –le dice suavemente–, has sido una esposa y una mujer maravillosa. Gracias.

Se me escapa tal sollozo que parte del café sale disparado.

–Lo siento –digo, y me tapo los ojos.

Buttercup lame el café derramado y se tumba a mis pies. Las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas.

Mi padre ni siquiera me mira.

–Espero que Harry y tú seáis muy felices juntos, cariño, y siento todas las veces que te he decepcionado –le dice a mi madre.

Ella también llora.

–Siempre te querré, Mike –susurra.

–Yo también. Y me gustaría haber sido capaz de darte lo que querías.

Me llevo el brazo a la boca para ahogar el llanto. Mi padre se inclina, besa a mi madre en la frente y la abraza. Tiene los ojos llenos de lágrimas, pero sonríe.

–¿Mike? –pregunta mi madre–. ¿Puedes hacer algo por mí mañana?

–Lo que quieras –contesta mi padre.

Y, en ese momento, parece estar hablando completamente en serio.

–¿Serás tú el que me entregues al novio?

Mi padre se seca las lágrimas y mira a mi madre a los ojos.

–Será un honor.