Capítulo 13

El sábado por la noche, cuando Christopher, Annie y Jenny por fin se acostaron, para lo cual solo tuve que amenazarlos con usar la cinta adhesiva en una ocasión, limpié el desastre que habían dejado e invité a Buttercup a sentarse conmigo en el sofá. Seguramente a Luke y a Tara no les importará que mi perro gigante se siente en su sofá, después de que sus hijos lo hayan cuidado tan adorablemente. Acaricio la enorme cabeza de mi perra y sus orejas caídas. Me permito relajarme y hago una mueca de dolor al sentir una punzada en el moratón que tengo en el muslo.

Ha sido un día divertido. No solo hemos jugado a domar caballos salvajes y a los lobos salvajes, sino también hemos organizado una maratón de Monopoly que hemos tenido que parar porque Jenny insistía en intentar comerse los hoteles. Hemos ido a hacer una caminata, hemos comido batidos y hamburguesas, hemos hecho un zoo con el Lego y hemos visto Esperando a Nemo. Después he fingido que era un bebé gigante. Deambulaba por la casa llamando a mis padres y los dos hermanos mayores se abrazaban muertos de la risa. Después ha venido la cena que consistió en nuggets de pollo con forma de dinosaurio, bastante buenos, el baño, la hora del cuento, la hora de saltar encima de la tía, la hora de llamar a mamá y a papá, la hora de irse a la cama para las más pequeñas, una partida de Monopoly versión rápida y hora de irse a la cama para Christopher.

Sinceramente, creo que después de correr la Maratón de Nueva York no estaba tan cansada. Tengo agujetas en músculos que ni siquiera sabía que existían. ¡Y yo que pensaba que el remo era un deporte agotador! La maternidad es mucho peor. Y mañana tengo que volver a hacerlo. Sin embargo, descubro que estoy sonriendo. Jenny estaba tan mona en la cuna, levantando las piernas al aire. Annie, que es un demonio de niña, se transformó en un angelito con el cansancio, y se aferraba a mí cuando la metía en la cama. Y Chris, bueno, ese niño siempre es genial. Y ninguno de ellos se ha hecho nada más que alguna pequeña herida, afortunadamente.

Es curioso, pero en las únicas ocasiones en las que no me da miedo la sangre es cuando hay un niño herido. El año pasado, Graham se cayó y se rompió el labio y yo le administré el hielo y los bombones, la cura más eficiente de los O’Neill para cualquier herida. En una ocasión, Claire se hizo una herida bastante seria en la rodilla cuando estábamos montando en bicicleta, y aunque me temblaron un poco las manos mientras se la limpiaba, no me desmayé. Por supuesto, Olivia es capaz de convertirme en gelatina cuando se le mueve un diente, pero si de verdad me necesitara, creo que sería capaz de reaccionar. Me gusta saber que mi instinto maternal es superior a mi fobia a la sangre.

Buttercup suspira, haciendo aletear sus carrillos.

–¿Quién es la niña más buena del mundo? –ronroneo, y sacude cuatro veces la cola.

Todavía es un cachorro, solo tiene diez meses, pero se comporta como si tuviera ciento cuatro años. Se tumba perezosa en el sofá para que le rasque la barriga.

–No importa –le digo, y le tiro de las orejas solo por diversión.

Parece un cruce entre un perro y una liebre, un cruce muy feo, como si fuera un experimento científico que ha salido mal.

–Creo que eres maravillosa. Única. Excepcional –le tiro de los carrillos y resopla feliz–. ¿Quién es la perrita más guapa? Mm, ¿Buttercup? –le junto las orejas debajo de la barbilla y decido que se parece a la tía Jemima.

Suena el teléfono. Afortunadamente, he tenido la precaución de dejarlo cerca para evitar cualquier movimiento innecesario.

–La Superniñera al teléfono –contesto, pensando que es Lucky.

–Hola, Chastity, soy Trevor.

Miro el reloj de la repisa de la chimenea. Son las diez menos cuarto de un sábado por la noche. Me sorprende que no tenga una cita.

–Hola, Trevor, ¿cómo estás?

–Estoy bien. ¿Cómo van las cosas por allí? ¿Todavía estás de una pieza?

–Solo llevo dieciséis horas y creo que tendría que ir a una clínica y pedir que me hicieran un par de transfusiones para estar bien –contesto, y me alegro de oírle reír. Buttercup suspira otra vez y le acaricio con el dedo los carrillos–. ¿Qué querías, Trevor?

Se queda en silencio.

–Bueno –dice por fin–, me preguntaba si tenías el número de teléfono de esa chica.

Suelto el aire que no sabía que estaba conteniendo.

–Sí, claro. Mira, Ángela Davies, 555-1066.

–Es increíble, ¿cómo puedes acordarte?

–Batalla de Hastings, mil dieciséis. Guillermo el Conquistador invade Bretaña.

Se echa a reír.

–Impresionante. ¿Te sabes el mío?

Nunca he llamado directamente a Trevor, así que no puedo reconocer que sí, aunque, claro que me lo sé. Que en un momento de debilidad, en realidad, un mes de debilidad, busqué su nombre en Google y leí todos los artículos de la Eaton Falls Gazette de los últimos años en los que le mencionaban, y había tres, y que memoricé su número de teléfono la primera vez que lo vi en Switchboard.com. Es el 555-1021. Mil veintiuno. El veintiuno de octubre se celebra el Día del Amor, aunque parezca increíble. Claro que me acuerdo. Y no solo me acuerdo de su maldito teléfono, sino de su dirección, que arde permanentemente en mi cerebro.

–¿Tu número de teléfono? Eh, no –miento, aunque soy consciente de que la pausa ha durado demasiado–. La verdad es que no.

–555-1021. Solo por si acaso.

–Ya no se me olvida –no se me ocurre qué otra cosa decir.

Trevor también se queda callado.

–¿Vas a quedar con ese hombre, Chas?

–¿Con Ryan? –pregunto, como si tuviera donde elegir.

–Sí.

–Pues la verdad es que sí. Vamos a cenar juntos la semana que viene –contesto–. Pero es una cita de trabajo. Una entrevista, ya sabes.

«Te lo digo por si acaso te apetece pasarte por aquí e invitarme a salir a mí en vez de a Ángela», pienso.

–¡Ah! –dice Trevor–. Parece un hombre agradable.

–Sí, es un hombre agradable –balbuceo.

–Bueno, Chas, gracias por darme el número de Ángela.

–De nada –contesto, apoyando la cabeza en el respaldo del sofá–. Que te vaya bien.

–Buenas noches, Chas.

Sigo con el teléfono pegado a la oreja durante más de un minuto, a pesar de que Trevor ha colgado, y llamo a Elaina.

–¿Qué te pasa, cariño? –me pregunta, masticando algo crujiente.

–Voy a salir con el médico al que le di una patada en los testículos –le cuento, intentando reemplazar la imagen del rostro de Trevor por la de Ryan.

–¡Genial! ¡Vaya, Chas! Le he visto por el hospital –Elaina es enfermera de pediatría–. La verdad es que nunca me mira, y no porque yo no llame la atención. Porque estoy bastante bien, ¿verdad?

–Estás muy bien –contesto entre risas.

–Y, que yo sepa, no está saliendo con nadie del hospital, porque si no, seguro que alguien lo habría comentado. Y es un hombre maravilloso, ¿sabes? Qué gran noticia –se interrumpe en medio de su perorata–. ¿Todavía estás ahí?

–Sí.

–Entonces, ¿cuál es el problema?

Tardo algunos segundos en contestar.

–No hay ningún problema –digo con firmeza.

–Vamos, Chastity –suspira–. No estarás pensando todavía en Trevor, ¿verdad?

Oírla decirlo en voz alta es tan doloroso como un puñetazo en el estómago.

–Bueno –empiezo a decir. Bajo la voz, porque me resulta más fácil decir esas cosas en voz baja–. Todavía siento algo por él. Fue mi primer amor, ¿recuerdas?

Por lo menos Buttercup se muestra compasiva. Estira su enorme pata y la apoya en mi hombro con un suspiro.

–Sí, bueno, Mark fue mi primer amor y ya ves lo felices que somos ahora. Mira, Trevor es un gran hombre, ¿de acuerdo? ¡Si hasta es el padrino de Dylan, por el amor de Dios! Pero también tiene sus cosas, ¿sabes? –se interrumpe–. Y él también ha tenido sus oportunidades. Supongo que sabes a lo que me refiero.

Claro que lo sé.

–Sí, sí, claro, tienes razón, Elaina. Supongo que el problema es que ahora le estoy viendo mucho más de lo que estaba acostumbrada –trago saliva–. En cualquier caso, voy a quedar con ese médico. Bueno, en realidad he quedado para hacerle una entrevista de trabajo, pero yo tengo la sensación de que es una cita.

–¿Y qué te dijo ese médico tan encantador? ¡Cuéntamelo todo!

Se lo cuento. E incluso consigo transmitir un entusiasmo sincero, puesto que, realmente, Ryan es una gran perspectiva. Y no vuelvo a pensar en Trevor otra vez. Nada en absoluto.