Capítulo 4

Cuando estaba en sexto grado, Elaina y su familia llegaron a vivir a Eaton Falls y si alguna vez ha habido una adolescente con una peor predisposición que ella, yo no la he visto. Fascinada por la actitud, el ligero acento y el maquillaje que cubría su rostro, decidí inmediatamente que tenía que hacerme amiga suya.

–Hola –la saludé en el primer recreo de ese primer día.

Elaina estaba sentada en un banco, al borde del patio.

–¿Qué quieres? –me preguntó, apartándose el pelo de la cara con un gesto de delicioso desdén.

–Soy capaz de hacer cien flexiones en la barra seguidas –le informé.

–Hazlas –contestó, chasqueando los dedos.

Obedecí, me gané su admiración y ya no hubo marcha atrás.

Durante todos los años de instituto, universidad, posgrado y demás, Elaina siempre ha estado a mi lado, y yo al suyo. Y ella es la única criatura sobre la faz de la tierra a la que le he hablado de Trevor.

Cuando estábamos en el instituto, Elaina le pidió a Mark que la acompañara al baile de promoción, y el resto ya es historia. Se casaron hace cuatro años y Dylan nació dos años después. Mark comenzó a mostrarse más nervioso de lo normal y las cosas fueron tensándose. ¿Y cómo se enfrentó mi hermano a las presiones de la vida familiar? Se le ocurrió tener una aventura de una noche. Por supuesto, es algo de lo que se arrepiente profundamente y lo demuestra a la manera de un reprimido emocional, fustigando a aquellos que más quiere. Obviamente, Elaina no le ha perdonado porque Mark todavía no le ha pedido perdón y permanecen en esa ridícula situación de distanciamiento, separados, pendientes de un divorcio, adorándose, odiándose, peleándose constantemente y lamentando amargamente todo lo que han perdido.

–Ese estúpido de tu hermano –comienza a decir Elaina una noche que estamos sentadas frente a la pantalla de mi ordenador.

Estoy rellenando un cuestionario y Elaina me ayuda con las respuestas. Buttercup ronca suavemente a nuestros pies.

–¿Qué ha pasado ahora? –pregunto con resignación.

–Dice que no está dispuesto a pagar el campamento de fútbol de Dylan.

–Dylan solo tiene dos años, Elaina –le digo, desviando la mirada de la pantalla.

Mark se ha quedado con su hijo este fin de semana y Elaina y yo estamos en mi casa, bebiendo Chardonnay y registrándome en e.Commitment, un proceso degradante, humillante y divertido.

–¿Y? Los mejores siempre empiezan muy pronto. No contestes que sí a eso, cariño. Es una pregunta con trampa –se inclina y lee en voz alta–. «¿Encuentras atractivos a muchos hombres»? ¿Lo ves? En realidad, están preguntándote que si eres una mujer atrevida, que si te gusta el sexo en grupo y ese tipo de cosas.

–¿Estás segura? –asiente con firmeza–. Muy bien, contestaré negativamente, ¿qué te parece? Yo creo que Dylan debería por lo menos haberse quitado los pañales antes de ir a un campamento –añado, intentando razonar con ella.

Elaina suspira.

–Lo sé, estoy loca. Solo lo he comentado como algo que me gustaría que Dylan hiciera cuando sea mayor, ¿de acuerdo? Y lo único que se le ocurre a Mark es decirme que no lleve a Dylan a ningún campamento sin hablarlo antes con él. Y a mí solo se me ocurre contestarle que no me diga lo que tengo que hacer con mi hijo y que es un miserable que, además, me ha engañado. Al final, hemos terminado gritándonos y colgando el teléfono. ¿Quieres otra copa de vino? Y Buttercup, aparta tu huesuda cabeza de mi pie o voy a darte una patada en el trasero.

–No seas mala con mi perra –la regaño–. Y sí a lo de la copa de vino.

Me estiro y me froto el cuello, que tengo en tensión por haber estado tanto tiempo inclinada sobre el teclado. Después, me agacho para acariciar a mi maltratada perra.

–¿Sabes, Elaina? Un psiquiatra podría decirte algo sobre todas esas peleas y esos gritos.

Elaina sacude la cabeza con un gesto que he intentado imitar durante años, hasta que he sido consciente de que mis genes irlandeses carecen de la gracia y el desdén latino necesarios para ejecutarlo.

–¿Y qué diría, sabelotodo?

–Que todavía estás enamorada de él y que esa clase de peleas son una forma de continuar teniendo una relación apasionada con mi hermano, aunque no sea ese el tipo de apasionamiento que realmente deseas.

–Tonterías, doctora Joy Browne. Voy a por el vino.

Sonrío, termino de acariciar la cabeza de Buttercup y acabo también con mi perfil. «Perfil». Suena como algo propio del FBI. «Encaja en el perfil de una asesina en serie, señora O’Neill». Por supuesto, no tengo nada de lo que avergonzarme. Hay montones de personas que quedan a través de Internet. Además, no hay que dejar ni una sola piedra por remover y todas esas cosas. Aun así... me resulta humillante tener que acudir a una página web para encontrar pareja. Jamás imaginé que llegaría a los treinta, y menos aún a los treinta y uno, sin tener un marido al que adorar y un par de hijos.

El perfil incluye una sección de personalidad de nada menos que ciento seis preguntas, una descripción física de cuarenta y dos preguntas, otra descripción de mi cita ideal, a elegir entre veintitrés opciones, y un nuevo correo electrónico y un nombre de usuaria. Decido llamarme «Chicadelapuertadealado».

e.Commitment presume de haber promovido cientos de contactos, y posiblemente sea cierto. Habla de personas que han conocido a su alma gemela a través de la página. Pienso en ello durante unos segundos. A lo mejor, probablemente no, pero a lo mejor sí, esta es la manera de que encuentre al hombre de mi vida. El hecho de que la imagen de Trevor aparezca inmediatamente en mi cerebro es bastante irritante. Me obligo a dejar de pensar en él. Derek Jeter. Mm. Bueno, a lo mejor un jugador de béisbol multimillonario está fuera de mi alcance. Aragorn a caballo. Sí, eso es. Muy bien, muy bien. Tampoco es muy realista... El tipo que estaba en el restaurante la otra noche. ¡Ya está! Don New York Times, claro. Es tan guapo y tan atractivo como Trevor. Y asumamos que también tiene un buen corazón. Y es un hombre divertido. Fuerte, pero vulnerable. Callado, pero expresivo. Sensible y estoico.

Elaina regresa al pequeño estudio que está justo al lado del cuarto de estar. Matt trabaja esta noche, así que tenemos toda la casa para nosotras.

–Esta casa es fantástica, cariño –me dice mientras me tiende la copa.

–Lo sé. Me encanta –contesto–. Creo que voy a pintar esta habitación de amarillo, ¿qué te parece?

Elaina siempre ha tenido mucho gusto para los colores.

–Perfecto. ¿Ya has terminado de rellenar eso? –me pregunta, golpeando la copa con la uña.

–Sí, aunque no creo que funcione, Elaina –Buttercup gruñe como si quisiera mostrar su acuerdo.

–¿Cómo lo sabes? Siempre es mejor que estar llorando por los rincones...

–Yo no le lloro a nadie. ¡El teléfono! –salvada. Contesto–. ¿Diga?

–Hola, Chastity, soy mamá –su saludo habitual–. ¿Has rellenado el formulario?

Fue mi madre la que me dijo que e.Commitment es la página web con mayor porcentaje de citas. Lo había descubierto después de una larga y exhaustiva búsqueda de cincuenta minutos.

–Además, estoy estudiando francés. Tu padre está tan celoso que apenas me habla. ¿Quieres que vayamos a teñirnos el pelo la semana que viene?

–Hola, mamá –hago una mueca y finjo que me ahorco mirando a Elaina–. Eh, sí. Me parece muy bien. Nada que comentar y, en realidad, no. ¿Algo más?

–Cariño, ¿ha visitado alguien tu perfil? Tu padre se ha puesto furioso cuando le he hablado de la página. Me ha dicho que si es así como funcionan las citas, lo único que voy a conseguir es que algún loco me estrangule.

–Qué romántico. Acabo de rellenar el formulario, mamá. Elaina está aquí. Estamos...

–¿Y? Revisa tu correo. A lo mejor ya has recibido alguna visita.

Tapo el auricular con la mano.

–Creo que ha tomado anfetaminas o algo así. Habla con ella.

–Hola, mami –la saluda Elaina, ganándose cien mil puntos por llamar así a su suegra.

Mi madre adora a Elaina. Las excentricidades de Elaina siempre le parecen encantadoras, mientras que las de sus retoños son siempre motivo de enfado y descontento. Mantienen una conversación de lo más alegre, con risas y todo. Obediente, reviso mi correo y ante mis asombrados ojos aparece ¡un mensaje!

–¡Tengo un mensaje! –anuncio con orgullo.

La cola de Buttercup me golpea la espinilla.

–Ha recibido un mensaje –transmite Elaina–. Claro que sí, mami. Aquí la tienes.

Me pasa el teléfono y agarra un puñado de Doritos del cuenco que tan consideradamente le he ofrecido.

–¿Sí?

–¿Y?

–¿Y qué, mamá?

–¡Lee ese mensaje! Solo tienes uno, ¿verdad?

–He terminado de rellenar el formulario hace cinco minutos. ¿Cuándo terminaste de rellenar el tuyo?

–Hace media hora.

–Genial. ¿Y has tenido alguna visita? –pregunto.

–Sí, alguna.

Por el tono, que ha transformado sospechosamente en un tono delicado y amable, sospecho que oculta algo.

–Bueno, más de una. Pero no te lo tomes como algo personal, Chastity. Estoy segura de que tú también llegarás pronto a las veintitrés.

–¿Has recibido veintitrés visitas, mamá?

Buttercup gruñe en medio de su sueño.

–¡Dios mío! –exclama Elaina–. Pásame el teléfono. ¿Mami, estás de broma? ¡Es genial! ¿Y alguna cita?

Mientras ellas hablan, miro mi mensaje, que lleva el insípido título de «Hola». ¡Qué demonios! Lo abro.

Chicadelapuertadealado.

Me ha gustado mucho tu perfil. Creo que tenemos muchas cosas en común. Consulta mi perfil y si te interesa, escríbeme.

Futuromarido

Bueno, por lo menos el nombre de usuario que ha elegido es prometedor.

–¡Estás de broma! –grita Elaina–. ¡Chastity, tu madre ya tiene cuatro citas! ¿No te parece increíble?

–Sí, es increíble –farfullo.

Hago clic en el perfil de Futuromarido, mirando impaciente la lista de atributos. En lo referente a su atractivo, se da seis puntos sobre diez. Me pregunto cómo debo traducir eso. ¿Gollum? ¿Freddy Kruger? Sigo y veo que le gustan las actividades al aire libre. Perfecto. Disfruta de la buena comida. Sinceramente, ¿hay algún ser vivo que no lo haga? Y también le gusta la comida basura y los consiguientes peligros intestinales. Decido perdonarle y continúo. Dice que es deportista. Fantástico. Y que tiene intención de formar una familia. Estupendo. Suena muy bien, la verdad.

Elaina me devuelve el teléfono.

–¡Mira, aquí tengo otra! –mi madre me taladra el oído–. «Querida Maduraysabia, me encantaría que quedáramos para tomar un café. Vivo en Thurman y estaría encantado de acercarme a Eaton Falls y comprobar si es posible que seas tan maravillosa como pareces». ¡Qué divertido! ¿Verdad, Chastity?

–Sí –miento.

–Y aquí llega otro. No me puedo creer que haya tardado tanto en dejar a tu padre. ¿Cuántos has recibido tú? –me pregunta.

Revisto la lista.

–Solo uno.

–Bueno, cariño. No te preocupes. Y, en realidad, solo hace falta uno, ¿verdad?

El teléfono móvil me taladra el oído.

–Mamá, tengo otra llamada. Te llamaré, ¿vale? –presiono el botón para atender la siguiente llamada–. Demo...

–Hola, Chastity, soy papá. ¿Sabes que tu madre se ha registrado en una de esas ridículas páginas web? ¡Va a conseguir que la maten! No tienes que alentarla. Lo único que quiero es que la llames, ¿de acuerdo? Adiós.

Cuelgo el teléfono suspirando.

–Tengo hambre –le digo a Elaina–. ¿Preparamos algo de cenar?

–¿Cuando dices «preparamos» te refieres a mí? –pregunta atusándose el pelo.

–Claro, Elaina. ¿Te importaría preparar algo fabuloso a partir de la exigua oferta que puedas encontrar en mi cocina, por favor?

–Claro, cariño, me encantaría.

Me revuelve el pelo, pasa por encima de Buttercup y se dirige a la cocina meciendo las caderas. Le encanta cocinar, algo completamente incomprensible, aunque muy conveniente para mí.

Vuelvo a mirar el perfil de Futuromarido y decido contestar el correo inmediatamente.

Querido Futuro marido.

Me gusta tu perfil. Cuéntame más cosas sobre ti. ¿A qué te dedicas? ¿Tu familia es de la zona? ¿Qué clase de deportes practicas? No serás de los Mets, ¿verdad?

Le envío el correo complacida. Dejaré que aporte más información sobre sí mismo antes de hacerlo yo. Todavía tengo cierto recelo por los seis puntos sobre diez, pero esto solo es una prueba. Además, los hombres no tienen ni idea de cómo valorarse. Al fin y al cabo, Jason se consideraba demasiado atractivo para mí. Yo me he puesto a mi misma un siete, lo que considero bastante honesto. Y en cuanto me corte el pelo, subiré al siete y medio.

El teléfono vuelve a sonar. Por el identificador de llamadas veo que es una llamada hecha desde el parque de bomberos. Supongo que volverá a ser mi padre.

–Hola, papá.

–Hola, Chuletita –parece estar riéndose y no es la voz de mi padre.

–¿Trevor?

Me llevo la mano a la mejilla, repentinamente caliente. Elaina está cantando en la cocina.

–¡Hola! Lo siento, sí, soy Trevor, ¿cómo estás?

–Estoy bien.

¿Cómo es posible que yo, con un máster de periodismo de la Universidad de Columbia, no sea capaz de responder de forma más ingeniosa?

–Genial, quiero decir. ¿Y tú? –cierro los ojos–. Creía que habíais tenido una salida.

–Solo ha salido un coche.

–Oh –otra respuesta cautivadora.

Trevor se queda en silencio durante algunos segundos.

–El capitán me ha ordenado que averigüe si mamá va a tener de verdad una cita –dice en voz baja.

Trevor llama «mamá» a mi madre desde que tiene dieciséis años. Y el capitán es mi padre, por supuesto.

–Sí, supongo que sí.

Dejo caer ligeramente los hombros. Debería haberme imaginado que no me llamaba por razones puramente sociales.

–Cuesta creer que de verdad esté buscando novio –comenta Trevor.

–Sí.

–Bueno, muy bien, Chas. Será mejor que cuelgue. Nos vemos.

–Gracias por llamar. Adiós. Cuídate –parezco una estúpida.

Afortunadamente, en ese momento suena un ding en mi ordenador. Chicadelapuertadealado, tienes un mensaje. ¡Hurra! ¡Futuromarido ha vuelto!

Querida Ch.

Soy admirador de los Yankees, no te preocupes. Y pertenezco a una familia numerosa. En cuanto a los deportes y las aficiones, me gustan los deportes de montaña, el ciclismo y el piragüismo. ¿Y tú? ¿Cuáles son tus aficiones? ¿Tienes alguna mascota? ¿Y por qué eres la chica de al lado?

–¡La cena estará lista en diez minutos! –grita Elaina mientras hace sonar la sartén–. ¡Quesadillas de pollo!

–¡Dios te bendiga, Elaina! Ahora mismo voy, en cuanto conteste este mensaje.

Futuromarido parece... genial. Amable, bueno y dulce. Le contesto inmediatamente.

Yo también tengo una familia numerosa. Me gusta la montaña y remar en bote individual. Tengo montones de sobrinos. Me gustan los animales. Tengo un perro que babea y adoro a los Yankees.

Envío el mensaje y espero. Treinta segundos después, ¡din! Tengo otro mensaje. ¡Yupiii! Lo abro inmediatamente.

–¿Chastity?

¡Oh, Dios mío! Futuromarido me conoce. ¡Mierda! ¿O será una buena noticia? Tecleo.

–¿Sí?

–Soy Matt.

Me tapo la boca para amortiguar una carcajada, o un grito de horror, agarro el teléfono y marco el teléfono de Matt.

–¿Diga? –contesta con la voz atragantada. Apenas puedo respirar–. Eres repugnante –me dice–. Intentando salir con tu propio hermano.

–Tú escribiste antes, pervertido.

Me paso la mano por los ojos intentando controlarme, pero no tiene sentido. Terminamos riéndonos mutuamente horrorizados durante un par de minutos.

–No le cuentes esto a nadie, Matthew.

–Lo mismo digo –contesta riéndose.

–Me cuesta creer que tengas problemas para encontrar mujeres –le digo cuando nos calmamos–. ¡Ah! Por cierto, deberías ponerte un diez. ¿Un seis y medio? ¡Qué va! Pero si te pareces a Mel Gibson.

–Cuidado...

–Bueno, no al Mel borracho y arrugado por el sol, sino al joven, al Mad Max de Road Warrior. Eres un hombre muy atractivo, Matt.

–Bueno, ya sabes que se hace raro rellenar todas esas tonterías –contesta–. Conozco a muchas mujeres, pero ya sabes cómo es esto. Todavía no he conocido a la mujer que busco. Pensé que esta podría ser una manera de atajar. Esto de la soltería se me está haciendo largo. No quiero vivir con mi hermana el resto de mis días. No te ofendas, Chas.

–No me ofendo –contesto–. Bueno, me mantendré al tanto por ti. Y tú haz lo mismo por mí.

–Claro. Aunque la verdad es que no conozco a nadie con quien pudieras salir. Todos los hombres que conozco son bomberos, y tú no quieres terminar como mamá, ¿verdad?

–Mamá tiene ya treinta y tres visitas en su perfil, Matt. Y solo se ha registrado hace una hora.

–¡Vaya! Yo he conseguido catorce en todo el día. ¿Cuántas has tenido tú?

–En cuanto aumentes el grado de atractivo tendrás más –contesto, ignorando sutilmente su pregunta–. Ahora tengo que cortar. Elaina acaba de hacer la cena.

–¡No le cuentes nada de esto! ¡Y déjame algo de cena!

–Muy bien. Hablaremos más tarde.

Compruebo si he tenido algún otro mensaje, la respuesta es no. Suspiro. Mi buen humor ha desaparecido. Llevo cuarenta minutos registrada. Mi madre ha recibido veintitrés visitas en ese tiempo. Yo solo una, y de un hermano.

–Vamos, deja de compadecerte –me dice Elaina desde el marco de la puerta–. Verás todo mucho mejor después de comerte una quesadilla.

Apago el ordenador y, durante unos segundos, me permito recordar la voz de Trevor. Después, sacudo la cabeza y me voy a cenar con mi amiga.