Capítulo 32
Algo ha muerto dentro de mí. No es el pensamiento más agradable para disfrutar de un fin de semana romántico con un novio maravilloso, ¿verdad?
Ryan y yo nos registramos en el SoHo Grand Hotel, un lugar tan elegante y pijo que hasta las camareras de habitación van vestidas mejor que yo. Pero al parecer, Ryan es un cliente regular, porque el conserje le recibe con un:
–Me alegro mucho de volver a verle, doctor Darling.
Nos enseñan nuestra mortalmente chic habitación de hotel, una suite situada en una esquina del edificio con una decoración minimalista y unas vistas espectaculares de la ciudad.
–Es maravilloso, Ryan –le digo después de que le dé la propina al botones, un aspirante a actor casi tan atractivo como el propio Ryan.
–Bueno, quería que fuera algo especial –reconoce un poco avergonzado. Después me besa y mira hacia la cama–. ¿Te importa...?
–¿Sabes, Ryan? Estoy un poco cansada –le digo.
No es mentira. La verdad es que estoy cansada de comparar a los dos hombres de mi vida. Perdón. No hay dos hombres en mi vida. Solo hay uno.
Nos tumbamos en esa cama tan bella como sedosa dándonos la mano. Le hablo un poco de la época en la que acababa de graduarme, de las zonas por las que me aventuraba cuando trabajaba en Newark y venía a la ciudad en busca de diversión. Él habla adorablemente de su interminable residencia en Columbia, de sus malos momentos, del restaurante de comida tailandesa que frecuentaba, de los rincones de Central Park en los que se relajaba.
Al mirar a Ryan, no siento ese anhelo de fundirme con mi alma gemela que siento con Trevor. Habría mucho que decir al respecto. Si no me equivoco, Ryan va a plantear la pregunta crucial este fin de semana y yo voy a aceptar. Ya está bien de continuar deseando un imposible. Aquello que ha muerto en mí terminará endureciéndose y rompiéndose en mil pedazos, como le ha pasado a mi madre.
Tomamos una copa en el bar del hotel, una copa moderna y deliciosamente cara. ¿Quién iba a imaginar que un martini podía costar veinticinco dólares? Y vamos después a Broadway a ver Wicked. Me encanta el espectáculo. Es maravilloso. A continuación cenamos en el Rainbow Room. Como mi novio es un cirujano rico, no tengo ningún reparo a la hora de pedir un filet mignon y otro martini de lujo. Después vamos a bailar y, por supuesto, Ryan es un gran bailarín.
–Se te da muy bien –le digo.
Levanto la cabeza para sonreírle, puesto que he tenido la sensatez de ponerme zapatos planos.
–Las clases de baile formaron parte de mi educación. En séptimo grado –confiesa.
–Nunca he bailado con un hombre que supiera exactamente lo que estaba haciendo.
–Tú también bailas muy bien –me dice, y me da un beso en la mejilla.
–Te quiero –le digo, más por mí que por él.
–Yo también te quiero –responde–. De hecho –me suelta la mano para buscar algo en el bolsillo de su chaqueta–, estoy esperando que me concedas el honor de convertirte en mi esposa.
¿Qué canción está sonando? No la reconozco. Ryan sonríe y me desliza una sortija en el cuarto dedo de la mano izquierda.
–Es maravilloso –le digo.
Y es cierto, un anillo de platino con una esmeralda flanqueada por dos diamantes diminutos. Es espectacular, parece salido de la revista del New York Times.
–¿Quieres casarte conmigo? –me pregunta, más por protocolo que por ninguna otra razón.
–Sí.
Le rodeo el cuello con los brazos y le beso. La gente que está a nuestro alrededor aplaude y sonríe.
«Esta será mi vida», pienso mientras paseamos por la ciudad. El aire es seco y claro, una ligera brisa me revuelve el pelo, el olor a pan recién hecho perfuma el aire. A nuestro alrededor, Manhattan bulle y centellea. Alzo la mano para ver la sortija y Ryan sonríe.
–Mis padres se van a poner muy contentos.
–¿De verdad? –pregunto.
Ryan se echa a reír y me aprieta la mano. Mi cabeza se llena de imágenes del Día de Acción de Gracias y la Navidad con el doctor y la señora Darling, y con Bubbles. Son tan surrealistas como un cuadro de Dalí.
–Los míos también.
–Por supuesto.
Intento no elevar los ojos al cielo y, en cambio, imagino a Ryan manteniendo su posición en el partido que jugamos todos los días de Acción de Gracias. Una actividad que, aunque suene muy deportiva y amable, se convierte en un juego creativo y bastante sucio en el momento en el que suena el silbato. Por supuesto, ninguno de nosotros querrá dañar las dotadas manos de Ryan, de modo que tendrá una excusa para no participar. Pero seguro que será divertido.
Dormimos hasta tarde, salimos a almorzar y pasamos la tarde de compras en Saks, comprando principalmente cosas para Ryan, para ser sincera. Necesitaba algunos trajes nuevos, aunque tiene la amabilidad de comprarme un par de prendas de lencería fabulosas y dos pijamas de seda. Quizá sea una indirecta sobre la vieja camiseta de los Yankees con la que normalmente me meto en la cama. Volvemos al hotel y allí llamo a mi madre para darle la noticia.
–¡Oh, Chastity, cariño, es maravilloso!
Se ofrece a invitar a mis hermanos y a sus familias a comer mañana en su casa para que Ryan y yo podamos anunciar en directo nuestro compromiso.
–Claro, me parece genial.
Ryan también llama a sus padres y hablo con su madre por teléfono.
–Por favor, llámame Libby –me pide–. Puedo recomendarte unos diseñadores muy buenos para el vestido.
El padre de Ryan también se pone al teléfono.
–Bienvenida a la familia –me dice con calor.
Intento olvidar que me ha visto desnuda.
Después, Ryan toma el teléfono y responde a preguntas sobre fechas, lugar y ese tipo de cosas. Yo me asomo a la ventana de nuestra carísima habitación y contemplo el Empire State.
«¿De verdad me está pasando a mí?», me pregunto. No me parece real. Yo no encajo en un hotel como este. La sortija, aunque me quede bien, parece sacada de una película. Y aunque llevo fuera menos de veinticuatro horas, echo de menos mi casa. Echo de menos a Buttercup.
–Será mejor que llame a mi padre –digo cuando Ryan cuelga el teléfono.
Miro el reloj. Son más de las cinco y mi padre trabaja de turno de noche esta semana, así que estará en el parque de bomberos. Con Trevor, como siempre. Pero no debo pensar en eso.
–Bueno, en realidad, tu padre ya lo sabe –Ryan sonríe–. Le pedí permiso.
–¡Ah! Bueno, me parece un poco anticuado, pero gracias, supongo.
Marco el teléfono de mi padre.
–¿Estás contenta, Chuletita?
Oigo de fondo los sonidos estáticos de la radio y algunas voces.
–Sí, claro que sí.
–¿Sabes una cosa, Trevor? Chastity se va a casar –oigo decir a mi padre.
Me duele el estómago mientras espero. Silencio.
–Le deseo lo mejor –oigo decir a Trevor tras una breve pausa.
–Trevor dice que te desea lo mejor –repite mi padre.
–Gracias –contesto con voz firme.
–Dice que gracias –repite mi padre–. Bueno, pásame con mi futuro yerno.
Mi padre y Ryan hablan por teléfono durante un minuto. Ryan, siempre respetuoso, llama «señor» a mi padre y le da las gracias por haberle dado permiso. Al final, tras haber avisado a nuestras respectivas familias de nuestra inminente boda, mi prometido y yo nos miramos el uno al otro.
–Bueno, ha ido todo muy bien –comenta–. ¿Dónde te gustaría comer?
Me acuerdo del pequeño restaurante italiano de la calle Thompson en el que Trevor me dijo que iba a casarse con Hayden. Podríamos ir allí, para borrar aquel terrible recuerdo con un recuerdo feliz, pero digo que no, que no tengo ni idea. Cualquier lugar al que me lleve me parecerá bien.
Mis hermanos me abrazan, Sarah y Tara sueltan exclamaciones de admiración al ver el anillo y mis sobrinas me preguntan que si pueden llevar las flores.
–¡Por supuesto! ¡Claro que sí! Y chicos, vosotros también podéis si queréis, siempre y cuando no os mordáis ni os deis patadas, ¿de acuerdo?
–Entonces no tendrá ninguna gracia –comenta Jack–. Felicidades, hermanita.
Me envuelve en un abrazo y siento un nudo en la garganta.
Elaina está esperando su oportunidad. Cuando me excuso para ir al cuarto de baño, corre tras de mí.
–Elaina, de verdad, tengo que hacer pis, así que...
–Cariño, ¿estás segura de lo que vas a hacer? –pregunta.
Se sienta en el borde de la bañera y comienza a morderse una uña.
Contengo la respiración.
–¿Estás de broma? ¿Cómo puedes preguntarme eso? –mi voz parece rebotar en las baldosas de color aguacate–. ¿Cómo puedes preguntarme algo así? Has sido tú la que no ha parado de decirme lo magnífico que sería –bajo la voz y la imito–. «No estropees esta relación», «tienes que superar lo de Trevor».
–¡Vale, vale! Sí, eso lo he dicho yo –me espeta–. Tampoco es para tanto, ¿sabes? Chas, ¿estás contenta?
–¡Sí! –insisto–. Claro que sí.
Aprieto la mandíbula y añado, bajando la voz hasta convertirla en un susurro:
–Elaina, es lo mejor que puedo hacer. Es un buen tipo, estamos bien juntos, le quiero y me quiere, ¿de acuerdo? Por favor, no digas nada más.
–De acuerdo –contesta.
Empieza a decir algo, pero se interrumpe de pronto.
–¿Qué pasa Elaina? –le pregunto.
La cabeza me está matando, todavía no hemos comido, estoy hambrienta y lo único que me apetece es volver a mi casa y acurrucarme en el sofá con Buttercup.
–¿Se lo has dicho a Trevor?
–Ya lo sabe –respondo.
Me vuelvo con intención de arreglarme el pelo mirándome al espejo, pero lo que veo es el reflejo de la expresión preocupada de Elaina.
–¿Y qué ha dicho?
–Está a favor –giro y la miro directamente a los ojos–. Le dije que le quería y me dijo que me quedara con Ryan –termino contorsionando la cara, a punto de llorar.
–Mierda. Bueno, vale, cariño. Lo siento. No pasa nada.
–¿Serás mi dama de honor? –le pregunto llorando.
–Por supuesto –responde con sus enormes ojos castaños llenos de lágrimas.
Una eternidad después, saciada con los buenos deseos de mi familia y de un delicioso pollo guisado preparado por mi madre, Ryan y yo volvemos a casa. Buttercup viene corriendo hacia mí, la abrazo y entierro el rostro en su cabeza.
–Te he echado de menos, cabezota.
–¡Auuuu! –aúlla feliz.
En realidad me está diciendo que se alegra de que haya vuelto.
–En mi edificio no se permiten perros –me advierte Ryan, apartándose para evitar un hilo de baba–. Tendrá que quedarse a vivir con tu hermano.
Le fulmino con la mirada.
–Buttercup se quedará conmigo. Además, ¿quién ha dicho que vamos a vivir en tu casa, ¿eh? A mí me encanta mi casa. A lo mejor vivimos aquí.
A los labios de Ryan asoma una pequeña sonrisa.
–¿Por qué vamos a quedarnos aquí cuando podemos vivir en mi piso? Esta casa es bonita, Chastity, pero no es aquí donde pienso vivir –responde en un tono deliberadamente desdeñoso.
No pasa mucho tiempo antes de que disfrutemos del sexo en un encuentro post discusión.
Cuando Ryan se duerme, agarro la bata y me la pongo con intención de bajar a la cocina a por un par de galletas. Quizá tres. Pero al final de las escaleras, algo me llama la atención. Me vuelvo sin podérmelo creer y empujo la puerta del cuarto de baño.
Está terminado. ¡El cuarto de baño está terminado! Hay un lavabo reluciente, están las baldosas grises en el suelo y... ¡La bañera! ¡Han puesto el jacuzzi! Y no solo eso, sino también un helecho en una esquina. Y han colocado todas mis cosas. Las toallas verde claro cuelgan de los toalleros que escogí hace tanto tiempo, la jabonera antigua de porcelana está en la estantería de cristal, el interruptor de plata está en su lugar y también la fotografía de los árboles en medio de la niebla. ¡Hasta han colgado la lámpara!
Está terminado. Y está precioso.
Miro mi reflejo en el espejo. Tengo las mejillas sonrojadas y la boca semiabierta.
Los chicos no me han dicho ni una sola palabra de esto. Debían de querer darme una sorpresa. Es increíble.
Oigo que la puerta se abre y los movimientos repetitivos de la cola de Buttercup golpeando alguno de los muebles del piso de abajo.
–¡Hola, preciosa!
Es la voz de Matt.
Me vuelvo hacia Ryan. Continúa dormido, desparramado boca arriba de una forma muy pintoresca encima de la cama. Me detengo un segundo, admiro su perfección de Adonis, cierro la puerta y bajo.
–Matt –tengo la voz ronca por la emoción–, gracias por haber acabado el cuarto de baño. ¡Me encanta!
–¿Sí? ¿Te gusta? Genial.
Abre la nevera y saca una cerveza. Me la ofrece y niego con la cabeza.
–En realidad, no he sido yo el que lo ha hecho. No quiero atribuirme el mérito.
–¿Entonces ha sido Lucky?
–Trevor. Vino el viernes por la mañana y se puso a trabajar. Una vez que se empieza, no lleva mucho tiempo. Ha quedado muy bien, ¿verdad?
–Si –tomo aire y me siento en una de las sillas de la cocina–. Es precioso.
–Así que está aquí el doctor, ¿no? –pregunta Matt.
–Sí. Si no te parece mal, se quedará a dormir.
Matt hace una mueca.
–Claro que no me parece mal –contesta sonriendo–. Pero no hagas mucho ruido, ¿vale? Todavía sigues siendo mi hermanita, aunque ya tengas años suficientes como para estar comprometida.
–¡Ja, ja!
–Bonita sortija –comenta Matt después de dar un sorbo a su cerveza.
–Gracias. ¿Sabes? Creo que, al final, yo también me tomaré una cerveza.
Terminamos jugando al Scrabble hasta las doce, con Buttercup en mi regazo y Ryan durmiendo sin que nadie le moleste en el piso de arriba.