Capítulo 35

Remar es un buen método para mantener la mente en blanco. De repente no hay nada, salvo el sonido silbante de los remos y el ondear del bote mientras avanzo río arriba. Adelante, atrás, adelante, atrás. La brisa me seca el sudor de la espalda y el sol me abrasa las piernas. Oigo las risas de los niños en el parque. Un perro atrapa un disco volador. Dejo detrás el parque y accedo a una zona en la que ya no hay gente, solo árboles, y las montañas Adirondack que se elevan verdes y majestuosas a mi alrededor, tan sólidas como las paredes de un castillo.

Las palabras de Trevor se repiten en mi cabeza: «Hoy has actuado como una verdadera O’Neill».

Tiene razón. He ayudado a una accidentada. No le he salvado la vida a nadie ni nada parecido, no he entrado en un edificio ardiendo, pero he ayudado a una persona en un momento en el que lo necesitaba. Es curioso, después de haber pasado tantos años deseando unirme al club y preguntándome qué se sentiría al tener los conocimientos, o la habilidad, o el valor para hacer algo así, ahora me siento extrañamente vacía. Por supuesto, me alegro de haber ayudado a Mary, pero, en lo que concierne a mi ego, o a mi imagen, ¿qué importancia puede tener?

Cuando llego a casa, Buttercup está tumbada en el césped de la entrada como si estuviera muerta.

–¡Ven aquí! –la llamo.

Levanta su enorme cabeza y obedece. Camina pesadamente hacia mí, moviendo la cola, y se deja caer a mis pies. La acaricio entre las orejas y le doy un beso en su huesuda cabeza.

–Te gusta que estemos nosotras solas, ¿verdad? –le pregunto. Mueve la cola–. A mí también.

Esa noche, alrededor de las ocho, Matt y Ángela están en el sofá viendo La Comunidad del Anillo. Bajo las escaleras recién duchada, y veo a Arwen convocando a los espíritus del río para alejar a los espectros del Anillo y salvar la vida a Frodo.

–Es guapísima –murmuro.

–Y que lo digas –se muestra de acuerdo Ángela.

–¿Vas a salir, Chas? –pregunta Matt, desviando la mirada hacia mí.

–Sí. Voy a casa de Ryan –me interrumpo durante un par de segundos–. Oye, ¿sabes si Trevor trabaja esta noche?

–Creo que no. Hoy ha estado de servicio –contesta Matt sin apartar los ojos de la pantalla.

–Sí, ya. No sabía si haría horas extras o algo así, como Hoser todavía está... –«ya basta, Chastity», me digo–. De acuerdo, nos vemos.

–Adiós, Chastity –me dice Ángela, sonriendo.

Matt la mira y le acaricia el pelo con absoluta adoración. Ángela se sonroja y le mira con idéntica pasión. En menos de cinco minutos, estarán desnudo, y retozando como hurones.

–Amor juvenil –suspiro.

Ni siquiera me oyen. Conduzco hasta casa de Trevor para no tener tiempo de arrepentirme.

–Soy Chastity –digo en cuanto contesta al telefonillo–. ¿Puedo subir un momento?

–Claro.

Me abre la puerta. Subo las escaleras. Cuando llego al pasillo en el que está su puerta, Trevor está esperándome fuera, insoportablemente atractivo con unos vaqueros y una camiseta blanca. Del apartamento sale olor a ajo.

–Hola –me saluda.

–Hola –le digo.

Siento mi rostro rojo y acalorado y no por haber subido corriendo los cuatro pisos. Trevor también parece un poco nervioso y, desde luego, no seré yo el que le culpe.

–No he venido a vapulearte –le aclaro.

Se echa a reír, sale al pasillo y cierra la puerta tras él.

–¿Qué te pasa, Chastity?

–Toma –es una hoja de papel–. Así me resulta más fácil.

Es una nota. He tenido que escribirla porque no me siento capaz de decirle lo que tengo que decirle sin echarme a llorar. Trevor la toma con mucho cuidado.

–Léela –le ordeno.

Arquea las cejas con expresión interrogante, pero desdobla la hoja y lee en silencio. Me sé de memoria esa maldita nota. He tenido que escribirla cinco veces.

Querido Trevor,

Quiero pedirte perdón por haber venido a tu casa hace un par de semanas. Estaba muy afectada y muy sensible y me arrojé a tus brazos de una forma, como poco, muy poco aconsejable y, desde luego, completamente estúpida. Dije cosas de las que ahora estoy completamente arrepentida. Trevor, tú siempre serás mi amigo y parte de mi familia. Ocupas un lugar muy especial en mi corazón y siempre lo harás. Siento haberte puesto en una situación comprometida. Espero que puedas perdonarme.

Chastity

Justo en ese momento, se abre la puerta del piso de Trevor y se asoma una cabeza rubia.

–¡Hola, Chastity!

–Hola, Hayden –contesto.

No me sorprende encontrarla en casa de Trevor.

–¿Qué hacéis aquí en el pasillo? ¡Pasad a casa! –su sonrisa perfecta no alcanza su mirada.

–En realidad, ya me iba –digo, mirando a Trevor–. Solo pasaba por aquí para dejarle... eh... una cosa.

–¡Ah! –contesta. Su falsa sonrisa pierde fuerza–. Bueno, cuídate. Trevor, cariño, creo que la verdura está a punto de quemarse y ya sabes que soy un desastre en la cocina.

No se aparta de la puerta.

–Bueno, ahora tengo que irme –comienzo a retroceder por el pasillo–. Trevor, supongo que... ya está. Cuidaos. Y disfrutad de la cena.

–Te llamaré pronto, Chastity –me dice.

Baja la mirada hacia la nota, la dobla con cuidado y se la guarda en el bolsillo.

–Cariño, la cena –Hayden la Perfecta tira a Trevor del brazo.

Recorro el pasillo y comienzo a bajar las escaleras a una velocidad récord. Pero en medio de la escalera me detengo y me siento. Todavía tengo muchas cosas que hacer esta noche y necesito aclarar las ideas.

–¿Chastity?

Alzo la cabeza bruscamente.

–Hayden.

Hayden se detiene antes de llegar a mi lado, de manera que está por encima de mí. Como no estoy dispuesta a soportarlo, me levanto y me cierno sobre ella. A veces, medir un metro ochenta tiene sus ventajas y, definitivamente, esta es una de esas veces.

Tengo que reconocerle a Hayden el mérito de no dejarse acobardar. Pone los brazos en jarras y me mira.

–Ya es hora de que le dejes en paz, Chastity.

–¿A Trevor?

–Claro que sí. Deja de hacerle sentirse culpable.

–¿Perdón?

–Sabes exactamente de qué estoy hablando. Te dedicas a entrar y salir de su vida, recordándole la única vez que estuvisteis juntos cuando estabais en la universidad –así que se lo ha contado. Mierda–. Continúas enamorada de él y esto ya está comenzando a ser patético.

«Dos veces, Hayden. Hemos estado juntos dos veces. Pero supongo que él no te ha hablado de la segunda».

Por supuesto, no digo nada, continúo bajando la mirada, tanto literal como figurativamente.

–¿Y bien? –me pregunta, moviendo su larga melena.

–Yo no pretendo que nadie se sienta culpable. Trevor y yo tenemos una buena relación, tanto si te gusta como si no –arqueo una ceja.

–Él me quiere.

–Claro.

–Probablemente, vamos a casarnos.

–Por supuesto.

–Así que quítate de en medio

–Por supuesto.

Es una vieja estrategia de los hermanos O’Neill, incitar la rabia del contrario mostrándose de acuerdo con todo lo que dice. Vuelve a funcionar una vez más.

Hayden comienza a enrojecer, pero levanta la barbilla.

–Si de verdad te quisiera –sisea–, ¿no crees que ya habría hecho algo al respecto? ¿Crees que estaría conmigo? ¿Dónde te has dejado el orgullo, Chastity?

Y, sin más, gira sobre sus pequeños talones y comienza a subir con paso firme las escaleras, para regresar con Trevor.

Cuando llego a casa de Ryan, está viendo la CNN.

–¡Chastity! No habíamos quedado, ¿verdad?

–No. Ryan, necesito decirte algo.

Apaga la pantalla de plasma. El rostro de Anderson Cooper desaparece en un instante. Ryan se inclina para darme un beso y le detengo.

–¿Qué te pasa, cariño? –pregunta con su amable voz.

No puedo contestar. Me duele la garganta, tengo la boca seca y los ojos llenos de lágrimas.

Ryan estudia mi rostro.

–Ya entiendo –musita.

Comienzo a llorar.

–Lo siento –gimo– . Lo siento.

Me lleva al sofá y me tiende una caja de pañuelos de papel. La escena me recuerda a la noche en casa de Trevor, pero no estoy de humor para ironías.

–¿Estás rompiendo conmigo?

Mi sollozo contesta por mí.

Ryan se sienta a mi lado, suspira y se pasa la mano por ese pelo a lo McDreamy.

–Bueno, ¿puedes decirme qué ha pasado?

–Nada, nada en particular. Ryan, creo que eres un hombre maravilloso. Tienes muchas cualidades y te quiero. Eres considerado y...

–Por favor, Chastity –me corta secamente–, no necesito que alimentes mi ego.

–De acuerdo. Lo siento –respondo con el rostro empapado en lágrimas.

Meto la mano en el bolsillo y le devuelvo la sortija. La mira frunciendo el ceño.

–Yo pensaba que todo iba bien –dice.

Parece molesto y confundido.

–Iba bien. No ha pasado nada malo, Ryan, es solo que... –se me quiebra la voz.

¿Qué se supone que puedo decir? No tengo ninguna respuesta.

–Es por Trevor, ¿verdad?

Inclino la cabeza. Supongo que en Harvard y en Yale le han enseñado a conocer bien al ser humano.

–Sí –susurro.

Ryan traga saliva.

–Espero... Espero que sea una buena pareja para ti –dice magnánimo y sacude ligeramente la cabeza.

–No estamos juntos –le aclaro, jugueteando con el dobladillo de mis pantalones.

Ryan alza la cabeza bruscamente.

–¿Entonces por qué estás rompiendo conmigo?

Trago saliva.

–Porque, Ryan, creo que te mereces estar con alguien que te quiera con todo su corazón.

–Un noble sentimiento, aunque un poco sensiblero –replica–. ¿Estás segura, Chastity? Porque yo creo que de verdad hacemos muy buena pareja.

Cambio de postura en el sofá para mirarle directamente a la cara.

–Ryan –le digo suavemente–, estoy enamorada de otro hombre. Te quiero, me gusta estar contigo, pero no como... No es suficiente.

–A mí me basta –dice suavemente, y veo que es cierto.

–A mí no –susurro mientras las lágrimas siguen rodando por mis mejillas–. Lo siento, espero que encuentres lo que buscas.

Permanece durante varios segundos en silencio.

–Voy a echarte de menos, Chastity. Eres muy divertida –por un momento, pienso que podría estar poniéndose sentimental, pero no–. Bueno, buena suerte.

–Lo mismo digo.

Y, sin más, mi compromiso queda oficialmente anulado.

Sobre lo que voy a hacer a continuación, no tengo la menor idea.