Capítulo 10
Para cuando me gradué, creía haber superado mis sentimientos hacia Trevor. El tiempo hizo su labor a la hora de curar un corazón roto y todas esas cosas. Salí con un par de chicos mientras estaba en la universidad. En Columbia fui bastante popular entre el sexo masculino. Era una profesional del mismo tipo que cualquier hombre, pero estaba demasiado ocupada como para volcarme en una verdadera relación. Tuve algunas citas, como con Jeff, por ejemplo, un compañero de posgrado que era muy divertido y consiguió un trabajo en la CNN durante el segundo año. Después apareció Xavier, un profesor de química, pero no hubo nada serio. No había tiempo. En Nueva York y en Manhattan, el matrimonio es algo en lo que no se piensa hasta que no tienes cuarenta años.
A los seis años de nuestra breve aventura, Trevor y yo ya habíamos vuelto a ser los amigos que éramos antes, habíamos vuelto a la relación natural y cariñosa que nos convertía en algo más que unos buenos amigos. Yo me hice el firme propósito de no llorarle, de mostrarme alegre y amable siempre que le tuviera cerca. El hecho de que él cambiara de universidad y terminara los estudios en la Universidad de Vermont antes de emprender los cursos de paramédico también me ayudó. Pasé el curso siguiente en Francia y cuando regresé, apenas notaba ya el dolor. Era joven, me decía. Todo el mundo sufría con el primer amor. Lo superaría.
Pero un buen día, el año de mi graduación, en el que trabajaba también en el New York Times para poder llegar al final de mes, Trevor me llamó.
–Chastity –me dijo–, te llamaba para saber si podríamos vernos. Podríamos quedar a cenar. Voy a pasarme por allí, ¿qué dices?
–¡Claro! Me encantaría.
El rubor de mis mejillas y el ligero temblor de mis manos me indicaban exactamente lo que estaba pensando.
Trevor estaba saliendo con una chica que se llamaba Hayden, una chica de Binghamton, de las del grupo de cachemir. Vivía a veinte minutos de Eaton Falls y empezó a salir con Trevor tiempo después de que ambos dejaran la universidad. La había conocido el verano anterior en el Emo’s, donde me había mostrado tan amable, relajada y divertida como siempre, sin fijarme apenas en que era una chica maravillosa y segura de sí misma que estudiaba Derecho, medía quince centímetros menos que yo y debía de pesar veinticinco kilos menos. De hecho, pensaba que había sido un gran éxito conseguir que su presencia no me molestara.
Pero de pronto... De pronto, Trevor iba a venir hasta Manhattan, iba a hacer un viaje de tres horas solo para comer conmigo. Era la primera vez, desde aquel maravilloso y terrible fin de semana del Día de la Hispanidad que Trevor quería verme a solas. Seguramente eso significaba algo. ¿Habría roto con Hayden la Perfecta? Sí, tenía que ser eso. Y Trevor venía para decirme que nunca me había olvidado. Que ahora que éramos adultos, yo tenía veinticuatro años y el veintisiete, deberíamos hacer algo si queríamos estar juntos.
«No te precipites», me advertía una voz en mi cerebro. «Mantén la cabeza fría. ¿No te estás preparando para convertirte en una buena periodista? Pues atente primero a los hechos». No hice caso. Ignoré a la voz de mi conciencia. Tampoco llamé a casa para preguntar si había alguna novedad. Ni a Elaina. Tenía miedo de echar a perder mi suerte si le contaba a alguien que Trevor iba a venir a verme. De que algunos de mis hermanos o, peor aún, mis padres, decidiera acompañar a Trevor.
En un impulso, me gasté dos meses de sueldo en Long Tall Sally’s, la mejor tienda de ropa de Manhattan para chicas de mi tamaño y compré un traje que podía definirse como informal, interesante y moderno, pero sin llamar la atención. Me compré unas zapatillas deportivas altas de color rojo, me corté el pelo y me hice la manicura. Pregunté a amigos y compañeros de trabajo por el mejor sitio para llevar a Trevor a cenar, un lugar en el que pudiera demostrarle que era una mujer moderna, un lugar cómodo, pero no descuidado, informal, pero agradable.
–¿El McSorel’ys? –sugirió un compañero de trabajo.
–Demasiado sucio –contesté.
–¿Aquavit? –me sugirió mi jefe.
–Muy estresante.
–¿Gothan Bar & Grille?
–Demasiado moderno.
Al final, después de pasar cuatro días buscando, lo encontré. Era un pequeño restaurante italiano en el que los camareros hablaban con dificultad el inglés y la comida estaba de muerte. Sabía que a Trevor le encantaría. Era tranquilo, los camareros nos dejarían estar todo el tiempo que quisiéramos, y era, además, de lo más romántico, con sus mesas diminutas con vistas a la calle, las paredes de ladrillo y los suelos de madera. Sonarían las canciones de Tony Bennet, las rodillas chocarían debajo de la mesa, nos miraríamos a los ojos, reiríamos, nos besaríamos. ¡Dios mío, cuánto le echaba de menos! Desde el instante en el que había colgado el teléfono, estuviera donde estuviera, en clase, en el trabajo, en la cama o en el metro, imaginaba aquel momento una y otra vez. Cuando la vocecita que vivía en el interior de mi cabeza me advertía que era preferible que no anticipara nada, le contestaba que cerrara el pico y me dejara disfrutar del momento.
Cuando, al final, Trevor llamó al minúsculo apartamento, que yo había limpiado de cabo a rabo, estaba temblando. ¡Por fin! ¡Por fin volvería a estar con él! Porque, en realidad, nunca había querido a nadie más. Eso lo tenía perfectamente claro. Jamás había querido a nadie como quería a Trevor. Nunca.
–¡Hola, Chastity! –me saludó y me abrazó con fuerza–. ¡Estás genial! ¡Vaya, este piso está muy bien!
Entró en nuestro minúsculo cuarto de estar y le estrechó la mano a Vita, mi compañera de piso, que me miró y asintió en señal de aprobación.
–Bueno, podemos volver aquí después de cenar –sugerí con una increíble naturalidad–. Eh, Vi, ¿quieres venir a cenar con nosotros?
Tal como le había pedido que hiciera, declinó elegantemente la invitación arguyendo que tenía que terminar un trabajo complicado y que a última hora había quedado con su novio.
De modo que Trevor y yo paseamos por las calles de Chelsea y llegamos a la Village. Le impresionó mi conocimiento de la ciudad y parecía alegrarse sinceramente de verme. Cuando le agarré en un cruce en el que estaba cruzando demasiado despacio, no me apartó la mano de su brazo.
–Me alegro mucho de verte, Chas –me dijo, sonriendo, y haciendo que sus ojos obraran aquella curiosa transformación.
El corazón me dio un vuelco en el pecho. «Fíjate en todo», me dije a mí misma, «absórbelo todo, porque recordarás esta noche durante el resto de tu vida».
Y la recordé, sí, pero no por las razones que yo quería.
Entramos en el restaurante, donde nos recibió el maître al que había estado interrogando durante una hora tres días antes. Nos condujo a la mesa elegida, con vistas a la calle, y nuestras rodillas, obviamente, se rozaron. Pedimos una botella de vino, hablamos sobre el trabajo, sobre el parque de bomberos y sobre mi familia.
–Y dime, Chastity, ¿estás saliendo con alguien? –me preguntó Trevor ligeramente vacilante.
La mirada de sus ojos de color chocolate era intensa.
–Bueno –contesté, inclinando la cabeza–, en realidad, no. He salido con un par de chicos, pero no fue nada serio. Solo un poco de diversión.
Una respuesta perfecta que había practicado delante del espejo una docena de veces. Con ella demostraba que estaba dispuesta a divertirme, que era selectiva y que, al mismo tiempo, estaba disponible para una relación más seria.
–Bien por ti –sonrió y yo le devolví la sonrisa.
Pensé que con eso quería decirme que se alegraba de que estuviera libre. Para él. Encogí los dedos de los pies dentro de mis deportivos rojos. Llegó el camarero, pedimos la cena, Trevor dio un sorbo a su copa y colocó los cubiertos.
–Chastity, sabes que he estado saliendo con Hayden, ¿verdad? –me preguntó.
–Claro –respondí, colocándome un mechón de mi nuevo peinado detrás de la oreja.
El corazón me latía a toda velocidad. Sentía un hormigueo en las rodillas. Sabía que estaba a punto de pedírmelo...
–Bueno, las cosas... eh, han cambiado un poco –continuó diciendo Trevor sin levantar la mirada del mantel.
Sonrió, lo noté, agachó ligeramente la cabeza. Seguramente, todavía le entristecía la ruptura, pero, la verdad era que mi corazón estaba a punto de explotar de alegría. «Dios mío, gracias, ¡por fin!».
Estaba tan preparada para oírle decir que habían roto que estuve a punto de perderme lo que Trevor había dicho en realidad.
–Vamos a casarnos.
Por un momento, mi sonrisa estúpida, mi estúpida y expectante sonrisa, permaneció en mi rostro. Abrí los ojos como platos, tomé aire, volví a tomar aire. Mi estúpida sonrisa continuaba allí, tan fuera de lugar como una salchicha de cerdo en una cena del Séder. Después, comencé a parpadear, porque tenía los ojos llenos de lágrimas. «No te atrevas a llorar, idiota», me ordenó la voz de mi conciencia.
–¡Vaya, Trevor! –grazné–. Es genial. ¡Genial!
–¿De verdad te lo parece?
Su mirada estaba llena de compasión, o de algo parecido, y mi orgullo entró a galope en escena.
–¡Sí! –exclamé–. Ha sido... ha sido toda una sorpresa, ¿sabes? No sabía que ibais tan en serio. Pero felicidades. Hayden es genial.
–Gracias, Chas –Trevor se inclinó hacia delante, apoyando los codos en la mesa–. Quería decírtelo personalmente.
–Eso es... muy amable por tu parte –el muy canalla...–. ¡Sí! No, de verdad, gracias Trevor.
Cerré los puños sobre el regazo y tuve que volver a tragar saliva.
–¿Y habéis puesto ya una fecha?
El rugido que oía en mis oídos bastó para ahogar todos los detalles sobre la feliz pareja, pero no para silenciar la voz de mi propia conciencia. «Eres idiota. ¿No te advertí que te tomaras las cosas con calma, eh? No me lo puedo creer. Como llores, te mataré».
Mario, el camarero, nos trajo la cena, y yo comí y comí. Los entrantes, la ensalada, el pan, fantástico, por cierto, y mis penne al vodka, tan buenos que no parecían de este asqueroso mundo. Si tenía la boca llena, no tenía que hablar, ¿verdad? Así que me limitaba a sonreír y a asentir a lo que quiera que Trevor estuviera diciendo.
–Estaba un poco preocupado –admitió Trevor mientras se limpiaba la boca con la servilleta–. Por lo de decírtelo, quiero decir.
–¿Por qué? –pregunté, metiéndome en la boca otro trozo de pan empapado en aceite de oliva.
La mirada de Trevor se tornó entonces triste.
–Bueno, ya sabes... Por lo que pasó en la universidad. Me resultaba un poco violento decirte que me había comprometido. Tenía miedo de que pudieras estar...
–¿Estar qué? ¿Estás de broma? ¡Vamos! Eres como un hermano para mí, Trevor, me alegro mucho por ti. De verdad, y Hayden me parece una gran persona.
Trevor, al que en ese momento odiaba, sonrió, si bien es cierto que un poco avergonzado.
–Sí, es una gran persona. Al final, la relación se ha convertido en algo serio de forma muy rápida. En cualquier caso, gracias, Chastity.
Se interrumpió, parecía que iba a decir algo más, pero después me preguntó por mis clases.
Mario nos llevó el tiramisú, yo me excusé y fui al cuarto de baño. Vomité, me lavé la boca y clavé la mirada en el espejo.
–Idiota –siseé con un odio sorprendente–. Eres patética, ridícula, estúpida e idiota.
Trevor y Hayden la Perfecta se mudaron a Washington D.C., donde ella acababa de firmar un contrato con un importante despacho de abogados. Trevor consiguió trabajo como paramédico, compraron un piso y pusieron una fecha para la boda. Afortunadamente para mí, ese año no vinieron a casa por Navidad. Aunque ya estaba acostumbrada a tratar a Trevor como a un amigo, verle con una novia como aquella habría sido demasiado para mí.
Sin embargo, algo ocurrió y jamás llegué a saber de primera mano lo que fue. Matt me contó que había sido Hayden la Perfecta la que había decidido poner fin a la relación, que Trevor había intentado arreglar las cosas. Fuera como fuera, el caso es que Trevor regresó a Eaton Falls, retomó el trabajo de bombero y, después de aquello, se mostró más callado y algo más serio.
Han pasado ya seis años de todo aquello. Desde entonces, al menos que yo sepa, Trevor no ha tenido ninguna relación seria, a pesar del gran número de mujeres que estarían dispuestas a seguirle al fin del mundo. A lo mejor ha renunciado a cualquier tipo de relación seria. A lo mejor todavía no ha superado lo de Hayden. A lo mejor ella era el amor de su vida. A lo mejor, todas las noches, al acostarse, piensa en ella y en lo maravilloso que sería que volvieran a estar juntos si recuperaran su amor, si las cosas dieran un giro diferente.
Y ahora Hayden ha vuelto.