24.
—Por tercera vez, Rachel, ¿quieres otro trozo de pan o no?
Aparté la vista del punto de luz que se reflejaba en la superficie de mi copa de vino para ver a Nick que esperaba mi respuesta con una expresión curiosa y divertida mientras me ofrecía la cesta del pan. A juzgar por su expresión inquisitiva, supuse que llevaba así un rato.
—Mmm, no. No, gracias —dije bajando la vista para ver que la cena que Nick había preparado estaba casi intacta. Le dediqué una sonrisa de disculpa y llené el tenedor con la pasta y la salsa blanca. Era su cena y mi almuerzo, ambos deliciosos y más aun teniendo en cuenta que no había tenido que hacer nada salvo la ensalada. Probablemente sería lo último que comería hoy porque Ivy tenía una cita con Kist y eso significaba que yo iba a cenar un Ben & Jerry’s delante de la tele. Me pareció raro que saliese con el vampiro vivo, teniendo en cuenta que era peor que un mono en lo que respectaba al sexo y la sangre, pero ciertamente no era asunto mío.
El plato de Nick estaba vacío y después de dejar el pan en la mesa, se sentó y jugueteó con la punta de su cuchillo haciendo equilibrios encima de la servilleta.
—Sé que no es por mi comida —dijo—, ¿qué te pasa? Apenas has dicho una palabra desde que… llegaste al museo.
Oculté una sonrisita con la servilleta y me limpié la comisura de la boca. Lo había pillado echándose una siesta, sentado con sus larguiruchas piernas en alto y con los pies sobre la mesa de trabajo. El paño del siglo dieciocho que se supone que debía estar restaurando reposaba sobre sus ojos. Si no era un libro, en realidad no le interesaba nada.
—¿Tanto se me nota? —Dije antes de meterme el tenedor en la boca.
Una media sonrisa familiar se dibujó en su boca.
—No es propio de ti estar tan callada. ¿Es porque no han arrestado a Kalamack después de que encontrases ese… ese cadáver?
Aparté el plato sonrojándome con un sentimiento de culpabilidad. No le había contado a Nick todavía que me había cambiado de bando en el asunto de «A por Trent». En realidad no lo había hecho, y eso era lo que me fastidiaba. Trent era repugnante.
—Encontraste el cadáver —dijo Nick inclinándose sobre la mesa y agarrándome una mano—, el resto vendrá solo.
Sentí vergüenza y me preocupó que Nick pensase que me había dejado comprar. Debió notar mi angustia, porque me apretó la mano hasta que levanté la mirada.
—¿Qué te pasa, Ray-ray?
Me miraba con ternura y ánimos. La profundidad marrón de sus ojos atrapaba los destellos de la fea lámpara que colgaba del techo de la diminuta cocina comedor. Me fijé en el pequeño mostrador a la altura del pecho que la separaba del salón mientras intentaba decidir cómo abordar el tema. Llevaba meses insistiéndole en que debía dejar tranquilos a los demonios durmientes y ahora, aquí estaba, con la intención de pedirle que invocase a Algaliarept por mí. Estaba segura de que la respuesta iba a costarle más que lo incluido en su «contrato de prueba», y no quería que se arriesgase a tener que pagarlo por mí. Nick tenía una vena caballerosa tan ancha como el río Ohio.
—Dime —insistió agachando la cabeza para intentar mirarme a los ojos.
Me pasé la lengua por los labios y lo miré a los ojos.
—Es por el Gran Al. —No quería arriesgarme a que Algaliarept pensase convenientemente que lo estaba llamando cada vez que dijese su nombre, así que había empezado a referirme al demonio por el apodo relativamente insultante. Nick creía que era divertido; que me preocupase que apareciera sin haberlo invocado, no que lo llamase Al.
Nick deslizó los dedos soltándome la mano y se apartó para coger su copa de vino.
—No empieces —dijo arrugando las cejas con los primeros signos de enfado—. Sé lo que hago y pienso seguir haciéndolo tanto si te gusta como si no.
—En realidad —le interrumpí—, quería saber si podrías preguntarle algo por mí.
La alargada cara de Nick se quedó lívida.
—¿Cómo dices?
Hice una mueca.
—Si no te cuesta nada. Si te va a costar algo, olvídalo. Lo averiguaré de otra forma.
Dejó la copa en la mesa y se inclinó hacia delante.
—¿Quieres que lo llame?
—Es que he hablado con Trent hoy —dije rápidamente para que no me interrumpiese— y hemos llegado a la conclusión de que el demonio que nos atacó la primavera pasada es el mismo que está cometiendo los asesinatos… y que se supone que yo tenía que haber sido la primera víctima del cazador de brujos, pero como rechace la oferta de trabajo de Trent, me dejó escapar. Si descubro quién lo envió para matarnos, entonces tendremos al asesino.
Nick se me quedó mirando boquiabierto. Casi podía ver sus pensamientos ordenándose en su mente: Trent era inocente y ahora estaba trabajando para él para encontrar al verdadero asesino y limpiar su nombre de cualquier sospecha. Me sentí incómoda y jugueteé con el tenedor en el plato.
—¿Cuánto te ha pagado? —preguntó finalmente sin indicarme ninguna pista de sus pensamientos por su tono de voz.
—Un adelanto de dos mil —dije sintiendo el ligero peso del sobre en mi bolsillo ya que aún no había ido a casa—. Dieciocho mil más cuando le diga quién es el cazador de brujos. —¡Eh, podré pagar el alquiler! ¡Yupi!
—¿Veinte mil dólares? —dijo abriendo los ojos como platos bajo la luz fluorescente—. ¿Te va a dar veinte mil dólares por un nombre? ¿No tienes que atraparlo ni nada?
Asentí preguntándome si pensaba que me había vendido. Yo me sentía como si lo hubiera hecho.
Nick se quedó inmóvil durante unos instantes, luego se levantó arañando el suelo de linóleo con la silla.
—Averigüemos cuánto cuesta eso —dijo saliendo de la habitación.
Me quedé parpadeando mirando su silla de estructura metálica y de plástico. El corazón me latía con fuerza.
—¿Nick? —Dije al levantarme y detenerme un momento para poner los platos en el fregadero—. ¿No te molesta que trabaje para Trent? A mí sí.
—¿Fue él quien mató a esos brujos? —respondió desde el pasillo hacia su cuarto. Seguí su voz a través del salón para encontrármelo sacando todas las cosas de su vestidor y apilándolas sobre la cama con una rapidez metódica.
—No, no creo que lo hiciese. —Que Dios me ampare si he malinterpretado sus señales.
Nick me pasó un montón de toallas verdes nuevas y esponjosas.
—Entonces, ¿qué problema hay?
—El tío es un traficante de biofármacos y de azufre —dije haciendo malabarismos con las toallas para coger el par de enormes botas de jardinero que me estaba dando. Reconocí que eran las que estaban en nuestro campanario y me pregunté por qué las seguía guardando—. Trent está intentando hacerse con los bajos fondos de Cincinnati y yo estoy trabajando para él. Ese es el problema.
Nick sacó sus sábanas de repuesto y pasó junto a mí para dejarlas sobre la cama.
—No estarías ayudándole si no pensases que no lo hizo —dijo al volver—. ¿Y por veinte mil dólares? Con veinte mil dólares podrás pagarte muchas sesiones de terapia si te equivocas.
Hice una mueca. No me gustaba su filosofía de que el dinero lo arregla todo. Supongo que haber crecido viendo a tu madre luchar por cada dólar marcaba bastante, pero a veces me cuestionaba las prioridades de Nick. Pero esto tenía que averiguarlo en primer lugar para salvar mi propio pellejo y además, ni en broma iba a ayudar a Trent a librarse de toda sospecha gratis.
Me quedé de pie a un lado del pasillo mientras Nick pasaba con una montaña de jerséis. El armario estaba despejado, tampoco es que tuviese gran cosa dentro. Tras dejarlo todo en el suelo, cogió las toallas y las botas de mis brazos y las sumó al montón de la cama antes de volver al vestidor. Arqueé las cejas sorprendida cuando lo vi levantar un trozo cuadrado de moqueta para dejar al descubierto un círculo y un pentagrama grabados en el suelo.
—¿Lo invocas dentro del vestidor? —Dije con incredulidad.
Nick levantó la cabeza para mirarme desde donde estaba arrodillado con expresión taimada.
—Encontré el círculo ya hecho cuando me mudé —dijo—. ¿No te parece bonito? Está hecho de plata. Lo he comprobado y es casi el único punto del piso donde no hay conducciones de gas ni de electricidad. Hay otro en la cocina que se puede ver con luz negra, pero es más grande y no soy capaz de hacer un círculo lo suficientemente fuerte como para impedir que entre.
Lo observé mientras quitaba los estantes de los soportes con un golpe seco por debajo y las iba apilando contra la pared del pasillo. Una vez que terminó, salió del vestidor y me ofreció la mano para unirme a él. Me quedé mirándolo, atónita.
—Al dijo que se suponía que era el demonio el que debía estar dentro del círculo, no quien lo invoca —dije.
Nick dejó caer la mano.
—Forma parte del contrato de prueba. En realidad no estoy invocándolo sino solicitando una audiencia con él. Puede rechazarla y no aparecer, aunque eso no ha sucedido desde que me diste la idea de meterme yo dentro del círculo en lugar de a él. Ahora aparece solo para reírse un rato. —Nick volvió a ofrecerme su mano—. Entra, quiero asegurarme de que cabemos los dos.
Miré hacia el trozo de salón que podía ver desde aquí. No quería meterme en un armario con Nick. Bueno, al menos no en estas circunstancias.
—¿Por qué no usamos mejor el círculo de la cocina? —le sugerí—. No me importa cerrarlo yo.
—¿Quieres arriesgarte a que piense que has sido tú la que lo ha invocado a él? —me preguntó Nick con las cejas arqueadas.
—No es «a él», es «eso», es un demonio —dije pero ante su expresión desesperada acepté su mano y entré en el armario. Inmediatamente Nick me soltó y comprobó dónde quedaban nuestros codos. El vestidor tenía un tamaño razonable y era profundo. Ahora no estaba mal, pero si añadíamos a un demonio intentando entrar, resultaría algo claustrofóbico.
—Puede que no sea tan buena idea —dije.
—No pasará nada. —Los movimientos de Nick se volvieron rápidos y entrecortados al salir del armario para sacar la última estantería que quedaba sobre nuestras cabezas. Sacó una caja de zapatos y la abrió para dejar ver una bolsita de autocierre con cenizas grises y una docena de velas de color verde lechoso ya quemadas. Abrí la boca al reconocer las mismas velas que había encendido la noche que estuvimos, eh, aprovechando todas las posibilidades que ofrecía la bañera de Ivy. ¿Qué hacían en una caja junto con las cenizas?
—Esas velas son mías —dije descubriendo ahora dónde se habían metido.
Nick dejó la caja sobre la cama, sacó la bolsa de las cenizas y la vela más larga y se fue al salón. Oí un golpe y reapareció enseguida arrastrando el taburete sobre el que había puesto la maceta que le regalaron en la inauguración del piso. Sin decir ni una palabra colocó la vela donde antes estaba la cala blanca.
—Cómprate tus propias velas para invocar demonios —dije ofendida.
Frunció el ceño y abrió el cajón bajo el taburete para sacar una caja de cerillas.
—Tienen que encenderse por primera vez en terreno consagrado o no sirven.
—Vale, tienes respuesta para todo, ¿no? —Me pregunté amargamente si toda la velada no había sido más que una excusa para conseguir las velas. Además, ¿cuánto tiempo llevaba invocando al demonio? Con los labios apretados lo observé encender la vela y apagar la cerilla sacudiéndola. Pero no fue hasta que lo vi sacar un puñado de ceniza de la bolsa que empecé a preocuparme.
—¿Qué es eso? —le pregunté preocupada.
—Mejor que no lo sepas. —Su voz sonó bastante como una advertencia. Me puse roja al recordar que yo solía detener a los de su clase por profanación de tumbas.
—Sí quiero saberlo.
Levantó la vista con la frente arrugada y gesto irritado.
—Es un punto focal para que Algaliarept se materialice fuera del círculo en lugar de dentro con nosotros y la vela es para asegurarme de que no se fija en nada más que en las cenizas de la mesa. Las he comprado, ¿vale?
Mascullé un rápido «perdona» y retrocedí. Al parecer había dado con el único tema que lo hacía saltar y lo había presionado demasiado. Al parecer no estaba muy puesta en invocación de demonios, él sí.
—Creía que lo único que había que hacer era un círculo y llamarlo —dije sintiendo náuseas. Alguien le había vendido las cenizas de su abuela a Nick para que pudiese llamar a un demonio con sus restos.
Nick se sacudió las manos y volvió a cerrar la bolsa.
—Puede que a ti te baste con eso, pero a mí no. El tipo de la tienda no dejaba de intentar venderme un amuleto insultantemente caro para cerrar un círculo en condiciones porque no se creía que un humano pudiese hacerlo solo. Me hizo un descuento del diez por ciento después de que lo metiese en un círculo que no fue capaz de romper. Supongo que pensó que sabía lo suficiente como para sobrevivir y volver para comprar algo más.
Su irritación desapareció en el instante en el momento en el que dejé de censurarle. Me di cuenta de que esta era la primera vez, bueno, la segunda, que tenía la oportunidad de demostrarme sus habilidades, algo de lo que obviamente estaba muy orgulloso. Los humanos tenían que esforzarse mucho para manipular las líneas luminosas tan bien como los brujos. Por eso los humanos solían asociarse con los demonios para no quedarse atrás. Por supuesto, no solían durar mucho después de hacerlo. Al final siempre cometían algún error y eran arrastrados hacia siempre jamás. Era una práctica muy insegura y yo estaba animándole a hacerlo.
Al ver mi cara, se acercó a mí y me puso las manos sobre los hombros. Notaba las cenizas arenosas entre sus manos y mi piel.
—Todo va bien —me tranquilizó sonriendo—. Ya lo he hecho antes.
—Eso es lo que me da miedo —dije dando un paso atrás para dejarle sitio.
Nick lanzó la bolsa de cenizas que cayó junto a la caja de zapatos e intenté limpiarme el resto de las cenizas de los hombros. Nick se metió en el armario conmigo y luego se acordó de algo emitiendo un gruñido. Metió una cuña de madera entre las bisagras.
—Una vez me cerró la puerta —dijo encogiéndose de hombros.
Esto no puede salir bien, pensé y rompí a sudar por la espalda.
—¿Lista?
Miré la vela encendida y el montoncito de cenizas.
—No.
Notaba un hormigueo en las yemas de los dedos. Nick cerró los ojos y abrió su segunda visión. Tenía la espeluznante sensación de que mis tripas se retorcían en mi barriga y de que se me subían en espiral hacia la garganta. Abrí los ojos de par en par.
—¡Madre mía! —grité cuando la sensación se convirtió en un incómodo tirón—. ¿Qué es eso?
Nick abrió los ojos. Los tenía vidriosos, se notaba que lo veía todo con esa confusa mezcla de realidad y visión de siempre jamás.
—Eso es lo que te decía —dijo con voz hueca—. Es por el conjuro de vinculación. Agradable, ¿eh?
Me balanceé de un pie a otro sin salirme del círculo.
—Es horrible —admití—. Lo siento. ¿Por qué no me dijiste que era tan desagradable?
Se encogió de hombros y cerró los ojos.
La desazón se hacía más fuerte y me esforcé por encontrar la manera de soportarlo. Notaba la energía de siempre jamás acumularse lentamente en Nick de forma paralela a lo que yo experimentaba al conectarme con una línea luminosa. El poder crecía y aunque era tan solo una fracción de lo que había llegado a canalizar en la oficina de Trent, me instaba a reaccionar.
Con una insoportable lentitud los niveles subieron hasta una cantidad suficiente para ser aprovechables. Empecé a sudar por las palmas de las manos y el estómago se me hizo un nudo. Ojalá se diese más prisa y cerrase el círculo de una vez. Los remolinos de energía se estaban clavando en lo más profundo de mi ser y la necesidad de hacer algo aumentaba.
—¿Puedo ayudarte en algo? —le pregunté finalmente agarrándome las manos para que no me diesen espasmos.
—No.
El hormigueo en las palmas se convirtió en un picor.
—Lo siento —dije—, no sabía que sentías todo esto. ¿Es por eso por lo que no has podido dormir? ¿Te he estado despertando?
—No, no te preocupes por eso.
Comencé a dar golpecitos con los tacones. Las sacudidas me subían por las pantorrillas como si fueran de fuego.
—Tenemos que romper el encantamiento —dije con gran nerviosismo—. ¿Cómo puedes aguantar esto?
—Cállate, Rachel. Estoy intentando concentrarme.
—Lo siento.
Dejó salir el aire lentamente y no me sorprendí cuando dio un respingo por el repentino corte de energía de siempre jamás que sentía recorriendo su cuerpo, bueno, el de ambos.
—El círculo está cerrado —dijo casi sin aliento y me reprimí las ganas de comprobarlo. No quería ofenderlo y tras experimentar su construcción, sabía que estaba bien hecho—. No estoy seguro, pero creo que al llevar en mí parte de tu aura, tú también puedes romper el círculo.
—Tendré cuidado —dije sintiéndome de pronto mucho más nerviosa—. ¿Y qué pasa ahora? —le pregunté mirando a la vela sobre la banqueta.
—Ahora tengo que invitarle a venir.
Reprimí un escalofrío cuando las palabras en latín fluyeron de los labios de Nick. Hice una mueca con la boca por lo ajeno que me resultaba. Conforme hablaba, su rostro parecía tomar otro cariz, sus ojeras aumentaron, dándole un aspecto enfermizo. Incluso su voz cambió, ahora era más resonante y parecía tener eco en mi cabeza. De nuevo creció la energía de siempre jamás, aumentando hasta ser casi insoportable. Estaba tan inquieta y nerviosa que casi me sentí aliviada cuando Nick dijo el nombre de Algaliarept con lenta y cuidadosa precisión.
Nick dejó caer los hombros y respiró hondo. En el estrecho vestidor olía a sudor por encima de su desodorante. Sus dedos se deslizaron hasta mi mano, apretándola brevemente antes de dejarla caer. Oía el tictac del reloj del salón y el ruido del tráfico de la calle sonaba amortiguado a través de la ventana. No pasó nada.
—¿Se supone que tiene que pasar algo? —pregunté empezando a sentirme como una tonta, allí de pie dentro del vestidor de Nick.
—Puede que tarde un rato. Como te dije, es un contrato de prueba, no el de verdad.
Respiré lentamente tres veces sin dejar de escuchar atentamente.
—¿Cuánto rato?
—Desde que empecé a meterme en el círculo yo en lugar de él, unos cinco o diez minutos.
El estado de ánimo de Nick se iba relajando y notaba su calor a través de nuestros hombros que casi se rozaban. Una ambulancia sonó a lo lejos hasta desaparecer.
Miré la vela ardiendo.
—¿Qué pasa si no aparece? —pregunté—. ¿Cuánto tiempo tenemos que esperar antes de salir del armario?
Nick me dedicó una sonrisa evasiva, como la de un extraño en el ascensor.
—Eh, yo no saldría del círculo hasta el amanecer. Hasta que no aparezca y podamos desterrarlo de vuelta a siempre jamás, podría presentarse en cualquier momento.
—¿Quieres decir que si no se presenta vamos a estar atrapados en el armario hasta el alba?
Asintió e inmediatamente sus ojos se apartaron de golpe al oler a ámbar quemado.
—Ah, bien, ha venido —susurró Nick irguiéndose.
«Ah, bien, ha venido», repetí sarcásticamente para mis adentros. Que Dios me ayudase, mi vida estaba muy jodida.
El montoncito de cenizas al final del pasillo estaba cubierto por una neblina de siempre jamás que crecía con la velocidad del agua fluyendo de abajo a arriba, hasta adoptar la forma imprecisa de un animal. Me esforcé por respirar con normalidad cuando vi que le aparecían ojos, rojos y naranjas y oblicuos como los de una cabra. Se me hizo un nudo en el estómago cuando se formó un hocico salvaje que dejaba gotear la saliva hasta la moqueta incluso antes de que terminase de materializarse en un perro del tamaño de un poni, el mismo que recordaba del sótano de la biblioteca de la universidad. Era el miedo de Nick hacia los perros hecho carne.
Jadeaba ásperamente y el sonido despertaba en mí un miedo instintivo desde lo más profundo de mi alma que desconocía tener. Se sacudió y aparecieron sus zarpas acabadas en uñas y unos poderosos cuartos traseros. Los últimos restos de la neblina formaron un espeso pelo amarillo. Junto a mí, Nick se estremeció.
—¿Estás bien? —le pregunté y el asintió, pálido.
—Nicholas Gregory Sparagmos —dijo el perro arrastrando las sílabas y sentándose sobre sus caderas, ofreciéndonos una salvaje sonrisa perruna—. ¿Otra vez, pequeño hechicero? Acabo de estar aquí.
¿Gregory?, pensé cuando Nick me lanzó una mueca impenitente. ¿El segundo nombre de Nick era Gregory? ¿Y qué había conseguido a cambio de decirle eso?
—¿O es que me has llamado para impresionar a Rachel Mariana Morgan? —concluyó el demonio sacando una larga lengua roja y volviendo su sonrisa perruna hacia mí.
—Tengo algunas preguntas —dijo Nick con un tono más valiente de lo que expresaba su lenguaje corporal.
Nick contuvo la respiración cuando el perro se levantó y echó a andar silenciosamente por el pasillo, casi rozando con los hombros las paredes. Me quedé mirándolo fijamente, horrorizada, mientras lamía el suelo junto al círculo, poniéndolo a prueba. La película de realidad de siempre jamás chisporroteó cuando pasó la lengua por la barrera invisible. De ella surgió un humo que olía a ámbar quemado. Observé, como a través de un cristal, la lengua de Algaliarept chamuscándose y quemándose. Nick se tensó y creí oírlo musitar una oración o un juramento. Con un gruñido de fastidio la silueta del demonio se hizo difusa.
El corazón me martilleaba en el pecho al ver la figura del perro alargarse y convertirse en su habitual representación de un caballero británico.
—Rachel Mariana Morgan —dijo remarcando cada acento con una elegante precisión—, debo felicitarte, querida, por encontrar aquel cadáver. Ha sido la utilización de las líneas luminosas más astuta que haya visto en doce años. —Se inclinó hacia mí. Olía a lavanda—. Has provocado gran revuelo, ¿lo sabías? —susurró—. Me han invitado a todas las fiestas. El hechizo de mi bruja ha dado el campanazo. Todo el mundo pudo disfrutarlo, aunque no tanto como yo. —Cerró los ojos y se estremeció. Su silueta se onduló al perder la concentración.
Tragué saliva.
—Yo no soy tu bruja —dije.
Nick me apretó con más fuerza el codo.
—Quédate con esa forma —dijo con voz firme— y deja de molestar a Rachel. Tengo preguntas y quiero saber el precio antes de formularlas.
—Tu desconfianza acabará por matarte, si no lo hace antes tu descaro.
Algaliarept se giró con un rápido movimiento haciendo ondear tras de sí los faldones de su chaqueta de camino al salón. Desde donde yo estaba lo vi abrir la librería de puertas de cristal de Nick. Alargó sus enguantados dedos blancos para sacar un libro.
—Oh, me preguntaba dónde habría ido a parar este —dijo dándonos la espalda—. Cómo me alegra que lo tengas. Lo leeremos la próxima vez.
Nick me miró.
—Eso es lo que hacemos normalmente —susurró—. El descifra el latín por mí y se le escapan muchas cosas.
—¿Y tú confías en él? —Arrugué el ceño, nerviosa—. Pregúntale.
Algaliarept había vuelto a colocar el tomo y había sacado otro. Pareció animarse y emitió unos ruiditos de satisfacción, como si hubiese encontrado un viejo amigo.
—Algaliarept —dijo Nick pronunciando su nombre lentamente. El demonio se giró con el nuevo libro en las manos—. Me gustaría saber si fuiste tú el demonio que atacó a Trent Kalamack la primavera pasada.
El demonio no levantó la vista del nuevo libro que acunaba entre las manos. Me mareé al ver que había alargado sus dedos para sujetarlo mejor.
—Eso entra dentro de nuestro acuerdo —dijo con tono de preocupación—, teniendo en cuenta que Rachel Mariana Morgan ya sabe la respuesta. —Levantó la mirada asomando sus ojos naranjas y rojos por encima de sus gafas ahumadas—. Oh, sí, probé esa noche a Trenton Aloysius Kalamack y a ti. Tendría que haberlo matado directamente, pero la novedad era tan interesante que me entretuve hasta que logró meterme en un círculo.
—¿Por eso sobreviví yo también? —pregunté—. ¿Cometiste un error?
—¿Esa pregunta es de tu parte?
Me humedecí los labios.
—No.
Algaliarept cerró el libro.
—Tu sangre es ordinaria, Rachel Mariana Morgan. Sabrosa, con aromas sutiles que no pude entender, pero ordinaria. No jugué contigo, intenté matarte. Si llego a saber que eras capaz de dar el campanazo, habría hecho las cosas de otra forma. —Una sonrisa apareció en sus labios y sentí su mirada derramarse sobre mí como una mancha de aceite—. O puede que no. Tendría que haber sabido que serías como tu padre. Él también dio el campanazo. Una vez. Antes de morir. Espero sinceramente que eso no sea una premonición para ti.
Se me encogió el estómago y Nick me agarró del brazo antes de que tocase su círculo.
—Dijiste que no lo conocías —dije con la voz áspera por la rabia. Me sonrió bobaliconamente.
—¿Es eso otra pregunta?
Con el corazón a punto de salírseme por la boca negué con la cabeza, esperando que me dijese algo más.
El demonio se llevó un dedo a la punta de la nariz.
—Entonces será mejor que Nicholas Gregory Sparagmos me haga otra pregunta antes de que me llame alguien dispuesto a pagar por mis servicios.
—No eres más que un chivato asqueroso, ¿lo sabías? —Dije temblorosa.
La mirada de Algaliarept se posó en mi cuello, trayéndome a la memoria el suelo de aquel sótano donde la vida se me iba derramando.
—Solo cuando tengo un mal día.
Nick se irguió.
—Quiero saber quién te invocó para matar a Rachel y si es la misma persona que está invocándote ahora para matar a brujos de líneas luminosas.
Algaliarept se desplazó hasta casi fuera de mi campo de visión y murmuró.
—Esas son unas preguntas muy caras, las dos sumadas van mucho más allá de nuestro acuerdo. —Volvió a fijar su atención en el libro que llevaba en las manos y pasó una página.
Empecé a preocuparme de verdad cuando Nick cogió aire.
—No —le dije—, no merece la pena.
—¿Qué pides a cambio de las respuestas? —preguntó Nick ignorándome.
—¿Tu alma? —dijo sin darle importancia. Nick negó con la cabeza.
—Pídeme algo razonable, o te mando de vuelta inmediatamente y no podrás hablar más con Rachel.
El demonio sonrió de oreja a oreja.
—Te estás volviendo gallito, aprendiz de hechicero. Ya eres medio mío. —Cerró el libro con un repentino golpe seco—. Dame permiso para llevarme mi libro al otro lado y te diré quién me envió a matar a Rachel Mariana Morgan. Si es la misma persona que me está invocando para matar a los brujos de Trent Aloysius Kalamack, eso me lo reservo. Tu alma no lo vale. La de Rachel Mariana Morgan quizá. Qué pena da ver que los gustos de un joven son demasiado caros para sus posibilidades, ¿verdad?
Fruncí el ceño al darme cuenta de que había admitido que él estaba asesinando a los brujos. Era cuestión de suerte que Trent y yo siguiésemos vivos cuando los demás brujos habían muerto a sus manos. No, no había sido suerte, habían sido Quen y Nick.
—¿Y para qué quieres ese libro? —le pregunté.
—Lo escribí yo —dijo con una voz dura que pareció incrustarse en los recovecos de mi mente. Esto no me estaba gustando nada, nada, nada.
—No se lo des, Nick.
Se giró en la estrechez del círculo chocando conmigo.
—Solo es un libro.
—Es tu libro —dije—, pero es mi pregunta. Ya la averiguaré de otra forma.
Algaliarept se rio mientras apartaba la cortina de la ventana con un enguantado dedo para ver la calle.
—¿Antes de que vuelvan a encargarme que te mate? Eres el tema de conversación a ambos lados de las líneas luminosas. Será mejor que me hagas la pregunta rápido, si me llaman de repente puede que quieras dejar tus asuntos resueltos.
Nick se quedó estupefacto.
—¡Rachel! ¿Eres la siguiente?
—No —protesté deseando poder darle un bofetón a Algaliarept—. Solo lo dice para que le des el libro.
—Usaste las líneas luminosas para encontrar el cuerpo de Dan —dijo Nick secamente—. ¿Y ahora estás trabajando para Trent? Estás en la lista, Rachel. Llévate tu libro, Al. ¿Quién te envió para matar a Rachel?
—¿Al? —repitió el demonio sonriendo—, oh, me gusta. Al. Sí, puedes llamarme Al.
—¿Quién te envió a matar a Rachel? —exigió Nick.
Algaliarept sonrió abiertamente.
—Ptah Ammon Fineas Horton Madison Parker Piscary.
Mis rodillas amenazaron con ceder y me agarré al brazo de Nick.
—¿Piscary? —susurré. ¿El tío de Ivy era el cazador de brujos? ¿Y tenía siete nombres? ¿Tan viejo era?
—Algaliarept, márchate y no vuelvas a molestarnos esta noche —dijo repentinamente Nick.
La sonrisa del demonio me produjo escalofríos.
—Sin promesas —dijo con una mirada lasciva antes de desvanecerse. El libro que llevaba en las manos cayó golpeando la moqueta, seguida por un movimiento en la estantería. Escuché los fuertes latidos de mi corazón, temblorosa. ¿Qué iba a decirle a Ivy? ¿Cómo podría protegerme de Piscary? Ya había estado escondida en una iglesia con anterioridad y no me había gustado nada.
—Espera —dijo Nick tirando de mí antes de que tocase el círculo. Seguí su mirada hacia el montoncito de cenizas—, no se ha ido todavía.
Oí a Algaliarept maldecir y luego las cenizas desaparecieron. Nick suspiró y luego atravesó el círculo con el pie, rompiéndolo.
—Ahora puedes salir.
Puede que esto se le diese mejor de lo que yo creía.
Encorvado y con aspecto preocupado se acercó a apagar la vela para luego sentarse en el borde del sofá, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza hundida en sus manos.
—Piscary —dijo mirando a la moqueta—, ¿por qué no puedo tener una novia normal que solo tenga que esconderse de su antiguo novio del instituto?
—Eres tú el que anda invocando demonios —dije con las rodillas temblorosas. La noche parecía de pronto mucho más amenazadora. El vestidor parecía más grande ahora que Nick se había ido y yo no quería salir—. Debería volver a mi iglesia —dije pensando que iba a sacar mi vieja cama para ponerla en el santuario y dormir esta noche en el antiguo altar, justo después de llamar a Trent. Me había dicho que se encargaría de él. Espero que quisiera decir que le clavaría una estaca a Piscary. A Piscary le traía la ley sin cuidado, ¿por qué iba a importarme a mí? Analicé mi conciencia sin encontrar ningún remordimiento.
Cogí mi chaqueta y me dirigí hacia la puerta. Quería estar en mi iglesia. Quería envolverme en la manta antihechizos que le había robado a Edden y sentarme en mitad de mi bendita iglesia.
—Tengo que hacer una llamada —dije aturdida deteniéndome en seco en medio del salón.
—¿Trent? —preguntó innecesariamente a la vez que me acercaba el teléfono inalámbrico.
Después de marcar el número cerré el puño para disimular que me temblaban los dedos. Contestó Jonathan con tono airado y desagradable. Me puse muy pesada hasta que accedió a dejarme hablar directamente con Trent. Finalmente oí el clic de un teléfono supletorio y oí la voz suave como un río de Trent con un profesional: «Buenas noches, señorita Morgan».
—Es Piscary —dije a modo de saludo. Se produjo un silencio que duró cinco latidos y me pregunté si habría colgado.
—¿Te ha dicho que Piscary lo ha enviado a matar a mis brujos? —preguntó finalmente Trent a la vez que chasqueaba los dedos. Luego oí el distintivo sonido de un bolígrafo sobre el papel y me pregunté si Quen estaría con él. La indiferencia de su voz no ocultaba su preocupación.
—Le pregunté si lo habían enviado para matarte la primavera pasada y quién lo había invocado —dije con el estómago revuelto y dando vueltas por la habitación—. Te sugiero que te quedes en terreno consagrado después del anochecer. Puedes entrar en terreno consagrado, ¿no? —le pregunté sin saber con seguridad cómo les afectaban a los elfos esos asuntos.
—No seas grosera —dijo—, tengo un alma igual que tú. Y gracias, en cuanto confirmes la información te enviaré un mensajero con el resto de tu remuneración.
Di un respingo y miré a Nick.
—¿Confirmarlo? —Dije—. ¿Qué quieres decir con que lo confirme? —No pude evitar que me temblase la mano.
—Lo que me acabas de decir es un consejo —dijo Trent—. Solo le pago por eso a mi agente de bolsa. Consígueme pruebas y Jonathan te enviará un cheque.
—¡Acabo de darte la prueba! —exclamé levantándome con el corazón agitado—. Acabo de hablar con ese maldito demonio y me ha dicho que está matando a tus brujos. ¿Qué más pruebas necesitas?
—Más de una persona puede invocar al mismo demonio, señorita Morgan. Si no le has preguntado directamente si ha sido Piscary el que lo ha invocado para asesinar a esos brujos, solo son especulaciones.
Me quedé sin respiración y le di la espalda a Nick.
—Esa pregunta era demasiado cara —dije bajando la voz y pasándome la mano por la trenza—, pero nos atacó a ambos siguiendo las órdenes de Piscary y ha admitido que ha matado a los brujos.
—No es suficiente. Necesito pruebas antes de ir clavando estacas en un maestro vampiro. Y te sugiero que las consigas rápido.
—¡Me vas a timar! —le grité girándome hacia la ventana sintiendo que mi miedo se tornaba en frustración—. Claro, ¿por qué no? Lo Howlers lo han hecho, la AFI también, ¿por qué ibas a ser diferente?
—No te estoy timando —dijo pasando de una voz suave como la seda a una fría como el hierro por la rabia—, pero no pienso pagarte por un trabajo chapucero. Como dijiste, te pago por resultados, no jugada a jugada… ni por especulaciones.
—¡A mí me parece que no me quieres pagar nada! ¡Te estoy diciendo que ha sido Piscary y unos míseros veinte mil dólares no son suficientes para que entre alegremente en la guarida de un vampiro de más de cuatrocientos años y le pregunte si ha estado enviando a un demonio a asesinar a los ciudadanos de Cincinnati!
—Si no quieres hacer el trabajo espero que me devuelvas la fianza.
Le colgué.
El teléfono ardía en mi mano y lo dejé con cuidado sobre el mostrador de la cocina de Nick antes de estamparlo contra algo.
—¿Puedes llevarme a casa, por favor? —le pregunté cargada de tensión.
Nick estaba mirando su estantería, repasando con el dedo los títulos.
—Nick —dije más alto, enfadada y frustrada—, de verdad quiero irme a casa ya.
—Un momento —masculló concentrado en sus libros.
—¡Nick! —exclamé cruzándome de brazos—. Ya elegirás el libro que vas a leer esta noche luego. ¡Quiero irme a casa ya!
Se volvió hacia mí con una mirada enfermiza en su alargado rostro.
—Se lo ha llevado.
—¿El qué?
—Creí que hablaba del libro que tenía en las manos, pero se ha llevado el que usaste para convertirme en tu familiar. Arrugué los labios.
—¿Al escribió el libro para convertir a los humanos en familiares? Por mí puede quedárselo.
—No —dijo demacrado y pálido—, si lo tiene él, ¿cómo vamos a romper el hechizo?
—Oh —dije con la cara desencajada. No había pensado en eso.