15.
Dejé caer una de mis peludas zapatillas rosa y despreocupadamente me rasqué la pantorrilla con el dedo gordo. Eran más de las doce de la noche, pero la cocina estaba iluminada por las barras fluorescentes que se reflejaban en mis calderos de cobre para hechizos y en los utensilios colgados. De pie junto a la isla central de acero inoxidable, machacaba en el mortero el geranio salvaje para hacer una pasta. Jenks me lo había encontrado en un solar abandonado. Lo había cambiado por uno de sus preciados champiñones. El clan pixie que vivía en el solar había salido ganando con el trato, pero creo que a Jenks le daban pena.
Nick nos había preparado unos sándwiches hace una media hora y habíamos guardado la lasaña en la nevera, aún caliente. Mi sándwich de mortadela no me había sabido a nada. No creo que fuese solo culpa de Nick, quien no le había puesto Ketchup como le pedí porque dijo que no lo encontraba en la nevera. Estúpida manía humana. Me parecería incluso simpática si no me fastidiase tanto.
Ivy seguía sin aparecer y no pensaba comerme la lasaña sola delante de Nick. Quería hablar con ella, pero tendría que esperar hasta que estuviese lista. Es la persona más reservada que conozco. Ni siquiera se reconocía a sí misma sus sentimientos hasta encontrar una razón lógica para justificarlos.
Bob, el pez, nadaba junto a mí dentro de mi segundo caldero más grande para hechizos. Iba a usarlo como mi espíritu familiar. Necesitaba un animal y los peces eran animales, ¿no? Además, Jenks saldría disparado si se me ocurriese siquiera mencionar traerme un gatito e Ivy le había dado sus búhos a su hermana cuando uno casi murió despedazado tras cazar a la hija pequeña de Jenks. Jezebel estaba bien, el búho quizá volviera a volar algún día.
Me sentía deprimida y continué machacando las hojas para convertirlas en una pulpa. La magia terrenal era más poderosa cuando se hacía entre la puesta del sol y la medianoche, pero hoy me costaba concentrarme y ya era más de la una. Mis pensamientos seguían dándole vueltas a esa foto en el campamento de «Pide un deseo». Se me escapó un fuerte suspiro.
Nick me miró desde el otro lado de la isla, sentado en un taburete mientras se acababa el último sándwich de mortadela.
—Déjalo ya, Rachel —dijo sonriendo para suavizar sus palabras. Obviamente sabía qué estaba pensando—. No creo que te hayan manipulado, y aunque lo hubiesen hecho, ¿cómo iba nadie a poder demostrarlo?
Dejé la mano del mortero apoyada en el vaso y lo aparté.
—Mi padre murió por mí —dije—. Si no llega a ser por mí y mi maldita enfermedad en la sangre, él todavía estaría aquí. Lo sé.
Su alargada cara se puso triste.
—En su mente seguro que pensaba que era culpa suya que estuvieses enferma.
Por supuesto, eso me hizo sentirme mucho mejor y me hundí allí mismo.
—Puede que solo fuesen amigos, como dijo tu madre —sugirió Nick.
—Y puede que el padre de Trent intentase chantajear a mi padre para que hiciese algo ilegal y murió porque no quiso hacerlo. —Al menos se había llevado al padre de Trent con él.
Nick estiró su alargado brazo para coger la foto que seguía en la encimera donde la había dejado caer.
—No lo sé —dijo con voz suave mientras la miraba—, a mí me parece que eran amigos.
Me sequé las manos en los vaqueros y me incliné para coger la foto. Arrugué los ojos escudriñando la cara de mi padre. Oculté mis emociones y le devolví la foto.
—No me curé gracias a remedios naturales y hechizos. Me manipularon. —Era la primera vez que lo decía en voz alta y se me hizo un nudo en el estómago.
—Pero estás viva —dijo Nick.
Me di la vuelta y medí seis vasos de agua de manantial que repiqueteó con fuerza al verterla en mi caldero de cobre grande.
—¿Y qué pasa si alguien se entera? —pregunté, incapaz de mirarlo—. Me detendrían y me confinarían a una isla helada como si tuviese la lepra por miedo a que lo que me haya hecho pueda mutar hacia otra cosa e iniciar otra plaga.
—Oh, Rachel… —Nick se bajó del taburete. Me afané ansiosa en secar innecesariamente el vaso de medir. Nick se acercó a mí por detrás y me dio un abrazo antes de darme la vuelta para mirarme a la cara—. No eres ninguna plaga a punto de estallar —me dijo con tono zalamero mirándome a los ojos—. Si el padre de Trent curó tu enfermedad de la sangre, pues muy bien. Pero fue solo eso, te curó. No va a pasar nada, ¿vale? Yo sigo aquí. —Sonrió—. Vivito y coleando.
Me sorbí la nariz y no me gustó comprobar que me molestaba tanto la idea.
—No quiero deberle nada.
—Y no se lo debes. Esto fue algo entre tu padre y el de Trent y eso suponiendo que de verdad pasase. —Noté sus manos cálidas en mi cintura Mis pies estaban entre los suyos; entrelacé los dedos tras su espalda y apoyé mi peso contra él—. Solo porque tu padre y el de Trent se conociesen no quiere decir nada —dijo.
Vale, pensé sarcásticamente. Nos soltamos a la vez y nos apartamos como a regañadientes. Mientras Nick metía la cabeza en la despensa, comprobé mi receta para el medio de transferencia. El texto que tenía para vincular a un familiar estaba en latín, pero conocía los nombres científicos de las plantas lo suficiente como para seguirlo. Esperaba que Nick me ayudase con los ensalmos.
—Gracias por hacerme compañía —dije sabiendo que mañana tenía turno de media jornada en la universidad y el turno de noche en el museo. Si no se iba pronto no podría dormir nada antes de irse a trabajar.
Nick miró hacia el pasillo oscuro desde su taburete con una bolsa de patatas Iritas en la mano.
—Me gustaría estar aquí, cuando vuelva Ivy. ¿Por qué no pasas la noche en mi casa?
Curvé los labios con una sonrisa.
—Estaré bien. No volverá a casa hasta que se haya calmado. Pero si te vas a quedar un rato, ¿por qué no me dibujas unos pentagramas?
El crujido de la bolsa de plástico cesó. Nick miró el papel negro y la tiza plateada sospechosamente apilados en la encimera y luego me miró a mí. Un brillo de regocijo iluminó sus ojos y terminó de enrollar los bordes de la bolsa.
—No pienso hacerte los deberes, Ray-ray.
—Ya sé cómo son —protesté mientras echaba en el caldero los pelos que me había recortado y lo removía con la cuchara de cerámica hasta que se hundieron—. Te prometo que los copiaré yo sola luego, pero si no los entrego mañana, me suspenderá y Edden me deducirá el precio de la matrícula de mis honorarios. No es justo, Nick. ¡La profe me tiene manía!
Nick se comió una patata con aire escéptico.
—¿Te los sabes? —Asentí y se limpió la mano en el vaquero antes de acercarse mi libro de clase—. A ver —me retó, inclinando el libro para que no pudiese verlo—, ¿cómo es un pentagrama de protección?
Dejé escapar el aire con un resoplido de alivio y añadí la decocción de sanícula que había preparado antes.
—Es la estrella estándar con dos líneas entrelazadas en el círculo exterior.
—Vale… ¿y la de la adivinación?
—Con lunas llenas en las puntas y una banda de Moebius en el centro indicando equilibrio.
El brillo de regocijo en los ojos de Nick se tornó en sorpresa.
—¿Invocación? —me espetó.
Sonreí y vertí el geranio salvaje machacado en la cocción. Los trocitos verdes se quedaron flotando como si el agua fuese gel. Bien.
—¿Cuál? ¿El de invocación de un poder interno o el de una entidad física?
—Ambos.
—El del poder interno tiene bellotas y hojas de roble en las puntas de en medio y el de una entidad física lleva una cadena celta uniendo las puntas. —Ufana ante su evidente sorpresa, ajusté el fuego bajo el caldero y rebusqué entre los cubiertos una aguja digital.
—Vale, estoy impresionado. —Dejó caer el libro y cogió un puñado de patatas.
—¿Los vas a copiar por mí? —le pregunté encantada.
—¿Me prometes que luego los harás tú sola?
—Trato hecho —dije alegremente. Ya había terminado los trabajos cortos. Ahora lo único que tenía que hacer era convertir a Bob en mi familiar. Chupado. Miré a Bob y sentí vergüenza. Sí, chupado.
—Gracias —le dije en voz baja a Nick, quien estiraba mi papel de dibujo negro doblando las puntas contra la encimera.
—Los haré chapuceros para que parezca que los has hecho tú —dijo.
Lo miré con las cejas arqueadas.
—Muchas gracias —repetí con tono seco y él sonrió. Había terminado con la poción y me pinché en el dedo para sacar tres gotas de sangre. El olor a secuoya ascendió al gotear en el caldero. El hechizo estaba listo. Por ahora todo marchaba bien.
—Las brujas terrenales no usan pentagramas —dijo Nick mientras le sacaba punta a una tiza frotándola contra un trozo de papel—. ¿Cómo es que te los sabes?
Limpié mi espejo adivinatorio con una bufanda de terciopelo que le había cogido prestada a Ivy y con cuidado de no tocarlo con mi dedo sangrante. Me recorrió un escalofrío al tocar su fría superficie. Odiaba adivinar el futuro, me ponía los pelos de punta.
—Por los tarros de gelatina —le contesté. Nick levantó la vista y su mirada perdida me hizo sentirme bien sin saber por qué—. Ya sabes, ¿esos tarros de gelatina que puedes usar como vasos para el zumo cuando se acaba? Tenían pentagramas en el fondo y sus usos escritos en el lateral. Ese año me alimenté a base de sándwiches de mantequilla de cacahuete y gelatina. —Me puse melancólica al recordar a mi padre preguntándome mientras comía tostadas.
Nick se remangó y empezó a dibujar.
—Y yo creía que era un niño malo por hurgar en el fondo de la caja de cereales buscando mi juguete.
Había terminado el trabajo preparatorio y estaba lista para emplearme a fondo con el hechizo. Era hora de crear un círculo.
—¿Dentro o fuera? —le pregunté y Nick levantó la vista de mis deberes parpadeando. Al verlo tan confuso añadí—. Estoy lista para hacer el círculo, ¿quieres quedarte dentro o fuera?
Titubeó.
—¿Quieres que me aparte?
—Solo si quieres quedarte fuera del círculo.
Su mirada se tornó incrédula.
—¿Vas a rodear toda la isla?
—¿Algún problema?
—Noooo. —Nick arrastró su taburete más cerca—. Debe ser que las brujas sois capaces de controlar más poder de las líneas luminosas que los humanos. Yo no puedo hacer un círculo de más de un metro de diámetro.
Sonreí.
—No lo sé. Le preguntaría a la doctora Anders si no me hiciese sentir como una idiota. Creo que depende. Mi madre tampoco puede hacer un círculo de más de un metro. Entonces… ¿dentro o fuera?
—¿Dentro?
Resoplé aliviada.
—Bien, esperaba que dijeses eso.
Me incliné sobre la encimera y le pasé mi libro de hechizos.
—Necesito que me ayudes a traducir esto.
—¿Quieres que te haga los deberes y que te ayude también a vincularte con tu familiar? —protestó. Hice una mueca.
—El único hechizo que he encontrado en los libros está en latín.
Nick me miró incrédulo.
—Rachel, yo suelo dormir de noche.
Miré el reloj de encima del fregadero.
—Tan solo es la una y media.
Con un suspiro, Nick se acercó el libro. Sabía que no iba a ser capaz de resistirse una vez empezase y seguro que su fastidio se volvía interés antes de terminar el primer párrafo.
—Oye, esto es latín antiguo.
Me incliné sobre la encimera hasta que mi sombra recayó sobre las letras.
—Entiendo los nombres de las plantas y estoy segura de haber hecho el medio de transferencia bien, como se hace siempre, pero tengo dudas con el ensalmo.
Ya no me estaba escuchando. Arrugó el ceño mientras recorría el texto con su alargado dedo.
—Necesitas modificar el círculo pura extraer y reunir poder.
—Gracias —dije contenta de que me ayudase. No me importaba ingeniármelas con la mayoría de las cosas, pero la hechicería era una ciencia exacta. Y la mera idea de tener que necesitar un familiar me hacía sentirme incómoda. La mayoría de las brujas tenían uno, pero las brujas de líneas luminosas los necesitaban por una cuestión de seguridad. Dividir el aura ayudaba a evitar que un demonio te atrajese hacia siempre jamás. Pobre Bob.
Nick volvió a dibujar los pentagramas y levantó la vista cuando saqué el saco de nueve kilos de sal de debajo de la encimera y lo coloqué con un golpe seco encima. Sumamente consciente de sus ojos clavados en mí, arañé un puñado del montón apelmazado. Ante la insistencia de Ivy había dado por perdido el depósito del alquiler y había grabado un círculo poco profundo en el linóleo. Ivy me ayudó. En realidad lo había hecho casi todo ella, usando un compás de cuerda y una tiza para asegurarse de que el círculo era perfecto. Yo me senté en la encimera y la dejé hacer, sabiendo que se mosquearía si me metía por medio. El resultado era un círculo absolutamente perfecto. Incluso había cogido una brújula para marcar el Norte con pintura de uñas negra e indicarme así dónde empezar el círculo.
Ahora, mirando al suelo en busca del punto negro, espolvoreé la sal con cuidado avanzando en el sentido de las agujas del reloj alrededor de la isla hasta llegar al punto de inicio. Añadí los artilugios para la protección y la adivinación, puse las velas verdes en los lugares apropiados, luego las encendí con la llama que había usado para hacer el medio de transferencia.
Nick me observaba de reojo. Me gustaba que aceptase que yo fuese una bruja. Cuando nos conocimos me preocupaba que al ser uno de los pocos humanos que practicaba las artes negras, finalmente tuviese que darle una paliza y entregarlo a las autoridades. Pero Nick había estudiado Demonología para mejorar su latín y aprobar una asignatura de desarrollo del lenguaje, no para invocar demonios. Y la rareza de encontrar un humano que aceptase la magia con semejante naturalidad era un verdadero aliciente.
—Última oportunidad para salir —dije al cerrar la llave del gas y al trasladarlo todo a la isla central.
Nick emitió un ruido desde lo más profundo de su garganta y dejó a un lado su pentagrama perfecto para empezar con el siguiente. Envidié sus líneas fluidas y rectas. Aparté mi parafernalia a un lado para dejar un hueco libre en la encimera frente a él. El recuerdo de haber sido castigada por usar sin querer una línea luminosa y lanzar al matón del campamento contra un árbol volvió a mi mente. Creía que era estúpido que mi aversión a las líneas luminosas radicase en un incidente de la infancia, pero sabía que era algo más que eso. No confiaba en la magia de líneas luminosas. Era demasiado fácil perder de vista el lado de la magia en el que uno estaba.
Con la brujería terrenal era fácil. Si había que sacrificar a una cabra, apuesto lo que quieras a que se trata de magia negra. La magia de líneas luminosas requería también un coste de muerte, pero era una muerte más nebulosa, que se tomaba del alma y era más difícil de cuantificar y más fácil de desdeñar… hasta que era demasiado tarde. El coste de la magia blanca de líneas luminosas era insignificante y equivalía a arrancar hierbas para usarlas en los hechizos. Pero el poder directo proveniente de las líneas luminosas era seductor. Requería tener una voluntad fuerte para mantenerse dentro de unos límites autoimpuestos y seguir siendo una bruja blanca de líneas luminosas. Las fronteras que parecían tan razonables y prudentes, a veces resultaban absurdas o apocadas cuando la fuerza de una línea luminosa te atravesaba. Había visto a muchos amigos pasar de arrancar hierbas a sacrificar cabras sin darse ni cuenta de que habían dado el paso hacia las artes negras. Y nunca te escuchaban con la excusa de que era porque estabas celosa o porque eras una loca. Al final tenías que llevarlos a rastras hasta el calabozo de la SI por ponerle un hechizo negro a un poli que les había parado por exceso de velocidad. Quizá por eso no conservaba las amistades.
Esos eran los que más me molestaban, gente básicamente buena que había sido tentada por un poder más fuerte que su voluntad. Daban pena. Sus almas eran devoradas lentamente para pagar el coste de la magia negra con la que habían estado jugando. Pero los brujos de magia negra profesional eran los que me daban miedo de verdad. Aquellos lo bastante fuertes para traspasar la muerte del alma a otra persona y que fuese ella la que pagase por el coste de su magia. Sin embargo, al final, la muerte del alma encontraba su camino, probablemente llevando consigo un demonio. Lo único que sabía era que había gritos y sangre y se oían grandes explosiones que sacudían toda la ciudad. Y entonces ya no tenía que volver a preocuparme por ese brujo en particular nunca más.
Yo no tenía una voluntad tan fuerte. Lo sabía, lo aceptaba y evitaba el problema rehuyendo las líneas luminosas siempre que podía. Esperaba que adoptar a un pez como familiar no significase el inicio de un nuevo camino, sino solo un bache en mi trayectoria actual. Miré a Bob y juré que no era más que eso. Todas las brujas tenían familiares y no había nada en el hechizo que perjudicase a nadie.
Respiré hondo lentamente y cerré los ojos para prepararme para la consiguiente desorientación al conectarme con la línea luminosa. Paulatinamente enfoqué mi segunda visión. El olor a ámbar quemado me hizo cosquillas en la nariz. Un viento invisible movió mi pelo, aunque la ventana de la cocina estaba cerrada. Siempre hacía viento en siempre jamás. Me imaginé que las paredes que me rodeaban se volvían transparentes y así lo hicieron en mi mente. Mi segunda visión se amplió y la sensación de estar en el exterior se hizo más fuerte hasta que el escenario mental, más allá de las paredes de la iglesia, se hizo tan real como la encimera, ahora invisible bajo mis dedos. Con los ojos cerrados para bloquear mi visión mundana, miré alrededor de la ya inexistente cocina con la imaginación. Nick no aparecía por ninguna parte y el recuerdo de los muros de la iglesia se había desvanecido para convertirse en finas líneas de tiza plateada. A través de ellas, veía el paisaje que me rodeaba.
Parecía un parque con una bruma rojiza reflejándose en el fondo de nubes, donde debería estar Cincinnati, ocultándose tras unos raquíticos árboles. Era sabido que los demonios tenían su propia ciudad construida sobre las mismas líneas luminosas que Cincinnati. Los árboles y plantas despedían un brillo rojizo similar y, a pesar de que no soplaba ningún viento entre los tilos fuera de la cocina, las ramas de los raquíticos árboles de siempre jamás oscilaban en el viento que me levantaba el pelo. Había gente a la que le encantaban las discrepancias entre la realidad y siempre jamás, pero a mí me parecían inquietantemente incómodas. Algún día subiría a la Torre Carew y miraría con mi segunda visión hacia la ciudad de los demonios, brillante y rota. Se me encogió el estómago. Sí, seguro que lo haría.
Mi vista se sintió atraída hacia el cementerio por las descarnadas tumbas, blancas y casi brillantes, que junto con la luna eran las únicas cosas que parecían no emitir ese brillo rojizo y seguían inalteradas en ambos mundos. Reprimí un escalofrío. La línea luminosa formaba un chorro rojo de aspecto sólido que apuntaba directamente hacia el norte, a la altura de mi cabeza y por encima de las tumbas. Era pequeña, de apenas dieciocho metros, más o menos, pero tan poco usada que parecía más fuerte que la enorme línea sobre la que se asentaba la universidad.
Era consciente de que Nick probablemente también estuviese mirando con su propia segunda visión y alargué mi voluntad para tocar el lazo de poder. Me tambaleé y me esforcé por mantener los ojos cerrados mientras me agarraba con fuerza a la encimera. El pulso me dio un vuelco y se me aceleró la respiración.
—Estupendo —mascullé, pensando que la fuerza que me atravesaba parecía más fuerte que la última vez.
Me quedé de pie sin hacer nada mientras el influjo continuaba e intenté equiparar nuestras fuerzas. Me hormigueaban las yemas de los dedos y me dolían los dedos gordos de los pies al refluir la fuerza por mis extremidades teóricas, que se reflejaban en las reales. Finalmente empezó a equilibrarse y un rastro de energía me abandonó para reunirse de nuevo con la línea. Fue como si yo formase parte de un circuito y el paso de la línea hubiese dejado un residuo brillante que me hacía sentirme viscosa.
La unión con la línea luminosa resultaba embriagadora, ya no podía mantener por más tiempo los párpados cerrados y se me abrieron de golpe. La atestada cocina reemplazó los trazos plateados. Mareada y desorientada, intenté reconciliar mi imaginación con la visión mundana, usando ambas simultáneamente. Aunque no podía ver a Nick con mi segunda visión, podía proyectar sombras sobre él con mi visión normal. A veces no había diferencias, pero apostaba a que Nick no sería de ese tipo de personas. Nuestras miradas se cruzaron y noté cómo se me desencajaba la cara. Su aura estaba bordeada de negro. Eso no era necesariamente malo, pero apuntaba hacia una incómoda dirección. Su delgada envergadura parecía demacrada y mientras que normalmente su semblante de ratón de biblioteca le daba antes un aire de erudito, ahora tenía un trasfondo peligroso. Pero lo que más me chocó fue la sombra circular negra en su sien izquierda. Era donde el demonio del que me salvó le había dejado su marca, un recordatorio de la deuda que algún día Nick tendría que saldar. Inmediatamente me miré mi muñeca. Mi piel solo presentaba la habitual cicatriz que sobresalía con forma de círculo con una línea que lo cruzaba. Eso no significaba que eso fuese lo que Nick veía. Levanté el brazo y le pregunté.
—¿Está de color negro?
Él asintió solemnemente. Su apariencia habitual empezaba a superponerse a su amenazadora imagen en mi imaginación al vacilar mi segunda visión a la fuerza de mi misión mundana.
—Es la marca del demonio, ¿no? —Dije pasándome los dedos por la muñeca. Yo no le veía ni rastro de negro, pero tampoco podía verme el aura.
—Sí —dijo en voz baja—. ¿Te habían dicho que, eh, que se te ve muy distinta mientras canalizas una línea luminosa?
Asentí y mi equilibrio flaqueó al chocar ambas realidades. «Distinta» era mejor que «horripilante», que era lo que Ivy me llamó una vez.
—¿Quieres salir del círculo? No lo he cerrado todavía.
—No.
De inmediato, me sentí mejor. Un círculo cerrado correctamente no podía ser roto salvo por su creador. No le importaba quedarse atrapado dentro conmigo y su demostración de confianza era gratificante.
—Muy bien, entonces. Allá voy. —Respiré hondo para calmarme y mentalmente moví el fino reguero de sal de esta dimensión hasta siempre jamás. Mi círculo dio el salto con la rapidez de una goma elástica disparada contra mi piel. Me sobresalte cuando la sal desapareció de golpe y fue reemplazada por un círculo igual de siempre jamás. Sabía que sentiría un escalofrío en la espalda, pero siempre me sorprendía.
—Odio que haga eso —dije mirando a Nick, pero él estaba mirando fijamente el círculo.
—Vaya —exclamó impresionado—, mira eso. ¿Sabías que iban a hacer eso?
Seguí su mirada hacia las velas y me quedé boquiabierta. Se habían vuelto transparentes. Las llamas seguían oscilando, pero la cera verde resplandecía con un aspecto irreal.
Nick se bajó deslizándose de su taburete y se acercó cuidadosamente por detrás de la encimera para evitar tocar el círculo. Se agachó junto a una de las velas y casi me entra el pánico cuando extendió un dedo para tocarla.
—¡No! —grité y él retiró la mano sobresaltado—. Mmm, creo que se han pasado a siempre jamás junto con la sal. No sé qué pasaría si las tocases. Mejor… no lo hagas, ¿vale?
Él asintió y se puso de pie. Con aire intimidado volvió a su taburete y no volvió a tomar la tiza. Iba a quedarse mirando. Le sonreí débilmente y no me gustó sentirme en semejante desventaja con la magia de líneas luminosas; pero si seguía la receta todo saldría bien.
Todo el poder, salvo los restos que había extraído de la línea luminosa, recorría ahora mi círculo. Podía sentirlo presionando mi piel. La lámina de siempre jamás era de una molécula de espesor y tenía el aspecto de un líquido rojizo entre el resto del mundo y yo, creando una cúpula justo sobre mi cabeza. Nada podía atravesar las bandas de realidades alternantes. La esfera oblonga también se reflejaba por debajo y si hubiese atravesado alguna tubería o cable eléctrico, el círculo no sería perfecto, sino que sería vulnerable en ese punto.
A pesar de que la mayoría de la fuerza de la línea luminosa había servido para sellar el círculo, aún había una acumulación secundaria dentro de mí. Era más lenta, casi insidiosa. Continuaría hasta que rompiese el círculo y me desconectase de la línea luminosa. Las brujas de líneas luminosas sabían cómo almacenar ese poder, pero yo no y si permanecía conectada a la línea luminosa demasiado tiempo, me volvería loca. La hora escasa que necesitaría para terminar no sería ni mucho menos demasiado tiempo.
Convencida de que mi círculo era seguro, abandoné por completo mi segunda visión y perdí la visión del aura de Nick.
—¿Lista para el segundo paso? —me preguntó y asentí.
Apartando los pentagramas se acercó más el viejo libro. Arrugó el ceño mientras recorría con el dedo el texto dejando una marca de tiza.
—Ahora debes quitarte todos los amuletos y hechizos que lleves. —Levantó la vista—. Quizá deberías haberte dado un baño de sal.
—No, los únicos hechizos que llevo son amuletos. —Me quité el que me había prestado mi madre y el cordón se enganchó en mi pelo. Me llevé la mano al cuello y le dediqué a Nick una media sonrisa cuando lo pillé mirándome. Tras un momento de vacilación, me saqué el anillo del meñique y lo dejé a un lado.
—¡Lo sabía! —exclamó Nick—. Sabía que tenías pecas. Era por el anillo, ¿verdad?
Alargó el brazo para cogerlo y se lo di por encima del barullo de cosas que había entre ambos.
—Me lo regaló mi padre cuando cumplí trece años —dije—. ¿Ves la incrustación de madera? Tengo que renovarla cada año.
Nick me miró por debajo de su flequillo.
—Me gustan tus pecas.
Avergonzada recuperé mi anillo y lo puse a un lado.
—¿Qué hago ahora?
Miró hacia abajo.
—Mmm… prepara el medio de transferencia.
—Hecho —dije dándole un golpecito al caldero con el hechizo para escuchar su sonido. No estaba nada mal.
—Vale… —Se quedó en silencio y el tictac del reloj pareció sonar más fuerte. Siguió leyendo—. Ahora tienes que ponerte de pie sobre tu espejo adivinatorio y empujar tu aura hacia abajo, hacia tu reflejo. —Arrugó los ojos con gesto de preocupación al cruzarse nuestras miradas—. ¿Sabes hacer eso?
—En teoría. Por eso he sido tan escrupulosa con el círculo. Hasta que recupere mi aura, seré vulnerable a cualquier cosa. —Nick asintió y se quedó con la mirada perdida, pensativo—. ¿Me observas para decirme si funciona? No puedo ver mi propia aura.
—Claro. No te va a doler, ¿verdad?
Negué con la cabeza y cogí el espejo adivinatorio para dejarlo en el suelo. Miré hacia abajo para ver su oscura superficie y me recordó por qué me había esforzado tanto para evitar la magia de líneas luminosas. Su perfecta negrura pareció absorber toda la luz, pero al mismo tiempo seguía brillando. No podía verme reflejada en él y me dio repelús.
—Descalza —añadió Nick y me quité las zapatillas. Respiré hondo y me puse sobre el espejo. Estaba tan frío como negro y tuve que reprimir un escalofrío. Sentí como si fuese a colarme por él, como si fuese un pozo.
—Aahh —exclamé poniendo cara rara ante la sensación de absorción bajo los pies.
Nick se quedó mirando y se levantó para mirar a mis pies por encima de la encimera.
—Funciona —dijo quedándose pálido de repente.
Tragué saliva y me pasé las manos por la cabeza como si me escurriese agua. Me dolía la cabeza con palpitaciones.
—Oh, sí —dijo Nick con tono asqueado—, así sale mucho más rápido.
—Es una sensación horrible —mascullé sin dejar de empujar mi aura hacia los pies. Sabía que estaba yéndose por el suave dolor que su ausencia dejaba. Tenía un regusto metálico en la lengua y miré a la superficie negra para quedarme boquiabierta al ver en ella mi reflejo por primera vez. Me caía el pelo rojo por la cara, exactamente como habría esperado, pero mis rasgos se perdían en una mancha color ámbar.
—¿Mi aura es marrón? —pregunté.
—Es color oro brillante —dijo Nick mientras arrastraba el taburete hasta mi lado de la encimera—. En su mayoría. Creo que ya está toda. ¿Seguimos?
Noté cierta incomodidad en su voz y lo miré a los ojos.
—Por favor.
—Bien. —Se sentó y se colocó el libro en el regazo. Con la cabeza gacha leyó el siguiente pasaje—. Vale, pon el espejo en el medio de transferencia, con cuidado de que los dedos no toquen el medio o tu aura se volverá a ti y tendrás que empezar de nuevo.
Me negué a mirar al espejo. Me preocupaba verme atrapada en él. Con los hombros tensos volví a ponerme las zapatillas. Me dolían los pies y la cabeza me palpitaba, anunciando una migraña. Si no acababa pronto, mañana iba a tener que encerrarme en una habitación oscura con un paño en la cabeza todo el día. Levanté el espejo y con mucho cuidado lo dejé caer en el medio. Las manchas del geranio salvaje desaparecieron al instante, disueltas por mi aura. Ponían los pelos de punta, incluso a mí y no pude evitar un «ooohhh» de asombro.
—¿Qué viene ahora? —pregunté deseando terminar para poder recuperar mi aura.
La cabeza de Nick se volvió a inclinar sobre el libro.
—Ahora tienes que ungir a tu familiar con el medio de transferencia, pero tienes que tener cuidado de no tocar el medio tú. —Levantó la vista—. ¿Cómo se unge a un pez?
Noté que se me quedaba la expresión desencajada.
—No lo sé. ¿Quizá baste con deslizarlo en el caldero junto con el espejo? —Alargué la mano para coger el libro de su regazo y pasé la página—. ¿No dice nada de cómo convertir a un pez en tu familiar? —pregunté—. Todo lo demás está ahí.
Nick apartó mis manos de las páginas cuando rasgué una.
—No. Prueba a meter a tu pez en el caldero de hechizos. Si no funciona, probaremos otra cosa.
Se me agrió el humor.
—No quiero que mi aura huela a pescado —dije mientras metía la mano en el recipiente de Bob y Nick se reía por lo bajo.
Bob no quería entrar en el caldero de hechizos. Intentar atrapar su escurridizo cuerpo en un recipiente redondo era casi imposible. Había sido fácil sacarlo de la bañera. Simplemente la vacié hasta que se quedó varado. Pero ahora, tras un momento de frustrantes capturas fallidas, estaba dispuesta a vaciar el recipiente por el suelo. Finalmente lo atrapé. Salpicando agua por la encimera lo eché en el caldero. Miré dentro y vi cómo sus agallas bombeaban el líquido color ámbar.
—Vale —dije deseando que estuviese bien—. Ya está ungido. ¿Y ahora?
—Solo un ensalmo. Y cuando el medio de transferencia se haga transparente, ya puedes recuperar el aura que te haya dejado tu familiar.
—Un ensalmo —dije pensando que la magia de líneas luminosas era una estupidez. La magia terrenal no necesitaba ensalmos. La magia terrenal era precisa y bella por su simplicidad. Miré de reojo las velas que parecían no estar allí y reprimí un escalofrío.
—Aquí está. Lo leeré por ti. —Nick se levantó con el libro y le hice un hueco junto a Bob. Me acerqué a él, inclinándome sobre el libro. Olía bien, masculinamente bien. Choqué intencionadamente contra él y noté una corriente cálida que probablemente fuese su aura. Estaba demasiado concentrado, descifrando el texto como para darse cuenta. Suspiré y puse toda mi atención en el libro. Nick se aclaró la garganta. Sus cejas se juntaron y sus labios se movían al susurrar las palabras que sonaban oscuras y peligrosas. Pillaba una de cada tres. Cuando acabó me dedicó una de sus medias sonrisas.
—Fíjate —dijo—, rima.
Suspiré dejando caer los hombros.
—¿Tengo que decirlo en latín?
—Creo que no. El único motivo por el que estas cosas riman es para que el brujo las recuerde. Lo que cuenta es la intención de las palabras, más que las palabras en sí. —Se volvió a inclinar sobre el libro—. Déjame un momento para traducirlo. Creo que puedo hacerlo manteniendo la rima. El latín es muy libre en su interpretación.
—Vale. —Nerviosa y temblorosa me recogí el pelo detrás de la oreja y miré al caldero de hechizos. No parecía muy contento.
—«Pars tibi, totum mihi. Vinctus vinculis, prece factis» —Nick levantó la vista—. Ah, «Parte para ti, y para mí todo. Unidos por un vínculo, ese es mi ruego».
Lo repetí obedientemente, sintiéndome idiota. Ensalmos, ¿existía algo más manido? Lo siguiente sería ponerme a la pata coja con un puñado de plumas bajo la luna llena.
El dedo de Nick seguía el texto.
—«Luna servato, luxsanata. Chaos statutum, pejes minutum» —Arrugó el ceño—. Yo diría: «Bajo la seguridad de la luna, la luz sana. Caos decretado, en vano sea nombrado».
Repetí sus palabras pensando que las brujas de líneas luminosas tenían una importante falta de imaginación.
—«Mentem tegens, malum ferens. Semper servís, dum duret mundus». Ah, yo diría: «Reclamo protección, portador de valor. Vinculados antes de que las palabras renazcan».
—Oh, Nick —me quejé—, ¿estás seguro de que lo estás traduciendo bien? Suena fatal.
Suspiró.
—A ver ahora. —Se lo pensó un momento—. También podría traducirlo como: «Al abrigo de la mente, portador de dolor. Cautivos hasta que las palabras mueran».
Podía vivir con eso y lo dije, sin sentir nada. Ambos miramos a Bob y esperamos a que el líquido ambarino se volviese transparente. Me palpitaba la sien, pero, aparte de eso, no pasó nada.
—Creo que lo he hecho mal —dije raspando el suelo con la zapatilla.
—Oh, mierda —dijo Nick y levanté la vista para encontrármelo mirando por encima de mi hombro hacia la puerta de la cocina. Tragó saliva y su nuez subió arriba y abajo.
Se me erizó el pelo de la nuca y la cicatriz de demonio palpitó. Se me cortó la respiración y me giré, pensando que Ivy debía de haber llegado a casa. Pero no era Ivy. Era un demonio.