11.
Necesité más valor del que me gustaría admitir para salir del servicio de señoras. Me preguntaba si todo el mundo sabría que me había derrumbado. Rose había sido inesperadamente amable y comprensiva, pero estaba segura de que los agentes de la AFI lo usarían en mi contra. ¿La brujita mona es demasiado blanda para jugar con los mayores? Glenn me lo recordaría de por vida.
Eché un vistazo rápido y nervioso por encima de las oficinas abiertas. Con pasos vacilantes avancé por la oficina y no vi caras de burlas, sino mesas vacías. Todo el mundo estaba de pie fuera del despacho de Glenn, curioseando dentro desde donde se oían grandes voces.
—Perdón —murmuré apretándome el bolso contra mí y abriéndome paso a empujones entre los agentes uniformados. Me detuve justo en el umbral de la puerta y me encontré con la habitación llena de gente con armas y esposas discutiendo.
—Morgan. —El hombre que había estado comiendo patatas fritas me agarró del brazo y tiró de mí hacia dentro—. ¿Estás mejor?
Me llevé una mano al pecho, tropezando por la abrupta entrada.
—Sí —dije titubeante.
—Me alegro. He llamado al último por ti. —Dunlop me miró a los ojos. Los suyos eran marrones y parecía que podía ver a través de su alma de lo sinceros que eran—. Espero que no te importe. Me moría de curiosidad. —Se pasó la mano por el bigote limpiándolo de grasa mientras sus ojos se posaban en los seis informes clavados sobre las notas de Glenn. Recorrí la habitación con la mirada. Cada uno de los hombres y mujeres me devolvió la mirada al notar que yo los miraba a ellos. Me reconocieron y volvieron a sus conversaciones. Todos sabían que había echado la papilla, pero ante la ausencia de comentarios, parecía que había roto el hielo de una forma un poco retorcida. Quizás al desmoronarme les había demostrado que era tan humana como ellos, más o menos.
Glenn estaba sentado junio a su escritorio, con los brazos cruzados y sin decir nada, escuchando los distintos argumentos. Me dedicó una mirada irónica con las cejas arqueadas. Al parecer, la mitad de la habitación quería arrestar a Trent, pero la otra mitad se sentía demasiado intimidada por su poder político y querían más pruebas. Había menos tensión en la habitación de lo que yo creía al oírlos gritarse los unos a los otros. Daba la impresión de que a los humanos les gustaba hacer las cosas en reuniones escandalosas.
Puse el bolso en el suelo, junto a la mesa, y me senté para leer el último informe. El periódico había dicho que la última víctima era un antiguo nadador olímpico. Había muerto en su bañera, ahogado. Trabajaba para una cadena de televisión local como el hombre del tiempo estrella, pero había asistido a clases de manipulación de líneas luminosas. La nota que tenía pegada decía que su hermano no sabía si había hablado con Trent o no. Quité el informe del tablón y me obligué a revisarlo, prestando más atención a las conversaciones a mi alrededor que a lo que leía.
—Se está riendo de nosotros —dijo una mujer morena curtida en la calle que discutía con un agente delgado y nervioso. Todo el mundo excepto Glenn y yo estaba de pie y me sentía como si estuviese en el fondo de un pozo.
—El señor Kalamack no es el cazador de brujos —protestó el hombre con una voz nasal—. Regala más a Cincinnati que Papá Noel.
—Eso encaja con el perfil —lo interrumpió Dunlop—. Has visto los informes. Quienquiera que haya hecho esto está loco. Doble personalidad, probablemente esquizofrénico.
Hubo un suave murmullo en las oficinas adyacentes, aunque las discusiones se arremolinaban solo en esta. Por poco que mi opinión contase, yo estaba de acuerdo con Dunlop. Quienquiera que fuese estaba un poquitín esquizoide. Trent encajaba con esa descripción perfectamente.
El hombre nervioso se irguió y recorrió la habitación con la mirada en busca de apoyo.
—Vale, el asesino está loco, sí —admitió con un tonito irritante—, pero yo conozco al señor Kalamack y ese hombre no es más asesino que mi madre.
Pasé la página hasta el informe del forense para leer que nuestro nadador olímpico efectivamente había muerto en su bañera, pero esta estaba llena de sangre de brujo. Un mal presentimiento comenzó a abrirse paso entre el horror. Se necesita mucha sangre para llenar una bañera. Mucha más de la que posee una persona, más bien harían falta dos docenas de personas. ¿De dónde había salido? Un vampiro no la habría desaprovechado así.
La discusión sobre la madre del poli subió de tono y me pregunté si debía contarles cómo el benevolente señor Kalamack había asesinado a su genetista jefe y luego culpó a la picadura de una avispa. Sencillo, limpio y ordenado. Asesinato casi sin levantar un dedo. Trent les había concedido a la viuda y a la huérfana de padre de quince años el paquete de beneficios mejorado y una beca anónima completa para la universidad.
—Deja de pensar con la cartera, Lewis —dijo Dunlop balanceando su amplia barriga de un lado para otro agresivamente—. Solo porque el concejal haga donaciones a la subasta benéfica de la AFI no significa que sea un santo. Yo creo que eso lo hace aun más sospechoso. Ni siquiera sabemos si es humano.
Glenn me echó una mirada.
—¿Qué tiene eso que ver?
Dunlop se sobresaltó al recordar que yo estaba allí.
—¡Absolutamente nada! —dijo en voz alta, como si el volumen de su voz pudiese ocultar el comentario racista subyacente—. Pero oculta algo.
Coincidí con él en silencio. Empezaba a caerme bien el poli con sobrepeso a pesar de su falta de tacto.
Los agentes apelotonados en la puerta miraron por encima de sus hombros hacia las oficinas abiertas. Intercambiaron miradas y se retiraron. Uno de ellos dijo: «Buenas tardes, capitán» a la vez que se quitaba de en medio, por lo que no me sorprendí cuando la figura achaparrada de Edden los reemplazó en la puerta.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó empujándose las gafas redondas hacia arriba sobre la nariz.
Otro agente de la AFI me hizo un gesto de despedida silencioso y se largó.
—Hola, Edden —dije sin levantarme de mi silla giratoria.
—Señorita Morgan —dijo el bajito capitán con un matiz de enfado en su expresión mientras me estrechaba la mano y arqueaba las cejas al ver mis pantalones de cuero—. Rose me ha dicho que estabais aquí. No me extraña encontraros en mitad de una discusión. —Miró a Glenn y el alto agente de la AFI se levantó y se encogió de hombros, sin una pizca de sentimiento de culpa.
—Capitán —dijo Glenn tras respirar hondo—, estábamos llevando a cabo un ejercicio de intercambio libre de ideas acerca de los posibles sospechosos alternativos para los asesinatos del cazador de brujos.
—No es verdad —dijo Edden y me quedé mirándolo al percibir la rabia en su voz—. Estabais cotilleando sobre el concejal Kalamack. Él no es sospechoso.
—Sí, señor —coincidió Glenn. Dunlop me echó una indescifrable mirada y salió con sigilo de la habitación de forma sorprendentemente ágil para su tamaño—. Pero creo que la señorita Morgan propone una corriente de pensamiento válida.
Sorprendida por su apoyo, me quedé perpleja mirando a Glenn. Edden ni siquiera me miró.
—Corta el rollo de psicología universitaria, Glenn. La doctora Anders es nuestra principal sospechosa y será mejor que tengas una buena razón para apartar tus energías de esa hipótesis.
—Sí, señor —dijo Glenn sin alterarse—. La señorita Morgan ha encontrado una conexión directa entre el señor Kalamack y cuatro de las seis víctimas y posible contacto del señor Kalamack con las otras dos.
En lugar de entusiasmarse como yo hubiese esperado, Edden se desinfló. Me levanté cuando se acercó para mirar los informes clavados en el tablón. Sus ojos cansados los recorrieron uno a uno. El último agente de la AFI salió del despacho y yo me coloqué junto a Glenn. Formando un frente unido quizá dejase de malgastar nuestro tiempo y nos permitiera ir a por Trent.
Con los pies separados, Edden se apoyó las manos en las caderas y miró las notas adhesivas pegadas a los informes. Me di cuenta de que estaba conteniendo la respiración y la dejé salir. Incapaz de resistirme, le dije:
—Todas las víctimas salvo la última usaban profusamente las líneas luminosas en su trabajo diario. Y hay una lenta progresión desde los más experimentados hasta los que acababan de salir de la universidad y aún no estaban utilizando sus conocimientos.
—Ya lo sé —dijo Edden con tono inexpresivo—. Por eso la doctora Anders es sospechosa. Ella es la última bruja de líneas luminosas de renombre que queda en activo en Cincinnati. Creo que se está librando de la competencia. Especialmente teniendo en cuenta que la mayoría de las víctimas trabajaban en áreas relacionadas con la seguridad.
—Eso o Trent no la ha cazado a ella todavía —dije en voz baja—. La mujer es todo un cactus.
Edden se volvió, dándole la espalda a los informes.
—Morgan, ¿por qué iba Trent Kalamack a matar a brujos de líneas luminosas? No tiene ningún móvil.
—Tiene el mismo móvil que le supones a la doctora Anders —dije—. Se está librando de la competencia. ¿Quizá les haya ofrecido un trabajo y cuando se negaron los mató? Eso encajaría con el desaparecido novio de Sara Jane. —Sin mencionar lo que me hizo a mí.
En la frente de Edden aparecieron unas arrugas.
—Lo que plantea la pregunta de por qué dejó que su secretaria viniese a la AFI.
—No lo sé —dije elevando la voz al sentirme cada vez más frustrada—. Puede que no esté relacionado. Puede que ella mintiese acerca de que su jefe sabía que venía a vernos. Puede que esté loco y quiera que lo pillemos. Puede que esté tan seguro de que no vemos más allá de nuestras narices que se está riendo de nosotros. Él los mandó matar, Edden. Lo sé. Habló con ellos antes de que muriesen. ¿Qué más necesitas? —Dije casi gritando. Sabía que así no llegaría a ningún sitio con Edden, pero esta burocracia formaba parte de los motivos por los que dejé la SI. Me dolía verme intentando «convencer al jefe» de nuevo. Con la cabeza gacha y la mano en la barbilla, Glenn dio un paso atrás, dejándome sola. No me importaba.
—No va contra la ley hablar con Trent Kalamack —dijo Edden mirándome de frente—. Media ciudad lo conoce.
—¿Vas a ignorar el hecho de que hablase con cada una de las víctimas? —protesté.
Se puso rojo tras las gafas que resultaban demasiado pequeñas para su cara redonda.
—No puedo acusar a un concejal de llamadas y conversaciones ocasionales —dijo—. Ese es su trabajo.
Se me aceleró el pulso.
—Trent ha matado a esa gente —dije en voz baja—. Y tú lo sabes.
—Lo que sepas no vale una mierda, Rachel. Importa lo que pueda demostrar y no puedo probar nada con esto. —Con una mano pasó las hojas del informe que tenía más cerca, haciendo sonar las páginas.
—Entonces registra su mansión —le pedí.
—¡Morgan! —gritó Edden asustándome—. No voy a autorizar un registro basándome en que habló con las víctimas. Necesito algo más.
—Entonces déjame que hable yo con él y te lo conseguiré.
—¡Por Dios bendito! —juró—. ¿Qué quieres, Rachel?, ¿que me despidan? ¿Es eso? ¿Sabes lo que pasaría si te dejo ir a su mansión y no encuentras nada?
—Nada —dije.
—¡Te equivocas! Habría acusado de asesinato a un hombre muy respetado. Es concejal. Un benefactor de las organizaciones benéficas y los hospitales a ambos lados de la frontera del estado. La AFI se convertiría en el hazmerreír de los humanos e inframundanos. ¡Mi reputación se iría al garete!
Frustrada, me situé frente a él para mirarlo directamente a los ojos.
—No sabía que te habías hecho agente de la AFI para mejorar tu reputación. —Glenn se puso rígido y emitió un sonido de advertencia. Edden se irguió y apretó la mandíbula hasta que aparecieron puntos blancos en su frente.
—Rachel —dijo con una suave amenaza—, esta es una investigación oficial de la AFI y vamos a hacerlo a mi manera. Te has involucrado emocionalmente y tu juicio está comprometido.
—¿Mi juicio? —grité—. ¡Me encerró en una maldita jaula y me metió en una pelea de ratas!
Edden se acercó un paso más.
—No voy a dejar que entres por las buenas en su oficina —dijo señalándome con el dedo— y que airees tus sospechas basadas en tu necesidad de venganza, mientras que nosotros seguimos reuniendo pruebas. Incluso si llegásemos a interrogarle, ¡tú no estarías allí!
—¡Edden! —protesté.
—¡No! —gruñó e hizo que me estremeciera y diera un paso atrás—. Esta conversación ha terminado.
Cogí aire para decirle que no se había terminado hasta que yo lo dijese, pero ya se había marchado. Enfadada, salí corriendo tras él.
—Edden —lo llamé hablándole a una sombra que desaparecía rápidamente. Para ser un hombre tan achaparrado, se movía muy deprisa. Una puerta se cerró de golpe—. ¡Edden!
Ignorando a los agentes de la AFI que me observaban crucé echa una furia las oficinas abiertas, pasé por delante de Rose y llegué a su puerta cerrada. Alargué la mano hacia el picaporte y entonces me detuve. Era su despacho, por muy enfadada que estuviese, no podía irrumpir en él. Frustrada, me quedé frente a su puerta y le grité.
—¡Edden! —Me remetí un mechón de pelo tras la oreja—. Los dos sabemos que Trent Kalamack es capaz y está dispuesto a cometer asesinato. Si no me dejas hablar con él a través de la AFI, ¡renuncio! —Me quité el pase de visitante como si eso significase algo y lo tiré a la mesa de Rose—. ¿Me oyes? Iré a hablar con él yo sola.
La puerta de Edden se abrió de golpe y di un paso atrás. Se plantó delante de mí con los pantalones caqui arrugados y con la camisa blanca parcialmente fuera. Se asomó hacia el pasillo empujándome contra la mesa de Rose con su regordete dedo.
—Te dije que si te involucrabas en esto apuntando al señor Kalamack, mandaría de una patada tu culo de bruja al otro lado del río hasta los Hollows. Te comprometiste a trabajar con el detective Glenn en este caso y te tomo la palabra. Pero si hablas con el señor Kalamack, te encierro en mi propia celda por acoso.
Cogí aire para protestar, pero me faltó decisión.
—Ahora, lárgate de aquí —casi gruñó Edden—. Tienes clase mañana y te deduciré la matrícula de tus honorarios si no asistes.
Me acordé del dinero del alquiler. Desprecié el hecho de que pensase que el dinero, y no hacer lo correcto, era lo que me movía. Lo miré fijamente.
—Sabes que él ha matado a esa gente —dije con la voz en tensión.
Temblorosa por la adrenalina no usada, me marché. Me dirigí hacia la salida pasando por delante de los silenciosos agentes de la AFI sentados ante sus mesas. Cogería el autobús a casa.