22.

Edden entró con el coche en el diminuto aparcamiento cubierto de malas hierbas de la iglesia. No había dicho casi nada durante el camino a casa, pero sus nudillos blancos y el cuello rojo me decían lo que pensaba de la fluida verborrea que le venía soltando desde que me había confesado el motivo por el cual me estaba haciendo de chófer.

Poco después de que se encontrase el cuerpo había empezado a comentarse a través de la radio que yo debía ser «eliminada de la nómina de la AFI». Al parecer se había filtrado que una bruja les estaba ayudando y la SI había protestado. Podría haberlo capeado si Glenn se hubiese molestado en explicarles que yo era una simple asesora externa, pero no había dicho nada. Al parecer aún se quejaba de que había contaminado la escena del crimen. El hecho de que de no ser por mí no tendría ninguna escena del crimen no pareció importarle.

Edden detuvo el coche bruscamente, se quedó mirando por la ventanilla y esperó a que yo saliese. Tenía que reconocerle el mérito. No era fácil quedarse sentado escuchando mientras alguien comparaba a tu hijo con las ventosas de un calamar y el guano de murciélago en la misma frase. Me quedé donde estaba con los hombros hundidos. Si salía, eso significaría que se había acabado y no quería que se acabase. Además, aguantar una retahíla de veinte minutos era agotador y probablemente lo que debía hacer era disculparme. Mi brazo colgaba por fuera de la ventanilla abierta y oía a alguien tocar al piano una elaborada y complicada música, del tipo que algunos compositores escribían para presumir de su habilidad más que como una expresión artística. Cogí aire.

—Si pudiese hablar con Trent…

—No.

—¿Puedo por lo menos escuchar la grabación de sus entrevistas?

—No.

Me froté la sien y un rizo suelto me hizo cosquillas en la mejilla.

—¿Cómo se supone que voy a hacer mi trabajo si no me dejan hacer nada?

—Ya no es tu trabajo —dijo Edden. Su tono de rabia me hizo levantar la cabeza Seguí mi mirada hacia los niños pixie que se deslizaban por el campanario subidos en diminutos cuadraditos de papel encerado que les había recortado ayer. Con el cuello rígido, Edden se revolvió en el asiento para sacarse la cartera del bolsillo trasero. La abrió con un golpe de muñeca y me dio unos billetes.

—Me han dicho que te pague en metálico. No lo declares a Hacienda —dijo con tono inexpresivo.

Apreté los labios y le arrebaté los billetes de la mano para contarlos. ¿En metálico? ¿Directamente del bolsillo del capitán? Alguien acababa de entrar en el modo «cubrirse las espaldas». Se me tensó el estómago al darme cuenta de que era mucho menos de lo que habíamos acordado. Llevaba casi una semana con esto.

—Y el resto me lo darás más tarde, ¿no? —le pregunté mientras me lo metía en el bolso.

—La dirección no va a pagar las clases canceladas de la doctora Anders —dijo sin mirarme.

Volvía a estar tiesa. No me apetecía nada tener que decirle a Ivy que me faltaba dinero para el alquiler. Abrí la puerta y salí del coche. Si no hubiese sabido que era imposible, habría dicho que el piano provenía de la iglesia.

—¿Sabes qué te digo, Edden? —Dije antes de cerrar de un portazo—. No vuelvas a llamarme.

—Madura de una vez, Rachel —dijo y me volví para mirarlo. Su redonda cara estaba tensa. Se inclinó sobre el asiento del copiloto para hablarme a través de la ventanilla—. Si llego a ser yo, te habría arrestado y entregado a la SI para que se divirtiesen contigo. Te dijo que esperases y pisoteaste su autoridad.

Me subí la correa del bolso en el hombro y dejé de fruncir el ceño. No lo había pensado desde ese punto de vista.

—Mira —dijo al ver que por fin lo había comprendido—, no quiero romper nuestra colaboración. Quizá cuando las cosas se enfríen podríamos intentarlo de nuevo. Te conseguiré el resto de dinero de alguna forma.

—Sí, claro. —Me erguí con la idea reforzada de que se trataba de un estúpido acto reflejo de los altos mandos, pero pensando que quizá le debía una disculpa a Glenn.

—¿Rachel?

Sí, le debía a Glenn una disculpa. Me volví hacia Edden con un suspiro deprimido y de frustración.

—Dile a Glenn que lo siento —musité. Antes de que pudiese responder di media vuelta sobre mis tacones y me marché taconeando sobre la agrietada acera y los anchos escalones de piedra. Durante un momento hubo silencio, luego arrancó el ventilador del coche y Edden dio marcha atrás y se marchó. La música provenía del interior de la iglesia. Seguía disgustada por el dinero que me faltaba para el alquiler cuando abrí la pesada puerta y entré.

Ivy debía de estar en casa. Olvidé mi frustración por culpa de Edden ante la oportunidad de poder hablar finalmente con ella. Quería decirle que no había cambiado nada, que todavía era mi amiga… si ella seguía considerándome la suya. Declinar su oferta de convertirme en su heredera podría ser un insulto insalvable en el mundo de los vampiros. Aunque no lo creía. Lo poco que había podido saber de ella demostraba culpabilidad, no rabia.

—¿Ivy? —la llamé con cautela.

El piano se calló en mitad de un acorde.

—¿Rachel? —respondió Ivy desde el santuario. Había un preocupante tono de sobresalto en su voz. Maldición, iba a salir huyendo. Entonces arqueé las cejas sorprendida. No era una grabación. ¿Teníamos un piano?

Me deshice de mi chaqueta, la colgué y entré en el santuario, parpadeando ante la repentina luz. Teníamos un piano. Teníamos un precioso piano de cuarto de cola negro resplandeciente bajo un rayo de sol ámbar y verde proveniente de la vidriera. Tenía la tapa abierta y se le veían las entrañas. Los cables brillaban y los registros parecían suaves como el terciopelo.

—¿Cuándo has conseguirlo ese piano? —le pregunté y vi que estaba en posición y lista para salir corriendo. Doble maldición. Ojalá parase lo suficiente como para escucharme. La tensión de mis hombros se alivió al ver que cogía una gamuza y empezaba a frotar la pulida madera. Llevaba puestos unos vaqueros y una camiseta informal. Me sentí exageradamente arreglada con mi traje de chaqueta.

—Hoy —me contestó mientras seguía limpiando el polvo inexistente de la madera. Quizá si no decía nada acerca de lo que había pasado podríamos volver a como estaban las cosas antes. Ignorar el problema era una forma perfectamente aceptable de encargarse de él, siempre y cuando ambas partes acordaran no volver a mencionarlo nunca más.

—No pares por mí —dije en un esfuerzo por decir algo antes de que encontrase un motivo para irse.

Dio la vuelta para frotar la parte de atrás y me acerqué para tocar un do mayor.

Ivy se irguió, cerró los ojos y detuvo la gamuza.

—Do mayor —dijo relajando su rostro ovalado.

Elegí otra tecla y la mantuve pulsada para escuchar su eco en las vigas. Sonaba maravillosamente en el espacio abierto y de paredes desnudas, especialmente teniendo en cuenta que habían desaparecido las colchonetas.

—Fa sostenido —susurró y presioné dos teclas a la vez—. Do y re sostenidos —dijo abriendo los ojos—. Esa es una combinación horrible.

Sonreí aliviada al ver que me miraba a los ojos.

—No sabía que supieras tocar —dije subiéndome más el bolso en el hombro.

—Mi madre me obligó a tomar clases.

Asentí como ausente y saqué el dinero del bolso. Mis pensamientos volvieron a nuestras discrepancias y me incliné sobre el piano para entregarle el dinero. Ivy se compraba un piano de cola y mi cómoda era de contrachapado. Con la cabeza gacha sobre el dinero lo contó.

—Te faltan doscientos —dijo.

Cogí aire y me fui a la cocina. La culpa me pesaba. Dejé el bolso sobre la mesa antigua de Ivy y me acerqué a la nevera para buscar un zumo.

—Edden me ha reducido la paga —le grité en dirección al santuario pensando que no se marcharía si hablábamos de dinero—. Pero conseguiré el resto, voy a hablar otra vez con el equipo de béisbol.

—Rachel… —dijo Ivy desde el pasillo y me giré con el corazón en la boca. No había oído sus pasos. Me pilló por sorpresa y vi en su rostro una expresión de dolor interior. Tenía el patético intento de compensación de Edden en la mano. Ahora mismo lo odiaba todo, absolutamente todo.

—Olvídalo —dijo haciéndome sentir aun mejor—, yo te pongo lo que falta este mes.

Otra vez, concluí su frase para mis adentros. Maldita sea, debería ser capaz de pagar mis propias facturas.

Deprimida, me quité el sombrero y lo colgué en la silla. Lo siguiente fueron los tacones que me quité de una patada, enviándolos a través del arco hasta la salita donde cayeron con un fuerte golpe. Descalza, me derrumbé en una silla junto a la mesa y me aferré a mi zumo como si fuese la última cerveza a la hora de cerrar. Había una bolsa de galletas abierta en la mesa y me la acerqué. El chocolate mejoraría las cosas si me comía la cantidad suficiente.

Ivy se estiró para dejar el dinero en el tarro encima de la nevera. No era el sitio más seguro para dejar el dinero que reuníamos para pagar las facturas, pero ¿quién iba a robarle a una vampiresa Tamwood? Sin decir nada se deslizó en su silla frente a mí, en la otra punta de la mesa. El ventilador de su ordenador entró en funcionamiento al mover el ratón. Mi malhumor se iba disipando. No se había ido. Estaba trabajando en su ordenador y yo estaba en la misma habitación que ella. Quizá se sintiese lo suficientemente segura como para escucharme al fin.

—Ivy… —empecé a decir.

—No —dijo mirándome con ojos asustados.

—Solo quería decirte que lo siento —dije apresuradamente—. No te vayas, ya lo dejo. —¿Cómo podía alguien tan fuerte y poderoso tener tanto miedo de sí misma? Ivy era una mezcla en conflicto de fuerza y vulnerabilidad que yo no era capaz de comprender.

Sus ojos vagaron por toda la habitación para evitar los míos. Lentamente su tensa postura se fue relajando.

—Pero no fue culpa tuya —susurró.

Entonces, ¿por qué me siento como una mierda?

—Lo siento, Ivy —dije atrayendo su mirada hacia mis ojos durante un breve instante. Eran tan marrones como el chocolate, sin rastro de negro bordeándolos—. Es que…

—Para —dijo bajando la mirada hacia su mano aferrada a la mesa. Aún tenía las uñas brillantes por la laca transparente que se había puesto para ir a Piscary’s. Hizo un esfuerzo visible por relajar la mano—. Yo… no volveré a pedirte que seas mi heredera si no vuelves a sacar el tema. —Las últimas palabras sonaron vacilantes, inquietantes por su vulnerabilidad.

Era casi como si supiese lo que iba a decir y no pudiese soportar oírlo. No pensaba convertirme en su heredera… no podría. El lazo que nos vincularía sería demasiado corto y me robaría mi independencia. Y aunque sabía que en el universo de los vampiros el intercambio de sangre no se equiparaba necesariamente con el sexo, para mí eran lo mismo y no quería tener que decirle «¿podemos ser solo amigas?». Estaba muy trillado y era degradante, a pesar de que eso era precisamente lo único que yo quería. Pero ella lo entendería como una frase para cortar, que era para lo que la mayoría de la gente la usaba. Me caía demasiado bien como para hacerle daño de esa forma y sabía que su promesa no era consecuencia de ningún resentimiento persistente. No me pediría que fuese su heredera porque no quería sufrir el dolor de otro rechazo.

No entendía a los vampiros, pero así estaban las cosas entre Ivy y yo.

Me miró a los ojos con una indecisa seguridad que se fue afianzando al ver mi silenciosa aceptación para ignorar lo que había sucedido. La tensión de sus hombros se disipó y recuperó una pizca de su habitual confianza. Pero a pesar de estar sentada en nuestra cocina con los pies al sol, me invadió una sensación de frialdad al admitir que la estaba utilizando. Ella me ofrecía libremente su protección contra los numerosos vampiros que se aprovecharían de mi cicatriz. En el fondo estaba salvaguardando mi libertad y estaba dispuesta a hacerlo sin que le pagase de la forma habitual para los vampiros. Que Dios me perdone, pero eso me bastaba para odiarme a mí misma. Ivy quería algo que yo no podía darle y se contentaba con aceptar mi amistad con la esperanza de que algún día le quisiese dar algo más.

Respiré lentamente viendo cómo fingía que no se había dado cuenta de que la observaba mientras aclaraba mis ideas. No podía irme. Y era por algo más que por no querer perder a la única amiga de verdad que había tenido en ocho años, o mi deseo de ayudarla en la guerra que lidiaba consigo misma. Era por el miedo a convertirme en un juguete a manos del primer vampiro con el que me topase en un momento de debilidad. Estaba atrapada en la sensación de seguridad que me proporcionaba y el tigre que había en mí estaba dispuesto a comer de su mano y a ronronear aun sabiendo que Ivy encontraría la manera de hacerme cambiar de idea. Estupendo, seguro que no tenía problemas para dormir esa noche.

La mirada de Ivy se cruzó con la mía y su respiración vaciló un instante al darse cuenta de que finalmente lo había entendido.

—¿Dónde está Jenks? —me preguntó girándose hacia la pantalla del ordenador como si no hubiese pasado nada.

Exhalé lentamente asumiendo mis nuevas perspectivas. Podría irme y enfrentarme a todos los vampiros lujuriosos con los que me encontrase, o podía quedarme bajo el manto protector de Ivy con la esperanza de no tener que enfrentarme nunca a ella. Como mi padre solía decir: «más vale malo conocido que bueno por conocer».

—En la finca de Trent, ayudando a Glenn —dije cogiendo otra galleta con los dedos temblorosos. Decidí quedarme. Teníamos un acuerdo. ¿O acaso tenía Nick razón en que en realidad yo quería que me mordiese pero no podía aceptar que mis «preferencias» se hubiesen desviado ligeramente? Seguro que era por lo primero—. Estoy fuera del caso. Encontré un cadáver y se corrió la voz de que había una bruja ayudando a la AFI.

Me miró por encima del monitor que estaba entre ambas con sus finas cejas arqueadas.

—¿Has encontrado un cadáver? ¿En la finca de Trent? Estás de broma.

Asentí dejándome caer sobre la mesa, incapaz de ahondar con más profundidad en mi psique por ahora. Estaba demasiado cansada.

—Estoy casi segura de que es Dan Smather, pero da igual. Glenn está más tenso que un pixie en una habitación llena de ranas, pero Trent se va a librar. —Mis pensamientos pasaron de lo que iba a hacer respecto a Ivy al recuerdo del cuerpo mutilado de Dan atado a la silla—. Trent es demasiado listo como para dejar nada que lo relacione con el cadáver —dije—. Para empezar, no entiendo por qué estaba en su propiedad.

Ivy asintió devolviendo su atención a la pantalla.

—Quizá lo pusiese él allí.

Torcí el gesto.

—Eso es lo que piensa Glenn, que Trent es el asesino pero que quería que lo descubriésemos, sabiendo que no podríamos relacionarlo con él y haciendo que sea el doble de difícil atraparlo si más tarde comete algún error. Eso encaja con la reacción de Sara Jane. Ella no conoce a Dan Smather mejor que al chico de reparto, pero hay algo… —titubeé intentando expresar mis sensaciones con palabras—. Hay algo que no encaja. —Me acordé de la foto que me había dado. Era la misma foto que había encima de la tele de Dan. Debí haberme dado cuenta entonces de que su noviazgo era falso.

Empezaba a dudar de mi propia creencia reforzada por el rencor de que Trent fuese el responsable de los asesinatos y eso me resultaba alarmante. Trent era capaz de asesinar, lo había visto con mis propios ojos, pero el cuerpo, desangrado y mutilado atado a una silla no se parecía en nada a la muerte limpia y rápida que le había provocado a su genetista jefe la primavera pasada. Cogí otra galleta mientras pensaba. Le di un mordisco y me levanté para rebuscar en la nevera algo para la cena mientras dejaba que mi subconsciente le fuese dando vueltas. Quizá podría cocinar algo especial. Hacía mucho tiempo que no hacía más que abrir cajas y calentar algo en la sartén.

Miré a Ivy sintiéndome culpable y aliviada al mismo tiempo. No me extrañaba que pensase que quería algo más que una compañera de piso. En parte era culpa mía; en gran parte.

—¿Y qué hizo Trent cuando encontraste el cadáver? —me preguntó Ivy accionando su ratón mientras comprobaba sus foros—. ¿Algún gesto de culpabilidad?

—Ah, no —dije apartando mis incómodos sentimientos a un lado mientras sacaba unas hamburguesas del congelador y las dejaba caer con un sonido metálico en el fregadero—. Y pareció sorprenderse ligeramente no porque encontrase el cadáver, sino porque fuese el de Dan. Por eso no me convence la idea de que lo pusiese él allí para cubrirse las espaldas. Sabe más de lo que cuenta, eso está claro. —Miré por la ventana hacia el jardín iluminado por el sol y los brillos de las alas de los niños de Jenks que espantaban a un colibrí de paso entre las últimas lobelias. Seguro que estaba de paso o Jenks lo habría matado antes que dejar que la competencia pusiese un pie en su jardín. Mientras los niños gritaban y chillaban coordinándose para echar al desventurado pájaro, mis pensamientos regresaron a la preocupación que Trent había dejado entrever cuando encontré la línea luminosa que atravesaba su oficina. Estaba más disgustado por eso que por mi hallazgo del cadáver de Dan.

La línea luminosa, ahí era donde se escondía la verdadera cuestión. Sentí un hormigueo en los dedos al girarme para secarme la escarcha de las hamburguesas en un paño en lugar de en mi traje. Miré de nuevo por la ventana y me pregunté si llamaría más la atención al cerrarla o si debía arriesgarme y esperar que los niños de Jenks estuviesen demasiado ocupados como para escucharnos a hurtadillas. Ivy se apartó de su pantalla al ver mis repentinos disimulos. Jenks era un bocazas y no quería que supiese nada acerca de mis sospechas sobre la ascendencia de Trent. Lo iría soltando por ahí y Trent alquilaría una avioneta para rociar «accidentalmente» con agente naranja la manzana entera para detener los rumores.

Elegí la opción intermedia y corrí las cortinas y me quedé junto a la ventana desde donde podría ver las sombras de las alas de los pixies si alguno revoloteaba demasiado cerca como para oírnos.

—Tren tiene una línea luminosa en su oficina —dije en voz baja.

Ivy se me quedó mirando bajo la luz azulada.

—¿En serio? ¿Qué probabilidades hay de que pase eso?

No lo había pillado.

—Quiero decir que debe de usarla —le solté.

—¿Y…? —dijo subiendo las cejas inquisitivamente.

—¿Quién puede usar las líneas luminosas? —le repliqué.

Dejó caer la mandíbula al entenderlo de pronto.

—Es un humano o un brujo —dijo muy bajito. Se levantó con un movimiento tan rápido que se me pusieron los pelos de punta. Se acercó al fregadero y apartó las cortinas para cerrar la ventana con un sonido seco—. ¿Sabe Trent que la has visto? —me preguntó con los ojos oscuros en la penumbra.

—Oh, yo diría que sí —fui a por otra galleta para disimuladamente poner más espacio entre ambas—, teniendo en cuenta que tuve que usarla para encontrar el cadáver.

Apretó los labios y su lánguida postura se tensó.

—Has vuelto a ponerte en la picota. A ti, a mí, a Jenks y a toda su familia. Trent hará lo que sea para que no se sepa.

—Si estuviese tan preocupado por ello, no se habría arriesgado a poner su oficina en la línea luminosa —protesté, deseando tener razón—. Cualquiera que mire la encontrará. Sigo sin saber si es inframundano o humano. Estamos a salvo, especialmente si no digo nada acerca de la línea luminosa.

—Jenks podría enterarse —insistió—. Ya sabes cómo le gusta cotorrear. No podrá resistirse a llevarse el mérito por haber descubierto qué es Trent.

Cogí una galleta.

—¿Qué se supone que debo hacer? Si le digo que mantenga la boca cerrada acerca de lo de la línea luminosa intentará averiguar por qué.

Ivy tamborileó con los dedos sobre la encimera mientras me comía la galleta. Con una espeluznante demostración de fuerza, se apoyó en una mano para sentarse en la encimera. Su rostro había cobrado vida y sus finas cejas se arrugaban ante la oportunidad de resolver un misterio tan antiguo.

—Entonces, ¿tú qué crees que es, humano o brujo?

Volviendo hacia el fregadero abrí el grifo del agua caliente sobre la carne congelada.

—Ninguna de las dos cosas —admití llanamente. Ivy se quedó en silencio y cerré el grifo—. No es ninguna de las dos, Ivy. Apostaría mi vida a que no es un brujo y Jenks jura que es algo más que un humano.

¿Era por esto por lo que me quedaba?, me pregunté viendo sus ojos chispeantes y a su mente trabajando junto a la mía. Su lógica y mi intuición. A pesar de los problemas, formábamos un buen equipo, siempre lo habíamos hecho.

Ivy sacudió la cabeza. Sus rasgos se desdibujaban bajo la penumbra de la luz azul tamizada por las cortinas, pero podía notar que su tensión aumentaba.

—Son las únicas dos opciones que nos quedan. Cuando lo descartas todo, lo que quede, por poco probable que sea, es la respuesta correcta.

No me sorprendía que citase a Sherlock Holmes. La neurosis y la naturaleza hosca del detective de ficción encajaban bien con la personalidad de Ivy.

—Bueno, si quieres contemplar también lo improbable —musité—, puedes añadir a los demonios a las posibilidades.

—¿Demonios? —dijo Ivy deteniendo su tamborileo.

Negué con la cabeza fastidiada.

—Trent no es un demonio. Solo lo he dicho porque los demonios vienen de siempre jamás y también pueden manipular las líneas luminosas.

—Se me había olvidado eso —dijo en voz muy baja y el suave susurro me provocó un escalofrío por la columna vertebral. Pero estaba abstraída en sus pensamientos y no tenía ni idea de lo espeluznante que se estaba poniendo—. Que las brujas y los demonios estabais relacionados, quiero decir. —Eso me ofendió y solté un resoplido. Ivy se encogió de hombros—. Lo siento, no sabía que ese era un tema sensible.

—No lo es —dije en tensión, aunque sí que lo fuese. Había habido una oleada de controversia hacía más o menos una década cuando una humana metió las narices en la genealogía de los inframundanos y consiguió los pocos mapas genéticos que habían sobrevivido a la Revelación. Su teoría era que, como los brujos podían manipular las líneas luminosas, nuestro origen estaba en siempre jamás, junto con el de los demonios. Los brujos no están emparentados con los demonios, pero para vergüenza nuestra, la ciencia nos obligó a admitir en público que habíamos evolucionado en paralelo en siempre jamás. Encontró financiación para ese desagradable chismorreo y la mujer fue entonces más allá de su teoría original, usando las tasas de mutación del ARN para datar exactamente el momento de nuestra migración en masa hacia este lado de las líneas luminosas hacía unos cinco mil años. La mitología de los brujos afirmaba que el alzamiento de los brujos había forzado la migración, dejando a los elfos luchando en una guerra perdida ya que estos eran incapaces de abandonar sus amados campos y bosques para que fuesen despojados de sus recursos naturales y contaminados. Parecía una teoría viable y para cuando los elfos se rindieron y siguieron su ejemplo hacía apenas dos mil años, ya habían perdido toda su historia.

El hecho de que los humanos desarrollasen la capacidad de realizar magia de líneas luminosas en esa época se atribuyó a la costumbre de los elfos de usar su magia para mezclarse con los humanos y evitar la extinción que habían comenzado los demonios y que terminó por ellos la Revelación.

Pensé en Nick y me hundí. Menos mal que los brujos eran tan diferentes de los humanos que ni siquiera la magia podía salvar las distancias. ¿Quién sabe qué podría hacer un ignorante híbrido entre brujo y humano con capacidad para usar las líneas luminosas? Ya era baslante malo que los elfos hubiesen metido a los humanos en la familia de la magia de líneas luminosas. La destreza de los elfos para la magia de líneas luminosas había pasado al genoma humano como si fuese propia, eso bastaba para dejarte sorprendido.

¿Elfos?, pensé de repente quedándome helada. La respuesta había estado frente a mis narices todo el tiempo.

—Ay, Dios mío —susurré.

Ivy levantó la cabeza y dejó de mover las piernas al ver mi expresión.

—¡Es un elfo! —susurré y la emoción por el descubrimiento me salía a borbotones acelerándome el pulso—. No se extinguieron tras la Revelación. Es un elfo. ¡Trent es un puñetero elfo!

—Eh, espera un momento —me advirtió Ivy—. Han desaparecido y si alguno estuviese vivo, Jenks lo sabría. Lo habría olido.

Negué con la cabeza a la vez que me acercaba al pasillo en busca de cotillas alados.

—No si los elfos se escondieron durante toda una generación de pixies y hadas. La Revelación casi acabó con ellos y no creo que a los supervivientes les costase mucho ocultarse hasta que el último pixie o hada que sabía a qué olían muriese. Solo viven unos veinte años, más o menos, me refiero a los pixies. —Mis palabras se atropellaban entre sí, aceleradas por salir—. Y ya sabes que a Trent no les gustan ni los pixies ni las hadas. Es casi una fobia, ¡todo encaja! ¡No me lo puedo creer! ¡Lo hemos descubierto!

—Rachel —dijo Ivy con tono paternalista revolviéndose sobre la encimera—, no seas estúpida. No es un elfo.

Me crucé de brazos y apreté los labios en un gesto de frustración.

—Duerme hasta mediodía y a medianoche —dije— y está más activo al amanecer y al anochecer, igual que los elfos. Posee unos reflejos casi de vampiro. Le gusta la soledad, pero es muy bueno manipulando a la gente. Dios mío, Ivy, ¡ese hombre intentó darme caza a lomos de un caballo bajo la luna llena como si fuese una presa! —Gesticulaba con los brazos al hablar—. Tú has visto sus jardines y ese bosque artificial que tiene. ¡Es un elfo! Y también lo son Quen y Jonathan.

Ivy negó con la cabeza.

—Murieron, todos. Y ¿de qué les serviría dejar que todo el mundo, incluidos los inframundanos, piense que han desaparecido cuando no lo han hecho? Ya sabes el dineral que se dedica a las especies en peligro de extinción, especialmente si son inteligentes.

—No lo sé —dije exasperada por su incredulidad—. A los humanos nunca les gustó su costumbre de robar niños para sustituirlos por los suyos con malformaciones. Eso bastaría para que yo mantuviese la boca cerrada y la cabeza gacha hasta que todo el mundo pensase que estaba muerta.

Ivy emitió un sonido gutural de incredulidad, pero notaba que sus dudas empezaban a flaquear.

—Sabe manipular las líneas luminosas —insistí—, tú misma lo has dicho. Si eliminamos lo imposible, lo que nos queda, por muy improbable que sea, es la verdad. No es ni humano ni brujo. —Cerré los ojos y recordé haber mordido a ambos, a Jonathan y a Trent cuando era un visón e intentaba escapar—. No puede ser. Su sangre sabía a canela y a vino.

—Es un elfo —dijo Ivy con un tono sorprendentemente monótono. Abrí los ojos y vi su cara iluminada—. ¿Por qué no me habías dicho antes que sabía a canela? —dijo deslizándose del mostrador sin hacer ruido al tocar el suelo con sus botines negros.

El instinto de conservación me hizo dar un paso atrás antes de que se diese cuenta de que me había movido.

—Creía que podría ser por las drogas que me dio para atontarme —dije. No me hacía gracia que la mención de la sangre la hubiese puesto en movimiento. El marrón de sus ojos se hacía cada vez más pequeño en oposición a sus pupilas dilatadas. Estaba segura de que era por haber descubierto la ascendencia de Trent y no por tenerme en su cocina, con el corazón palpitando desbocado y las palmas de las manos sudorosas. Pero aun así… no me gustaba.

La cabeza me daba vueltas y le dediqué una mirada de advertencia a la vez que interponía la isla central entre ambas. Muy bien, ahora sabía el secreto de Trent. Si se lo decía eso me aseguraría sin duda una reunión con él, pero ¿cómo se le dice a un asesino en serie que sabes su secreto sin acabar muerta?

—No vas a decirle que lo sabes —dijo Ivy echándome una mirada compungida antes de apoyarse contra el mostrador en una descarada demostración de que sabía mantener las distancias.

—Tengo que hablar con Trent. Él hablará conmigo si le menciono esto. No me pasará nada, todavía tengo algo para chantajearlo.

—Edden te lanzará a la cara un pleito por acoso si te atreves tan siquiera a llamarlo —me advirtió Ivy.

Mis ojos se posaron en la bolsa de galletas con su pequeño dibujo de un roble y un cartel de madera. Me moví lentamente y me acerqué el paquete para sacar una figura con todos sus miembros intactos. Los ojos de Ivy se fijaron en el celofán y luego se elevaron hasta mí. Casi pude ver sus pensamientos coincidir con los míos. Me dedicó una de sus escasas sonrisas sinceras, dejando entrever solo un ínfimo brillo de sus dientes al mismo tiempo que una mirada maliciosa, aunque casi tímida, le devolvió la vida a sus ojos.

Me recorrió un escalofrío que me tensó las entrañas.

—Creo que ya sé cómo atraer su atención —dije dándole un mordisco a la cabeza de la galleta cubierta de chocolate y limpiándome las migas de los labios. Pero en el fondo de mi mente un nuevo interrogante empezó a preocuparme, despertado por la constante preocupación de Nick. ¿La emoción que sentía era por la anticipación ante una futura conversación con Trent… o era por esa breve visión de sus dientes blancos?