7.
—Rachel —me llamó Jenks desde mi pendiente—. Échale un ojo a este tío. ¿Está de caza o qué?
Me subí el bolso más en el hombro y entorné los ojos bajo el poco habitual calor de esta tarde de septiembre para mirar al chico en cuestión mientras caminaba a través de la informal sala. La música me llegó rozando el subconsciente. El volumen de su radio estaba demasiado bajo como para oírla bien. Mi primer pensamiento fue que debía de tener calor. Tenía el pelo negro, la ropa negra, las gafas de sol negras y su guardapolvo negro era de cuero. Estaba apoyado contra una máquina expendedora, intentando parecer refinado mientras hablaba con una mujer con un vestido de encaje negro gótico. Pero la estaba pifiando. Nadie puede parece sofisticado con un vaso de cartón en la mano, por muy sexy que fuese su barba de dos días. Y nadie se vestía de gótico salvo los vampiros vivos adolescentes fuera de control y los patéticos aspirantes a vampiros.
Me reí por lo bajo, sintiéndome mucho mejor. Lo grande que era el campus y la aglomeración de jóvenes me tenían los nervios de punta. Yo había asistido a una pequeña escuela universitaria donde completé el habitual programa de dos años seguido de cuatro años de prácticas en la si. Mi madre no se podía permitir el precio de la matrícula de la Universidad de Cincinnati con la pensión de mi padre, aparte de la paga de viudedad.
Me fijé en el recibo amarillento que me había dado Edden. Ponía la hora y el día de las clases y justo abajo en la esquina derecha ponía el precio de todo… los impuestos, tasas de laboratorio y las clases sumaban una cifra total tremenda. Solo esta asignatura costaba casi lo mismo que un cuatrimestre en mi alma máter. Nerviosa guardé el papel en el bolso al notar que un hombre lobo en una esquina me miraba. Ya parecía bastante fuera de lugar sin deambular con el horario de clase en la mano. Ya puestos podría colgarme del cuello un cartel que dijese: «Estudiante de Educación para Adultos». Que Dios me perdone, pero me sentía vieja. Los demás no eran mucho más jóvenes que yo, pero todos sus movimientos gritaban inocencia.
—Esto es ridículo —mascullé dirigiéndome a Jenks al salir de la cafetería.
Ni siquiera sabía por qué el pixie había venido conmigo. Edden debía habérmelo largado para asegurarse de que asistía a clase. Mis bolas de vampiresa resonaron elegantemente al pasearme a través de la pasarela elevada con ventanales que conectaba el edificio de empresariales y arte con el Salón Kantack. Me recorrió una sacudida al darme cuenta de que mis pies llevaban el ritmo de la canción de Takata Suspiro destrozado y aunque aún no podía oír realmente la música, la letra se había instalado en lo más profundo de mi cabeza volviéndome loca: «Separa las pistas del polvo, de mis vidas, de mi voluntad. Te quería entonces. Te sigo queriendo».
—Debería estar con Glenn interrogando a los vecinos de Dan —me quejé—. No necesito asistir a estas malditas clases, basta con hablar con los compañeros de Dan.
Mi pendiente se balanceó como un columpio y las alas de Jenks me hicieron cosquillas en el cuello.
—Edden no quiere darle a la doctora Anders ningún motivo para pensar que es sospechosa y yo creo que es una buena idea.
Fruncí el ceño. El sonido de mis pasos quedó amortiguado al entrar en el pasillo con moqueta y empecé a mirar los números ascendentes en las puertas.
—Así que tú crees que es una buena idea, ¿no?
—Sí, pero hay una cosa en la que no ha pensado. —Se rio por lo bajo—. O quizá sí.
Caminé más lento al ver a un grupo esperando frente a una puerta. Probablemente fuese la mía.
—¿Y qué es?
—Bueno —dijo alargando las vocales—, ahora que asistes a esta clase encajas con el perfil.
Una subida de adrenalina me recorrió rápidamente y desapareció.
—Vaya, ¿no me digas? —murmuré. Maldito Edden.
La risa de Jenks sonó como un móvil de campanitas. Me cambié el pesado libro a la otra cadera y busqué a la persona más proclive a contarme los mejores cotilleos. Una mujer joven me miró, o más bien a Jenks, sonriendo brevemente antes de girarse. Vestía vaqueros, como yo, y una chaqueta de ante que parecía cara sobre su camiseta. Informal pero sofisticada. Buena combinación. Dejé caer el bolso sobre la moqueta y me apoyé contra la pared como los demás, a un evasivo metro y medio de distancia.
Disimuladamente miré el libro a los pies de la chica. Prolongación sin contacto con líneas luminosas. Experimenté una ligera sensación de alivio. Al menos tenía el libro correcto. Quizá esto no fuese tan malo. Miré el cristal esmerilado de la puerta cerrada al oír una conversación apagada en el interior. Debía de ser la clase anterior que no había terminado todavía.
Jenks se balanceó en mi pendiente tirando de él. Eso podía ignorarlo, pero cuando empezó a cantar acerca de gusanos y caléndulas le di un manotazo.
La mujer que estaba junto a mi se aclaró la garganta.
—¿Te acaban de trasladar? —me preguntó.
—¿Perdón? —pregunté mientras Jenks revoloteaba de vuelta.
Ella hizo una pompa con el chicle, mirándonos con sus ojos demasiado maquillados a mí y al pixie alternativamente.
—No somos muchos estudiantes de líneas luminosas y no recuerdo haberte visto antes. ¿Vienes normalmente al turno de noche?
—Oh. —Me aparté de la pared y me puse frente a ella—. No, me he apuntado a la asignatura para, umm, para ascender en el trabajo.
Ella se rio y se apartó el pelo hacia atrás.
—Sí, yo estoy igual, pero para cuando yo salga de aquí probablemente no quede ningún trabajo para una productora cinematográfica con experiencia en líneas luminosas. Parece que todo el mundo coge asignaturas de arte como optativas últimamente.
—Soy Rachel —dije ofreciéndole la mano—, y este es Jenks.
—Encantada de conoceros —dijo ella asimilándolo un instante—. Soy Janine.
Jenks fue zumbando hacia la mujer posándose en la mano que ella levantó precipitadamente.
—El placer es todo mío, Janine —dijo él haciendo una reverencia.
Janine sonrió abiertamente, absolutamente encantada. Obviamente no había tenido mucho contacto con pixies. La mayoría se mantenía fuera de la ciudad a menos que trabajasen en las pocas áreas en las que los pixies y las hadas sobresalían: mantenimiento de cámaras, seguridad o para el clásico fisgoneo de toda la vida. Incluso así, era más normal que contratasen a hadas ya que comían insectos en lugar de néctar y su suministro de comida era más abundante.
—Oye, ¿da las clases la doctora Anders o viene un ayudante a darlas? —pregunté.
Janine soltó una risita y Jenks volvió revoloteando hasta mi pendiente.
—¿Has oído hablar de ella? —preguntó—. Sí, da ella las clases ya que no somos muchos. —Janine entrecerró los ojos—. Especialmente ahora. Empezamos más de una docena, pero se fueron cuatro cuando la doctora Anders nos dijo que el asesino atacaba solo a brujos de líneas luminosas y que tuviésemos cuidado. Y luego Dan fue y lo dejó. —Se volvió a apoyar en la pared con un suspiro.
—¿El cazador de brujos? —pregunté forzando la sonrisa. Había elegido a la persona adecuada para ponerme a su lado. Abrí exageradamente los ojos—. Estás de broma…
Su expresión se tornó preocupada.
—Creo que en parte Dan se fue por eso. Y además es una pena, el chico estaba muy bueno, hacia saltar los plomos de cualquiera. Tenía una entrevista importante. No me quiso contar nada. Creo que temía que me presentase yo también. Parece ser que al final consiguió el trabajo.
Asentí preguntándome si esa era la buena noticia que iba a contarle a Sara Jane el sábado, pero entonces empecé a notar un lento resquemor interno que me decía que quizá la cena en Torre Carew fuese para cortar con ella, pero que finalmente se acobardó y se marchó sin decirle nada.
—¿Seguro que lo ha dejado? —le pregunté—. Quizá el cazador de brujos… —Dejé la frase abierta y Janine sonrió de modo tranquilizador.
—Sí, lo ha dejado. Me preguntó si quería comprarle su rotulador magnético si conseguía el trabajo. No lo puedes devolver a la papelería una vez abierto el precinto.
De pronto me quedé desencajada y verdaderamente preocupada.
—No sabía que tenía que traer un rotulador.
—Oh, yo tengo uno para prestarte —dijo rebuscando en su bolso—. La doctora Anders siempre nos hace dibujar cosas: pentagramas, perihelios Norte Sur… hemos dibujado cualquier cosa que te puedas imaginar. Une las prácticas con las clases, por eso venimos aquí en lugar de a un aula.
—Gracias —le dije aceptando el rotulador metálico y sujetándolo junto con el libro. ¿Pentagramas? Odiaba los pentagramas. Mis trazos siempre estaban torcidos. Tendría que pedirle a Edden si le importaría pagar otra visita a la papelería. Pero al recordar el precio de la asignatura que nunca lograría que le devolviesen, decidí que mejor iría a recoger mi antiguo material escolar a casa de mi madre. Estupendo. Sería mejor que la llamase antes.
Janine notó mi mirada de preocupación y malinterpretándola se apresuró a decir:
—Vamos, no te preocupes, Rachel. El asesino no viene a por nosotros. De verdad. La doctora Anders nos pidió que tuviésemos cuidado, pero solo va a por brujos experimentados.
—Sí —dije preguntándome si se me consideraría experimentada o no—, supongo.
Las conversaciones a nuestro alrededor cesaron cuando la voz de la doctora Anders chilló desde detrás de la puerta.
—No sé quién está matando a mis estudiantes. He ido a demasiados funerales este mes para hacer caso a sus viles acusaciones. ¡Y pienso denunciarle hasta el fin del mundo si difama mi nombre!
Janine parecía asustada al recoger su libro y apretarlo contra su pecho. Los estudiantes del pasillo se movieron inquietos e intercambiaron miradas incómodas. Desde mi pendiente Jenks susurró:
—Olvídate de lo de ocultarle a la doctora Anders que es una posible sospechosa. —Asentí preguntándome si Edden me dejaría abandonar la asignatura ahora—. Es Denon el que está ahí dentro con ella —añadió Jenks e inspiré rápidamente.
—¿Qué?
—Huelo a Denon —repitió—, está ahí dentro con la doctora Anders.
¿Denon?, pensé preguntándome qué hacía mi antiguo jefe fuera de su despacho.
Hubo un murmullo bajo seguido por un fuerte estallido. Todos los que estaban en el pasillo dieron un salto salvo Jenks y yo. Janine levantó la mano para tocarse la oreja como si le acabasen de dar un golpe.
—¿No lo has notado? —me preguntó y negué con la cabeza—. Acaba de establecer un círculo sin haber dibujado uno de verdad antes.
Miré hacia la puerta como todo el mundo. No sabía que se podía establecer un círculo sin dibujarlo. Tampoco me gustaba que todos excepto Jenks y yo supiesen que lo había hecho. Sintiendo que no entendía nada recogí mi bolso del suelo.
El grave estruendo de la voz de mi antiguo jefe me produjo escalofríos. Denon era un vampiro vivo, igual que Ivy, pero era de casta baja y no alta como ella. Había nacido humano y fue infectado con el virus vampírico después por un verdadero no muerto. Y mientras que Ivy tenía poder político por haber nacido vampiro y por lo tanto tenía garantizado unirse a los no muertos incluso si moría sola y con toda su sangre en su cuerpo, Denon siempre sería de segunda clase al tener que confiar en que alguien se molestase en terminar de convertirlo después de muerto.
—Sal de aquí —exigió la doctora Anders—, antes de que te denuncie por acoso.
Todos los estudiantes se movían nerviosos. No me sorprendí cuando el cristal esmerilado se oscureció con una silueta tras él. Me puse tensa al igual que el resto cuando se abrió la puerta y salió Denon. El hombre casi tuvo que ponerse de lado para pasar por el marco de la puerta.
Yo seguía creyendo que Denon había sido un canto rodado en una vida anterior, una piedra suave y gastada por el paso de un río, una piedra de… ¿una tonelada de peso quizá? Al ser de clase baja y tener solo la fuerza de un humano, Denon había tenido que trabajar duro para estar al nivel de sus hermanos. El resultado era una estilizada cintura y montones de músculos abultados que al salir lentamente al pasillo tiraban de su camisa de vestir blanca. El algodón almidonado resaltaba en contraste con su complexión, atrayendo mi mirada y manteniéndola fija… justo como él quería.
El grupo se echó hacia atrás conforme él avanzaba lentamente. Una fría presencia pareció surgir de la sala, rodeándolo. Debían ser los restos del aura que probablemente había proyectado contra la doctora Anders. Una sonrisa confiada y dominante se dibujó en su cara cuando sus ojos se posaron en mí.
—Eh, Rachel —murmuró Jenks revoloteando hacia Janine—, te veo dentro, ¿vale?
No dije nada. De pronto me sentí muy débil y vulnerable.
—Te guardo un sitio —dijo Janine pero yo no pude apartar los ojos de mi antiguo jefe. Hubo un amortiguado murmullo cuando se fue vaciando el pasillo.
Le había tenido miedo y ahora estaba preparada y dispuesta a tenerle miedo, pero algo había cambiado. Aunque todavía se movía con la gracia de un depredador, su antigua mirada de edad indefinida había desaparecido. Su hambrienta mirada de ahora, que no se molestaba en ocultar, me decía que seguía siendo un vampiro practicante, pero creí adivinar que había perdido el favor de alguien y ya no probaba a los no muertos, aunque ellos aún se alimentasen de él.
—Morgan —dijo y su voz pareció rebotar en la pared de ladrillos detrás de mí para darme un empujón hacia delante. Su tono de voz era igual que él: experto, potente y lleno de promesas—. He oído que andabas haciendo de fulana para la AFI, ¿o es que estamos intentando cultivarnos para ser mejores?
—Hola, señor Denon —dije sin apartar la vista de sus pupilas negras—, ¿te han degradado a cazarrecompensas? —La ansiosa mirada hambrienta se tornó iracunda—. Parece que ahora haces las misiones que me solías encargar a mí. ¿Rescatando a familiares de los árboles?, ¿comprobando la validez de las licencias? Por cierto, ¿cómo están los troles sin techo de los puentes?
Denon se movió hacia delante con la mirada fija y los músculos tensos. Me quedé helada y me di de espaldas contra la pared. El sol que se colaba por la distante pasarela pareció oscurecerse. Como un calidoscopio giró y parecía estar el doble de lejos de lo que en realidad estaba. El corazón me dio un vuelco y luego se ajustó a su ritmo habitual. Estaba intentando proyectar su aura, pero yo sabía que no podía hacerlo sin que yo le proporcionase el miedo para alimentarla. No iba a tener miedo.
—Corta el rollo, Denon —dije insolentemente, notando un nudo en el estómago—. Vivo con una vampiresa que se te zamparía para desayunar. Ahórrate lo del aura para alguien a quien le impresione.
Aun así se acercó más hasta que él era lo único que podía ver. Tuve que alzar la vista y eso me fastidió. Su aliento era cálido y se apreciaba el penetrante olor a sangre. Se me aceleró el pulso. Odiaba que supiese que aún me daba miedo.
—¿Hay alguien más aquí excepto tú y yo? —dijo con una voz suave como el chocolate con leche.
Levantando la mano con un movimiento lento y controlado agarré la empuñadura de mi pistola de bolas. Me arañé los nudillos con la pared de ladrillo, pero en cuanto mis dedos tocaron la culata recuperé mi confianza.
—Solo tú y yo y mi pistola de bolas de líquido. Si me tocas, te tumbo. —Le devolví la sonrisa—. ¿Qué crees que les pongo a mis bolitas de líquido? A lo mejor resulta difícil de explicar por qué ha tenido que venir alguien de la SI a darte un baño de agua salada, ¿no? Yo diría que eso daría motivos para estar riéndose de ti todo un año. —Observé como la expresión de sus ojos se tornaba de odio—. Atrás —dije muy clarito—, si la saco, la uso.
Denon retrocedió.
—Aléjate de aquí, Morgan —me amenazó—. Esta misión es mía.
—Eso explicaría por qué la SI está todavía calentando motores. Quizá deberías volver a lo de ponerle multas a los coches mal aparcados y dejar que un profesional se encargue de esto.
Silbó al espirar el aire y me hice más fuerte ante su rabia. Ivy tenía razón. Había miedo en el fondo de su alma. Miedo a que un día los vampiros no muertos que se alimentan de él perdiesen el control y lo matasen. Miedo a que no lo volvieran a traer como a uno de sus hermanos. No me extrañaba que tuviese miedo.
—Este es un asunto de la SI —dijo—. Si interfieres, te encierro en el calabozo. —Sonrió enseñándome sus dientes humanos—. Si crees que estar en la jaula de Kalamack fue malo, espera a ver la mía.
Mi confianza se quebró. ¿La SI lo sabía?
—Relájate —dije sarcásticamente—. Yo estoy aquí por una persona desaparecida, no por tus asesinatos.
—Una persona desaparecida —se burló—, esa es una buena historia, no la cambies. E intenta mantener a tu sospechoso vivo esta vez. —Me echó una mirada final antes de dirigirse por el pasillo hacia el sol y el distante sonido de la cafetería—. No serás el perrito faldero de Tamwood para siempre —dijo sin volverse—, y entonces iré a por ti.
—Sí, lo que tú digas —repliqué a pesar de que un pico de mi antiguo miedo intentase aflorar. Lo aplasté y me saqué la mano de la espalda. Yo no era el perrito faldero de Ivy, aunque vivir con ella me proporcionase una buena protección contra la población de vampiros de Cincinnati. Ivy no ostentaba una posición de poder, pero como el último miembro vivo de la familia Tamwood, tenía el estatus de una líder en ciernes, respetada tanto por vampiros vivos como muertos.
Respiré hondo para intentar disipar la debilidad de mis rodillas. Genial. Ahora tenía que entrar en clase después de que probablemente hubiese empezado. Pensando que mi día no podía empeorar, me recompuse y entré en la sala bien iluminada gracias a la fila de ventanas con vistas al campus. Como Janine me había dicho, estaba organizada como un laboratorio, con dos personas sentadas en Taburetes a cada lado de las mesas de pizarra, Janine estaba sola hablando con Jenks y obviamente me había reservado el sitio junto a ella.
El olor a ozono del círculo que la doctora Anders había construido precipitadamente me pilló por sorpresa. El círculo había desaparecido, pero sentí un cosquilleo por los restos del poder. Miré al origen del olor en la cabecera de la sala.
La doctora Anders estaba allí sentada tras un feo escritorio de metal y delante de una tradicional pizarra negra. Tenía los codos apoyados en la mesa y se sujetaba la cabeza en las manos. Vi que sus finos dedos temblaban y me preguntaba si sería por las acusaciones de Denon o por haber entrado con fuerza en siempre jamás para hacer el círculo sin la ayuda de una manifestación física. La clase parecía excepcionalmente silenciosa.
La doctora Anders llevaba el pelo negro con unas poco favorecedoras vetas grises recogido en un moño formal. Parecía mayor que mi madre. Vestía con unos conservadores pantalones color canela y una bonita blusa. Intenté no llamar la atención y me deslicé entre las dos primeras filas de mesas para sentarme junto a Janine.
—Gracias —le susurré.
Me miró con los ojos muy abiertos mientras guardaba el bolso bajo la mesa.
—¿Trabajas para la SI?
Le eché una mirada a la doctora Anders.
—Antes sí, pero lo dejé la pasada primavera.
—Creía que no se podía dejar la SI —dijo con la expresión aun más asombrada.
Encogiéndome de hombros me aparté el pelo para que Jenks pudiese aterrizar en su sitio de costumbre.
—No fue fácil. —Seguí su mirada que se fijaba en el frente de la sala donde la doctora Anders se había puesto en pie.
La alta mujer daba tanto miedo como recordaba, con su cara delgada y alargada y una nariz que no estaría fuera de lugar en la representación de una bruja en la época anterior a la Revelación. Aunque no tenía verruga ni era verde. Hizo valer su puesto de titularidad y logró la atención de la clase simplemente levantándose. El temblor había desaparecido de sus manos al coger un taco de papeles.
Se bajó las gafas de montura metálica hasta la punta de la nariz e hizo ostentación de estudiar sus notas. Apostaría cualquier cosa a que las gafas tenían un hechizo para ver a través de encantamientos de líneas luminosas, además de corregir su visión y deseé tener las agallas para ponerme las mías y comprobar si usaba magia de líneas luminosas para parecer tan poco atractiva o si era todo suyo. Un suspiro estremeció sus estrechos hombros cuando levantó la vista y su mirada se fijó directamente en la mía a través de sus gafas hechizadas.
—Veo —dijo con una voz que me produjo repelús—, que tenemos una cara nueva hoy.
Le dediqué una falsa sonrisa. Era obvio que me había reconocido, pues su cara se arrugó como una ciruela seca.
—Rachel Morgan —dijo.
—Aquí —dije con voz monótona. Un atisbo de fastidio cruzó su expresión.
—Ya sé quién es. —Repiqueteando con sus tacones bajos se acercó a mí. Se inclinó hacia delante y miró a Jenks detenidamente—. ¿Y quién es usted, señor pixie?
—Eh, Jenks, señora —tartamudeó él moviendo irregularmente las alas hasta enredarlas en mi pelo.
—Jenks —dijo ella con un tono rozando lo respetuoso—. Me alegro de conocerle. Usted no está en mi lista de clase. Por favor, márchese.
—Sí, señora —dijo Jenks, y para mi sorpresa el habitualmente arrogante pixie saltó de mi pendiente—. Lo siento, Rachel —dijo suspendido en el aire frente a mí—. Estaré en la sala de la facultad o en la biblioteca. Puede que Nick esté todavía trabajando.
—Vale. Ya te buscaré luego.
Jenks inclinó la cabeza en dirección a la doctora Anders y salió volando por la puerta que seguía abierta.
—Lo siento —dijo la doctora Anders—, ¿acaso mi clase interfiere con su vida social?
—No, doctora Anders. Es un placer verla de nuevo.
Se echó hacia atrás ante mi leve sarcasmo.
—¿Ah, sí?
Por el rabillo del ojo veía a Janine con la boca abierta de par en par. A los que alcanzaba a ver del resto de la clase estaban igual. Me ardía la cara. No sé por qué esta mujer me había cogido manía, pero lo había hecho. Con los demás era como un cuervo hambriento, pero conmigo era un tejón voraz.
La doctora Anders dejó caer sus papeles en mi mesa con un fuerte golpe. Mi nombre estaba rodeado por un grueso círculo rojo. Sus finos labios se tensaron casi imperceptiblemente.
—¿Por qué está aquí? —preguntó—. Hace dos clases que empezó el cuatrimestre.
—Todavía estamos en la semana de altas y bajas —le rebatí sintiendo como se me aceleraba el pulso. Al contrario que Jenks, yo no tenía problemas para enfrentarme a la autoridad. Aunque visto lo visto, la autoridad siempre ganaba.
—Ni siquiera sé cómo ha logrado obtener la aprobación para entrar en esta asignatura —dijo cáusticamente—. No tiene ninguno de los prerequisitos.
—Han convalidado todos mis créditos y me contaron un año por experiencia profesional. —Era verdad, pero Edden era la verdadera razón por la que había podido colarme en una clase de nivel quinientos.
—Me está haciendo perder el tiempo, señorita Morgan —dijo—. Usted es una bruja terrenal. Creí que se lo había dejado bien claro. Usted no posee el control para trabajar con líneas luminosas más allá de lo necesario para cerrar un modesto círculo. —Se inclinó sobre mí y noté que me subía la tensión—. Voy a suspenderla más rápido que la última vez.
Inspiré para calmarme mirando el resto de caras conmocionadas. Obviamente nunca habían visto esta faceta de su amada profesora.
—Necesito esta clase, doctora Anders —le dije sin saber por qué intentaba apelar a su atrofiada compasión; salvo porque si me echaba, puede que Edden me obligase a pagar la matrícula—. He venido a aprender.
Ante eso, la irascible mujer recogió sus papeles y se retiró a la mesa vacía tras ella. Recorrió la clase con la mirada antes de volver a fijar la vista en mí.
—¿Está teniendo problemas con su demonio?
Varias personas en la clase dieron un grito ahogado. Janine físicamente se apartó de mí. Maldita mujer, pensé, tapándome con la mano la muñeca. No llevaba aquí ni cinco minutos y ya me había granjeado la antipatía de toda la clase. Tenía que haberme puesto una pulsera. Apreté la mandíbula y empecé a respirar más rápido buscando una respuesta.
La doctora Anders parecía satisfecha.
—No se puede ocultar totalmente una marca de demonio con magia terrenal —dijo elevando la voz con tono de estar explicando una lección—. Se necesita magia de líneas luminosas, ¿para eso está usted aquí, señorita Morgan? —se burló.
A pesar de estar temblorosa me negué a bajar la vista. No lo sabía. No me extraña que mis encantamientos para ocultarla nunca funcionasen más allá de la puesta de sol.
Sus arrugas se marcaron más al fruncir el ceño.
—La clase de Demonología para practicantes modernos del profesor Peltzer es en el edificio contiguo. Quizá debería excusarse y ver si no es demasiado tarde para cambiar de asignatura. Aquí no tratamos con artes negras.
—No soy una bruja negra —dije en voz baja, temerosa de que si alzaba la voz, empezaría a gritar. Me subí la manga para dejar ver mi marca de demonio, negándome a avergonzarme por ello—. Yo no llamé al demonio que me hizo esto. Tuve que luchar contra él.
Respiré lentamente sin atreverme a mirar a nadie, y menos a Janine, quien se había alejado de mí todo lo que había podido.
—Estoy aquí para aprender a mantenerlo alejado de mí, doctora Anders. No pienso asistir a ninguna clase de Demonología. Me da miedo.
Las últimas palabras surgieron como un susurro, pero sabía que todos lo habían oído. La doctora Anders parecía desconcertada. Me sentía avergonzada, pero si con eso la mantenía alejada de mí, habría sido una vergüenza bien empleada.
Los pasos de la mujer resonaron con golpes secos al alejarse hacia el frente de la sala.
—Váyase a casa, señorita Morgan —dijo mirando ala pizarra—. Sé por qué está aquí. Yo no he matado a ningún antiguo alumno y me ofende su acusación tácita. —Y con ese agradable pensamiento se giró, deslumbrando a la clase con una sonrisa forzada—. El resto de la clase, ¿podéis por favor guardar vuestras copias de los pentagramas del siglo dieciocho? Haremos un examen sobre ellos el viernes. Para la semana que viene quiero que leáis los capítulos seis, siete y ocho de vuestro libro y que hagáis los ejercicios pares al final de cada uno. ¿Janine?
Al oír su nombre, la mujer dio un respingo. Estaba intentando echarle un buen vistazo a mi muñeca. Yo seguía tiritando y los dedos me temblaban al escribir los deberes.
—Janine, tú deberías hacer también los ejercicios impares del capítulo seis. Tu control al liberar la energía almacenada de las líneas luminosas deja mucho que desear.
—Sí, doctora Anders —dijo pálida.
—Y ve a sentarte con Brian —añadió—. Aprenderás más de él que de la señorita Morgan.
Janine no vaciló. Antes de que la doctora Anders hubiese siquiera terminado, recogió su bolso y su libro y se cambió a la mesa de al lado. Me quedé sola, sintiéndome fatal. El rotulador prestado junto a mi libro parecía una galletita robada.
—También me gustaría evaluar vuestros vínculos con vuestros familiares el viernes, ya que a lo largo de las próximas semanas empezaremos una sección sobre la protección a largo plazo —continuó diciendo la doctora Anders—. Así que por favor, traedlos. Llevará algún tiempo ir uno por uno, así que aquellos cuyo apellido esté al final por orden alfabético puede que tengan que quedarse un poco más tarde de la hora habitual de clase.
Hubo una queja de cansancio por parte de algunos estudiantes y carecían de la jovialidad que normalmente mostraban. Se me cayó el alma a los pies. No tenía un familiar. Si no conseguía uno para el viernes, me suspendería. Igual que la otra vez.
La doctora Anders me sonrió con la calidez de una muñeca.
—¿Algún problema con eso, señorita Morgan?
—No —dije inexpresivamente y deseando colgarle los asesinatos a ella, los hubiese cometido o no—, ningún problema en absoluto.