13.

Hacia calor y el ambiente estaba cargado. Olía a café frío, de Starbucks, con dos azucarillos y sin nata. Abrí los ojos y me encontré una maraña de pelo rojo tapándome la vista. Me lo aparté con un dolorido brazo. Todo estaba en silencio salvo por el lejano ruido del tráfico y el familiar zumbido del despertador de Nick rompiendo la tranquilidad. No me sorprendió descubrir que estaba en su dormitorio, segura en mi lado ocasional de la cama, de cara a la puerta y a la ventana. El destartalado aparador de Nick, al que le faltaba el tirador, nunca me había parecido tan bonito. La luz que se colaba por entre las cortinas echadas era aún débil. Suponía que era casi hora del anochecer. Miré el reloj que señalaba las 05:35. Sabía que estaba en hora. A Nick le gustaban los aparatitos y el reloj recibía una señal de Colorado cada medianoche para ponerse en hora con el reloj atómico de allí. Su reloj de pulsera hacía lo mismo. Ignoraba por qué alguien necesitaba tanta precisión. Yo ni siquiera llevaba reloj.

La colcha de ganchillo dorada y azul que la madre de Nick le había tejido estaba apretujada bajo mi barbilla y olía ligeramente a jabón de lavar. Reconocí un amuleto contra el dolor en la mesita de noche… justo al lado de una aguja digital. Nick había pensado en todo. Si hubiera podido invocarlo, lo habría hecho.

Me senté en la cama buscándolo con la vista. Sabía por el olor a café que probablemente estaría cerca. La colcha me rodeó cuando puse los pies en el suelo. Mis músculos protestaron y eché mano del amuleto. Me dolían las costillas y la espalda. Con la cabeza gacha me pinché en el dedo y extraje tres gotas de sangre para invocar el amuleto. Incluso antes de deslizarme el cordón alrededor de cuello ya me relajé, sintiendo un alivio inmediato. No eran más que dolores musculares y cardenales, nada que no sanara.

Entorné los ojos en la penumbra artificial. Una abandonada taza de café dirigió mi vista hacia un montón de ropa en una silla que se movía con ritmo lento y se convertía en Nick, dormido con sus largas piernas despatarradas frente a él. Sonreí al ver sus grandes pies cubiertos solo con los calcetines, ya que no permitía zapatos en su moqueta. Me senté y me contenté con no hacer nada durante un momento. El día de Nick había empezado seis horas antes que el mío y ya le había aparecido una barba que oscurecía su alargada cara relajada por el sueño. Tenía la barbilla apoyada sobre el pecho y su pelo corto y negro le caía sobre los ojos, ocultándolos. Los abrió al detectar una instintiva parte de él que lo estaba mirando. Sonreí más ampliamente cuando se estiró en la silla, dejando escapar un suspiro.

—Hola, Ray-ray —dijo derramando su voz cálida como un charco de agua marrón alrededor de mis tobillos—. ¿Cómo estás?

—Estoy bien. —Estaba avergonzada de que hubiese visto lo que había pasado, avergonzada de que me hubiese salvado y sinceramente contenta de que hubiera llegado a tiempo de hacerlo. Se levantó y se sentó junto a mí. Su peso me hizo deslizarme hacia él. Emití un sonido de alivio y satisfacción al caer contra él. Me rodeó y me abrazó de lado. Apoyé la cabeza contra su hombro, aspirando profundamente el olor a libros antiguos y a azufre. Lentamente mis pulsaciones se hicieron perceptibles mientras estaba allí sentada sin hacer nada más, recobrando las fuerzas simplemente gracias a su presencia.

—¿Seguro que estás bien? —me preguntó hundiendo su mano en mi pelo. Me aparté para mirarlo a la cara.

—Sí, gracias. ¿Dónde está Ivy? —No me contestó nada y me asusté—. ¿No te habrá hecho daño, verdad?

Dejó caer la mano de mi pelo.

—Está en el suelo donde la dejé.

—¡Nick! —protesté, apartándome de él para sentarme derecha—. ¿Cómo has podido dejarla allí así? —Me levanté, busqué mi bolso y me percaté de que no lo había traído. Además seguía descalza—. Llévame a casa —dije sabiendo que el autobús no me pararía.

Nick se había levantado a la vez que yo con expresión de preocupación y la vista baja.

—Mierda —dijo entre dientes—. Lo siento. Creí que le habías dicho que no. —Me miró y apartó la vista con expresión dolorida, decepcionada y roja de vergüenza—. Oh, mierda, mierda, mierda —masculló—. Lo siento mucho. Sí, sí, vamos. Te llevo a casa. Quizá no se haya despertado todavía. De verdad lo siento mucho. Creí que habías dicho que no. Oh, Dios, no debí meterme. ¡Creí que le habías dicho que no!

El desasosiego y desconcierto se percibía en su postura encorvada. Alargué el brazo y tiré de él antes de que saliese del cuarto.

—¿Nick? —Le dije cuando se detuvo de sopetón—. Le dije que no.

Abrió los ojos aun más y se quedó allí con la boca entreabierta, casi incapaz de parpadear.

—Pero… ¿quieres volver?

Me senté en la cama y lo miré a los ojos.

—Bueno, sí. Es mi amiga. —Hice un gesto de incredulidad—. ¡No puedo creerme que la dejases allí tirada así!

Nick vaciló, con una expresión de gran confusión en sus ojos arrugados.

—Pero vi lo que intentaba hacerte —dijo—. Casi te muerde, ¿y tú quieres volver?

Mis hombros se hundieron abatidos y bajé la vista hacia la fea moqueta manchada.

—Fue culpa mía —dije en voz baja—. Estábamos entrenando y estaba enfadada. —Levanté la vista—. No con ella, sino con Edden. Entonces se puso chulita y me cabreó, así que salté sobre ella y la pillé desprevenida… aterricé sobre su espalda, le tiré del pelo hacia atrás y le eché el aliento en el cuello.

Nick apretó los labios y se sentó lentamente en el borde de la silla y apoyó los codos en las rodillas.

—A ver si lo he entendido bien. Decidiste pelearte con ella estando enfadada, esperaste a que ambas estuvieseis emocionalmente cargadas, ¿y entonces saltaste sobre ella? —Resopló enérgicamente por la nariz—. ¿Estás segura de que no querías que te mordiese?

Le puse cara de pocos amigos.

—Ya te he dicho que no ha sido culpa suya. —No quería discutir con él, así que me levanté y aparté sus brazos para hacerme hueco en su regazo. Soltó un gruñido de extrañeza y luego me rodeó con sus brazos cuando me senté. Hundí la cabeza entre su mejilla y su hombro, aspirando su masculino aroma. El recuerdo de la euforia inducida por la saliva de vampiro pasó fugazmente por mí. Yo no quería que me mordiese… no quería…, pero no podía apartar la insistente sensación de que una parte de mí, impulsada por el placer, quizá sí quería. Ya lo sabía. No había sido culpa suya y en cuanto pudiese convencerme a mí misma de ello y levantarme de las rodillas de Nick, iba a llamarla para decírselo.

Me acurruqué y escuché el rugido del tráfico mientras Nick me acariciaba la cabeza. Parecía enormemente aliviado.

—¿Nick? —pregunté—. ¿Qué habrías hecho si yo no le hubiese dicho que no?

Respiró lentamente.

—Dejar el caldero junto a la puerta y marcharme —dijo con una voz que retumbó en mi interior.

Me erguí y él hizo una mueca al cambiar la presión de mi peso sobre sus rodillas.

—¿La habrías dejado rajarme la garganta?

No quiso mirarme a los ojos.

—Ivy no te habría desangrado y dejado tirada a tu suerte —dijo de mala gana—. Incluso en medio del frenesí al que la habías llevado. Oí lo que te ofrecía. No era un rollo de una noche, era un compromiso de por vida.

Mi cicatriz del demonio empezó a cosquillear al oír sus palabras y asustada, intenté alejar esa sensación.

—¿Cuánto tiempo exactamente estuviste escuchando? —le pregunté quedándome helada al pensar que la pesadilla podía ser mucho más que una pérdida de control momentánea de Ivy.

Me apretó con más fuerza y bajó los ojos hasta cruzarse con los míos.

—Lo suficiente como para oírle pedirte que fueses su heredera. No iba a interponerme si era algo que tú querías.

Abrí la boca de par en par y retiré el brazo con el que lo rodeaba.

—¿Te habrías ido y la habrías dejado convertirme en un juguete?

Una expresión de rabia cruzó sus ojos marrones.

—Su heredera, Rachel, no una sombra ni un juguete, ni siquiera su esclava. Hay un mundo de diferencia.

—¿Te habrías marchado? —exclamé sin querer levantarme de sus rodillas por miedo a que el orgullo me hiciese abandonar su apartamento—. ¿No habrías hecho nada?

Nick apretó la mandíbula pero no hizo ningún ademán de tirarme al suelo.

—¡No soy yo el que vive en una iglesia con una vampiresa! —dijo—. No sé qué es lo que quieres. Solo puedo basarme en lo que me cuentas y en lo que veo. Vives con ella. Sales conmigo. ¿Qué se supone que tengo que pensar?

No dije nada y él añadió en voz baja:

—Lo que Ivy quiere no está mal ni es nada raro, es simplemente la fría realidad. Va a necesitar a un heredero de confianza dentro de unos cuarenta años más o menos y tú le gustas. A decir verdad, es una muy buena oferta. Pero será mejor que decidas qué quieres antes de que el tiempo y las feromonas de vampiro tomen esa decisión por ti. —Su voz se iba haciendo entrecortada y vacilante—. No serías un juguete. No con Ivy. Y estarías a salvo con ella, serías intocable para casi cualquiera de las criaturas desagradables que habitan Cincinnati.

Con la mirada perdida mis pensamientos empezaron a arrojar luz sobre algunos de los puntos de fricción aparentemente no relacionados entre Nick e Ivy, viéndolos bajo una nueva perspectiva.

—Me ha estado asediando todo este tiempo —susurré, sintiendo los primeros síntomas de miedo verdadero.

Las arrugas alrededor de los ojos de Nick se marcaron.

—No. No persigue solo tu sangre, aunque implique un intercambio. Pero para ser sincero, os complementáis la una a la otra como ninguna otra pareja de vampiro y heredero que conozca. —Un gesto de una emoción desconocida creció y desapareció en su mirada—. Es una oportunidad para alcanzar la grandeza… si estás dispuesta a renunciar a tus sueños y a unirte a los de ella. Siempre estarás en segundo plano, pero detrás de una vampiresa destinada a controlar Cincinnati. —Nick dejó de acariciarme el pelo—. Si he cometido un error —dijo lentamente sin mirarme—, y deseas ser su heredera, no hay problema. Os llevo a ti y a tu cepillo de dientes a casa y me marcho para dejaros que acabéis lo que interrumpí. —Empezó a mover la mano de nuevo—. Lo único que lamento es no haber sido capaz de apartarte de ella.

Paseé la mirada sobre el batiburrillo de muebles de Nick mientras oía el tráfico que rugía fuera de su apartamento. Era tan diferente a la iglesia de Ivy, con sus amplios espacios y sus habitaciones aireadas. Lo único que yo quería era ser su amiga. Ivy necesitaba una desesperadamente. Se sentía infeliz consigo misma y deseaba ser algo más, algo limpio y puro, algo íntegro e inmaculado. Albergaba la esperanza de que algún día encontraría un hechizo para ayudarla. No podía dejarla y destruir lo único que le daba fuerzas. Que Dios me perdone si me estoy volviendo loca, pero admiro su indomable voluntad y fe en que algún día encontrará lo que busca.

A pesar de la amenaza potencial que representaba, de su compulsiva necesidad de organización y de su estricta adhesión a las estructuras, era la primera persona con la que había compartido piso que no se quejaba de mis despistes; como acabar con el agua caliente para la ducha, u olvidarme de apagar la calefacción antes de abrir las ventanas. He perdido a muchas amigas por pequeñas discusiones como esas. No quería estar sola de nuevo. Lo malo era que Nick tenía razón. Hacíamos muy buena pareja. Y ahora tenía un nuevo temor. No era consciente de la amenaza que representaba mi cicatriz de vampiro hasta que ella me lo dijo. Marcada para el placer y sin reclamar. Pasar de vampiro en vampiro hasta que les suplicase que me desangrasen. Recordé las oleadas de euforia y lo difícil que había sido decir que no y entendí lo fácilmente que la predicción de Ivy podría convertirse en realidad. Aunque ella no me había mordido, estaba segura de que el rumor en las calles era que yo ya era mercancía reclamada y que no debían acercarse. Maldición. ¿Cómo había podido llegar a esta situación?

—¿Quieres que te lleve de vuelta? —susurró Nick, apretándome contra él.

Moví el hombro para adaptarme a su cuerpo. Si fuese lista, le pediría ayuda para traerme mis cosas de la iglesia esta misma noche, pero lo que salió de mi boca fue un débil:

—Todavía no. Pero la voy a llamar para asegurarme de que está bien. No quiero ser su heredera, pero no puedo dejarla sola. Le he dicho que no y creo que lo respetará.

—¿Y qué pasa si no lo hace?

Me achuché más fuerte contra él.

—No lo sé… quizá tenga que ponerle un cascabel.

Soltó una risita, pero creo que advertí un resto de dolor en ella. Sentí como su buen humor se desvanecía. Su pecho movía mi cabeza al respirar. Lo que había pasado me disgustaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—Ya no estás bajo ninguna amenaza de muerte —me susurró—. ¿Por qué no te vas?

Me quedé inmóvil escuchando sus latidos.

—No tengo dinero para hacerlo —protesté en voz baja. Ya habíamos hablado de esto antes.

—Te dije que podías venir a vivir conmigo.

Sonreí, aunque él no podía verlo, y froté mi mejilla contra su camisa de algodón. Su apartamento era pequeño, pero no era por eso por lo que siempre había limitado mis visitas nocturnas a los fines de semana. Él tenía su propia vida y yo le estorbaría si tenía que verme más que en pequeñas dosis.

—Nos iría bien durante una semana y luego acabaríamos odiándonos —le dije sabiendo por experiencia que era verdad—. Y yo soy lo único que evita que vuelva a ser una vampiresa practicante.

—Pues deja que vuelva a serlo. Es una vampiresa.

Suspiré sin encontrar las fuerzas para enfadarme.

—Pero es que ella no quiere serlo. Tendré más cuidado. No me pasará nada. —Adopté un tono de confianza y persuasión, pero dudaba si intentaba convencerle a él o a mí.

—Rachel… —Nick espiró y el aire movió el pelo de mi cabeza. Esperé y casi podía escucharlo pensar si debía decir algo más o no—. Mientras más tiempo te quedes con ella —dijo finalmente—, más difícil te resultará resistirte a la euforia inducida por los vampiros. El demonio que te atacó la pasada primavera te inoculó más saliva en tu cuerpo que un maestro vampiro. Si las brujas pudiesen ser convertidas, ya serías uno de ellos. Tal y como están las cosas, creo que Ivy podría embelesarte simplemente con decir tu nombre. Y ni siquiera está muerta todavía. Estás haciendo racionalizaciones inciertas para permanecer en una situación de inseguridad. Si crees que alguna vez querrás marcharte, deberías irte ahora. Créeme, sé lo bien que te hace sentir una cicatriz de vampiro cuando las ansias de un vampiro entra en acción. Sé lo profunda que llega a ser la mentira y lo potente que es la atracción.

Me senté derecha y me llevé una mano al cuello.

—¿Lo sabes?

Hizo un gesto avergonzado.

—Fui al instituto en los Hollows. ¿No creerías que había pasado por aquello sin que me mordiesen al menos una vez?

Arqueé las cejas al ver su mirada casi de culpabilidad.

—¿Tienes un mordisco de vampiro? ¿Dónde?

No quiso mirarme a los ojos.

—Fue un rollete de verano y ella no estaba muerta, así que no contraje el virus. Tampoco es que me inoculase mucha saliva, así que normalmente permanece tranquila a menos que me encuentre rodeado de muchas feromonas de vampiro. Es una trampa, lo sabías, ¿no?

Volví a acurrucarme contra él, asintiendo. Nick estaba a salvo. Su cicatriz era antigua y se la había hecho una vampiresa viva recién salida de la adolescencia. La mía era reciente y estaba adornada con tantas neurotoxinas que Piscary pudo despertarla simplemente con su mirada. Nick permaneció inmóvil y me pregunté si su cicatriz se había despertado al entrar en la iglesia, eso explicaría por qué no había dicho nada y se había quedado simplemente observando. ¿Cuánto placer le proporcionaría su cicatriz?, me pregunté, incapaz de culparlo.

—¿Dónde está… tú cicatriz de vampiro? —le pregunté lentamente.

Nick me apretó más cerca de sí.

—¿Y a ti qué te importa, bruja? —dijo juguetonamente.

De pronto tomé consciencia de que me apretaba contra él con sus brazos, rodeándome para evitar que me cayese. Miré el reloj. Tenía que ir a casa de mi madre para recoger mi antiguo material de líneas luminosas para hacer mis deberes. Si no los hacía esta noche, no los haría nunca. Miré a Nick y él me sonrió. Sabía por qué estaba mirando el reloj.

—¿Es esta? —le pregunté. Me revolví en sus rodillas y aparté el cuello de su camisa para dejar al descubierto una leve cicatriz blanca en la parte alta del hombro.

Sonrió abiertamente.

—No sé.

Mmm —dije—, te apuesto a que lo averiguo. —Mientras él entrelazaba las manos para sujetarme por las caderas, le desabroché el primer botón de la camisa. El ángulo era incómodo, así que me giré para sentarme a horcajadas sobre sus piernas, colocando una rodilla a cada lado. Desplazó sus manos para sujetarme un poquito más abajo. Arqueé las cejas ante nuestra nueva postura y me incliné hacia él. Le pasé los dedos por la nuca y aparté el cuello de la camisa para tocar su cicatriz con mis labios y soltarle un sonoro beso. Nick inspiró con fuerza y se deslizó bajo mi peso para acomodarse en la silla y no tener que sujetarme para que no me cayese.

—No es esa —dijo. Deslizó la mano hacia abajo por la espalda describiendo la línea de mi columna y chocando con el elástico de mi pantalón de chándal.

—Vale —murmuré cuando tiró de la parte de debajo de mi sudadera y metió la mano por dentro, provocándome un cosquilleo en la piel—. Ya sé que no es esta. —Me incliné sobre él y dejé que mi pelo cayese sobre su pecho mientras con la lengua acariciaba las marcas, primero una y después la otra, que le había hecho cuando, siendo un visón, creía que él era una rata dispuesta a matarme. No dijo nada y cuidadosamente rocé las cicatrices con tres meses de antigüedad con los dientes.

—No —dijo con la voz repentinamente forzada—, esas me las hiciste tú.

—Tienes razón —susurré rozando con mis labios su cuello y abriéndome paso hacia su oreja con besitos—. Mmm… —gemí—. Supongo que tendré que investigar. ¿Es consciente, señor Sparagmos de que estoy entrenada profesionalmente en el campo de la investigación?

No dijo nada. Con la mano que tenía libre me provocaba una deliciosa sensación al describir un camino por la parte baja de mi espalda, tanteando. Me eché hacia atrás y sus manos siguieron la curva de mi cintura bajo la sudadera con creciente presión. Me alegraba de que fuese casi de noche, una noche tranquila y cálida. Su mirada estaba cargada de ansiosa anticipación. Acercándome de nuevo a él, mi pelo le rozó la cara.

—Cierra los ojos —le susurré. Todo su cuerpo se estremeció e hizo lo que le pedía. Sus caricias se volvieron más insistentes cuando apoyé la frente en el hueco entre su cuello y su hombro. Con los ojos cerrados me lancé a por los botones de su camisa, disfrutando de la creciente expectación que ambos experimentábamos. Me costó soltar el último y tiré de la camisa para sacarla de los vaqueros. Apartó las manos de mí y se retorció para sacarse la camisa del pantalón. Incliné la cabeza y suavemente le mordí el lóbulo de la oreja.

—Ni se te ocurra ayudarme —murmuré con su lóbulo aún entre los dientes. Me estremecí cuando volví a notar sus manos cálidas en mi espalda. Todos los botones estaban desabrochados y acaricié con los labios los imperceptibles cortes del borde de su oreja.

Con un movimiento rápido levantó una mano y tiró de mi cara hacia la suya. Sus labios estaban anhelantes. Un suave gemido me incitó a responder. ¿Había sido él o yo? No lo sé, daba igual. Tenía una mano hundida en mi pelo, sujetándome contra él, mientras sus labios y su lengua curioseaban. Sus movimientos se iban haciendo más agresivos y lo empujé hacia la silla. Me gustaban sus caricias enérgicas. Chocó contra el respaldo con un golpe seco, arrastrándome con él.

Su barba de tres días raspaba y sin despegar sus labios de los míos, me abrazó, acercándome más a él. Con un gruñido por el esfuerzo, se puso en pie conmigo en brazos. Lo rodeé con las piernas mientras me conducía hacia la cama. Noté frío en los labios cuando se apartó y me depositó en la cama con suavidad y retiró los brazos al arrodillarse sobre mí. Levanté la vista para mirarlo. Aún llevaba la camisa puesta, pero estaba abierta y dejaba ver sus marcados músculos, que desaparecían bajo la cintura del pantalón. Me coloqué un brazo maliciosamente por encima de la cabeza y con la otra mano tracé una línea descendiendo por su pecho hasta tirar de sus vaqueros. Bragueta de botones, pensé impaciente. Que Dios me ayude, odio las braguetas de botones. Su oscura sonrisa titubeó un instante y casi se estremeció cuando me detuve y pasé las manos atrás, trazando la curva de su espalda basta donde pude alcanzar. Desde luego no era lo suficientemente lejos y tiré de él hacia mí. Dejándose caer hacia delante, Nick apoyó el antebrazo en la cama. Se me escapó un suspiro cuando puse las manos donde quería.

Con una cálida mezcla de suave presión y piel áspera, Nick introdujo su mano bajo mi camiseta. Acaricié con la mano sus hombros, sintiendo sus músculos tensarse y relajarse. Se escabulló un poco más abajo y solté un grito ahogado de sorpresa cuando acarició con la nariz mi diafragma, buscando con los dientes el cuello de mi sudadera. Anticipándose, mi respiración se aceleró y empecé a jadear suavemente mientras él me levantaba la camiseta, empujando con ambas manos hacia arriba en la cintura. Precipitadamente, empujada por una repentina necesidad, dejé de manipular torpemente los botones de su pantalón para ayudarle a quitarme la camiseta. Al sacármela me arañó la nariz y se llevó consigo el amuleto. Solté el aire que había estado conteniendo con un suspiro de alivio. Los dientes de Nick se insinuaban, provocadores, al tirar de mi sujetador deportivo. Me estremecí y arqueé la espalda, animándolo.

Nick enterró su cara en la base de mi cuello. La cicatriz del demonio, que me recorría desde la clavícula hasta la oreja, me produjo una palpitación afilada como un cuchillo y me paralicé con una sensación de miedo y cautela. Nunca antes había notado algo así estando con Nick. No sabía si disfrutarlo o soportar el terror de saber el origen de la cicatriz.

Al percibir mi repentino miedo, Nick fue más despacio y me empujó suavemente una vez y después otra hasta que se detuvo. Con lenta tranquilidad rozó la cicatriz con los labios. No podía moverme mientras las prometedoras oleadas me recorrían el cuerpo, asentándose insistentemente en la parte baja. El corazón me latía con fuerza al comparar la sensación con el éxtasis inducido por las feromonas de vampiro de Ivy y descubrir que eran idénticas. Era demasiado bueno para rechazarlo de plano. Nick vaciló y noté su respiración áspera en mi oído. Lentamente la sensación decaía.

—¿Paro? —susurró con voz ronca por las ansias.

Cerré los ojos y alargué las manos para intentar desabrochar casi frenéticamente los botones del pantalón.

—No —gemí—, pero casi me duele. Ten… cuidado.

Volví a oír su respiración acelerada acompasándose con la mía. Con más insistencia introdujo la mano debajo de mi sujetador y me besó suavemente las cicatrices del cuello. Un suspiro espontáneo se me escapó al desabrochar el último botón. Los labios de Nick se deslizaron como una sombra por debajo de mi barbilla hasta encontrar mi boca. Sus caricias eran suaves e introduje mi lengua en la profundidad de su boca. Él se apartó, raspándome con su barba. Nuestras respiraciones estaban acompasadas. Sus dedos siguieron suavemente acariciando mi cuello, provocando un repentino espasmo por todo mi cuerpo.

Recorrí con las manos la apertura de su camisa hasta llegar a los vaqueros. Con la respiración agitada, tiré de su ropa hasta que pude enganchar el pie y sacarle el pantalón por completo. Hambrienta de él, alargué las manos buscando lo que quería. Nick contuvo la respiración cuando lo agarré. Notaba la tirantez de su piel entre mis dedos. Bajó la cabeza y la hundió entre mis pechos, besándome. Mi sujetador había desaparecido sin haberme dado cuenta. Nick presionó sus labios contra mi piel, insinuantemente y me eché hacia atrás. El corazón me latía con fuerza. La cicatriz enviaba oleadas potentes e insistentes por todo mi cuerpo, aunque los inquisitivos labios de Nick no estaban ni siquiera cerca de ella.

Me abandoné a la sensación producida por la cicatriz del demonio, dejando que fluyese por mí. Ya averiguaría luego si era malo o no. Mis manos se movieron con más rapidez sobre su piel, apreciando la diferencia entre él y un brujo, descubriendo que él me excitaba más. Mientras seguía acariciándolo, con la otra mano agarré la suya que no estaba usando para aguantar su peso sobre mí y la conduje hacia el cordón de mi pantalón. Él agarró mi muñeca y la sujetó sobre mi cabeza contra la almohada, rechazando mi ayuda. Me recorrió una sacudida. Mordisqueó mi cuello y se apartó. El más mínimo roce de sus dientes me provocaba un grito ahogado. Las manos de Nick tiraron de la cintura de mis pantalones y mi ropa interior con una feroz ansiedad. Arqueé la espalda para facilitar que se soltase de mis caderas y una mano fuerte me sujetó los hombros contra la cama. Abrí los ojos y Nick se inclinó sobre mí.

—Ese es mi trabajo, bruja —me susurró, pero ya me había quitado los pantalones. Alargué la mano hacia él, descendiendo, y él cambió de postura, empujando su rodilla contra la cara interior de mi muslo. Arqueé la parte baja de la espalda, apretándome contra él. Nick descendió para cubrirme con su cuerpo. Sus labios se encontraron con los míos y empezamos a frotarnos el uno contra el otro. Lentamente, casi provocativamente, se introdujo dentro de mí. Me aferré a sus hombros mientras me recorrían sacudidas de cosquilleos cuando sus labios besaron mi cuello.

—En la muñeca —jadeó en mi oído—. Oh, Dios, Rachel. Me mordió en la muñeca.

Las oleadas de sensaciones se acompasaban al ritmo de nuestros cuerpos mientras que ansiosamente buscaba su muñeca. Él gimió cuando me aferré a ella. La rocé con los dientes, chupando ávidamente mientras que él hacía lo mismo sobre mi cuello. El dolor fue creciendo en mi interior y el anhelo me volvió loca. Mordí la antigua cicatriz de Nick, haciéndola mía e intentando arrancársela a la que se la hizo primero.

El dolor me aguijoneó el cuello y grité. Nick titubeó y luego volvió a morder un pliegue de piel cicatrizada entre sus dientes. Yo hice lo mismo con su muñeca para indicarle que me gustaba. En silencio, atenazada por la desesperada ansiedad, su boca arremetió contra mi cuello. El deseo reptó sigilosamente desde el interior. Noté cómo aumentaba. Lo atraje más, deseando que sucediese. Ahora, pensé, casi gritando. Oh, Dios, hazlo ahora. Juntos, Nick y yo nos estremecimos, nuestros cuerpos respondieron como uno solo cuando una oleada de euforia surgió de mí hacia él. Rebotó y me golpeó con redoblada fuerza. Jadeé y me agarré con fuerza a él. Nick gruñó como si le doliese. De nuevo la oleada nos embargó, apartándonos. Deseosos, nos aferramos al clímax, intentando que durase para siempre. Lentamente decayó. Las sacudidas de placer se iban apagando con temblores que nos recorrían a ambos conforme la tensión se relajaba por etapas. El peso de Nick fue reposando gradualmente sobre mí. Su respiración sonaba agitada en mi oído. Agotada, hice un esfuerzo consciente para soltar las manos de sus hombros. Las marcas de mis dedos habían dejado líneas rojas en su piel.

Me quedé tumbada durante un momento, sintiendo un cosquilleo que se desvanecía en mi cuello. Luego desapareció. Me pasé la lengua por los dientes. No había sangre. No le había rasgado la piel, gracias a Dios. Nick seguía encima de mí, pero se giró para que pudiese respirar mejor.

—¿Rachel? —susurró—. Creo que casi me matas.

Mi respiración se iba ralentizando y no dije nada. Pensaba que hoy podría perdonar mi carrera de cinco kilómetros. Los latidos también se hacían más pausados, produciéndome una relajante lasitud. Me acerqué su muñeca para ver de cerca la cicatriz antigua, que resaltaba blanca sobre la piel enrojecida y rugosa. Sentí vergüenza al ver que le había hecho un chupetón. Sin embargo no me sentía culpable. Probablemente él sabía mejor que yo lo que iba a pasar y sin duda mi cuello estaría en un estado similar. ¿Me importaba? Ahora mismo no. Quizá después, cuando mi madre lo viese.

Le di un beso en su piel sensible y le bajé el brazo.

—¿Por qué la sensación ha sido como si uno de nosotros fuese un vampiro? —le pregunté—. Mi cicatriz del demonio nunca había estado tan sensible, ¿y la tuya…? —Dejé la pregunta en el aire. Le había mordisqueado buena parte del cuerpo en los últimos dos meses sin haber provocado nunca semejante respuesta en él. Aunque no es que me estuviese quejando.

Con aspecto agotado, Nick se deslizó, apartándose de mí y cayó con un bufido sobre la cama.

—Ha debido ser porque Ivy te ha despertado —dijo con los ojos cerrados y la cara hacia el techo—. Mañana estaré dolorido.

Agarré la manta de croché y tiré de ella para taparme al sentir frío sin el calor de su cuerpo. Me volví de lado y me acerqué a él.

—¿Seguro que quieres que me vaya de la iglesia? Creo que empiezo a comprender por qué los tríos son tan populares entre los círculos vampíricos.

Nick abrió los ojos con un gruñido.

—Tú quieres matarme, ¿verdad?

Con una risita me levanté envuelta en la colcha. Me toqué el cuello con los dedos y me noté la piel dolorida pero intacta. No quiero decir que estuviera mal aprovecharse de la sensibilidad que Ivy había puesto en marcha, pero la vehemente necesidad que provocaba me preocupaba. Era casi demasiado exquisitamente intenso como para controlarlo… no me extrañaba que a Ivy le resultase tan difícil. Concentrada en mis pensamientos lentos y especulativos, rebusqué en el último cajón del aparador de Nick buscando una de sus camisas viejas y me dirigí a la ducha.