6.

Los niños pixie se arremolinaban alrededor de Glenn, que se había sentado en la mesa de la cocina lo más lejos de Ivy que pudo sin que pareciese demasiado evidente. Los críos de Jenks parecían haberle cogido un poco habitual cariño al detective de la AFI mientras que Ivy, sentada frente a su ordenador, intentaba ignorar el ruido y el revuelo. Me daba la impresión de ser un gato dormido frente al comedero de los pájaros, aparentemente ignorándolo todo, pero muy atenta por si un pájaro cometía el error de acercarse demasiado. Todo el mundo fingía ignorar el hecho de que casi sufrimos un incidente. Mis sentimientos por tener que cargar con Glenn habían pasado de la aversión a una ligera irritación ante su repentino e inesperado tacto.

Usando una jeringa para insulina inyecté poción para dormir en la última bola azul de finas paredes. No me gustaba dejar la cocina hecha un desastre, pero tenía que hacer estas joyitas tan especiales. De ninguna manera pensaba ir desarmada a encontrarme con Sara Jane en el apartamento de un desconocido. No había que ponérselo tan fácil a Trent, pensé mientras me quitaba los guantes protectores y los dejaba a un lado.

Saqué mi pistola de entre los cuencos apilados bajo la encimera. Antes la guardaba en una tinaja colgada sobre la isla central, hasta que Ivy señaló que tendría que exponerme a plena vista para alcanzarla. Dejarla a una altura alcanzable a gatas era mejor. Glenn dio un respingo ante el sonido del metal golpeando contra la encimera, y dejó caer a las parlanchinas adolescentes pixies vestidas de verde que tenía en la mano.

—No deberías guardar un arma así —dijo desdeñosamente—. ¿Tienes idea de cuántos niños mueren al año por estupideces como esa?

—Relájate, señor Agente de la AFI —dije limpiando el cargador—, todavía no se ha muerto nadie por culpa de una bola de pintura.

—¿Bola de pintura? —preguntó y luego se puso condescendiente—. ¿Qué?, ¿jugando a disfrazarse como los mayores?

Fruncí el ceño. Me gustaba mi minipistola de pintura. Tenía un buen tacto en la mano, pesada y reconfortante a pesar de su tamaño de bolsillo. Incluso a pesar de ser rojo cereza la gente normalmente no reconocía lo que era de verdad y asumía que iba armada. Y lo mejor era que no necesitaba licencia.

Molesta, sacudí la caja que estaba en la repisa sobre mis conjuros y saqué una bola roja del tamaño de una uña del dedo meñique. La dejé caer en la cámara.

—Ivy —dije y ella levantó la vista del monitor sin expresión alguna en el óvalo perfecto de su cara—. Tú la llevas. —Se volvió de nuevo hacia la pantalla, moviendo ligeramente la cabeza. Los niños pixie chillaron y se dispersaron, saliendo por la ventana hacia el oscuro jardín, dejando rastros de titilante polvo pixie y el recuerdo de sus voces que fueron lentamente reemplazadas por el sonido de los grillos.

Ivy no era el tipo de compañera de piso a la que le gustase jugar al parchís, y la única vez que me senté con ella en el sofá a ver Hora Punta desperté sin querer sus instintos de vampiresa y casi me muerde durante la última escena de lucha, cuando se elevó la temperatura de mi cuerpo y debió de llegarle de lleno la mezcla de nuestros dos olores. Así que ahora, con la excepción de nuestras cuidadosamente orquestadas sesiones de entrenamiento, normalmente hacíamos todas las cosas dejando mucho espacio entre ambas. Esquivar mis bolas de líquido era un buen ejercicio para ella y mi puntería había mejorado. A medianoche, en el cementerio, era incluso mejor.

Glenn se pasó la mano por su corta barba, esperando. Estaba claro que algo iba a suceder, aunque no sabía el qué. Ignorándolo, dejé la pistola de bolas sobre la encimera y empecé a limpiar la porquería que había dejado en el fregadero. El pulso se me aceleró y me dolían los dedos por la tensión. Ivy continuó comprando por Internet emitiendo fuertes clics con el ratón. Alargó la mano para coger un lápiz cuando algo llamó su atención. Con un movimiento rápido cogí la pistola, me giré y apreté el gatillo. La ráfaga de aire me produjo un estremecimiento. Ivy se inclinó hacia la derecha. Levantó la mano que tenía libre para interceptar la bola de agua que le alcanzó en la palma con un repentino plaf al romperse y le empapó la mano. En ningún momento apartó la vista de la pantalla mientras se sacudía el agua de la mano y leía el pie de foto bajo una almohada para ataúd. Faltaban tres meses para las Navidades y sabía que no encontraba nada para su madre.

Glenn se había levantado al oír el disparo y tenía la mano sobre su funda. Su cara estaba desencajada y nos miraba alternativamente a Ivy y a mí. Le lancé la pistola de bolas y la cogió. Lo que fuese con tal de apartar sus manos de su pistola.

—Si llega a ser una poción para dormir —dije con suficiencia—, estarías frita.

Le pasé a Ivy el rollo de papel de cocina que teníamos en la encimera de la isla precisamente para esto. Despreocupadamente se secó la mano y continuó de compras.

Glenn observaba la pistola de bolas de pintura con la cabeza gacha. Sabía que estaba considerando su peso y dándose cuenta de que no era un juguete. Caminó hacia mí y me la devolvió.

—Deberían obligarte a sacar una licencia para estas cosas —dijo colocándola en mi mano.

—Sí —coincidí alegremente—, deberían.

Noté que me observaba mientras la cargaba con siete pociones. No había muchas brujas que usasen pociones, no solo porque eran escandalosamente caras y duraban únicamente una semana sin invocar, sino porque se necesitaba un buen baño en agua salada para romperlas. Era un lío y se necesitaba un montón de sal. Contenta por haberle dejado las cosas claras, me metí la pistola cargada en los pantalones por la espalda y la cubrí con la chaqueta de cuero. Me quité de una patada las zapatillas rosas y entré en la salita por la puerta de atrás a por mis botas de vampiresa.

—¿Listo para salir? —pregunté apoyada en la pared del pasillo a la vez que me ponía las botas—. Tú conduces.

La alta silueta de Glenn apareció en el arco haciéndose el nudo de la corbata con sus expertos dedos morenos.

—¿Vas a ir así?

Fruncí el ceño y me miré la blusa roja, la falda negra, las medias y los botines.

—¿No voy bien con lo que llevo?

Ivy soltó un maleducado resoplido frente a su ordenador. Glenn la miró y luego me miró a mí.

—No importa —dijo inexpresivamente. Se apretó el nudo de la corbata para parecer refinado y profesional—. Vamos.

—No —le dije a la cara—, quiero saber qué crees que debería ponerme. ¿Uno de esos sacos de poliéster con los que obligáis a vestirse a las agentes de la AFI? ¡Rose está tan tensa por un motivo y no tiene nada que ver con que no tenga paredes o que su silla tenga una rueda rota!

Con la expresión seria Glenn me esquivó y salió por el pasillo. Cogí mi bolso, respondí al preocupado adiós que me dedicaba Ivy con la mano y salí tras de él dando grandes zancadas. Glenn ocupaba casi todo el ancho del pasillo al caminar y meter los brazos en su chaqueta a la vez. El sonido del forro rozándose con su camisa sonó como un suave susurro frente al ruido de sus suelas duras contra las tablas de madera.

Mantuve un frío silencio mientras que Glenn nos conducía más allá de los Hollows y de vuelta al centro, cruzando el río. Habría sido agradable que Jenks nos acompañase, pero Sara Jane había dicho algo de un gato y prudentemente decidió quedarse en casa.

El sol hacía tiempo que se había ocultado y el tráfico era más denso. Las luces de Cincinnati se veían muy bonitas desde el puente. Me pareció divertido darme cuenta que Glenn iba a la cabeza de una fila de coches demasiado cautelosos que no se atrevían a adelantarle. Incluso los coches camuflados de la AFI eran demasiado evidentes. Lentamente mi humor se relajó. Abrí un poco la ventana para diluir el olor a canela y Glenn subió la calefacción. El perfume ya no olía tan bien, ahora que me había fallado.

El apartamento de Dan era una casa unifamiliar ordenada, limpia y con verja, no demasiado lejos de la universidad, con buen acceso a la autopista. Parecía caro, pero si iba a la universidad, probablemente era porque podía permitírselo. Glenn aparcó en el aparcamiento reservado con el número de la casa de Dan y apagó el motor. La luz del porche estaba apagada y las cortinas cerradas. Había un gato sentado en la reja del balcón de la segunda planta, mirándonos con los ojos brillantes.

Sin decir nada Glenn metió la mano bajo el asiento y lo echó hacia atrás. Cerró los ojos y se acomodó, como si fuese a echarse una siesta. El silencio aumentó y oí los crujidos del motor al enfriarse en la oscuridad. Alargué la mano hacia el botón de la radio y Glenn murmuró:

—No toques eso.

Fastidiada, me hundí en mi asiento.

—¿No quieres ir a interrogar a los vecinos? —pregunté.

—Iré mañana cuando haya sol y tú estés en clase.

Levanté las cejas. Según el papel que me había dado Edden, la clase era de cuatro a seis. Era una hora excelente para ir pegando en las puertas de los vecinos, cuando los humanos suelen llegar a casa, con los inframundanos diurnos bien despiertos y los de hábitos nocturnos despertándose. El barrio parecía un vecindario mixto.

Una pareja salió de un apartamento cercano discutiendo, se metieron en un coche brillante y se fueron. Ella llegaba tarde a trabajar por culpa de él, si es que había seguido la conversación correctamente. Aburrida y un poco nerviosa rebusqué en mi bolso hasta que encontré una aguja digital y un amuleto detector. Me encantaban estas cosas; el amuleto detector, no la aguja, y tras pincharme en el dedo para sacar tres gotas de sangre para invocarlo, descubrí que no había nadie excepto Glenn y yo en un radio de diez metros. Me colgué el amuleto al cuello como mi antigua placa de la si al ver un coche rojo pequeño entrar en el aparcamiento. El gato en la reja se desperezó antes de saltar al balcón y desaparecer de nuestra vista. Era Sara Jane, que aparcó el coche rápidamente en el sitio justo detrás del nuestro. Glenn la vio y sin decir nada salimos y nos dirigimos hacia ella.

—Hola —dijo mostrando en su rostro con forma de corazón su preocupación a la luz de la farola—, espero que no hayan estado esperando mucho tiempo —añadió con un tono de secretaria profesional.

—No se preocupe, señora —dijo Glenn.

Me encogí en mi abrigo de cuero frente al frío mientras Sara Jane hacía tintinear las llaves, buscando una que aún conservaba el brillo metálico nuevo y abría con ella la puerta. Se me aceleró el pulso y miré mi amuleto, acordándome de Trent. Tenía mi pistola de bolas, pero no era una persona valiente. Yo salía corriendo ante los malos. Eso aumentaba mi esperanza de vida considerablemente.

Glenn siguió a Sara Jane hacia el interior cuando esta encendió las luces, iluminando el porche y el apartamento. Nerviosa, atravesé el umbral, dudando entre cerrar la puerta para evitar que alguien me siguiese o dejarla abierta para facilitar una ruta de escape. Opté por dejarla entreabierta.

—¿Tienes algún problema? —me susurró Glenn mientras Sara Jane entraba confiadamente en la cocina. Negué con la cabeza. La casa era de distribución abierta y casi toda la planta de abajo podía verse desde la entrada. Las escaleras iban rectas dibujando un poco imaginativo camino hacia la segunda planta. Sabiendo que mi amuleto me avisaría si aparecía alguien, me relajé. No había nadie más aquí, salvo nosotros tres y el gato maullando en el balcón de la segunda planta.

—Voy a subir para dejar entrar a Sarcófago —dijo Sara Jane camino de la escalera.

Arqueé las cejas.

—Te refieres al gato, ¿no?

—Iré con usted, señora —se ofreció Glenn y subió dando fuertes pisadas tras ella.

Hice un rápido reconocimiento de la planta baja mientras estaban arriba aun sabiendo que no encontraríamos nada. Trent era demasiado bueno como para dejar pistas. Solo quería saber qué clase de hombre le gustaba a Sara Jane. El fregadero estaba seco, el cubo de la basura apestaba, la pantalla del ordenador tenía polvo y la caja del gato estaba llena. Obviamente Dan no había pasado por casa desde hacía tiempo.

Los tablones de madera sobre mi cabeza crujieron cuando Glenn los pisó. Sobre la televisión estaba la misma foto de Dan y Sara Jane en el barco de vapor. La cogí y estudié sus caras, volviendo a colocar la foto enmarcada sobre la tele al oír los pesados pasos de Glenn bajando la escalera. Sus hombros ocupaban casi el ancho de la estrecha escalera. Sara Jane, en silencio tras él, parecía muy pequeña y andaba sin hacer ruido.

—Arriba todo parece normal —dijo Glenn hojeando el montón de correo sobre la encimera de la cocina. Sara Jane abrió la despensa. Como todo lo demás estaba bien organizada. Tras un momento de vacilación sacó una bolsa de comida húmeda para gatos.

—¿Le importa si miro su correo electrónico? —le pregunté a Sara Jane y ella asintió con los ojos tristes. Moví el ratón y descubrí que Dan tenia una conexión permanente, igual que Ivy. Estrictamente hablando no debería estar haciendo esto, pero mientras nadie dijese nada… Por el rabillo del ojo observé a Glenn mirando el elegante traje de negocios de Sara Jane de arriba abajo mientras ella abría la bolsa de comida para gatos y luego miré mi vestimenta al inclinarme hacia el teclado. Podía decir por su mirada que pensaba que mi ropa era poco profesional y reprimí una mueca.

Dan tenía un montón de mensajes sin abrir, dos de Sara Jane y uno con la dirección de la universidad. Los demás eran de algún tipo de chat de rock duro. Hasta yo sabía que no debía abrir ninguno, sería alteración de pruebas en caso de que apareciese muerto.

Glenn se pasó la mano por su pelo corto. Parecía decepcionado por no encontrar nada inusual. Me imaginaba que no era porque Dan hubiese desaparecido, sino porque era un brujo y como tal debía tener cabezas de monos muertos colgadas del techo. Dan parecía ser un chico joven normal que vivía solo. Quizá era más ordenado que la mayoría, pero seguro que Sara Jane no iba a salir con un vago.

Sara Jane colocó el cuenco con la comida en su sitio junto a otro con agua. Un gato negro bajó sigilosamente por las escaleras al oír el tintineo de la porcelana. Le bufó a Sara Jane y no entró a comer hasta que ella salió de la cocina.

—No le caigo bien a Sarcófago —dijo aunque no hiciese falta mencionarlo—. Es un familiar de una sola persona.

Un buen espíritu familiar debía ser así. Los mejores elegían ellos mismos a sus dueños y no al revés. El gato se terminó su comida sorprendentemente rápido y luego saltó al respaldo del sofá. Di golpecitos en la tapicería y se acercó a investigar. Alargó el cuello y me tocó el dedo con la nariz. Así era como los gatos se saludaban entre ellos y le sonreí. Me encantaría tener un gato, pero Jenks me echaría polvos pixie cada noche durante un año si traía uno a casa.

Recordando mi periodo como visón, rebusqué en mi bolso. Intentando ser discreta invoqué un amuleto para comprobar si el gato había sido hechizado. Nada. No contenta con eso rebusqué más a fondo, buscando unas gafas con montura metálica. Ignorando la mirada inquisitiva de Glenn abrí la funda de tapa dura y cuidadosamente me puse unas gafas tan feas que servirían de método anticonceptivo. Me las compré el mes pasado y me gasté tres veces el precio del alquiler con la excusa de que eran desgravables. Las que no me hacían parecer una empollona marginada me habrían costado el doble.

La magia de las líneas luminosas podía unirse a la plata de igual forma que la magia terrenal se unía a la madera y las gafas metálicas tenían un hechizo para dejarme ver a través de disfraces invocados con magia de líneas luminosas. Me sentía un poco cutre usándolas y pensaba que me devolvían al campo de los hechiceros por usar un encantamiento que no era capaz de hacer. Pero mientras acariciaba la barbilla de Sarcófago y tras asegurarme de que no era Dan atrapado bajo la forma de un gato al no advertir en él ningún cambio, decidí que tampoco me importaba mucho.

Glenn se giró hacia el teléfono.

—¿Le importa si escucho los mensajes? —preguntó.

La risa de Sara Jane sonó amarga.

—Adelante, son míos.

El chasquido de la funda de tapa dura sonó demasiado fuerte al guardar las gafas. Glenn presionó el botón y me estremecí al oír la voz grabada de Sara Jane irrumpir en el silencio del apartamento.

—Oye, Dan, llevo esperando una hora. Era en Torre Carew, ¿no? —Hubo una pausa y luego sonó distante—. Bueno, llámame y será mejor que me hayas comprado unos bombones. —Su voz se volvió juguetona—. Vas a tener que disculparte a base de bien, granjero.

El segundo mensaje fue aun más embarazoso.

—Hola, Dan. Si estás ahí, coge el teléfono. —De nuevo una pausa—. Mmm, lo de los bombones era broma. Nos vemos mañana. Te quiero. Adiós.

Sara Jane estaba de pie en el salón con la expresión petrificada.

—No estaba aquí cuando vine y no lo he visto desde entonces —dijo en voz baja.

—Bueno —dijo Glenn cuando el contestador terminó con un chasquido—, no hemos encontrado su coche todavía y su cepillo y maquinilla de afeitar siguen aquí. Dondequiera que esté, no piensa quedarse mucho tiempo. Parece que le ha sucedido algo.

Ella se mordió el labio y se volvió de espaldas. Asombrada por su falta de tacto le dediqué a Glenn una mirada asesina.

—Tienes la sensibilidad de un perro en celo, ¿lo sabías? —le susurré.

Glenn se fijó en los hombros hundidos de Sara Jane.

—Lo siento, señora.

Ella se volvió con una abatida sonrisa.

—Quizá debería llevarme a Sarcófago a casa…

—No —rápidamente intenté convencerla—, todavía no. —Le puse la mano en el hombro compasivamente. El olor a lilas de su perfume me trajo a la memoria el sabor calizo de las zanahorias drogadas. Miré a Glenn, convencida de que no se iría para dejarme hablar a solas con ella—. Sara Jane —le pedí titubeante—, lo siento pero tengo que preguntárselo. ¿Sabe si alguien había amenazado a Dan?

—No —dijo levantando la mano hasta el cuello y quedándose su expresión paralizada—, nadie.

—¿Y a usted? —le pregunté—. ¿La han amenazado de alguna manera? ¿De cualquier tipo de manera?

—No, por supuesto que no —dijo rápidamente bajando los ojos y quedándose aun más pálida. No necesitaba un amuleto para saber que mentía y el silencio se hizo incómodo mientras le daba unos instantes para cambiar de opinión. Pero no lo hizo.

—¿He… hemos terminado? —tartamudeó. Asintiendo me coloqué el bolso en el hombro. Sara Jane se dirigió hacia la puerta con el paso rápido y forzado. Glenn y yo la seguimos fuera hasta el rellano de cemento. Hacía demasiado frío para que hubiese bichos, pero había una telaraña rota en la lámpara del porche.

—Gracias por dejarnos echar un vistazo al apartamento —dije mientras ella comprobaba la puerta con dedos temblorosos—. Hablaré con sus compañeros de clase mañana. Quizás alguno de ellos sepa algo. Sea lo que sea, puedo ayudarla —dije intentando que entendiese lo que quería decir por mi tono.

—Sí. Gracias. —Sus ojos vagaron por todas partes evitando los míos y había vuelto a usar su tono de secretaria profesional—. Les agradezco que hayan venido. Ojalá pudiera serles de más ayuda.

—Señora —dijo Glenn a modo de despedida. Los tacones de Sara Jane repiquetearon elegantemente sobre el pavimento al alejarse. Seguí a Glenn hasta su coche y miré hacia atrás para ver a Sarcófago sentado en una ventana del piso de arriba, observándonos.

El coche de Sara Jane emitió un alegre pitido antes de que ella metiese el bolso dentro, entrase y se marchase. Yo me quedé de pie junto a mi puerta abierta y observé como sus luces traseras desaparecían al girar la esquina. Glenn me miraba de frente desde el lado del conductor con los brazos apoyados en el techo del coche. Sus ojos marrones no tenían rasgos distintivos bajo el zumbido de la farola.

—Kalamack debe pagarles bien a sus secretarias a juzgar por el coche que tiene —dijo en voz baja.

Me puse tensa.

—Sé con seguridad que lo hace —dije acaloradamente sin gustarme lo que insinuaba—. Es muy buena en su trabajo y aún le queda dinero para enviárselo a su familia y que vivan como auténticos reyes, comparados con los demás empleados de la granja.

Gruñó y abrió su puerta. Yo subí al coche y suspiré mientras me abrochaba el cinturón de seguridad y me acomodaba en el asiento de cuero. Miré por la ventanilla hacia el aparcamiento oscuro, deprimiéndome aun más. Sara Jane no confiaba en mí, pero desde su punto de vista, ¿por qué iba a hacerlo?

—¿No te lo estás tomando como algo personal? —me preguntó Glenn al arrancar el coche.

—¿Crees que porque es una hechicera no se merece nuestra ayuda? —Dije con dureza.

—No te embales, eso no es lo que he querido decir. —Glenn me lanzó una rápida mirada mientras daba marcha atrás. Puso la calefacción al máximo antes de meter la marcha y un mechón de pelo me hizo cosquillas en la cara—. Solo digo que actúas como si te jugases algo en el resultado.

Me pasé la mano sobre los ojos.

—Lo siento.

—Está bien —dijo como si lo comprendiese—. Entonces… —titubeó—. ¿Qué es lo que te juegas?

Se incorporó a la circulación y bajo la luz de una farola lo miré, preguntándome si quería ser tan sincera con él.

—Conozco a Sara Jane —dije lentamente.

—Quieres decir que conoces a ese tipo de mujer —dijo Glenn.

—No. La conozco a ella.

El detective de la AFI frunció el ceño.

—Ella no te conoce a ti.

—Ya. —Bajé la ventanilla del todo para librarme del olor de mi perfume. No podía soportarlo más. Mis pensamientos seguían volviendo a los ojos de Ivy, negros y asustados—. Eso es lo que lo hace tan difícil.

Los frenos chirriaron levemente al detenernos en un semáforo. El ceño de Glenn seguía fruncido y su barba y bigote ensombrecían profundamente su cara.

—¿Por qué no hablas en humano, por favor?

Le lancé una rápida sonrisa triste.

—¿Te ha contado tu padre como casi pillamos a Trent Kalamack por traficante y fabricante de fármacos genéticos?

—Sí, eso fue antes de que me transfiriesen a su departamento. Me dijo que el único testigo era un cazarrecompensas de la SI que murió en un coche bomba. —El semáforo cambió y avanzamos.

Asentí. Edden le había contado lo básico.

—Déjame que te hable de Trent Kalamack —dije sintiendo el viento contra mi mano—. Cuando me descubrió revolviendo en su oficina buscando alguna prueba para llevarlo a los tribunales, no me entregó a la SI sino que me ofreció un trabajo. Cualquier cosa que yo quisiese. —Me entró frío y dirigí la salida de aire hacia mí—. Pagaría para cancelar la amenaza de muerte de la SI, me establecería como cazarrecompensas, me proporcionaría un pequeño equipo de empleados, todo… si trabajaba para él. Quería que me uniese al mismo sistema contra el que llevaba toda mi vida profesional luchando. Me ofrecía algo que se parecía a la libertad. La deseaba tanto que casi le digo que sí.

Glenn permanecía en silencio, prudentemente sin decir nada. No existe ningún poli vivo que no haya sido tentado y yo estaba orgullosa de haber superado la prueba.

—Cuando la rechacé, su oferta se convirtió en una amenaza. En aquel momento me había transformado en visón con un hechizo y Kalamack iba a torturarme mental y físicamente hasta lograr que hiciese cualquier cosa para que parase. Si no podía tenerme por voluntad propia, se contentaría con convertirme en una sombra retorcida, ansiosa por complacerle. Estaba indefensa. Igual que lo está Sara Jane. —Tardé un instante en reunir el valor. Nunca había confesado en voz alta que me había sentido… indefensa—. Ella pensaba que yo era un visón, pero me trató con más dignidad como animal que Trent como persona. Tengo que librarla de él antes de que sea demasiado tarde. A menos que encontremos a Dan y lo pongamos a salvo, ella no tendrá ninguna posibilidad.

—El señor Kalamack no es más que un hombre —dijo Glenn.

—¡Por favor! —exclamé con un bufido sarcástico—. Dime, señor detective de la AFI, ¿es humano o inframundano? Su familia lleva gestionando una buena tajada de Cincinnati desde hace dos generaciones y nadie sabe qué es. Jenks no es capaz de decir a qué huele ni tampoco las hadas. Destruye a la gente dándoles exactamente lo que quieren… y disfruta con ello.

Observé los edificios que pasaban sin verlos. Levanté la vista ante el prolongado silencio de Glenn.

—¿De verdad piensas que la desaparición de Dan no tiene nada que ver con los asesinatos del cazador de brujos? —me preguntó finalmente.

—Sí. —Me reacomodé en el asiento, sintiéndome incómoda por haberle contado tanto—. Acepté esta misión únicamente para ayudar a Sara Jane y hacer caer a Trent. ¿Y ahora vas a ir corriendo a chivarte a tu papi?

Las luces de los coches que venían de frente lo iluminaron. Inspiró y dejó salir el aire.

—Si haces cualquier cosa por tu pequeña vendetta que obstaculice que yo demuestre que la doctora Anders es la asesina, te ato a un poste y te planto en medio de una hoguera en una plaza pública —dijo en voz baja con tono amenazante—. Mañana irás a la universidad y me contarás todo lo que puedas averiguar. —La tensión de sus hombros se relajó—. Ten cuidado.

Lo miré y las luces al pasar lo iluminaban con ráfagas que parecían reflejar mi incertidumbre. Parecía que me había entendido. ¡Increíble!

—Me parece bien —dije recostándome. Giré la cabeza al ver que viraba a la izquierda en vez de a la derecha. Le eché una mirada con la sensación de vivir un déjà vu—. ¿Adónde vamos? Mi oficina está por el otro lado.

—A Pizza Piscary’s —dijo—. No hay ningún motivo para esperar a mañana.

Lo miré sin querer admitir que le había prometido a Ivy que no iría allí sin ella.

—Piscary’s no abre hasta medianoche —mentí—. Sirven a inframundanos. Piensa, ¿con qué frecuencia piden los humanos pizza? —Glenn se puso serio al entenderlo y yo empecé a toquetearme el esmalte de las uñas—. No tendrán un hueco al menos hasta las dos para hablar con nosotros.

—¿Te refieres a las dos de la mañana? —preguntó.

Obviamente, pensé. A esa hora era cuando la mayoría de los inframundanos estaban en su salsa, especialmente los muertos.

—¿Por qué no te vas a casa, duermes un poco y vamos todos mañana?

Negó con la cabeza.

—Irías sin mí esta noche.

Se me escapó un bufido ofendido.

—Yo no trabajo así, Glenn. Además, si lo hiciese irías allí solo después y le he prometido a tu padre que intentaría mantenerte con vida. Te esperaré. Palabra de bruja.

Mentir, sí. Traicionar la confianza de un compañero, aunque no sea bienvenido, no.

Me echó una rápida mirada de desconfianza.

—Está bien. Palabra de bruja.