5.

Con los ojos clavados en el pasillo desierto, le hice un gesto a Glenn para que se quedase allí sentado. No tenía tiempo para explicaciones. Me preguntaba cuánto le había contado Edden, o si esta sería una de sus desagradables pero efectivas tácticas para pulirlo.

—¿Rachel? —dijo la melodiosa voz de Ivy y Glenn se levantó, alisándose las arrugas de sus pantalones grises. Sí, eso ayudaría—. ¿Sabías que hay un coche de la AFI aparcado frente a la casa de Keasley?

—Siéntate, Glenn —le advertí, y cuando no lo hizo me acerqué para interponerme entre él y el arco abierto hacia el pasillo.

—¡Agg! —Oí la voz amortiguada de Ivy—. Hay un pez en mi bañera. ¿Es el de los Howlers? ¿Cuándo vienen a recogerlo? —Hubo una pausa y esbocé una enfermiza sonrisa hacia Glenn—. ¿Rachel? —me llamó Ivy ahora desde más cerca—. ¿Estás aquí? Oye, podríamos ir al centro comercial esta noche, Baño y Burbujas ha vuelto a lanzar un antiguo perfume con base cítrica. Tenemos que conseguir las muestras, ver si funciona, ya sabes, para celebrar que te has ganado el alquiler. ¿Cuál es el que llevas puesto ahora?, ¿el de canela? Ese me gusta, pero solo dura tres horas.

Habría estado bien saberlo antes.

—Estoy en la cocina —dije en voz alta.

La alta silueta de Ivy vestida completamente de negro pasó por delante del arco dando grandes zancadas. Llevaba una bolsa de lona cargada de comida colgada al hombro. Su guardapolvo de seda negra ondeaba alrededor de los tacones de sus botas y la oí rebuscar algo en la salita.

—No creí que fueses capaz de solucionar lo del pez —dijo. Hubo un titubeo en su voz—. ¿Dónde demonios está el teléfono?

—Aquí —dije cruzándome de brazos y sintiéndome cada vez más incómoda.

Ivy se detuvo en seco en el arco al ver a Glenn. Su rostro ligeramente oriental se quedó en blanco por la sorpresa. Casi pude ver cómo se le desmoronaba un muro interior cuando se dio cuenta de que no estábamos solas. La piel alrededor de los ojos se le tensó. Su pequeña nariz aleteó, olfateando su olor, catalogando su miedo y mi preocupación en un instante. Con los labios apretados dejó la bolsa de lona sobre la encimera y se apartó el pelo de los ojos. La melena le cayó hasta la mitad de la espalda en una suave onda negra y supe que se había metido el pelo tras la oreja por desagrado y no por nervios.

Ivy había sido rica, y todavía se vestía como tal, pero toda su herencia había ido a parar a la si para finiquitar su contrato cuando les abandonó a la vez que yo. En resumen, parecía una modelo espeluznante: ágil y pálida, pero increíblemente fuerte. Al contrario que yo, no llevaba las uñas pintadas, ni joyas, aparte de su tobillera de cadena doble negra con un crucifijo en un pie y llevaba muy poco maquillaje. No lo necesitaba. Pero al igual que yo, estaba prácticamente arruinada, al menos hasta que su madre se muriese del todo y el resto del patrimonio de los Tamwood fuese para ella. Yo imaginaba que eso no sería hasta dentro de unos doscientos años… como mínimo.

Las finas cejas de Ivy se arquearon al mirar a Glenn de arriba abajo.

—¿Te has vuelto a traer el trabajo a casa, Rachel?

Respiré hondo.

—Hola, Ivy. Este es el detective Glenn. Hablaste con él esta tarde, lo enviaste a recogerme. —Mi mirada se volvió mordaz. Íbamos a hablar sobre aquello más tarde.

Ivy le dio la espalda a Glenn para sacar la comida.

—Encantada de conocerle —dijo con tono inexpresivo y luego dirigiéndose a mí murmuró—. Lo siento, me surgió algo.

Glenn tragó saliva. Parecía tembloroso, pero mantenía el tipo. Imagino que Edden no le había hablado de Ivy. Edden me caía verdaderamente bien.

—Eres una vampiresa —dijo.

—Oooh —dijo Ivy—. Tenemos un genio aquí.

Jugueteando con los dedos con la cuerda de su nuevo amuleto se sacó una cruz de debajo de la camisa.

—Pero el sol no se ha puesto todavía —dijo sonando como si le hubiesen engañado.

—Vaya, vaya, vaya —dijo Ivy—. ¡Pero si también es el hombre del tiempo! —Se giró con una mirada sarcástica—. No estoy muerta todavía, detective Glenn. Solo los verdaderos no muertos tienen restricciones diurnas. Vuelva dentro de sesenta años y puede que me preocupen las quemaduras solares. —Al ver su cruz sonrió condescendientemente y sacó de su camisa negra de licra su propio y extravagante crucifijo—. Eso solo funciona con los vampiros no muertos —dijo y se giró hacia la encimera—. ¿De dónde has sacado tus estudios? ¿De las películas de serie B?

Glenn retrocedió un paso.

—El capitán Edden nunca me dijo que trabajabas con una vampiresa —tartamudeó el agente de la AFI.

Al oír el nombre de Edden, Ivy se dio la vuelta de golpe. Fue un movimiento sorprendentemente rápido y me sobresaltó. Esto no iba bien. Estaba empezando a proyectar su aura. Maldición. Miré por la ventana. El sol pronto se pondría. Doble maldición.

—He oído hablar de ti —dijo el agente y me espanté ante la arrogancia de su voz, obviamente para ocultar su miedo. Ni siquiera Glenn podía ser tan estúpido como para contrariar a una vampiresa en su propia casa. La pistola de su costado no iba a servirle de nada. Claro que podría dispararle, y matarla, pero entonces estaría muerta y le arrancaría la cabeza de cuajo. Y ningún jurado del mundo podría condenarla por asesinato cuando él la había matado antes—. Eres Tamwood —dijo Glenn sacando su bravuconería de una falsa sensación de seguridad—, el capitán Edden te obligó a cumplir trescientas horas de servicios a la comunidad por dejar sin sentido a todo su equipo, ¿no? ¿Qué es lo que te mandó hacer? ¿No era de voluntaria en el hospital?

Ivy se puso tensa y yo me quedé boquiabierta. Sí, era tan estúpido.

—Mereció la pena —dijo Ivy en voz baja con los dedos temblorosos mientras colocaba cuidadosamente la bolsa de malvaviscos en la encimera.

Se me cortó la respiración. Mierda. Los ojos marrones de Ivy se habían vuelto negros al dilatarse sus pupilas. Me quedé allí parada, sorprendida por lo rápido que había sucedido. Hacía semanas desde la última vez que se había puesto en plan vampiresa conmigo y nunca lo hacía sin avisar. Encontrarse con la desagradable sorpresa de un agente de la AFI en su cocina puede que hubiera contribuido, aunque pensándolo bien, tenía la desagradable sensación de que dejar que se encontrase de pronto con Glenn no había sido la mejor idea. Ivy había percibido su miedo de golpe, sin darle tiempo para prepararse ante la tentación. El repentino miedo de Glenn había cargado el aire con feromonas que actuaban como un potente afrodisíaco que solo ella percibía, despertando los instintos con mil años de antigüedad que estaban fijados en lo más profundo de su ADN modificado por el virus. Con una bocanada la habían hecho pasar de una compañera de piso ligeramente perturbadora a un predador que podría matarnos a ambos en tres segundos si el deseo de saciar su reprimida hambre superaba las consecuencias de drenar a un detective de la AFI. Era ese equilibrio lo que me daba miedo. Sabía en qué puesto estaba yo en su escala de hambre y razón. En cuál estaba Glenn, no tenía ni idea.

Cambió de postura con un movimiento tan fluido como el de la arena en un reloj, se inclinó contra la encimera y apoyó un codo en la cadera ladeada, inmóvil, como si estuviese muerta, recorrió con la vista a Glenn hasta que sus miradas se cruzaron. Ladeó la cabeza con una seductora lentitud hasta mirarlo directamente desde debajo de su flequillo recto. Únicamente ahora inspiró lenta y deliberadamente. Sus largos y pálidos dedos acariciaron el escote en pico de la camiseta de licra que llevaba por dentro de los pantalones de cuero.

—Eres alto —dijo y su voz gris me recordó miedos pasados—. Eso me gusta. —No buscaba sexo sino dominación. Lo habría embelesado si pudiese, pero tendría que esperar a estar muerta para tener poderes sobre los que no estaban dispuestos a colaborar.

Estupendo, pensé cuando se incorporó de la encimera y se dirigió hacia él. Estaba descontrolada. Era peor que la vez que nos encontró a Nick y a mí retozando en su sofá ignorando la lucha libre profesional de la tele. Sigo sin saber qué la hizo explotar entonces… ella y yo habíamos acordado explícitamente que yo no era ni su novia, ni su juguetito, ni su amante, sombra, o como quiera que se llame a los lacayos de los vampiros ahora.

Mis pensamientos se atropellaban, buscando una forma de detenerla sin empeorar las cosas. Ivy se detuvo frente a Glenn. El dobladillo de su guardapolvo parecía moverse a cámara lenta, acercándose hacia delante hasta tocar los zapatos de Glenn. Ivy se pasó la lengua por sus blanquísimos dientes, ocultándolos conforme destellaban. Con una fuerza obviamente comedida le puso ambas manos a los lados de la cabeza, atrapándolo contra la pared.

Mmm —dijo inspirando a través de los labios entreabiertos—. Muy alto. Largas piernas. Preciosa, preciosa piel oscura. ¿Te ha traído Rachel a casa para mí?

Se inclinó hacia él, casi tocándolo. Glenn era tan solo unos centímetros más alto que ella. Ivy ladeó la cabeza, como si fuese a darle un beso. Una gota de sudor le cayó por la cara hasta el cuello. Glenn no se movió, la tensión atirantaba cada unos de sus músculos.

—Trabajas para Edden —susurró Ivy con los ojos fijos en el rastro de sudor que se acumulaba en su clavícula—. Probablemente se disguste si mueres. —Sus ojos se clavaron en los de él ante el sonido de su respiración agitada.

No te muevas, pensé, sabiendo que si lo hacía, los instintos de Ivy tomarían el control. Ya estaba en bastantes apuros con la espalda contra la pared.

—¿Ivy? —Dije intentando distraerla y evitar así tener que explicarle a Edden por qué su hijo estaba en cuidados intensivos—. Edden me ha encargado una misión. Glenn viene conmigo.

Hice un esfuerzo de voluntad para no estremecerme cuando dirigió los negros pozos en los que se habían convertido sus ojos hacia mí. Me siguieron cuando me puse detrás de la isla. Ivy permaneció inmóvil salvo por una mano que recorrió sin tocarlos el hombro y el cuello de Glenn con el dedo a exactamente un centímetro de él.

—Eh, ¿Ivy? —Dije dubitativa—. Quizá Glenn prefiera irse ya. Déjalo.

Mi petición pareció surtir efecto. Ivy tomó una inspiración corta y rápida, dobló el codo y se apartó de la pared.

Glenn se apartó rápidamente de ella. Desenfundó su arma y se quedó de pie en el arco hacia el pasillo con los pies separados y apuntando con su pistola a Ivy. Quitó el seguro con un clic, mirándonos con los ojos abiertos como platos.

Ivy le dio la espalda y se dirigió a la bolsa de comida abandonada. Podía parecer que lo ignoraba, pero yo sabía que era consciente de todo, hasta de la avispa que se golpeaba contra el techo. Dobló la espalda y colocó una bolsa de queso rallado en la encimera.

—Saluda al saco de sangre de tu capitán de mi parte la próxima vez que lo veas —dijo con voz tranquila y cargada de una sorprendente cantidad de rabia. Pero el hambre, su necesidad por dominar, había desaparecido.

Solté el aire en un largo resoplido. Me temblaban las rodillas.

—¿Glenn? —Dije—. Guarda la pistola antes de que te la quite. Y la próxima vez que insultes a mi compañera de piso, le dejaré que te raje la garganta, ¿entendido?

Sus ojos miraron a Ivy antes de enfundar el arma. Se quedó en el arco, respirando agriadamente.

Creyendo que lo peor debía haber pasado ya, abrí la nevera.

—Oye, Ivy —dije animadamente para intentar que todo volviese a la normalidad—, ¿me pasas el pepperoni?

Ivy me miró a los ojos desde el otro lado de la cocina y se libró del resto de instinto desbocado que le quedaba.

—¿Pepperoni? —dijo con la voz más ronca de lo habitual—. Sí. —Se palpó la mejilla con el dorso de la mano. Frunció el ceño hacia sí misma y advertí que cruzó la cocina con paso deliberadamente lento—. Gracias por apaciguarme —me dijo en voz baja al darme la bolsa de fiambre en lonchas.

—Debí avisarte, lo siento. —Guardé el pepperoni y me puse recta, dedicándole a Glenn una mirada enfadada. Su cara estaba pálida y hundida mientras se secaba el sudor. Creo que se acaba de dar cuenta de que estábamos en la misma habitación con un depredador contenido por el orgullo y la cortesía. Quizá haya aprendido algo hoy. Edden puede darse por satisfecho.

Rebusqué entre las provisiones y saqué las perecederas. Ivy se inclinó hacia mí al guardar una lata de melocotones.

—¿Qué está haciendo aquí? —me preguntó lo suficientemente alto como para que Glenn lo oyese.

—Le estoy haciendo de niñera.

Ivy asintió, obviamente esperando a que dijese algo más. Cuando no dije nada añadió:

—Se trata de un trabajo de pago, ¿no?

Le eché un vistazo a Glenn.

—Eh, sí. Es por una persona desaparecida. —La miré furtivamente a los ojos y me sentí aliviada al ver que sus pupilas habían vuelto casi a la normalidad.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó.

Ivy prácticamente no había hecho otra cosa que buscar personas desaparecidas desde que abandonó la si, pero sabía que se pondría del lado de Jenks en lo de que esto era una estratagema de Trent Kalamack en cuanto supiese que buscaba al novio de Sara Jane. Sin embargo, posponer el contárselo solo empeoraría las cosas. Y quería que viniese conmigo a Piscary’s, así conseguiría más información.

Glenn seguía allí de pie con fingida naturalidad, sin importarle que lo estuviésemos ignorando, mientras Ivy y yo guardábamos la comida.

—Oh, vamos, Rachel —exclamó Ivy poniéndose zalamera—. ¿Quién es? Puedo tantear el terreno. —Ahora parecía algo tan alejado de un depredador como un pato. Estaba acostumbrada a sus cambios de temperamento, pero Glenn parecía desconcertado.

Mmm, es un brujo llamado Dan. —Me giré escondiendo la cabeza en la nevera para guardar el queso fresco—. Es el novio de Sara Jane y antes de que te mosquees, Glenn viene conmigo a registrar su apartamento. Me imagino que podemos esperar hasta mañana para ir a Piscary’s. Trabaja allí de repartidor. Pero de ninguna manera va a venir Glenn conmigo a la universidad. —Hubo un instante de silencio y me encogí, esperando un grito de protesta, pero no llegó nunca.

Miré desde detrás de la puerta de la nevera y me quedé blanca por la sorpresa. Ivy se había ido hasta el fregadero y se inclinaba sobre él con las manos a ambos lados. Era su sitio para «contar hasta diez». Hasta ahora no le había fallado nunca. Levantó los ojos y los clavó en mí. Se me quedó la boca seca. Le había fallado.

—No vas a aceptar esa misión —dijo y el suave sonido monótono de su voz me recorrió como un escalofrío de hielo negro. El pánico me invadió para asentarse como un fuego vivo en la boca de mi estómago. Lo único que existía ahora eran las negras pupilas de sus ojos. Ivy inhaló y me robó todo el calor. Su presencia parecía arremolinarse tras de mí, tanto que tuve que esforzarme para no girarme. Se me tensaron los hombros y se me agitó la respiración. Estaba proyectando su aura, robándome el alma. Sin embargo había algo diferente. No era rabia ni hambre lo que veía. Era miedo. ¿Ivy tenía miedo?

—Voy a hacerlo —dije oyendo un fino hilo de miedo en mi voz—. Trent no puede tocarme y ya le he dicho a Edden que lo haría.

—No, no lo vas a hacer.

Se puso en movimiento bruscamente y el guardapolvo ondeó tras de ella. Me sobresalté al encontrármela junto a mí casi en cuanto me di cuenta de que se había movido. Con el rostro más pálido de lo habitual, cerró la puerta de la nevera de un empujón. Salté para quitarme de en medio. La miré a los ojos sabiendo que si dejaba entrever el miedo que me estrangulaba el estómago, ella se alimentaría de él aumentando su fervor. Había aprendido mucho en los últimos tres meses, algunas cosas por el camino más difícil y otras que deseaba no haber tenido que saber.

—La última vez que te enfrentaste a Trent casi mueres —dijo con el sudor corriéndole por el cuello hasta desaparecer bajo el profundo escote de pico de su camiseta. ¿Estaba sudando?

—La palabra clave aquí es «casi» —dije descaradamente.

—No, la palabra clave es «mueres».

Notaba el calor que despedía y di un paso atrás. Glenn seguía en el arco, observándome con los ojos como platos mientras yo discutía con una vampiresa. Debía de ser todo un espectáculo.

—Ivy —dije con voz calmada aunque por dentro temblaba—, voy a aceptar esta misión. Si quieres venir con Glenn y conmigo cuando vayamos a Piscary’s… —Me quedé sin respiración. Los dedos de Ivy rodeaban mi garganta. Todo el aire que tenía dentro salió en una bocanada explosiva cuando me lanzó contra la pared de la cocina.

—¡Ivy! —Logré gritar antes de que me levantase con una mano y me inmovilizase allí mismo. Respirando entrecortada e insuficientemente me dejó colgando sin tocar el suelo.

Ivy acercó su cara a la mía. Sus ojos estaban negros pero muy abiertos por el miedo.

—No vas a ir a Piscary’s —dijo con un lazo plateado de pánico en su aterciopelada voz—. No vas a aceptar esta misión.

Me apoyé en la pared y empujé. Un poco de aire logró pasar bajo sus dedos y mi espalda volvió a golpear contra la pared. Le lancé patadas y ella se apartó a un lado. Su presión nunca disminuyó.

—¿Qué coño estás haciendo? —Dije con voz ronca—. ¡Suéltame!

—¡Señorita Tamwood! —gritó Glenn—. ¡Déjela y camine hacia el centro de la habitación!

Hundiendo mis dedos en su apretada mano, miré por encima del hombro de Ivy. Glenn estaba detrás de ella, con las piernas separadas y listo para disparar.

—¡No! —Mi voz chirrió—. ¡Vete, vete de aquí!

Ivy no me escucharía si él seguía aquí. Tenía miedo. ¿Qué demonios le daba miedo? Trent no podría tocarme. Entonces sonó un fuerte silbido de sorpresa al entrar Jenks.

—Hola, hola, campistas —dijo sarcásticamente—. Ya veo que Rachel te ha contado lo de su misión, ¿no, Ivy?

—¡Sal de aquí! —le pedí, notando los fuertes latidos en mi cabeza al apretar Ivy la mano.

—¡Madre mía! —exclamó el pixie desde el techo mientras sus alas adquirían un tono rojo por el miedo—. No está de broma.

—Ya lo sé… —Me dolían los pulmones. Hice palanca entre los dedos que apretaban mi cuello y logré respirar entrecortadamente. El pálido rostro de Ivy estaba demacrado. El negro de sus ojos era total y absoluto y traslucía miedo. Ver ese sentimiento en ella era terrorífico.

—¡Ivy, suéltala! —demandó Jenks volando a la altura de sus ojos—. No es para tanto, de verdad. Basta con que vayamos con ella.

—¡Vete! —Le dije al lograr respirar plenamente cuando la atención de Ivy se distrajo y aflojó la mano. El pánico me invadió cuando noté un temblor en sus dedos. El sudor caía por su frente, arrugada por la confusión. El blanco de sus ojos resaltaba junto al negro.

Jenks salió volando hacia Glenn.

—Ya la has oído —dijo el pixie—, sal.

El corazón se me desbocó al oír a Glenn susurrar:

—¿Estás loco? ¡Si nos vamos esa zorra la va a matar!

Ivy emitió un quejido al respirar. Fue tan suave como el primer copo de nieve. Pero lo oí. El olor a canela llenó mis sentidos.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Jenks—. O bien Rachel logrará que Ivy la suelte, o Ivy la matará. Puede que seas capaz de separarlas disparándole a Ivy, pero Ivy la seguirá y la matará a la primera ocasión que tenga si supera la dominación de Rachel.

—¿Rachel es dominante?

Percibí la incredulidad en su voz y frenéticamente recé para que se fuesen antes de que Ivy terminase de ahogarme. El zumbido de las alas de Jenks sonaba tan fuerte como la circulación de mi sangre en mis oídos.

—¿Cómo si no crees que Rachel consiguió que Ivy te dejase? ¿Te crees que una bruja podría hacer eso si no estuviese al mando? Sal de aquí como nos ha dicho.

No sabía si dominante era la palabra adecuada, pero si no se iban, sería irrelevante. Sinceramente la verdad era que de alguna forma retorcida, Ivy me necesitaba más de lo que yo la necesitaba a ella. Pero la «guía para ligar» que Ivy me había dado la primavera pasada para que así dejase de estimular sus instintos de vampiro no tenía un capítulo titulado «¿Qué hacer si descubres que eres la dominante?». Estaba en territorio desconocido.

—Salid… de aquí —dije ahogada a la vez que los contornos de mi visión se volvían negros.

Oí que Glenn ponía de nuevo el seguro al arma y a regañadientes la enfundaba. Mientras Jenks revoloteaba desde allí hasta la puerta trasera y de vuelta, el agente de la AFI se retiró con aspecto enfadado y frustrado. Me quedé mirando al techo y vi las estrellas bordeando mi campo de visión hasta que oí el chirriar de la puerta al cerrarse.

—Ivy —dije con voz ronca mirándola a los ojos. Me puse rígida frente a su negro terror. Me veía a mí misma en sus profundidades, con el pelo revuelto y la cara hinchada. De repente, mi cuello palpitó con fuerza bajo sus dedos, justo donde presionaban la marca del mordisco del demonio. Que Dios me perdone, pero empezaba a sentirme bien al recordar la euforia que me había invadido cuando el demonio que enviaron la pasada primavera para matarme me rajó el cuello y me llenó de saliva de vampiro.

—Ivy, abre los dedos un poco para que pueda respirar —logré decir, con la saliva resbalándome por la barbilla. El calor que despedía Ivy incrementaba el olor de la canela.

—Me dijiste que lo soltara —gruñó enseñando los dientes y apretando la mano hasta que casi me estallan los ojos—. ¡Lo deseaba y me obligaste a soltarlo!

Mis pulmones intentaban funcionar, moviéndose con breves convulsiones respondiendo a mis esfuerzos por respirar. Su mano se aflojó. Tomé una agradecida bocanada de aire y luego otra. Su expresión era siniestra, a la espera. Morir a manos de un vampiro era fácil. Vivir con uno requería mayor astucia.

Me dolía la mandíbula donde se apoyaban sus dedos.

—Si lo quieres —susurré—, ve a por él, pero no rompas tu ayuno por rabia. —Respiré de nuevo, rezando porque no fuese la última vez—. A menos que sea por pasión, no merecería la pena, Ivy.

Boqueó como si la hubiese golpeado. Con la expresión atónita, soltó mi cuello sin previo aviso. Caí hecha un ovillo contra la pared. Recuperé el aliento, me encorvé y di arcadas para respirar. Notaba mi garganta y estómago hechos un nudo y en mi cuello el mordisco del demonio seguía produciendo un placentero cosquilleo. Tenía las piernas retorcidas y lentamente las puse derechas. Me senté con las rodillas pegadas al pecho y agité mi pulsera con los amuletos para recolocarla en mi muñeca, me limpié la saliva y levanté la vista. Me sorprendí al descubrir que Ivy seguía allí. Normalmente cuando perdía el control de esta manera se iba corriendo a Piscary’s. Pero la verdad es que nunca antes había perdido el control tanto como hoy. Tenía miedo. Me había dejado clavada a la pared porque había sentido miedo. ¿Miedo de qué? ¿De mí por decirle que no podía rajarle la garganta a Glenn? Por muy amigas que seamos me iría de aquí si la veo morder a alguien en mi cocina. La sangre me produciría pesadillas para toda la vida.

—¿Estás bien? —pregunté con voz ronca encorvándome cuando me sobrevino un ataque de tos. Ella ni se movió. Seguía en la mesa, dándome la espalda con la cabeza hundida entre las manos. Comprendí al poco de mudarnos a vivir juntas que a Ivy no le gustaba ser quien era. Odiaba la violencia a pesar de instigarla ella misma. Luchaba por abstenerse de beber sangre aunque la ansiase. Pero era una vampiresa. No tenía elección. El virus estaba instalado en lo más profundo de su ADN y no se iba a ir a ninguna parte. Era lo que era. El hecho de perder el control y dejar que sus instintos la dominasen significaba un fracaso para ella.

—¿Ivy? —Me puse en pie ligeramente escorada y me dirigí tambaleantemente hacia ella. Seguía notando la presión de sus dedos alrededor de mi cuello. Había sido fuerte, pero nada comparado con la vez que me inmovilizó contra el sillón en una nube de deseo y hambre. Me eché el lazo negro hacia atrás, donde debía estar.

—¿Estás bien? —Alargué la mano para luego retirarla antes de tocarla.

—No —respondió mientras yo bajaba la mano. Su voz sonaba amortiguada—. Rachel, lo siento. Yo… yo no puedo… —Titubeó y respiró entrecortadamente—. No aceptes esta misión. Si es por el dinero…

—No es por el dinero —dije antes de que pudiese terminar. Se giró hacia mí y mi enfado por que quisiese comprarme desapareció. Se apreciaba un brillante trazo de humedad que había intentado secarse. Nunca la había visto llorar antes y me dejé caer en la silla junto a ella—. Tengo que ayudar a Sara Jane.

Ivy apartó la mirada.

—Entonces voy contigo a Piscary’s —dijo conservando en la voz un leve recuerdo de su habitual fuerza.

Me rodeé con los brazos y me acaricié con una mano la apenas perceptible cicatriz del cuello hasta que me di cuenta de que lo hacía inconscientemente para sentir el cosquilleo.

—Esperaba que lo hicieses —dije obligándome a bajar la mano.

Me dedicó una sonrisa atemorizada y preocupada y se dio la vuelta.