12.
Caí estrepitosamente cuando Ivy golpeó mis piernas. Rodé sintiendo el dolor en la cadera donde había chocado contra el suelo. Me latía el corazón con fuerza, acompasado con un dolor gemelo en ambas pantorrillas. Me aparté de los ojos un mechón de pelo que se me había escapado de la banda elástica para hacer ejercicio. Apoyé una mano contra la pared del santuario en busca de equilibrio para levantarme. Respiraba agitadamente y me pasé el dorso de la mano por la frente para secarme el sudor.
—Rachel —dijo Ivy a dos metros y medio de distancia—, presta más atención. Casi te hago daño esta vez.
¿Casi? Sacudí la cabeza para despejarme la vista. Nunca la había visto moverse así, tan rápido. Es normal que no la viera moverse, teniendo en cuenta que en ese momento me estaba cayendo de culo. Ivy dio tres zancadas hacia mí. Abriendo los ojos de par en par, giré el cuerpo describiendo un semicírculo hacia la izquierda y enviando mi pie derecho hacia su estómago. Ivy gruñó y se aferró la barriga dando unos vacilantes pasos hacia atrás.
—Oh —se quejó retirándose. Me agaché apoyando las manos en las rodillas para indicarle que necesitaba un respiro. Obedientemente, Ivy se alejó más y esperó, intentando disimular que le había hecho daño.
Desde mi posición la veía de pie en una franja de color verde y oro del sol que se colaba por las vidrieras del santuario. El body de mallas negras y las zapatillas blandas que llevaba cuando entrenábamos la hacían parecer más depredadora que de costumbre. Llevaba su larga melena negra y lisa recogida, lo que acentuaba su apariencia alta y delgada. Con su pálida cara inexpresiva, aguardaba a que yo recuperase el aliento para poder continuar.
El entrenamiento era más por mí que por ella. Ivy insistía en que incrementaría mi esperanza de vida en caso de toparme con un tipo malo sin mis hechizos o sin poder salir corriendo. Siempre terminaba estos entrenamientos con cardenales y tenía que ir directa a mi armario de los hechizos. No entendía cómo eso podía aumentar mi esperanza de vida. ¿Más práctica haciendo amuletos contra el dolor, quizá?
Ivy había llegado pronto tras pasar la tarde con Kist y me sorprendió con la sugerencia de hacer un poco de ejercicio. Aún estaba que echaba chispas por la negativa de Edden a dejarme interrogar a Trent y necesitaba quemar esa rabia, así que le dije que sí. Como de costumbre, a los quince minutos estaba dolorida y respirando con dificultad mientras que ella ni se había acalorado.
Impaciente, Ivy hacía oscilar su peso de un pie a otro. Sus ojos aparecían de un bonito y estable color marrón. Los vigilaba de cerca mientras entrenábamos por si la empujaba demasiado cerca de sus límites. Por ahora estaba bien.
—¿Qué te pasa? —me preguntó cuando me incorporé—. Estás más agresiva que de costumbre.
Doblé la pierna hacia atrás para estirar el músculo y me tiré del bajo del chándal hacia el tobillo.
—Todas las víctimas hablaron con Trent antes de morir —dije forzando un poco la verdad—. Y Edden no me deja interrogarlo. —Tiré de la otra pernera y asentí.
La respiración de Ivy se aceleró. Me puse en cuclillas cuando se abalanzó sobre mí. Sin tiempo para pensar, esquivé el golpe y deslicé una pierna bajo sus pies. Ivy gritó y se lanzó hacia atrás dando una voltereta para evitarla, aterrizando primero con las manos y después con los pies. Tuve que saltar para evitar que por el camino me golpease en la mandíbula con un pie.
—¿Y qué? —preguntó en voz baja esperando a que me levantase.
—Que Trent es el asesino.
—¿Puedes demostrarlo?
—Todavía no. —Arremetí contra ella y se apartó, saltando hasta el estrecho alféizar. En cuanto sus pies aterrizaron, volvió a despegar, saltando justo por encima de mí. Giré para no perderla de vista. Empezaban a aparecer en su rostro manchas rojas por el esfuerzo. Estaba echando mano a su repertorio de vampiro para eludirme. Eso me animó y seguí golpeándola con puños y codos.
—Pues entonces renuncia y termínalo por tu cuenta —dijo Ivy entre bloqueos y contragolpes.
Me dolían las muñecas de tanto chocar contra sus bloqueos, pero no paré.
—Le he dicho… que eso es lo que iba a hacer… —Golpe, bloqueo, bloqueo, golpe—. Y me amenazó con encerrarme por acoso. Me dijo que tenía que concentrarme en la doctora Anders. —Había retrocedido dos metros y estaba jadeante y sudorosa. ¿Por qué sigo haciendo esto?
Una sonrisa, auténtica e insólita cruzó momentáneamente su rostro.
—Cabrón astuto —dijo—. Sabía que Dios lo había puesto en el mundo para ser algo más que un Happy Meal.
—¿Edden? —Me limpié el sudor que me goteaba por la nariz—. Más bien es un menú grande, ¿no? —Le hice un gesto para que viniese a por mí. Con un brillo de diversión en los ojos me hizo caso y me atacó con un aluvión de golpes que acabaron con un puñetazo en mi plexo solar que me dejó tambaleante.
—Te estás desconcentrando —me dijo respirando agriadamente cuando me vio arrodillarme en el suelo, jadeante—. Eso lo tenías que haber visto venir.
Y lo había visto, pero mi brazo estaba entumecido y lento por todos los golpes recibidos.
—Estoy bien —dije resollando. Era la primera vez que la veía sudar y no pensaba detenerme ahora. Me levanté temblorosa. Levanté dos dedos, luego solo uno. Bajé la mano y ella arremetió contra mí con una rapidez sobrenatural.
Asustada, bloqueé sus golpes rápidos de vampiro, retirándome fuera de las colchonetas y casi hasta el vestíbulo. Me agarró por un brazo al llegar al umbral y me lanzó por detrás de ella de nuevo hacia las colchonetas. Caí de espaldas con un fuerte golpe que me cortó la respiración. Noté sus pies silenciosos venir hacia mí y me aumentó la adrenalina. Todavía sin poder respirar, rodé hasta chocar contra la pared. Estaba justo detrás de mí para inmovilizarme allí mismo. Con fuego en la mirada se inclinó sobre mí.
—Edden es un hombre sabio —dijo entre respiraciones. Un mechón de pelo que se le había soltado me hizo cosquillas en la cara. El sudor empapaba su frente—. Deberías hacerle caso y dejar a Trent tranquilo.
—¿Tú también, Bruto? —resollé. Solté un gruñido y lancé mi rodilla hacia su entrepierna.
Ella lo vio venir, se echó hacia atrás y esperó a que me levantase. Esta vez tardé más. Me froté el hombro mientras la observaba, evitando el contacto visual para que supiese que aún no estaba lista.
—No está mal —admitió—, pero no lo has mantenido. Los malos no se van a apartar para esperar a que recuperes el equilibrio y tú tampoco deberías hacerlo.
Le lancé una mirada de cansancio desde detrás de mi mata de pelo rizado y rojo. Intentar aguantar su ritmo era difícil y mucho más superarla. Nunca antes había tenido que pensar en cómo vencer a un vampiro, teniendo en cuenta que la SI no enviaba a brujas a por ellos. Y en cualquier caso, la SI cuidaba de los suyos, dentro y fuera del trabajo. A menos que te quisieran ver muerta.
—¿Qué piensas hacer? —me preguntó cuando me palpaba las costillas por encima de la sudadera.
—¿Con lo de Trent? —Dije sin respiración—. Hablar con él sin que Edden ni Glenn se enteren.
Ivy detuvo su balanceo y con un grito de advertencia dio un salto hacia adelante. El instinto y la práctica me salvaron al esquivarla. Ella se giró dando media vuelta en el sitio y me quité de en medio. Ivy prosiguió, lanzándome una serie de golpes que me hicieron retroceder hasta la pared. Su voz resonaba en las paredes vacías del santuario, llenándolo de sonidos.
Sobrecogida por su repentina ferocidad, me impulsé contra la pared y contraataqué, usando todos los trucos que me había enseñado. Me molestó que no se lo tomase en serio. Con su velocidad y fuerza de vampiro yo no era más que un saco de entrenamiento móvil. Abrí los ojos de par en par al ver que su expresión se tornaba salvaje. Iba a enseñarme algo nuevo. Estupendo.
Ivy gritó y giró. Me quedé sin hacer nada como una tonta cuando su pie golpeó con fuerza contra mi pecho, enviándome contra la pared de la iglesia. Solté todo el aire de golpe y noté un fuerte dolor en los pulmones. Ella se apartó rápidamente y me dejó jadeando con los ojos clavados en el suelo. Vi los rayos de sol verdes y dorados estremecerse al temblar las vidrieras a ambos lados de mí. Seguía sin respirar cuando levanté la vista para ver a Ivy alejarse, caminando lentamente. Su pausado y burlesco paso me cabreó. El sentimiento de rabia me quemaba y me dio fuerzas. Aún sin recobrar el aliento, salté sobre ella. Ivy gritó sorprendida cuando aterricé sobre su espalda. Sonriendo irracionalmente, la rodeé con las piernas por la cintura. Agarré un mechón de su pelo y tiré de su cabeza hacia atrás, deslizando a la vez el otro brazo alrededor de su garganta para estrangularla. Jadeante, Ivy pataleó y la solté, sabiendo que volvería a estamparme contra la pared. Me dejé caer en el suelo y ella tropezó conmigo cayendo junto a mí. Forcejeé con ella y la volví a agarrar por el cuello. Ivy se revolvió contra el suelo, retorciendo su cuerpo en un ángulo imposible hasta soltarse de mis manos. Con el corazón desbocado me puse en pie y vi que ella estaba a más de dos metros de mí… esperándome. Mi regocijo por haberla sorprendido desapareció al darme cuenta de que algo había cambiado. Oscilaba de un pie a otro con movimientos fluidos y gráciles; el primer signo de que su instinto de vampiro estaba haciendo aflorar lo mejor de sí misma.
Inmediatamente me erguí y levanté el brazo para rendirme.
—Vale —dije sin resuello—, tengo que ir a ducharme. He terminado. Tengo que ir a hacer mis deberes.
Pero en vez de retirarse como siempre hacía, empezó a rodearme. Sus movimientos eran lánguidamente lentos y sus ojos estaban fijos en mí. El corazón me latía con fuerza y tuve que girarme para mantenerla en mi punto de vista. Me embargó la tensión y se extendió a todos mis músculos, uno a uno. Se detuvo bajo un rayo de sol. La luz centelleaba en su malla negra como si fuese aceite. Tenía el pelo suelto. La gomilla negra estaba tirada en el suelo entre las dos desde que se la había arrancado accidentalmente.
—Eso es lo malo de ti, Rachel —dijo causando un eco con su suave voz—. Siempre lo dejas cuando empieza a ponerse interesante. Eres una provocadora, una maldita provocadora.
—¿Cómo dices? —pregunté a la vez que se me cerraba la boca del estómago. Sabía qué estaba diciendo, y me daba un miedo de muerte. Su cara se tensó. Prevenida, me preparé al ver que se lanzaba contra mí. Bloqueé sus puñetazos y la aparté con una patada dirigida a sus rodillas.
—¡Déjalo ya, Ivy! —grité cuando saltó fuera de mi alcance—. ¡He dicho que no quiero seguir!
—No, no se ha terminado. —Su voz lúgubre me envolvió como la seda—. Estoy intentando salvarte la vida, brujita. Un vampiro malvado y fuerte no se va a detener porque tú se lo pidas. Va a seguir atacándote hasta que consiga lo que quiere o lo ahuyentes. Te voy a salvar la vida… de una manera u otra. Me lo agradecerás cuando acabe.
Se abalanzó hacia delante. Me atrapó un brazo, lo retorció e intentó tirarme al suelo. Respiré con dificultad y le di una patada en las piernas por debajo. Ambas caímos y me quedé sin respiración. Me entró el pánico. La empujé y rodé hasta ponerme en pie.
De nuevo me la encontré a dos metros y medio de mí… asediándome. Sus movimientos se habían empapado de un sutil acaloramiento. Tenía la cabeza gacha y me miraba a través del pelo. Tenía la boca entreabierta y casi podía ver su aliento al exhalar. Me retiré. Mi miedo aumentó al ver que el círculo marrón de sus ojos se había vuelto negro. Maldición. Tragué saliva y me pasé una mano por encima, absurdamente intentando quitarme su sudor de encima. No tenía que haber saltado sobre ella. Tenía que quitarme su olor de encima y rápido. Me toqué con los dedos la cicatriz de demonio del cuello y se me cortó la respiración. Me cosquilleaba por las feromonas que Ivy estaba liberando en el aire. Doble maldición.
—Para, Ivy —dije y maldije el temblor que surgió en mi voz—. Hemos terminado. —Sabiendo que mi vida dependía de lo que pasase en los siguientes segundos, le di la espalda en una falsa demostración de confianza. O llegaba hasta mi habitación con sus dos pestillos en la puerta o no.
Se me erizó el pelo de la nuca al pasar junto a ella. El corazón me palpitaba con fuerza y contuve la respiración. Ella no hizo nada. Me acercaba al pasillo y dejé escapar el aire.
—No, no hemos terminado —musitó.
El sonido del aire al moverse me hizo girarme. Ivy me atacó en silencio y con los ojos completamente negros. Esquivé sus golpes por puro instinto. No se estaba ni siquiera esforzando. Me agarró un brazo y grité de dolor cuando me obligó a darme la vuelta, apretando mi espalda contra ella. Me incliné hacia delante en un intento por soltarme. Cuando apretó más los brazos y se inclinó para mantener el equilibrio, eché la cabeza hacia atrás violentamente para golpearla en la barbilla Ivy gruñó y me soltó, tambaleándose hacia atrás. La adrenalina se me disparó Ivy estaba entre mis hechizos y yo. Si optaba por la puerta principal, no lo conseguiría. No debí ponerme tan agresiva. Ivy se regía por sus instintos y la había forzado demasiado.
Me quedé de pie, observando cómo se detenía bajo un rayo de sol y empezaba a balancearse. Parada de lado, inclinó la cabeza y se tocó la comisura de la boca. El estómago se me hizo un nudo cuando vi que su dedo aparecía manchado de sangre. Su mirada se cruzó con la mía mientras se frotaba la sangre entre los dedos y me sonreía. Me estremecí al ver sus afilados colmillos.
—¿A primera sangre, Rachel?
—¡Ivy, no! —grité cuando me embistió. Me alcanzó antes de que pudiese dar ni un paso. Me agarró por el hombro y me lanzó hacia la parte frontal de la iglesia. Golpeé contra la pared donde antes había estado el altar y me deslicé hasta el suelo. Luché por respirar mientras ella se acercaba hacia mí. Me dolía todo. Sus ojos eran dos pozos negros. Sus movimientos eran suaves y poderosos. Intenté rodar para huir, pero ella me atrapó, tirando de mí hacia arriba.
—Vamos, bruja —dijo con su voz siniestra y suave como una pluma de búho en contraste con el doloroso apretón de su mano en mi hombro—, te he enseñado a hacerlo mejor. Ni siquiera lo estás intentando.
—No quiero hacerte daño —dije jadeante, aferrándome un brazo contra el estómago.
Ivy me sostenía clavada a la pared, bajo la sombra de la cruz desaparecida hacía tiempo. La sangre de su labio parecía una joya roja engarzada en la comisura de su boca.
—No puedes hacerme daño —susurró.
El corazón volvió a acelerárseme y me sacudí para intentar soltarme sin éxito.
—Suéltame, Ivy —resollé—. Tú no quieres hacer esto. —Un empalagoso olor a incienso me trajo a la memoria la vez que me inmovilizó en el sillón la pasada primavera—. Si lo haces —dije desesperada—, me iré. Te quedarás sola.
Ella se acercó más y apoyó el antebrazo sobre la pared junto a mi cabeza.
—Si lo hago, no te irás. —Una encendida sonrisa curvó la comisura de su boca, dejando ver parte de sus dientes y se apretó más contra mí—. Pero podrías liberarte si de verdad quisieras. ¿Qué crees que te he estado enseñando estos últimos tres meses? ¿Quieres liberarte, Rachel?
El pánico me atravesó como una lanza. El corazón me latía desbocado e Ivy tomó aire como si la hubiese abofeteado. El miedo era un afrodisíaco y acababa de proporcionarle una bocanada. Perdida en la oscuridad de sus instintos y necesidades, sus músculos se tensaron como un cable de acero.
—¿Quieres soltarte, brujita? —murmuró respirando sobre mi cicatriz de demonio, lo que me produjo un hormigueo por todo el cuerpo. Respiré hasta lo más hondo de mi ser y mi sangre pareció convertirse en metal fundido al conducir las palpitaciones por mi cuerpo.
—Suéltame —resollé notando esa deliciosa sensación fluyendo desde mi cuello hasta llenarme por completo. Era mi cicatriz. Estaba jugando con mi cicatriz igual que lo había hecho Piscary. Se humedeció los labios.
—Oblígame a hacerlo. —Titubeó. El hambre pura y dura se tornó en algo más pícaro y seductor—. Dime que esto no te hace sentir bien. —Dejó escapar un suspiro y me miró fijamente a los ojos mientras que con un dedo recorría mi piel desde la oreja pasando por el cuello hasta la clavícula. Casi se me doblan las rodillas ante la sensación de su uña recorriendo los pequeños bultitos de mis cicatrices y estimulando mi herida, devolviéndola al juego de lleno. Cerré los ojos al recordar que el demonio había adoptado la cara de Ivy cuando me rajó la garganta y llenó la herida de un peligroso cóctel de neurotransmisores que convertían el dolor en placer.
—Sí —suspiré, casi con un gemido—. Que Dios me perdone, sí. Por favor… para.
Ivy giró su cuerpo contra el mío.
—Sé cómo te sientes —dijo—. El hambre surge de la cicatriz para llenarte por completo. Despierta una necesidad hasta tal punto que el único pensamiento que te quema es llegar a esa ansia para saciarla.
—¿Ivy? —gimoteé—. Para. No puedo. No quiero.
Abrí los ojos de golpe ante su silencio. La gota de sangre en la comisura de su boca había desaparecido. Notaba mi sangre palpitando por todo mi cuerpo. Sabía que mis reacciones estaban provocadas por la cicatriz del demonio, y que Ivy enviaba feromonas para reestimular la pseudosaliva de vampiro que quedaba en mi organismo para transformar el dolor en placer. Sabía que esa era una de las adaptaciones para la supervivencia en la que se apoyaban los vampiros para vincular a la gente a ellos y garantizarse así un suministro voluntario de sangre. Sabía todo eso, pero se me hacía cada vez más difícil recordarlo. Más difícil preocuparme por ello. No era sexual, era una necesidad. Hambre. Calor.
Ivy apoyó en la pared su frente junto a la mía, como intentando tomar una determinación. Su pelo formó una sedosa cortina entre ambas. Noté su calor a través de sus mallas. No podía moverme, atenazada por el miedo y la necesidad, preguntándome si ella me la saciaría o si sería lo suficientemente inerte como para apartarla de mí.
—No tienes ni idea de lo que ha sido vivir contigo, Rachel —dijo con un susurro desde detrás de su pelo como si fuese la celosía del confesionario—. Sabía que te asustarías si supieses lo vulnerable que te hacían tus cicatrices. Has sido marcada para el placer y a menos que un vampiro te reclame y te proteja, todos los demás intentarán aprovecharse de ti, tomando lo que quieran y pasándote al siguiente, hasta que no seas nada más que una marioneta suplicando que la desangren. Esperaba que fueses capaz de decir que no. Que si te enseñaba lo suficiente, serías capaz de alejar a un vampiro hambriento. Pero no puedes hacerlo, corazón. Las neurotoxinas se han infiltrado en profundidad. No es culpa tuya. Lo siento… —Respiraba con pequeños jadeos y cada uno de ellos enviaba una promesa de un placer futuro, fluyendo de vuelta para renovar el que exhalaba, alimentándose de los que vinieron antes. Contuve la respiración en intenté encontrar la fuerza de voluntad para decirle que se alejase. Oh, Dios, era incapaz.
La voz de Ivy se hizo más suave y persuasiva.
—Piscary me ha dicho que esta es la única forma de mantenerte. De mantenerte con vida. Tendré cuidado, Rachel. No te pediré nada que no quieras darme. No serás como esas patéticas sombras que viste en Piscary’s, sino fuerte y en igualdad. Piscary me demostró cuando te embelesó que no te dolía. —Su voz adoptó el tono de una niña pequeña—. El demonio ya te ha iniciado. El dolor se ha terminado. Nunca volverá a dolerte. Piscary me dijo que responderías, y Dios mío, Rachel, lo has hecho. Es como si un maestro te hubiese iniciado y ahora fueses mía. —El miedo me embargó al percibir su tono duro y posesivo. Ivy volvió la cabeza para echarse el pelo hacia atrás y dejarme ver su cara. Sus ojos negros reflejaban un hambre ancestral, irreprochables en su inocencia.
—Vi lo que te pasó bajo el influjo de Piscary, lo que sentiste con solo un dedo rozándote la piel.
Estaba demasiado asustada y extasiada por las oleadas de sensaciones provenientes de mi cuello, acompasadas con mis palpitaciones, como para poder moverme.
—Imagínate —me susurró— qué sentirás cuando no sea un dedo sino mis dientes… los que se hundan pura y limpiamente en ti.
Solo de pensarlo me sacudió una oleada de calor. Me quedé desencajada bajo su presión. Mi cuerpo se rebelaba contra mis pensamientos injuriosos. Las lágrimas resbalaban por mi cara, cayendo cálidas desde mis mejillas hasta la clavícula. No sabría decir si eran lágrimas de miedo o de anhelo.
—No llores, Rachel —me dijo ladeando la cabeza para rozar con sus labios mi cuello acompañando sus palabras. Casi me desmayo por el doloroso deseo—. Yo tampoco quería que las cosas fuesen así —susurró—, pero por ti, rompería mi ayuno.
Sus dientes rozaron mi cuello, burlonamente. Oí un suave gemido y me horroricé al darme cuenta de que provenía de mí. Mi cuerpo lo pedía a voces, pero mi alma gritaba que no. Aparecieron en mi mente las complacientes y dóciles caras de Piscary’s. Sueños perdidos. Vidas malgastadas. Una existencia dedicada a satisfacer las necesidades de otro. Intenté alejarlas de mí, pero fracasé. Mi voluntad era un lazo de algodón que se deshacía al más mínimo tirón.
—Ivy —protesté oyendo mi propio susurro—, espera. —No podía decirle que no, pero podía decirle que esperase.
Ella me oyó y se apartó para mirarme. Estaba sumergida en una neblina de anticipación y éxtasis. Un terror paralizante me atenazó.
—No —dije jadeando y luchando contra el subidón inducido por las feromonas. Lo había dicho. De alguna forma había logrado decirlo.
Una expresión extrañada y dolida se reflejó en su cara y un aire de consciencia volvió a sus ojos negros.
—¿No? —dijo como si fuese un niño dolido.
Cerré los ojos acunada por el éxtasis que fluía de mi cuello mientras sus uñas continuaban recorriendo mis cicatrices donde lo habían dejado sus labios.
—No… —Logré repetir sintiéndome irreal y desconectada mientras intentaba empujarla débilmente—. No.
Ivy aumentó la presión contra mi hombro y abrí los ojos de par en par.
—Creo que no es eso lo que quieres decir —me espetó.
—¡Ivy! —chillé cuando me apretó contra ella. La adrenalina corría a raudales por mis venas seguida de un fuerte dolor como castigo por mi osadía. Aterrorizada, hallé las fuerzas para mantenerla alejada de mi cuello. Ivy tiraba de mí cada vez con más energía. Sus labios desnudaron sus dientes. Mis músculos empezaban a temblar. Lentamente me acercaba más a ella. Su alma estaba ausente de sus ojos. Su hambre brillaba como un dios. Me temblaban los brazos, a punto de ceder. Que Dios me ayude, pensé desesperadamente buscando con los ojos la cruz integrada en el techo. Ivy sufrió una sacudida a la vez que un golpe metálico reverberó en el aire. Luego se irguió. El ansia en su mirada fluctuó. Arqueó las cejas desconcertada y su atención flaqueó. Contuve la respiración y noté que su presión sobre mí disminuía. Sus dedos se deslizaron hasta soltarme y se derrumbó a mis pies con un suspiro. Detrás de ella apareció Nick con mi caldero grande para hechizos.
—Nick —susurré. Las lágrimas me nublaban la vista. Respiré hondo, alargué los brazos hacia él y me desmayé en cuanto me tocó una mano.