18.

El sol de la tarde casi se había retirado de la cocina y tan solo un último y fino rayo iluminaba el fregadero y la encimera. Estaba sentada en la mesa antigua de Ivy, hojeando sus catálogos y acabándome el café de desayuno. Hacía solo una hora que me había levantado y me había dedicado solo a dar sorbitos a mi taza y a esperar a Ivy. Había preparado una jarra entera con la esperanza de convencerla para que hablase conmigo. No estaba lista todavía. Me había evitado con la excusa de una investigación para su última misión. Ojalá hablase conmigo. ¡Por todos los diablos!, me conformaría con que me escuchase. No me parecía verdad que le diese tanta importancia al incidente. Ya había caído otras veces y lo había superado.

Con un suspiro estiré las piernas bajo la mesa. Pasé la página de una colección de organizadores de armario, ojeándola sin mucho interés. No tenía gran cosa que hacer hoy hasta que Glenn, Jenks y yo fuésemos a vigilar a la doctora Anders por la noche. Nick me había prestado dinero y tenía un vestido de fiesta que no parecía demasiado barato y en el que podía esconder mi pistola de bolas.

Edden se había entusiasmado cuando le dije que iba a seguir a la doctora… hasta que estúpidamente admití que se iba a reunir con Trent. Casi llegamos a las manos, conmocionando a todos los agentes de la planta. Llegados a este punto, me daba igual si Edden me metía en la cárcel. Tendría que esperar a que hiciese algo y para entonces ya tendría lo que necesitaba.

Glenn tampoco estaba contento conmigo. Había utilizado la baza del niñito de papá para convencerlo de que mantuviese la boca cerrada y viniese conmigo. No me importaba hacerlo. Trent estaba matando a gente.

Seguí hojeando el catálogo hasta que mi vista se fijó en una mesa de despacho de roble, de las que tenían los detectives de las películas anteriores a La Revelación. Se me escapó un suspiro de deseo. Era preciosa, con el lustre profundo del que carecía el contrachapado. Tenía toda clase de pequeños compartimentos y uno oculto detrás del último cajón de la izquierda, según la descripción. Quedaría perfecta en el santuario.

Bajé la cabeza con una mueca al pensar en mi patético mobiliario, parte del cual seguía en el almacén. Ivy tenía unos muebles preciosos, de líneas suaves y sólidas. Los cajones nunca se atascaban y los cierres metálicos encajaban perfectamente al cerrarse. Yo quería algo así. Algo duradero. Algo que me trajesen a casa ya montado. Algo que soportase un baño de agua salada si alguna vez volvían a echarme una maldición mortal.

Pero eso no sucedería jamás, pensé apartando el catálogo. Lo de comprar muebles bonitos, no lo de la maldición mortal. Mis ojos se deslizaron del brillante papel hasta mi libro de clase de líneas luminosas. Me quedé mirándolo pensativa. Era capaz de canalizar más poder que la mayoría y mi padre no quería que lo supiese. La doctora Anders pensaba que yo era idiota. Solo había una cosa que pudiese hacer.

Cogí aire y me acerqué el libro. Pasé las páginas hasta el final y busqué los apéndices, deteniéndome en el ensalmo para vincular a un familiar. Era todo ritualístico, con notas que hacían referencia a técnicas que no me sonaban de nada. El ensalmo no estaba en latín y no había que hacer ninguna poción ni usar ninguna planta. Me resultaba tan ajeno como la geometría y no me gustaba sentirme estúpida.

Las páginas hicieron un agradable sonido al pasarlas rápidamente hacia el principio para buscar algo que entendiese. Detuve las páginas metiendo el pulgar al encontrar un ensalmo para cambiar la dirección de objetos en movimiento. Guay, pensé. Era exactamente para lo que había querido comprar una varita.

Me senté derecha en la silla, me crucé de piernas y me incliné sobre el libro. Se suponía que había que usar la energía almacenada de la línea luminosa para manipular objetos pequeños y conectarse directamente con una línea para objetos más grandes o que se movían con rapidez. El único objeto físico que necesitaba era algo que sirviese de punto focal.

Levanté la vista cuando Jenks entró revoloteando por la ventana abierta de la cocina.

—Hola, Rachel —dijo alegremente—, ¿qué haces?

Alcancé el catálogo de muebles y lo superpuse sigilosamente sobre mi libro.

—Nada —dije mirando hacia abajo—. Pareces de buen humor.

—Acabo de venir de casa de tu madre. Ya sabes, es estupenda. —Voló hasta la encimera de la isla central y aterrizó en ella para quedar casi a la altura de mis ojos—. Jax lo está haciendo muy bien. Si a tu madre le parece maja la idea, voy a dejar que pruebe a hacerse un jardín que le permita vivir de él.

—¿«Maja»? —pregunté pasando la página de unas preciosas mesitas para el teléfono. ¿Cómo algo tan pequeño podía costar tanto?

—Sí, ya sabes… guay, ok, que si le gusta, si da el visto bueno.

—Ya sé lo que significa —dije reconociendo que era una de las expresiones favoritas de mi madre y pensando que era raro que se la hubiese pegado a Jenks.

—¿Has hablado ya con Ivy? —me preguntó.

—No.

Mi frustración quedó patente en una sola palabra. Jenks titubeó y luego, entrechocando las alas, voló en picado hasta posarse en mi hombro.

—Lo siento.

Me esforcé por dedicarle una expresión agradable al echar la cabeza hacia atrás y meterme un rizo detrás de la oreja.

—Sí, yo también.

Jenks produjo de pronto un ruido airado con sus alas.

—Y bieeeen, ¿qué escondes debajo del catálogo? ¿Estás mirando las tiendas de ropa de cuero de Ivy?

Apreté la mandíbula.

—No es nada —dije en voz baja.

—¿Estás pensando en comprar muebles? —dijo burlonamente—. No fastidies.

Picada, lo espanté con la mano.

—Sí. Quiero muebles que no sean de contrachapado, perdón, laminado. Al lado de las cosas de Ivy, las mías parecen muebles de camping.

Jenks se rio y el aire de sus alas me echó el pelo hacia la cara.

—Pues cómprate algo bonito la próxima vez que tengas dinero.

—Como si eso fuese a pasar alguna vez —mascullé.

Jenks voló rápidamente bajo la mesa. Como no me fiaba de él, me agaché para ver qué estaba haciendo.

—¡Oye, para! —grité moviendo el pie a la vez al notar que me tiraba del zapato. Salió disparado y cuando volví a incorporarme tras volver a atarme el cordón del zapato, vi que había tirado del catálogo de encima del libro y estaba leyéndolo con los brazos en jarras.

—¡Jenks! —me quejé.

—Creía que no te gustaban las líneas luminosas —dijo ascendiendo para volver a caer donde estaba—. Especialmente ahora que no puedes usarlas sin poner en peligro a Nick.

—Y no me gustan —dije deseando no haberle contado que accidentalmente había convertido a Nick en mi familiar—, pero mira, esta parte es fácil.

Jenks se quedó en silencio y sus alas decayeron mientras leía el encantamiento.

—¿Vas a probarlo?

—No —dije enseguida.

—No le pasará nada a Nick si extraes la energía directamente de la línea. No se enterará nunca. —Jenks se puso de lado para poder vernos a mí y al libro a la vez—. Aquí dice que no tienes por qué usar energía almacenada si puedes extraerla de una línea, ¿lo ves?

—Sí —dije lentamente sin mucho convencimiento.

Jenks sonrió abiertamente.

—Si aprendes a hacer esto podrás vengarte de los Howlers. Todavía tienes las entradas para el partido del domingo, ¿no?

—Si —dije con cautela.

Jenks caminó pavoneándose por la página con las alas rojas por la excitación.

—Podrías obligarles a pagarte y como tendrás el cheque de Edden para pagar el alquiler, podrías comprarte un bonito zapatero de roble o algo así.

—Siií —dije sin más rodeos.

Jenks me miró maliciosamente por debajo de su flequillo rubio.

—A no ser que te dé miedo.

Entorné los ojos.

—¿No te ha dicho nunca nadie que eres un verdadero cabroncete?

Se echó a reír y se elevó dejando caer un rastro brillante de polvo pixie.

—Si me diesen una moneda por cada vez que me lo llaman… —musitó. Revoloteó acercándose y aterrizó en mi hombro—. ¿Es difícil?

Me incliné sobre el libro y me aparté el pelo hacia el otro lado para que él también pudiese leer.

—No y eso es lo que me preocupa. Hay un ensalmo y necesito un punto focal. Tendré que conectarme con una línea luminosa y hay que hacer un gesto… —Arrugué el ceño y di un golpecito en el libro. No podía ser tan fácil.

—¿Vas a probar?

Me vino a la cabeza la idea de que Algaliarept pudiese enterarse de que estaba conectándome con la línea luminosa, pero siendo de día y teniendo un acuerdo, pensé, estaría a salvo.

—Sí.

Me senté más erguida en la silla y me calmé. Con mi segunda visión busqué la línea luminosa. El sol ocultaba cualquier visión de siempre jamás, pero la línea luminosa se veía lo suficientemente clara en mi mente. Parecía una ráfaga de sangre seca colgada sobre las tumbas. Pensé que era realmente fea y con cuidado alargué el brazo para tocarla. Inspiré por la nariz provocando un silbido y me tensé.

—¿Estás bien, Rachel? —me preguntó Jenks tirándose de mi hombro.

Asentí con la cabeza gacha sobre el libro. La energía fluyó a través de mí más rápido que otras veces y las fuerzas se equipararon rápidamente. Era casi como si las veces anteriores hubiesen despejado los canales. Me preocupaba usar demasiada energía e intenté hacer descender parte hacia abajo, para que saliese por los pies. No sirvió de nada, la fuerza entrante simplemente volvía a llenarme por completo.

Me resigné a sufrir la desagradable sensación y mentalmente cerré mi segunda visión y levanté la vista. Jenks me observaba preocupado. Le brindé una sonrisa de ánimo y él hizo un gesto con la cabeza, aparentemente aliviado.

—¿Qué te parece esto? —dijo tras volar hasta mi arsenal de bolas rellenas de agua. La esfera roja era tan grande como su cabeza y obviamente pesaba, pero la levantó sin problemas.

—Me vale perfectamente —coincidí—. Lánzame una e intentaré desviarla.

Pensé que esto era más fácil que machacar plantas y hervir agua. Dije el ensalmo y con la mano dibujé una curva descendente en el aire, imaginándome que estaba escribiendo mi nombre con una bengala el cuatro de julio. Dije la última palabra cuando Jenks lanzó la bola.

—¡Ay! —grité cuando una corriente de fuerza de la línea luminosa me quemó la mano izquierda. Ofuscada, miré a Jenks que se reía de mí—. ¿Qué he hecho mal?

Se acercó volando con la bola roja que había recogido cuando rodó hasta él bajo el brazo.

—Te has olvidado de tu punto focal. Toma, usa esto.

—Ah —dije avergonzada y cogí la bola roja que dejó caer en mi palma—. Probemos de nuevo —dije mientras la acunaba en mi mano recesiva, como decía el libro. Me concentré en su fría y suave superficie, dije el ensalmo y esbocé la figura en el aire con la mano derecha.

Jenks lanzó otra bola con un agudo silbido de las alas que me sobresaltó y dejé escapar un chorro de energía. Esta vez funcionó. Reprimí un grito al notar que la energía de la línea luminosa salía disparada desde mi mano y se dirigía hacia la bola. La alcanzó de lleno y la estrelló contra la pared, dejando una mancha goteante.

—¡Sí! —exclamé, devolviéndole la amplia sonrisa a Jenks—. ¡Mira eso! ¡Ha funcionado!

Jenks voló hasta la encimera para coger otra bola.

—Prueba de nuevo —me soltó, lanzándola impacientemente hacia el techo.

Esta vez me salió más rápido. Descubrí que podía decir el encantamiento y hacer el gesto simultáneamente mientras mantenía la energía de la línea luminosa con la voluntad hasta que decidía liberarla. Así conseguía gran capacidad de control y enseguida logré no golpear la bola con tanta fuerza como para romperla al golpear contra la pared. Mi puntería mejoraba también y pronto el fregadero se llenó de las bolas que había ido rebotando de la ventana. El señor Pez no parecía muy contento.

Jenks era un compañero muy colaborador. Revoloteaba por toda la cocina lanzando las bolas rojas hacia el techo. De pronto abrí los ojos de par en par cuando me lanzo una directamente hacia mí.

—¡Eh! —grité lanzando la bola por el agujero para pixies del cristal—. ¡A mí no!

—Qué buena idea —dijo y después sonrió maliciosamente y dando un agudo silbido. Tres de sus niños entraron velozmente desde el jardín, hablando todos a la vez. Trajeron el olor a diente de león y a aster.

—Lanzádselas a la señorita Morgan —dijo Jenks dándole su bola a la niña de rosa.

—¡Un momento! —protesté agachándome cuando la niña pixie me la tiró con tanta habilidad y fuerza como su padre. Miré a mis espaldas para ver la oscura mancha en la pared amarilla y luego volví a mirarlos a ellos. Me quedé boquiabierta. En el instante en el que había apartado la vista, todos habían cogido una bola de líquido.

—¡A por ella! —gritó Jenks.

—¡Jenks! —exclamé entre risas e intentando desviar una de las cuatro bolas. Las otras tres cayeron rodando al suelo. El pixie más pequeño volaba a ras de suelo para lanzárselas hacia arriba a su hermana—. Cuatro contra una no es justo —grité cuando volvían a apuntarme. Entonces miré hacia el pasillo al oír el teléfono sonar.

—¡Tiempo! —grité cuando me dirigía dando bandazos hacia la salita—. ¡Tiempo muerto! —Aún sonriendo cogí el teléfono. Jenks se quedó esperándome suspendido en el aire debajo del arco—. Hola, Encantamientos Vampíricos, le atiende Rachel —dije esquivando la bola que me había lanzado. Podía oír las risitas de los pixies en la cocina y me preguntaba qué andarían tramando.

—¿Rachel? —Oí decir a la voz de Nick—. ¿Qué demonios estás haciendo?

—Hola, Nick. —Me detuve para repetir en silencio el ensalmo. Contuve la energía hasta que Jenks me lanzó una bola. Iba mejorando y casi le doy a él con la bola de líquido—. Jenks, para —protesté—, estoy al teléfono.

Jenks sonrió y luego salió disparado. Me dejé caer en uno de los sillones de ante de Ivy, sabiendo que no se arriesgaría a mancharlos de agua y que Ivy se cabrease con él.

—Eh, ¿ya te has levantado? ¿Te apetece hacer algo? —le pregunté mientras colocaba las piernas sobre el brazo del sillón y apoyaba el cuello en el otro. Jugueteé con la bola roja que estaba usando como punto focal entre dos dedos, arriesgándome a que se rompiese bajo la presión.

Mmm, puede —dijo—. ¿Por casualidad no estarás conectándote a una línea luminosa?

Le hice un gesto con la mano a Jenks cuando volvió a entrar.

—¡Sí! —Dije sentándome derecha de golpe y poniendo los pies en el suelo—. Lo siento. No creí que lo notases. No la estoy canalizando a través de ti, ¿verdad?

Jenks aterrizó sobre el marco de un cuadro. Estaba segura de que podía oír a Nick a pesar de estar al otro lado de la habitación.

—No —dijo Nick con una risita en la voz que sonó muy lejos a través del teléfono—. Estoy seguro de que si fuese así lo notaría, pero es una sensación rara. Estoy aquí sentado leyendo y de pronto parece que estás aquí conmigo. La mejor forma de describirlo es como cuando estás aquí y yo estoy haciendo la cena mientras te observo mirar la tele. Estás a lo tuyo, sin llamar mi atención, pero haciendo mucho ruido. Me distrae.

—¿Me observas mientras veo la tele? —le pregunté sintiéndome incómoda y él soltó una risita.

—Sí, es muy divertido. Das muchos brincos.

Arrugué el ceño cuando oí a Jenks reírse por lo bajo.

—Lo siento —murmuré, pero entonces un débil hormigueo de alerta me hizo ponerme tensa. Nick estaba levantado leyendo. Normalmente se pasaba las mañanas del sábado recuperando el sueño perdido—. Nick, ¿qué libro estás leyendo?

—Eh, el tuyo —admitió.

Solo tenía un libro que le interesase.

—¡Nick! —protesté sentándome en el borde del asiento y apretando el teléfono con más fuerza—. Me dijiste que se lo llevarías a la doctora Anders. —Tras cancelar la visita a la AFI porque me sentía agotada, Nick me había traído a casa. Creí que se había ofrecido a llevarle el libro a la doctora Anders por mi nueva y comprensible fobia hacia el literalmente maldito libro. Obviamente Nick tenía otros planes y no había llegado a su destino final.

—No iba a mirarlo anoche —dijo a la defensiva—, y está más seguro en mi apartamento que tirado en una garita, sirviendo de posavasos para el café. Si no te importa, me gustaría quedármelo otra noche más. Dice una cosa que me gustaría preguntarle al demonio. —Hizo una pausa obviamente esperando a que yo protestase.

Me subió el calor a la cara.

—Idiota —le espeté cumpliendo sus expectativas—. Eres idiota. La doctora Anders te dijo lo que ese demonio intentaba hacer. Casi nos mata a los dos, ¿y tú sigues queriendo sacarle información?

Oí un suspiro de Nick.

—Tengo cuidado —dijo y le solté una carcajada de miedo—. Rachel, te prometo que se lo llevaré a primera hora de la mañana. No lo va a mirar hasta entonces de todas formas. —Titubeó y casi pude oír cómo tomaba una decisión—. Voy a invocarlo. Por favor, no me obligues a hacerlo a tus espaldas. Me sentiría mejor si alguien más lo sabe.

—¿Para que? ¿Para que pueda decirle a tu madre quién te mató? —Dije amargamente para luego callarme. Cerré los ojos y apreté la bola roja entre los dedos. Nick permanecía en silencio, esperando. Odiaba no tener derecho a pedirle que lo dejase. Ni siquiera siendo su novia. Invocar a un demonio no era ilegal. Simplemente era algo verdaderamente estúpido—. Prométeme que me llamarás cuando acabes —le pedí sintiendo un temblor en el estómago—. Estaré levantada hasta las cinco, más o menos.

—Claro —dijo en voz baja—, gracias. Luego quiero saber cómo te ha ido la cena con Trent.

—Por supuesto —le contesté—, hablamos más tarde. —Si es que sobrevives.

Colgué y crucé la mirada con Jenks, que planeaba en mitad de la habitación con una bola bajo el brazo.

—Los dos vais a terminar reducidos a una mancha negra en un círculo de líneas luminosas —dijo y le tiré la bola que tenía en la mano. La atrapó con una de las suyas, retrocediendo varios centímetros hasta detener el impulso. Me la devolvió y me aparté. La bola chocó contra el sillón de Ivy sin romperse. Agradecida por haber tenido suerte en eso, al menos, la cogí y me dirigí hacia la cocina.

—¡Ahora! —gritó Jenks cuando entré en la iluminada habitación.

—¡A por ella! —Chillaron una docena de pixies.

Me hicieron salir de golpe de mi depresión y me encogí cuando una granizada de bolas me golpeó, estrellándose contra mi cabeza aunque intenté protegerme con las manos. Corrí hasta la nevera y abrí la puerta para esconderme detrás. Parecía que mi sangre cantaba por la adrenalina. Sonreí al oír que seis o más bolas se estrellaban contra la puerta metálica.

—¡Malditos pordioseros! —grité asomándome para verlos revolotear al otro lado de la cocina como luciérnagas enloquecidas. Abrí los ojos como platos, ¡debía de haber al menos unos veinte!

Las bolas de líquido cubrían el suelo, rodando lentamente al alejarse de mí. Con gran excitación repetí rápidamente el ensalmo tres veces y devolví los siguientes tres misiles directamente hacia ellos.

Los niños de Jenks chillaban encantados, formando un remolino de colores con sus alegres vestidos y pantalones de seda. El polvo de pixie atrapaba los rayos del sol poniente. Jenks estaba sentado en el cazo que colgaba sobre la isla central con la espada que usaba para luchar contra las hadas en la mano, blandiéndola en alto mientras les gritaba consignas de ánimo. Bajo su ruidosa dirección los niños se agrupaban. Al organizarse, los susurros y risitas salpicadas de gritos de entusiasmo llenaban el ambiente. Con una amplia sonrisa, me volví a esconder tras la puerta de la nevera. Se me estaban enfriando los tobillos por la corriente de aire que despedía. Repetí el ensalmo una y otra vez, sintiendo que la fuerza de la línea luminosa aumentaba detrás de mis ojos. Me iban a atacar en masa sabiendo que no podría desviarlas todas.

—¡Ahora! —gritó Jenks blandiendo su diminuto sable y lanzándose desde el cazo.

Grité ante la alegre ferocidad de sus niños, que se lanzaron como un enjambre contra mí. Protesté entre risas y desvié las bolas rojas. Recibí pequeños golpes de las que no pude alcanzar. Jadeante, rodé hasta debajo de la mesa y me siguieron, continuando con el bombardeo.

Me había quedado sin ensalmos.

—¡Me rindo! —grité con cuidado de no golpear a ninguno de los niños de Jenks al poner las manos debajo de la mesa. Estaba cubierta de manchas de agua y me aparté de la cara los mechones de pelo empapados—. ¡Me rindo! ¡Vosotros ganáis!

Gritaron alborozados y el teléfono volvió a sonar. Orgulloso y engreído, Jenks empezó a cantar a grito pelado una canción acerca de echar al invasor de su tierra y de volver a casa para plantar semillas. Con la espada en alto, dio una vuelta a la cocina con sus niños en fila detrás. Todos cantaban en gloriosa armonía y fueron saliendo por la ventana hacia el jardín.

Me quedé sentada en el suelo bajo la mesa en el repentino silencio. Todo mi cuerpo se estremeció al inspirar profundamente y sonreí al exhalar.

—¡Uff! —resoplé riéndome aún al pasarme la mano por debajo de un ojo. No me extraña que las hadas asesinas enviadas para matarme el año pasado no tuvieran nada que hacer. Los niños de Jenks eran listos, rápidos… y agresivos.

Sin dejar de sonreír, me puse en pie y caminé lentamente hacia la salita para coger el teléfono antes de que saltase el contestador. Pobre Nick. Estoy segura de que había notado el último ensalmo.

—Nick —le solté al auricular antes de que pudiese decirme nada—, lo siento. Los niños de Jenks me habían acorralado bajo la mesa de la cocina arrojándome bolas de líquido. Que Dios me perdone, pero ha sido muy divertido. Ahora están en el jardín, dando vueltas alrededor del fresno y cantando algo acerca del frío acero.

—¿Rachel?

Era Glenn y mi alegría se desvaneció ante su tono preocupado.

—¿Qué? —Dije mirando hacia los árboles a través de las ventanas. Las manchas de agua que me cubrían me dieron frío de repente y me rodeé con los brazos.

—Llegaré allí en diez minutos —dijo—, ¿estarás lista?

Me eché hacia atrás el pelo mojado.

—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —le pregunté.

Noté que cubría el auricular y le gritaba algo a alguien.

—Tenemos la Orden para registrar la propiedad de Kalamack como tú querías —dijo cuando termin\1.

—¿Y eso? —le pregunté sin poder creerme que Edden hubiese cedido—. ¡No es que me esté quejando!

Glenn titubeó. Respiró hondo y oí las voces excitadas de fondo.

—La doctora Anders me llamó anoche —dijo—. Sabía que ibas a seguirla, así que cambió su reunión a anoche y me pidió que fuese con ella.

—La muy bruja —exclamé en voz baja, deseando haber podido ver lo que se había puesto Glenn. Seguro que iba elegante. Pero como seguía en silencio, la sensación de frío en el estómago se me acentuó convirtiéndose en un nudo.

—Lo siento, Rachel —dijo Glenn en voz baja—. Su coche cayó desde el Puente Roebling esta mañana, empujado por lo que parecía una enorme burbuja de fuerza de líneas luminosas. Acaban de sacar el coche del río, pero todavía estamos buscando el cadáver.