Capítulo 26

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Jenks? —dijo la voz de Ivy, rompiendo mi aturdimiento. Sonaba cercana y preocupada. Notaba que me movía hacia delante con un suave balanceo. Había sentido calor y ahora tenía frío de nuevo. El olor a sangre era intenso. Se me había quedado pegada la sensación de algo aún más horrible: carroña, sal y ámbar quemado. No podía abrir los ojos.

—La ha atacado un demonio —sonó la voz de Nick, tensa pero suave.

Eso es, pensé, empezando a recomponerlo todo. Estaba en sus brazos. Ese era el único buen olor que percibía, masculino y sudoroso. Y era su ensangrentada sudadera lo que me apretaba el ojo hinchado, lo frotaba y hacía que me doliese aún más. Empecé a tiritar. ¿Por qué tenía frío?

—¿Podemos entrar? —preguntó Nick—. Ha perdido mucha sangre.

Noté una mano cálida en mi frente.

—¿Un demonio le ha hecho esto? —preguntó Ivy—. No ha habido un ataque de un demonio desde la Revelación. Maldita sea, sabía que no debía dejarla salir.

Los brazos que me sujetaban se tensaron. Mi peso osciló hacia delante y hacia atrás al detenerse.

—Ella sabe lo que hace —dijo, con la voz tensa—. Rachel no es tu niña… en ningún sentido de la palabra.

—¿Ah, no? —dijo Ivy—, pues actúa como si lo fuese. ¿Cómo has podido dejar que la ataquen así?

—¿Yo? ¡Pero qué sangre fría! —gritó Nick—. ¿Te crees que yo dejé que le pasase esto?

Se me hizo un nudo en el estómago y me dieron arcadas. Intenté taparme con el abrigo moviendo la mano buena. Entreabrí los ojos, entornándolos ante la luz de las farolas. ¿No podían terminar su discusión cuando me hubiesen metido en la cama?

—Ivy —dijo Nick con voz calmada—, no me das miedo, así que ahórrate el rollo del aura y apártate. Sé lo que intentas y no te dejaré hacerlo.

—¿De qué estás hablando? —tartamudeó Ivy.

Nick se inclinó hacia ella y yo me quedé inmóvil entre ambos.

—Rachel cree que te mudaste el mismo día que ella —dijo—. Quizá le interese saber que todas tus revistas van dirigidas a la dirección de la iglesia. —Oí que Ivy inspiraba aire con fuerza—. ¿Desde cuándo llevas viviendo aquí esperando a que Rachel dejase el trabajo? —añadió Nick con tono decidido—, ¿un mes?, ¿un año? ¿La estás acechando lentamente, Tamwood? ¿Esperas hacerla tu heredera cuando mueras? Has planificado las cosas a largo plazo ¿no es así?

Me esforcé por apartar la cabeza del pecho de Nick para poder escuchar mejor. Intenté pensar, pero estaba muy confusa. Ivy se había mudado el mismo día que yo, ¿no? Su ordenador no estaba conectado a la red todavía y tenía todas aquellas cajas en su habitación. ¿Cómo era que sus revistas llevaban la dirección de la iglesia? Mis pensamientos pasaron desde el jardín perfecto para una bruja hasta los libros de hechizos en el ático con excusa incluida. Que Dios me ampare, soy una idiota.

—No —dijo Ivy en voz baja—. Esto no es lo que parece. Por favor no se lo cuentes. Puedo explicarlo.

Nick volvió a ponerse en marcha empujándome al subir los escalones de piedra. Mi memoria iba volviendo. Nick había hecho un trato con el demonio. Nick lo había dejado salir. Me había dormido. Me había hecho pasar por las líneas luminosas. Maldición. El portazo de la entrada del santuario me sobresaltó y me quejé de dolor.

—Se está despertando —dijo Ivy lacónicamente. Su voz hacía eco en el templo—. Llévala a la salita.

En el sofá no, pensé, mientras dejaba que la apacible sensación del santuario me invadiera. No quería que mi sangre manchase el sofá de Ivy, aunque la verdad es que seguramente esa no fue la primera vez que el mueble veía sangre.

Se me hizo un nudo en el estómago cuando Nick se agachó. Noté los blandos cojines bajo mi cabeza. Dejé escapar el aire en un silbido cuando Nick sacó sus brazos de debajo de mí. Oí el clic de la lámpara de mesa y arrugué la cara ante la repentina luz y calor que noté en los párpados.

—¿Rachel? —Oí decir a una voz cercana y alguien me tocó la cara—. ¡Rachel!

La habitación se quedó en silencio y fue eso lo que realmente me despertó. Abrí los ojos, entornándolos para ver a Nick arrodillado junto a mí. Aún le brotaba sangre de la línea del pelo y el riachuelo de sangre seca se cuarteaba hasta su mandíbula y su cuello. Tenía el pelo alborotado y despeinado y los ojos entornados. Estaba hecho un desastre. Ivy estaba detrás de él, igualmente preocupada.

—Eres tú —susurré, sintiéndome mareada e irreal. Nick se echó hacia atrás con un suspiro de alivio—. ¿Podría tomar un poco de agua? —dije con voz ronca—. No me encuentro bien.

Ivy se inclinó hacia mí, eclipsando la luz. Sus ojos me recorrieron con una imparcialidad profesional que se vino abajo cuando levantó el vendaje que Nick había improvisado sobre mi cuello. Su mirada se tornó sorprendida.

—Casi ha dejado de sangrar.

—Amor, fe y polvo de Jenks —balbuceé. Ivy asintió.

Nick se puso en pie.

—Voy a llamar a una ambulancia.

—¡No! —exclamé. Intenté sentarme pero volví a tumbarme obligada por el cansancio y las manos de Nick—. Me atraparán aquí. La SI sabe que sigo viva.

Me eché hacia atrás jadeando. El moratón que el demonio me había hecho en la cara palpitaba al unísono con mi corazón. Un latido idéntico provenía de mi brazo. Estaba mareada. Me dolía el hombro al inspirar y la habitación se oscurecía cuando exhalaba.

—Jenks la ha espolvoreado —dijo Ivy como si eso lo explicase todo—. Mientras no vuelva a sangrar de nuevo, probablemente no empeorará. Voy a buscar una manta.

Se incorporó con su habitual rapidez y espeluznante gracia. Se estaba poniendo vampírica y yo no estaba en condiciones de hacer nada al respecto.

Miré a Nick mientras Ivy se marchaba. Parecía enfermo. El demonio lo había engañado. Nos había traído a casa como prometió, pero ahora andaba suelto por Cincinnati cuando lo único que Nick hubiera tenido que hacer había sido esperar a Jenks e Ivy.

—¿Nick? —susurré.

—¿Qué? ¿Qué puedo hacer por ti?

Su voz sonaba preocupada y suave, con un matiz de culpabilidad.

—Eres imbécil. Ayúdame a sentarme.

Hizo una mueca. Con manos cautelosas y dubitativas me ayudó a incorporarme muy despacio, hasta que mi espalda estuvo apoyada en el brazo del sofá. Me senté y miré al techo hasta que los puntos negros que bailaban y se agitaban desaparecieron. Inspiré lentamente y me miré.

La sangre manchaba mi vestido allí donde asomaba bajo el abrigo que me arropaba como una manta. Quizá ahora sí pudiera tirarlo. Una capa marrón de sangre me pegaba las medias a los pies. El brazo con la mordedura estaba gris allí donde no había franjas de sangre pegajosa. Un trozo de la camisa de Nick seguía atado a mi muñeca y la sangre goteaba del nudo a la velocidad de una gotera en un grifo: plin, plin, plin. Quizá Jenks se había quedado sin polvo antes de llegar a ella. El otro brazo estaba hinchado y parecía que tenía el hombro roto. La habitación se enfrió y luego se calentó. Miré a Nick al notar que me alejaba y perdía la noción de la realidad.

—Oh, mierda —masculló mirando hacia el pasillo—, te vas a desmayar de nuevo. —Me agarró por los tobillos y lentamente tiró de mí hasta que mi cabeza se apoyó en el brazo del sofá—. ¡Ivy! —gritó—, ¿dónde está esa manta?

Miré al techo hasta que dejó de dar vueltas. Nick estaba de pie encorvado en un rincón dándome la espalda, con una mano apretada sobre el estómago y la otra apoyada en la cabeza.

—Gracias —murmuré y él se giró.

—¿Por qué?

Su voz sonó amarga y parecía agotado. Tenía sangre seca en la cara. También tenía las manos negras y las líneas de sus palmas resaltaban en blanco.

—Por hacer lo que creíste mejor.

Me estremecí bajo mi abrigo. Sonrió débilmente y su pálido rostro se hizo más alargado.

—Había tanta sangre… Creo que me entró el pánico. Lo siento.

Su mirada volvió al pasillo y no me sorprendió ver a Ivy entrar con una manta en un brazo, un montón de toallas rosas bajo el otro y un cazo de agua en la mano. La inquietud superó el dolor. Seguía sangrando.

—¿Ivy? —dije temblorosa.

—¿Qué? —Saltó ella mientras ponía las toallas y el agua en la mesita y me arropaba con la manta como si fuese un niño. Tragué saliva e intenté ver bien sus ojos.

—Nada —contesté dócilmente mientras ella se incorporaba y daba un paso atrás. Aparte de estar más pálida de lo habitual, parecía estar bien. No creo que pudiese manejar la situación si se lanzase a lo vampiresa sobre mí. Estaba indefensa.

Notaba la manta calentita en la barbilla y la penetrante luz de la lámpara. Me estremecí cuando Ivy se sentó en la mesita de café y se acercó el agua. Me extrañó el color de las toallas hasta que caí en la cuenta de que sobre el rosa no se notaban las antiguas manchas de sangre.

—¿Ivy?

Mi voz rozaba el pánico cuando la vi alargar el brazo para retirar la tela que me presionaba el cuello. Dejó caer el brazo a medio camino y su rostro perfecto mostró que se sentía enfadado e insultado.

—No seas tonta, Rachel, déjame que te vea el cuello.

Volvió a alargar el brazo y yo lo rehuí.

—¡No! —chillé apartándome. La cara del demonio se me apareció delante, imitando la suya. No había sido capaz de enfrentarme a él. Casi me había matado. El recuerdo del terror vivido me invadió y encontré las fuerzas para sentarme. El dolor de mi cuello parecía pedir a gritos que lo liberase, que le devolviese esa exquisita mezcla de dolor y ansias que le ofrecía la saliva del vampiro. Me conmocionaba y me asustaba. Las pupilas de Ivy se dilataron hasta que sus ojos se volvieron negros.

Nick se interpuso entre ambas, cubierto de sangre seca y oliendo al miedo que había pasado.

—¡Quieta, Tamwood! —le amenazó—. No la vas a tocar si estás intentando proyectar tu aura sobre ella.

—Relájate, chico rata —replicó Ivy—. No le estoy proyectando mi aura en absoluto, estoy muy cabreada y no mordería a Rachel ahora aunque me los suplicase. Apesta a infección.

Esa era más información de la que hubiese deseado tener. Pero sus ojos habían vuelto a su color marrón habitual. Se debatía entre su enfado y la necesidad de ser entendida. Me sentí culpable. Ivy no era la que me había sujetado contra la pared y me había mordido. Ivy no me había provocado, ni me había clavado los dientes. Ivy no me había chupado el cuello gimiendo de placer, inmovilizándome mientras yo me debatía. Maldita sea, no había sido ella.

Aun así, Nick seguía de pie entre nosotras.

—No pasa nada, Nick —dije con voz temblorosa. Él sabía por qué tenía miedo—. No pasa nada. —Miré a Ivy tras él—. Por favor… ¿me lo miras?

Inmediatamente Ivy pareció relajarse. Se acercó con un movimiento fluido y Nick se apartó de su camino. Solté el aire que había estado conteniendo mientras ella manejaba con cuidado la tela empapada.

—A ver, vas a notar un tironcito —me advirtió Ivy.

—¡Ay! —exclamé al dolerme cuando tiró. Luego me mordí el labio para evitar hacerlo de nuevo. Ivy dejó el feo harapo en la mesa junto a ella. Se me revolvió el estómago. Estaba negro por la sangre húmeda y juro que vi trocitos de carne pegados en él. Me estremecí al notar una corriente de aire frío en el cuello. Noté la trémula sensación de un lento flujo de sangre. Ivy me vio la cara.

—¿Te importa llevarte esto? —murmuró y Nick salió con el trapo empapado.

Con el rostro inexpresivo, Ivy me colocó una toalla pequeña sobre el hombro para que empapase la sangre que volvía a rezumar. Me quedé mirando la pantalla negra de la televisión mientras ella empapaba una manopla y la escurría sobre el cazo de agua. Empezó a enjugarme delicadamente el borde de la zona dañada acercándose hacia el centro. Seguía sin poder controlar algún respingo ocasional. El amenazante borde negro que enmarcaba mi visión comenzó a aumentar.

—¿Rachel? —Su voz era agradable y mi atención se centró en ella, preocupada por lo que pudiese encontrar, pero su cara se mostraba cuidadosamente neutra mientras sus ojos y dedos exploraban las marcas de mordiscos en mi cuello—. ¿Qué ha ocurrido? —me preguntó—. Nick ha dicho algo acerca de un demonio, pero esto parece…

—Parece el mordisco de un vampiro —acabé la frase lánguidamente—. Se transformó en un vampiro y me hizo esto. —Inspiré temblorosa—. Se transformó para parecerse a ti, Ivy. Perdona si me pongo un poco rara durante algún tiempo. Sé que no eras tú. Tan solo dame un poco de espacio hasta que convenza a mi subconsciente de que tú no intentaste matarme, ¿vale?

La miré a los ojos, notando un sentimiento de miedo compartido cuando comprendió mi situación. A todos los efectos, me había atacado salvajemente un vampiro. Había sido iniciada en un club del que Ivy intentaba mantenerse alejada. Ahora lo haríamos juntas. Pensé en lo que había dicho Nick acerca de que Ivy quería convertirme en su heredera. No sabía qué creer.

—Rachel, yo…

—Luego —dije al entrar Nick en la habitación. Me sentía mal y la habitación comenzaba a verse gris de nuevo. Matalina venía con él junto con dos de sus hijos, que cargaban con una maleta para pixies. Nick se arrodilló junto a mi cabeza. Revoloteando por el centro de la habitación, Matalina estudió la situación en silencio, después cogió la maleta de manos de sus hijos y los despachó hacia la ventana.

Ssshh, sshh, idos a casa —la oí susurrar a sus hijos—. Ya sé lo que había dicho, pero he cambiado de idea.

Sus protestas iban cargadas de una fascinación horrorizada y me pregunté si tendría tan mala pinta.

—¿Rachel? —dijo Matalina sobrevolando justo frente a mí, moviéndose atrás y adelante hasta encontrar el punto donde enfocaban mis ojos. La habitación se había quedado preocupantemente silenciosa y me estremecí. Matalina era una cosita tan linda. No era de extrañar que Jenks hiciese cualquier cosa por ella—. Intenta no moverte, querida —dijo.

Un leve zumbido proveniente de la ventana la hizo salir de mi campo de visión.

—Jenks —dijo la mujercita pixie, aliviada—, ¿dónde has estado?

—¿Yo? —dijo entrando en mi campo de visión—. ¿Cómo habéis llegado aquí antes que yo?

—Hemos venido en un autobús directo —dijo Nick sarcásticamente.

El rostro de Jenks reflejaba cansancio y tenía los hombros caídos. Esbocé una débil sonrisa.

—¿Está el pixie bonito demasiado molido para la fiesta? —dije en un suspiro y él se acercó tanto que tuve que bizquear para verlo.

—Ivy, tienes que hacer algo —dijo con los ojos muy abiertos y preocupados—. Espolvoreé sobre los mordiscos para ralentizar la hemorragia, pero nunca he visto a nadie tan pálido y que siguiese aún con vida.

—Ya estoy haciendo algo —gruñó Ivy—, apártate.

Noté una corriente de aire cuando Matalina e Ivy se inclinaron sobre mí. Me reconfortaba la idea de tener a una pixie y una vampiresa inspeccionando la carnicería de mi cuello. Teniendo en cuenta que la infección la desanimaba, estaría a salvo. Ivy sabría decirme si corría peligro de muerte o no. Y Nick, pensé entrándome la risa tonta, Nick me rescataría si Ivy perdía el control.

Los dedos de Ivy me tocaron el cuello y solté un aullido. Ivy dio un respingo retirándose y Matalina se elevó en el aire.

—Rachel —dijo Ivy con tono de preocupación—, no puedo hacer nada. El polvo de pixie retendrá la hemorragia un tiempo, pero necesitas puntos. Tenemos que llevarte a Urgencias.

—Nada de hospitales —dije con un suspiro. Había dejado de temblar y sentía el estómago raro—. Los cazarrecompensas entran pero nunca salen.

No pude resistir el deseo de reírme como una tonta.

—¿Prefieres morirte en mi sofá? —dijo Ivy, y Nick empezó a pasearse nervioso por la habitación.

—¿Qué le pasa? —cuchicheó Jenks en voz alta.

Ivy se puso de pie y se cruzó de brazos, tenía un aire severo e irritado. Una vampiresa irritada. Sí, era algo divertido por lo que reírse y solté otra risita.

—Es por la pérdida de sangre —dijo Ivy impacientándose—, va a oscilar entre la lucidez y la irracionalidad hasta que se estabilice o se desmaye. Odio esta parte.

Con la mano buena intenté tocarme el cuello. Nick la cogió y me la metió debajo de la manta.

—¡No puedo curarte, Rachel! —exclamó Ivy frustrada—. Hay demasiados daños.

—Yo haré algo —dije decidida—. Soy bruja.

Me incliné para rodar fuera del sofá y ponerme en pie. Tenía que ir a la cocina. Tenía que hacer la cena. Tenía que cocinar la cena para Ivy.

—¡Rachel! —gritó Nick intentando sujetarme. Ivy dio un salto hacia delante y me volvió a colocar sobre los cojines. Noté que me quedaba pálida. La habitación daba vueltas. Con los ojos muy abiertos me quedé mirando al techo deseando no desmayarme. Si lo hacía, Ivy me llevaría a Urgencias. Matalina apareció en mi campo de visión.

Ángel —musité—, eres un hermoso ángel.

—¡Ivy! —gritó Jenks con miedo en la voz—. Está alucinando.

El ángel pixie me bendijo con una sonrisa.

—Alguien debería avisar a Keasley —dijo.

—¿El viejo merluzo… esto… brujo de ahí enfrente? —dijo Jenks.

Matalina asintió.

—Dile que Rachel necesita asistencia médica.

Ivy también parecía extrañada.

—¿Crees que él podrá hacer algo? —preguntó con cierto temor en la voz. Ivy temía por mí. Puede que yo también debiera temer por mí.

—Me pidió el otro día unas hierbas del jardín. No hay nada malo en eso. —Matalina se ruborizó. La guapa pixie bajó la vista y se colocó bien el vestido—. Todas eran plantas de potentes propiedades: aquilea, verbena, y cosas así. Pensé que si las quería era porque sabía qué hacer con ellas.

—Mujer… —dijo Jenks en tono de advertencia.

—Estuve con él todo el tiempo —dijo ella con ojos desafiantes—. No tocó nada salvo lo que yo le dije que podía coger. Fue muy educado, preguntó cómo se encontraban todos.

—Matalina, el jardín no es nuestro —dijo Jenks y el ángel se enfadó.

—Si tú no vas a buscarlo iré yo —dijo bruscamente y salió disparada por la ventana. Parpadeé y me quedé mirando el punto donde estaba hace un instante.

—¡Matalina! —gritó Jenks—. No te atrevas a irte así. No es nuestro jardín. No puedes comportarte como si lo fuese. —Descendió hasta mi campo de visión—. Lo siento —dijo obviamente avergonzado y enfadado—, no lo volverá a hacer. —Se puso serio y salió disparado en pos de su mujer—. ¡Matalina!

Ssstá bien —balbucí aunque ninguno de los dos estaba ya allí—. He dicho que está bien. El ángel puede invitar a quien quiera al jardín. —Cerré los ojos. Nick me puso la mano en la cabeza y le sonreí—. Hola, Nick —dije bajito abriendo los ojos—, ¿aún sigues aquí?

—Sí, sigo aquí.

—Bien —dije—, porque cuando pueda levantarme voy a darte un beso muy gordo.

Nick retiró la mano y dio un paso atrás. Ivy hizo una mueca.

—Odio esta parte —masculló—, la odio, la odio.

Volví a levantar la mano sigilosamente hacia mi cuello y Nick me la volvió a bajar. Oí de nuevo el grifo goteando en la moqueta: plin, plin, plin. La habitación comenzó a girar aparatosamente y la observé dar vueltas fascinada. Era divertido e intenté reírme. Ivy dejó escapar una expresión de frustración.

—Si se está riendo como una tonta es que se va a poner bien —dijo—, ¿por qué no vas a darte una ducha?

—Estoy bien —respondió Nick—, esperaré hasta estar seguro.

Ivy se quedó callada durante tres latidos.

—Nick —dijo con un tono cargado de advertencia—, Rachel apesta a infección. Tú apestas a sangre y a miedo. Ve a darte una ducha.

—Oh. —Hubo una larga pausa—. Lo siento.

Sonreí a Nick mientras se dirigía hacia la puerta.

—Ve a lavarte, Nick, Nicky —le dije—. No hagas que Ivy se vuelva oscura y dé miedo. Tómate el tiempo que quieras. Hay jabón en la jabonera y… —vacilé intentando recordar qué estaba diciendo—, y toallas en la secadora —terminé de decir y me sentí orgullosa de mí misma.

Él me tocó en el hombro y mirándome primero a mí y luego a Ivy.

—Te vas a poner bien.

Ivy se cruzó de brazos, esperando con impaciencia a que se fuera. Oí correr el agua de la ducha y me entró cien veces más sed. En alguna parte notaba que mi brazo latía y mis costillas palpitaban. El hombro y el cuello me dolían sin cesar. Me giré para mirar fascinada como las cortinas se mecían con la brisa.

Un fuerte golpe en la parte delantera de la iglesia atrajo mi atención hacia el oscuro pasillo.

—¿Hola? —Se oyó la distante voz de Keasley—. ¿Señorita Morgan? Matalina me ha dicho que podía pasar.

Ivy frunció los labios.

—Quédate aquí —dijo inclinándose sobre mí hasta que no tuve más remedio que mirarla a los ojos—. No te levantes hasta que yo vuelva, ¿vale? ¿Rachel? ¿Me oyes? No te levantes.

—Claro. —Miré las cortinas detrás de ella. Si entornaba los ojos un poquitín, el gris se volvía negro—. Me quedo aquí.

Echándome un último vistazo recogió todas sus revistas y se fue. El sonido de la ducha atrajo mi atención. Me pasé la lengua por los labios. Me pregunto si podré llegar hasta el fregadero de la cocina si lo intento con todas mis fuerzas.